Leo1

It’s hard to lead the life you choose

All I wanted

When all your luck’s run out on you

And you can’t see when all your dreams are coming true.

Goo Goo Dolls, «Sympathy».

HABÍAN pasado cuarenta y ocho horas y todavía podía sentir la sangre de Tonya manchando mis manos.

Cuando Aarón se marchó, recogí los trozos de mi bola 8 y los guardé en el cajón de la mesilla de noche. A la mañana siguiente, me acerqué a una joyería para que engancharan a un cordel su corazón, el icosaedro con las veinte respuestas posibles, y así poder llevarlo en el pecho conmigo a todas partes.

A mi hermano no había vuelto a dirigirle la palabra. Había intentado hablarme un par de veces, pero al tercer corte de mangas se dio por vencido; lo que había hecho era imperdonable.

Pero aquel no era momento para seguir con pensamientos tristes. Iba a ser un gran día, o, mejor dicho, una gran tarde. Por suerte, Sarah había anulado las citas que tenía programadas para que tuviera más tiempo de prepararme. Según me había informado, antes de la película habría un junket, con sesión de fotos y rueda de prensa incluidos, donde yo también participaría junto a los actores principales y el director. Para hacerlo todo más emocionante, el evento tendría lugar en un enorme petrolero idéntico al de la historia original que habían atracado en el puerto de Nueva York. Tras la proyección, estaba pensado que cantara en directo la canción de Castorfa. Si se habían cabreado por la filtración, se les debió de pasar porque nadie me dijo nada.

Estaba convencido de que Aarón se había vuelto paranoico sin razón. Además, ¡lo que había colgado en internet era una versión sin terminar!

La final sonaba mil veces mejor. Parecía completamente distinta, y más la que yo interpretaría con las guitarras eléctricas y la batería.

Terminé de revisar mi traje de Armani frente al espejo y me aseguré de tener el pelo tal y como a mí me gustaba, no como los estilistas de Bruno se empeñaban en peinármelo ahora que me había crecido un poco. Después me puse los zapatos y me eché unas gotas de una nueva colonia que había comprado días atrás y que nada tenía que ver con la porquería que Develstar me había obligado a promocionar.

El teléfono del piso comenzó a sonar en ese momento. Me acerqué a la puerta para escuchar.

—¿Sí? —contestó mi hermano—. Creo que a Leo no le falta mucho. Diez minutos. Se lo diré.

Colgó y me alejé unos pasos.

—Dicen que tenemos que estar en el pasillo en diez minutos —comentó desde el otro lado—, que tenemos que bajar con Hermann y… que no lleves el dado ese, a ser posible.

Tuve que hacer un esfuerzo titánico para no responderle alguna grosería. No pensaba deshacerme del corazón de Tonya por mucho traje que me obligaran a llevar puesto. Sabía que a Sophie le haría ilusión cuando lo viera. Seguro que ayudaba a calmar un poco el enfado que todavía duraba por el asunto de Amy. Por mucho que me hubiera dicho que ya estaba todo olvidado, era evidente que le había molestado que me hubiera liado con otra sin haber pasado apenas tiempo desde nuestra ruptura (¿alguien me puede explicar el razonamiento de las mujeres, por favor?). En cualquier caso, invitándola a la première había demostrado lo mucho que me importaba y lo feliz que estaba de volver a salir con ella. Según lo había planeado la señora Coen, Sophie debía de estar ya en el barco. Todo para que no nos vieran juntos antes de tiempo y así evitar más polémica. Ya…

Salí de mi habitación unos minutos más tarde, con la cabeza alta y sin dirigirle una sola mirada a Aaron. En la cocina me serví un vaso de agua y me concentré en tragar despacio y de forma sistemática. Sabía que volvería a intentar disculparse, pero yo todavía no estaba preparado.

No era solo por lo de Tonya, claro. Lo hacía porque estaba harto de su falta de confianza, de su pánico a los riesgos y de sus insufribles cambios de humor. Después de la bronca se encerró en su cuarto hasta el día siguiente. ¡Como si él tuviera derecho a estar enfadado!

—Estoy fuera —me dijo sin esperar mi respuesta.

Aproveché para pasearme por el piso durante varios minutos respirando hondo e intentando controlar las hormigas carnívoras de mi estómago. Lo de aquella tarde serían palabras mayores. Era mi gran oportunidad de demostrar a todo el mundo que estaba hecho de la pasta de las estrellas y que por mucho que intentaran minar mi imagen, seguiría poniéndome en píe.

Después de repetirme el mantra varias veces, le di un beso al dado de Tonya y rogué a quien quisiera que me estuviera escuchando porque todo saliera bien.

leo

—Ahora esperas a que te abran la puerta y después sales, ¿entendido?

Dije que sí y me sequé las palmas de las manos en los pantalones. Sentía el corazón palpitando en la garganta y una gota de sudor por la espalda. En aquel coche íbamos Sarah y yo solos, además del chófer y Hermann. Detrás, en otro vehículo, iban mi hermano con el señor Gladstone y Emma.

—No te detengas demasiado en los autógrafos de la entrada, pero sí un poco —siguió diciendo la mujer—. Ya te avisaré cuando tengas que avanzar. Hermann, que ninguna chica le intente dar un beso. Lo último que queremos es que salga en el resto de las fotos con carmín en la mejilla.

La idea me hizo sonreír.

—Ya estamos llegando —informó el chófer, ralentizando la velocidad del automóvil.

Sarah miró su reloj.

—Vamos bien de tiempo. Podrás estar al menos tres o cuatro minutos firmando. Después, derecho al interior.

—¿Y los de la película? —pregunté.

—Llegarán detrás de nosotros. Los esperaremos dentro.

El puerto apareció ante nosotros un minuto más tarde. El inmenso barco gris que habían decorado con motivos de la película iluminaba como una hoguera en la noche. A los pies de la pasarela que conectaba el petrolero con la tierra, se reunían al menos mil fans que coreaban el nombre de Castorfa y agitaban pancartas y posters. No pude evitar la sensación de déjà vu al recordar la histeria que se desató meses atrás en el jardín de Dalila Fes. ¿De verdad ahora formaba yo parte de todo aquello?

De proa a popa, habían colocado un inmenso cartel alargado de color verde, repleto de vegetación, con la imagen de todos los actores protagonistas de la película y el eslogan sobre sus cabezas: «Roe la presa de tus sueños». En una banderola inferior aparecía mi cara y el título del single: Tbere’s A Way. A ambos lados de la pasarela, habían colocado dos inmensas pantallas donde iban retransmitiendo toda la gala para los allí congregados.

El coche se detuvo al comienzo de la alfombra roja que habían dispuesto y yo esperé a que me abrieran la puerta. Cuando salí, me vi arropado por cientos de gritos y piropos. Me puse a saludar a un lado y a otro y, cuando Sarah estuvo a mi lado, me pasó un rotulador negro para que comenzara a firmar.

Enseguida Hermann se convirtió en mi sombra, velando por mi integridad tísica. Las vallas de seguridad que habían colocado para contener a la gente rechinaban bajo la fuerza de los chicos y chicas que me suplicaban un autógrafo. Pronto lo único que vi fueron flashes, posters y manos que intentaban agarrarme con mayor o menor suerte reclamando mi atención. La luz de las cámaras me cegaba momentáneamente mientras escribía una y otra vez las iniciales de mi nombre a una velocidad de infarto.

Pasados dos minutos, me hicieron cambiar de lado. Los gritos se intensificaron según me acercaba y una vez más me vi arrollado por luces, brazos y voces. No era capaz de concentrarme en una sola de las caras que me miraban, alguna de ellas con lágrimas en los ojos.

Antes de que pudiera darme cuenta, Sarah se acercó y me avisó de que ya había pasado el tiempo. Dejando a mi espalda un reguero de gritos y súplicas para que volviera, me dirigí a la pasarela del petrolero.

En algún momento que me pasó inadvertido, mi hermano, junto al director de Develstar y Emma, había llegado, y ahora estaban subiendo por delante de mí.

—No te vuelvas —me advirtió Sarah cuando hice ademán de girarme para saludar a mi público—. Que no parezca que mendigas su atención.

Otro gran consejo para la guía del famoso.

El interior del barco lo habían dispuesto como si fuera el escenario de la película. Parecía que hubiéramos entrado en un bosque que ocultaba bajo su follaje buena parte de la estructura. Había lianas colgando por el techo, enredaderas escalando las paredes y el suelo cubierto con hierba artificial. El resultado era impresionante.

Una azafata vestida de negro impoluto nos indicó el camino hasta la enorme sala de espera donde había algunos invitados picoteando de los platos que había en las mesas. Me quedé sin habla al ver a mi hermano abrazando con entusiasmo a Olivia y a David. Cuando llegué, Aarón estaba presentándole a Emma.

—¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunté acercándome para saludarlos.

Mi hermano se apartó unos pasos y se quedó mirando el suelo. A mí espalda, oí a Sarah contener una maldición.

—Aarón nos invitó —respondió Olí. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y un vestido azul oscuro que resaltaba sus, ya de por sí, considerables curvas.

—Tu hermano se ha estirado de lo lindo —añadió David saludando con la mano a mi jefa como si fueran colegas—. Nos envió dinerito fresco para los billetes y el alojamiento.

—Las entradas llegaron más tarde. ¡Estoy alucinando! —exclamó la chica echando un vistazo a su alrededor y agarrando el brazo de Emma con camaradería. Lo sorprendente fue que la otra no pareció en absoluto molesta.

—Menuda han montado aquí, ¿no? —añadió David—. Qué pasada.

En ese instante se abrió una puerta y Sophie hizo su aparición. Me disculpe y me acerque a ella para darle un largo beso en los labios.

—Estás imponente —dije cuando nos separamos.

Lucía un traje largo y rojo, y llevaba el pelo suelto, liso como una tabla, ocultando casi por completo los pendientes con forma de pluma. Los zapatos con tacón la hacían parecer tan alta como yo.

—Creo que puedo decir lo mismo de ti, Leo Serafín.

—¿Esto? —Me señalé la chaqueta—. Un trapito de nada. Pero mira lo que llevo. —Me saqué el colgante de Tonya y ella sonrió complacida—. Sabía que te gustaría.

Sophie alzó la mano y saludó a alguien a mi espalda. Supuse que era mi hermano

—¿Todavía no os habéis reconciliado? —preguntó.

—Estamos en ello…

—¡Leo! —Era Sarah quien me llamaba. Le dije a Sophie que escara y me acerqué a mi jefa—. Ya están subiendo. Prepárate para saludarlos. Seguramente vengan con fotógrafos.

No tuve que preguntar de quién hablaba.

Me giré disimuladamente hacia Aarón y sonreí para mis adentros. Me moría de ganas por ver cómo reaccionaba cuando viera a Dalila. ¿Nadie tenía una cámara a mano?

Me coloqué junto a la puerta de manera casual y aguardé hasta que oí murmullos en el recibidor. Segundos más tarde, entraron en formación Dalila Fes, Rupert Jones y el director Emilio Wright.

Dalila llevaba un intrincado vestido plateado de lentejuelas con bordados en la cintura que crecían como las ramas de un árbol hasta los tirantes. El pelo lo llevaba peinado en ondas mientras que sus ojos parecían aún más grandes por el maquillaje. Dio unos pasos por la sala, rodeada de fotógrafos y gente desconocida, antes de que mi hermano reparara en ella. A unos metros de distancia, sonreí al percibir su turbación. Olí y David se acercaron inmediatamente en formación para socorrerlo en caso de desfallecimiento.

La que debía de ser la publicista de Dalila me saludó con un asentimiento de cabeza y después llamó la atención de la chica con unos golpecitos en el hombro.

—Dalila, permíteme que te presente a…

—¡Leo Serafín! —dijo ella con acento español, y se acercó para darme dos besos. Olía a cerezas—. Encantada de verte después de tanto tiempo. He oído hablar mucho sobre ti últimamente.

—Espero que bien.

Ladeó la cabeza y giró la mano mientras respondía:

—Bueno, así, así…

—Ya sabes lo que dicen: no te creas ni la mitad.

Se rió y yo intenté ignorar a la decena de pares de ojos que nos vigilaban, atentos a nuestra conversación.

—He oído que hubo algún problema con la canción en internet, ¿no? —preguntó, y parecía sinceramente preocupada. Hice como si no supiera de qué me hablaba—. Bueno, de todos modos, aún no la he escuchado, ¡pero estoy deseando hacerlo! Me gusta mucho tu música —añadió—. Menuda casualidad que hayamos terminado los dos metidos en esto, ¿no crees?

Me reí.

—Sí, menuda casualidad.

Rupert Jones consideró que ya llevaba demasiado tiempo excluido de la conversación y se aclaró la garganta. Enseguida Dal se volvió hacia él.

—Discúlpame, Rup. ¡Qué cabeza! —Sonrió y se volvió hacia el fortachón rubio que más parecía un camarero que una superestrella con aquella pajarita—. Este es Leo Serafín, cantante de Play Serafín, como ya sabes, y alumno de mi colegio en Madrid. Leo, te presento a Rupert Jones.

—Encantado —dije estrechándole la mano. Si no fuera porque lo veía absurdo, juraría que el chico hizo más fuerza de la necesaria sin dejar de sonreír. ¿Estaba marcando territorio? ¿Qué sería lo siguiente?, ¿mear a su alrededor?

—Lo mismo digo —contestó él.

—¡Cuánto talento joven reunido! —exclamó la publicista de Dalila forzando una sonrisa—. Ahora, si os parece, pasaremos a la sala de al lado para el photocall y después a la rueda de prensa. Tenéis cinco minutos.

Asentí antes de que la mujer volviera a dejarnos solos.

—Voy a hablar con ella y el productor —me susurró Sarah a la espalda—. No hagas ninguna tontería.

—No, señora —respondí.

Los tres nos quedamos sonriendo como pazguatos, con nuestras escoltas a unos pasos y sin saber muy bien qué decir hasta que llamé a Sophie para que se acercara. Tras los saludos y las presentaciones de rigor, dije:

—Tengo que confesar que yo tampoco he visto la película.

—Claro, todavía no se ha estrenado —respondió Rup con desdén.

—¡Y yo que juraría haberla encontrado pirateada en la red! —comenté. Su cara de terror no tuvo precio—. Es broma. Seguro que está escondida en una caja fuerte y custodiada por un perro de tres cabezas.

Dalila soltó una carcajada, Sophie puso los ojos en blanco, divertida, y Rup alzó la comisura de los labios.

—¿Y qué tal todo? —preguntó Dal luchando por acabar con aquella situación tan incómoda.

—Pues muy bien. Trabajando mucho, como tú. De promoción y viajes. Acabo de volver de Los Ángeles.

—Y de tirarte a alguna… —masculló su compi camuflando sus palabras con una tos.

—¿Cómo has dicho? —le pregunté con tono gélido. Sophie me apretó el brazo para recordarme que estaba allí y que no merecía la pena.

—¿Y tu hermano? —intervino Dalila conciliadora. Aunque en seguida bajó la mirada, gesto que interpreté como un ataque de merecida vergüenza—. Hace mucho que no lo veo. ¿Le va bien?

En un principio no supe cómo reaccionar. Era tan surrealista que me encontrara enfrente de la chica que, en parte, había provocado todo aquello que tenía la sensación de que podría desaparecer en cuanto apartase la vista.

—¿Mi hermano? ¿Aarón?

—No sabía que tuvieras otro —bromeó ella con una risa nerviosa.

—Pues, de hecho… ¡está aquí! —dije, y señalé al otro lado de la sala como un prestidigitador que hiciera aparecer un conejo de su chistera.

La chica se puso pálida durante un instante antes de volverse con una temblorosa sonrisa en sus labios pintados.

Le hice señas a Aarón, que no nos había quitado ojo en todo ese rato. Igual que si llevara cadenas con bolas de hierro en los pies, se fue acercando junto con Emma. A mi lado, sentí cómo Rup se tensaba.

Sus labios formaron una sonrisa difícil de descifrar cuando llegó hasta nosotros, y yo deduje que lo que le faltaban, después de todo, eran clases urgentes de cómo cortejar a una dama.

—Hola, Dal… —dijo él.

—¿Qué tal? —preguntó ella. Toda la confianza que había irradiado hasta ese momento parecía haberse esfumado por la ventilación del barco.

—Bien, bien —contestó él sin variar un ápice su expresión.

—Bueno, dos besos, ¿no? —sugirió ella.

No espetó a su respuesta. Se acercó a mi hermano y le plantó dos besos en las mejillas. Después se volvió hacia Emma para presentarse y la otra estuvo a punto de petrificarla allí mismo con una de sus miradas de desprecio. Si Dalila se percató, no lo demostró.

Los cinco, con Sophie todavía agarrada de mi brazo, nos quedados en silencio, hasta que, una vez más, Rup tosió para llamar la atención de su compañera.

—¡Ay! —exclamé yo—. Disculpa, Rup. Aarón, te presento a Rupert Jones. Él es mi hermano Aarón y ella Emma Davies, una amiga. —La cara de odio del actor al escuchar el diminutivo de su nombre en mis labios fue insuperable.

Mi hermano le dio la mano y después siguió contemplando a Dalila como si fuera una nueva especie inclasificable. Por suerte, la intervención de Olí y David no se hizo esperar.

—¡Dal! —exclamó la primera estampándole dos besos a la muchacha. El gesto de susto que se llevó la diva quedaría inmortalizado en mi memoria para el resto de mis días. En serio, ¿dónde estaba la dichosa cámara de fotos cuando la necesitaba?

—¿Q… qué hacéis vosotros aquí? —preguntó la actriz intentando aparentar tranquilidad.

—Aarón nos ha invitado —respondió David. Después se volvió hacia Rupert y le guiñó un ojo mientras le daba la mano—. ¿Qué tal?

—Pues… bien. Con mucho ajetreo, ya sabes.

Olí asintió sin dejar de mostrar los dientes.

—¡Estoy deseando ver la peli! Soy tan fan de la historia… ¡que no me creo que esté hoy aquí!

Me mordí el labio para no soltar una carcajada. Como alguien no le dijera nada, fijo que nos terminaban echando.

Dal, haciendo gala de unos aires de aristócrata bastante cuestionables, paseaba la mirada de un extremo a otro de la sala como si no tuviera delante a su ex, al mismo que había dejado sin una mísera palabra de consolación.

Fue entonces cuando la vena de hermano mayor se disparó dentro de mí.

—Pues Aarón ha estado intentando contactar contigo… —dije como de pasada.

El interpelado me fulminó con la mirada.

—Ah, ¿sí? —respondió ella abriendo los ojos—. La verdad es que hemos estado bastante… ocupados.

—Ya me imagino. Porque, dime una cosa, supongo que internet tampoco tendrías…

—Pues… sí, internet sí que tenía.

—Leo… —me advirtió Aarón con la voz ronca.

—No, lo digo porque como estuvo mandándote e-mails, ¿verdad? —Me volví hacia él—. Parecía que la cuenta había sido desactivada. ¿Tuviste problemas o algo?

Ella cada vez parecía más incómoda. Los demás guardaban silencio.

—Sí, tuve que cambiarla. Se… filtró, ya sabes.

—Ya… —Chasqueé la lengua—. Una lástima, la verdad. A mí me pasó algo parecido, aunque lo solucioné rápido. Pero, oye, ¡al menos os habéis encontrado aquí! Esto sí que es una suerte. Ahora podréis intercambiaros los nuevos teléfonos y correos, ¿no?

Solo me hizo falta la décima de segundo que Dalila tardó en recomponer el gesto para darme cuenta de que no se merecía a mi hermano. En cuanto escondió su sorpresa, desgana e indignación tras aquella deliciosa sonrisa, supe que todo en ella era impostado.

Y que a Emma le había hecho tan poca gracia mi comentario como a Aarón.

Quería haber seguido tirando de la madeja hasta desmontarla por completo, pero entonces Sarah y la otra mujer se acercaron a nosotros y nos informaron de que debíamos prepararnos para las fotos.

—Primero saldrá Leo, después Emilio y luego vosotros dos. Rupert, tu adelante.

Todos asentimos, yo sin apartar la mirada de Dalila, y Aarón contemplando el techo, rojo como un tomate. Sus fosas nasales se abrían y se cerraban descontroladas.

—Pues vamos. —Sarah dio una palmada y todos nos pusimos en marcha.

Cuando pasé junto a mi hermano le dije:

—Esta tía es idiota. Espero que no la quieras más que para echar un polvo…

Por sorpresa, Emma me dedicó una mirada cargada de furia y salió atropelladamente al exterior. Mi hermano apretó los puños con ganas de golpearme antes de seguirla. La señora Coen me llamo con un grito.

Suspirando me palpé el icosaedro del pecho, le di un rápido beso a Sophie al pasar por su lado y me preparé para la tormenta de flashes que me esperaba al otro lado de la puerta.