Aaron1

The whole world is moving and

I’m standing still.

The Weepies, «World Spms Madly On».

EL tema musical de Castorfa se había filtrado. Aquella mañana, cuando me levanté, Haru me dio la noticia del desastre. Todo internet vibraba al compás de la canción más esperada del año, y lo peor de todo era que no se trataba de la versión definitiva, sino de una previa sin apenas arreglos. Quise avisar a Leo, pero no le vi llegar por la noche y tampoco sabía qué andaría haciendo en esos momentos.

Tras jurarle al señor Zao que no tenía nada que ver con aquello (por si mi cara de alucinación no era suficiente), me dijo que me podía ir, que él intentaría arreglar el desastre.

Deambulé por los pasillos del edificio conmocionado. Las manos me temblaban y sentía sudores fríos por la espalda. ¿Qué había podido suceder? Sabía lo que suponía un error como aquel. No se trataba de una cosa sin importancia que solo afectara a mi hermano, o, en el peor de los casos, a Develstar. No, también estaba implicada la Productora de la película. La misma que había invertido una millonada en la promoción de Play y del propio tema.

Pero ¿de dónde había salido el archivo? Que yo supiera, las versiones solo se guardaban en el ordenador principal de Haru. Bueno, y en mi móvil. Pero yo no había…

Me detuve en seco con el nombre del único posible culpable escrito con luces de neón en mi cabeza.

—Leo…

Al pronunciarlo en voz alta supe que no me equivocaba. Que mi hermano había vuelto a liarla, y esta vez su error había terminado con la canción más importante de mi vida colgada en internet sin consentimiento. Estábamos muertos.

No dudé un instante en lo que tenía que hacer. El director era el único que podía solucionar el malentendido, así que me dirigí a su despacho dispuesto a explicarle la situación y rogar clemencia. ¿Cómo me las apañaba siempre para terminar pagando los platos rotos de mi hermano mayor?

Cuando llegué a su puerta quise llamar con los nudillos, pero una voz de mujer al otro lado me hizo suponer que el director estaba reunido. Preocupado por estar cometiendo una falta grave, quise separarme, pero en ese momento oí el nombre de Leo y no pude contener las ganas de pegar la oreja.

—Te lo advertí —decía la voz de la señora Coen—. Debimos tomar medidas mucho antes. Ahora el chico está descontrolado, ¡quién sabe qué más puede hacer!

—Sarah, cálmate. Ha filtrado la canción, de acuerdo. Pero esa no es la razón por la que nos encontramos aquí —le respondió el señor Gladstone calmado. Respiré más tranquilo al ver que ya estaban al corriente del asunto y que no parecía tan terrible como había imaginado—. Hemos alargado demasiado esta pantomima, cierto, pero no podemos perder los estribos ahora o nos estallará en las manos.

—¿Y qué sugieres entonces, que esperemos hasta la próxima que haga Leo para hablar con Aarón?

Fruncí el ceño, ¿qué tenían que hablar conmigo? ¡Yo no había hecho nada!

—No, pero sí que lo hagamos con tacto. Si algo han demostrado es que están más unidos de lo que parecía en un primer momento, cosa que nos viene de perlas. —Guardó silencio y me pegué más a la pared, cada vez más preocupado—. Después de los últimos incidentes, es evidente que Leo no puede, ni debe, seguir a la cabeza de Play Serafín.

—Ni a la cabeza ni en el pelotón de cola —rezongo la mujer. Podía imaginarme la estudiándose su perfecta manicura con un rictus de asco.

—No seas tan dramática, Sarah —le reprocho el señor Gladstone— No tenemos de que quejarnos: apenas hemos tenido que hacer nada para que leo nos coloque en esa situación. ¡El solo nos ha entregado su cabeza en bandeja!

Comenzaba a marearme. Era evidente que desde que llegamos esas personas habían estado jugando a un doble juego del que no nos habían hablado y que, de algún modo, me colocaba a mí en el centro del tablero.

—Por el momento, y hasta que necesitemos que se mantengan lejos de las apariciones en los medios. Necesitamos que se mantengan lejos de las cámaras —añadió el director.

—Habrá preguntas. En realidad, no deja de hacer preguntas. Durante la gira me vuelve loca, ¡y solo ha durado una semana!

Muy a mi pesar, sonreí ante el comentario. Ese era mi hermano.

—Y Aarón también querrá saber —apuntó la señora Coen.

—Que pregunte. En cuanto se haga pública oficialmente la canción de Castorfa, podremos terminar con esta farsa y presentar a Aarón como el verdadero artífice de Play Serafín.

Ambos guardaron silencio y yo me deslicé hasta el suelo con la espalda pegada a la pared. ¿Iba a ser presentado como el cantante de Play Serafín? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¡Yo no valía para aquello!

—El chico odia las cámaras y ser objeto de la atención —le recordó la señora Coen a su jefe.

—El chico no sabe lo que quiere —le espetó él, y yo me alejé unos centímetros, como si me hubieran pegado un bofetón—. En cuanto le mostremos todas las ventajas, se rendirá al nuevo contrato y le dará una patada a su hermano, como el resto del mundo. Además, no le quedará otra opción.

La situación me parecía tan surrealista que me imaginé como un espectador que estuviera viendo una película; aquello no podía estar pasándome a mí.

—Pues si ya hemos terminado, debería ir a ver cómo están —sugirió Sarah—. Habrá que suspender la sesión de fotos de mañana…

El terror paralizó mis piernas y, para cuando digerí sus palabras, ya era tarde. La puerta se abrió en el momento en el que yo me incorporaba.

—Aarón… —Era Sarah. Enseguida se asomó el señor Gladstone—. ¿Qué haces aquí?

—E… estaba… quería… —No supe cómo continuar la frase.

—Será mejor que entres —sugirió el director con un claro tono de orden.

Obedecí sin ser consciente de nada y pasé al despacho.

—No te esperábamos —dijo él—. ¿Qué hacías ahí fuera?

—Tenía que hablar con usted de… no importa —respondí con los ojos puestos en la moqueta.

—Sería absurdo suponer que no has escuchado parte de nuestra conversación. Por favor, toma asiento.

Yo tampoco me esforcé en negarlo. Todo mi cuerpo reflejaba lo contrario como si lo llevara escrito en la frente.

—No era así como queríamos que te enterases, pero la situación sigue siendo la misma.

—Queréis echar a Leo —solté sin poder aguantarme.

—No, queremos salvar a Play Serafín, y el único modo de lograrlo ahora mismo es apartando a tu hermano y dejando que tú salgas a la luz. —Me costaba respirar. Tenía los dientes apretados y los ojos todavía clavados en el suelo—. Tú eres el alma del grupo, Aarón —prosiguió el jefe—. Tus canciones son el motor de este proyecto y lo que motiva a la gente a seguir a Leo.

—Pero mi hermano…

—Leo ha sido un magnífico impulsor de la imagen de Play Serafín —me interrumpió—, eso no lo discute nadie. Es guapo y ha sabido hacerse con el público, pero los dos somos conscientes de que la fama se le ha subido a la cabeza y de que se ha vuelto inestable. Como imagino que ya sabes, tu hermano ha filtrado el tema de Castorfa y la productora ha demandado a Develstar por incumplimiento de contrato. Las pérdidas serán considerables. Y todo por culpa de tu hermano. —Tomó aire y añadió—: Tú, por el contrario, has demostrado tener la suficiente sangre fría para trabajar, aprender y mejorar. Necesitamos que te quedes, Aarón.

¿Me lo estaba suplicando? ¿Acaso no entendía que si yo estaba allí era por Leo? ¿Que no me habría atrevido a dar aquel primer concierto en Madrid, ni mucho menos a subir mis vídeos en YouTube, si no hubiera sido por el empeño de mi hermano? Si él se marchaba, ¿qué sentido tenía todo?

—Sé que puede parecer complicado, pero no lo será —continuó él—. Cuando la gente descubra que en realidad eres tú quien canta y expliquemos las razones por las que te dejaste convencer, lo entenderán y podremos dar un nuevo impulso al grupo.

—No sé cómo…

—Tú confía en nosotros —intervino Sarah sentándose a mi lado. Casi había olvidado que también se encontraba allí—. Pronto serás capaz de moverte por un escenario con la misma soltura que Leo. Tu música te abrirá todas las puertas que tu timidez pueda cerrarte. Lo he visto en numerosos artistas. Tienes el potencial que se necesita.

Eso también lo dijeron de Leo en su momento. ¿Y por qué daba por hecho que no sería capaz de moverme como mi hermano por un escenario? ¿Acaso no querer era sinónimo de ser incapaz?

—¿Y bien, Aarón? —insistió el director—. ¿Contamos contigo?

—¿Qué opciones me quedan? —pregunté obligándome a controlar el tono.

—Sinceramente, pocas —contestó Sarah—. Según vuestro contrato, todavía debéis permanecer diecinueve meses con nosotros.

—De este modo, tu hermano podrá rehacer su vida lejos de las cámaras y tú podrás tener una carrera en el mundo de la música, como sabemos que siempre has soñado.

¿Qué sabía esa gente de mis sueños? ¿Qué sabían ellos de mi o de nadie que no tuviera que ver con las ganancias de su empresa?

—Tendré que pensármelo…

La señora Coen quiso añadir algo más, pero el señor Gladstone se le delató con una mirada que no supe descifrar y dijo:

—Lo comprendemos. Por eso tienes hasta la noche de la première.

Al día siguiente haremos pública la verdad.

—Si es que digo que sí… —añadí.

Ellos me miraron con cierta condescendencia sin añadir nada. Dio por concluida la inesperada reunión y me puse en pie. Cuando iba a salir, el señor Gladstone pronunció mi nombre una última vez.

—Siento que hayas tenido que enterarte de este modo —dijo—. Tampoco es plato de buen gusto para nosotros.

Con un nudo en la garganta y la mente en blanco, abandoné el despacho sin saber cómo enfrentarme a aquella situación, al mundo o a mi propio hermano.

Aaron

Leo llegó de su sesión en el gimnasio una hora más tarde. En cuanto me vio, se puso a relatarme cómo había ido la gira por la costa Oeste.

—¡Fue increíble! —exclamó Leo—. Estaba a rebosar, y la prensa no dejaba de pedir más fotos, más entrevistas, más de todo.

A pesar de su evidente entusiasmo, me veía incapaz de fingir la más mínima alegría cuando todo se estaba desmoronando por su culpa.

—Mira que empezaba a estar harto de todo —siguió diciendo—, pero el concierto en Los Ángeles fue tan alucinante que me cargó de nuevo las pilas.

Le miré escéptico y alcé una ceja.

—¿Por eso filtraste la canción de Castorfa? —le solté de repente—. ¿Por qué estabas harto?

—Yo no… —Leo interrumpió su discurso y me miró asustado—, ¿qué…? ¿Quién te ha dicho eso?

—¿Qué más da? No intentes negarlo. —Le amenacé con el dedo y alcé la voz—. ¿En qué estabas pensando?

Mi hermano pareció dudar antes de confesar la verdad.

—No estaba pensando en nada, ¿de acuerdo? —Ya no quedaba ni rastro de su buen humor—. Quería demostrarles que aquí todos tenemos cosas que perder y que no pueden seguir vapuleándome como les dé la gana. Espero que les haya quedado claro.

Le miré con incredulidad. ¿Cómo podía ser tan tonto? ¿Cómo podía engañarse de ese modo y a esos niveles?

—De todas las estupideces que has hecho en tu vida —dije sin embargo—, esta se lleva la palma. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Se te ha olvidado que los dos estamos en el mismo barco?

O tal vez ya no…

—Fue un pronto. Lo hice y ya está. A veces hay que dejarse llevar y no pensar tanto todo… —explicó, y asintió como para darme una lección—. ¡Bah! ¿Qué es lo peor que pueden hacerme? ¿Castigarme sin salir? ¿Reducirme el sueldo? Por favor, si ahora mismo nuestras cuentas bancarias están echando humo.

Tuve que morderme la lengua para no soltarle allí mismo que estaban pensando en despedirle, que sus días como cantante de Play Serafín habían acabado y que yo tomaría el relevo.

Pero no lo hice.

No podía. Antes quería estar seguro de lo que haría. Eran tantos los pros y los contras que había que tener en cuenta que el mero hecho de valorarlo me mermaba las fuerzas. Además, si mi hermano no me había tenido en cuenta para dar un escarmiento a Develstar, ¿por qué iba a tenerlo yo ahora? me limité a apartar la mirada.

—Te estoy hablando —insistió—. Di, ¿qué es lo peor que pueden hacernos?

Se le notaba cabreado, pero yo lo estaba aún más. Opté por seguir ignorándole.

—¡Que no pases de mí! —exclamó, y me lanzó un cojín a la cabeza

—¿Te importa dejarme en paz? —le espeté.

Por respuesta, me lanzó una revista que había sobre la mesa, y esta sí que me hizo daño en el cuello.

—¡Joder, Leo! —repliqué levantándome.

—¿Adónde vas? ¿Tanto te ha molestado lo de la canción? ¡Vale! Lo siento, es culpa mía. Me dejé llevar, ¿contento? ¿O es que te preocupa algo más?

Me di la vuelta con el dedo en alto para responderle, pero en cuanto vi su mirada socarrona se me quitaron las ganas.

—¿Es por Dalila?

—¿Cómo?

—Que si estás así por Dalila… —repitió, su preocupación anterior oculta bajo una nueva capa de cinismo—. ¿O ha ocurrido algo durante mi ausencia que no me hayas dicho?

—Se te va la olla… —mascullé mientras negaba despacio con la cabeza.

—O sea, que sí ha pasado algo —insistió Leo—. ¿Te has liado con Emma? Chico, no paras.

—¿Te importa callarte de una vez? —Esta vez se lo dije casi gritando. Él pareció dudar unos segundos, pero volvió a la carga.

—Déjame que le pregunte a Tonya a ver cómo lo ve ella.

Se fue hasta la silla de donde colgaba su cazadora y sacó la dichosa bola 8. Yo le miré de hito en hito.

—Tonya, Tonya, dime, ¿existe algo entre mi hermano y Emma? —La movió y después leyó—: ¡Sí! Una respuesta clara y directa como pocas.

Tomé aire por la nariz y cerré los ojos para intentar calmarme.

—Y dime, Tonya —prosiguió él—, ¿ese algo que existe se puede considerar… amor?

Me acerqué a él y lo fulminé con la mirada.

—¿Por qué no dejas de una vez de hacer el gilipollas?

Pasó de mí y comprobó la respuesta de la bola.

—¡Parece que sí! Fíjate qué suerte. Tonya está bastante segura de que sois más que amigos. Si me lo preguntas, te diré que yo también, para qué negarlo.

Di un puñetazo a la pared y le ordené que me diera la bola. Leo saltó del sofá y se colocó frente a mí.

—No he terminado. Tonya, una pregunta más, ¿acabará Aarón con el corazón destrozado?

—¡Dámela! —grité abalanzándome sobre él.

Mi hermano me esquivó dándome un empujón y corrió hasta el otro extremo del salón, pero yo no me quedé quieto y lo perseguí. Se cubrió con la mesa, pero la aparté arrastrándola por el suelo. Colocó varias sillas entre nosotros mientras se reía.

—Pues sí que te preocupa la respuesta a esta pregunta, ¿no?

—Te voy a matar —dije.

A mamá no le haría ninguna gracia. Y a mis fans tampoco.

Volví a arremeter contra él, y esta vez advertí qué camino tomaría para escapar y le corté el paso. Lo agarré del brazo y le arranqué la bola 8 de la mano. Antes de que pudiera hacer nada, la lancé con todas mis fuerzas contra el suelo.

—¡No!

El plástico se partió en dos con un ruido sordo y por el agujero donde aparecían las respuestas comenzó a filtrarse un líquido azul oscuro casi negro que fue dejando un charco sobre el suelo de la habitación. Los dos nos quedamos mirándolo hipnotizados.

Mi pecho subía y bajaba desbocado. Miré a mi hermano y vi que tenía la mandíbula más marcada de lo normal, como si estuviera haciendo esfuerzos para no gritar. Tomé aire e intenté controlar el genio que me había poseído segundos antes. No era eso lo que buscaba.

—Leo…

—Cierra la boca.

—Perdóname. No quería…

—¡Que te calles! —Me dio un empujón y a punto estuve de caerme al suelo—. Lárgate y no vuelvas a dirigirme la palabra.

Quise insistir, pero comprendí que en ese momento no serviría de nada. Hecho polvo, como si acabara de correr una maratón, me dirigía puerta.

—Lo siento —musité.

Leo se puso de rodillas y comenzó a recoger el cadáver de Tonya sin dirigirme ni una mirada.

Me di la vuelta y salí al pasillo sin saber adónde ir cuando, al fondo vi a Emma a punto de tomar el ascensor.

—¡Emma! —la llamé.

Ella se volvió y frunció el ceño en un gesto que no supe interpretar. Me acerqué a paso rápido dispuesto a aclarar lo que estuviera ocurriendo allí. Ya tenía suficientes frentes abiertos y debía ir cerrando algunos.

—¿Podemos hablar un momento? —le pedí.

Se colocó la carpeta que llevaba sobre el pecho y alzó una ceja.

—¿Qué quieres, Aarón? Tengo trabajo —me espetó. La miré sin entender a qué venía esa actitud.

—¿Ha pasado… algo? —pregunté.

—No lo sé. Quizá deberías hablar con Leo.

La canción. Supuse que acababa de enterarse del brillante plan de mi hermano para vengarse de Develstar. Me relajé un poco al ver que la cosa no iba conmigo.

—No es que Leo haya tenido nunca muchas luces… —dije intentando sonar conciliador.

—No, pero creía que sí. Después de todo este tiempo, todavía seguís comportándoos como unos críos, sin comprender los riesgos…

—¡Para el carro un momento! —repliqué yo alzando las manos—. ¿Cuándo te han ascendido para echarme semejante bronca? ¡No tenía ni idea de lo que pensaba hacer!

—Ah, ¿no? ¿Y quién le pasó la canción entonces?

—¡Yo! Pero no creí que… —Me interrumpí, y pensé que no tenía por qué darle explicaciones—. A lo mejor si no estuvierais todos obsesionados con controlarnos como si fuéramos criminales, Leo no habría reaccionado así.

—¿Como criminales? —repitió ella con sarcasmo—. Por favor, ¡eres un exagerado!

Me habría encantado decirle lo exagerado que era ahora que el señor Gladstone pensaba echar a Leo y ponerme a mí en su lugar, pero temía complicarlo más si se lo revelaba a un tercero. Además, había otros temas que quería tratar con ella antes.

—¿Y qué me dices de ti? —pregunté—. ¿Cuándo vas a volver a ser normal conmigo? ¿Cuándo vas a perdonarme por lo que quiera que te haya hecho?

—¿De qué…?

—Ahora no te hagas la tonta, por favor —la interrumpí—. ¡Esta está siendo nuestra conversación más larga desde hace días! ¿Me quieres hacer creer que no te has dado cuenta? Me ignoras, me evitas y ni siquiera me saludas si no es estrictamente necesario.

Emma comenzó a sonrojarse violentamente.

—No tengo por qué aguantar esto —dijo en un tono de voz tan bajo que se rompió antes de llegar a pronunciar la frase completa.

Me acerqué a ella unos pasos tratando de controlar mi rabia.

—¿He hecho algo malo? —pregunté serio—. Porque si es así, te juro que no ha sido intencionadamente.

Ella bajó la mirada y apretó los labios en un claro esfuerzo por no llorar.

—Si no quieres que vuelva a dirigirte la palabra… dímelo —mascullé—. Pero al menos dame una explicación razonable para que pueda entender tu decisión.

Emma tomó aire y me miró a los ojos. Sentí que el corazón se me encogía. Los últimos días habían sido un calvario, pero ninguno ha tenido la entereza de comenzar aquella conversación. Ahora va estaba concluyendo, me aterraba el resultado.

—Creo que debería marcharme… —dijo Emma echándose el pelo hacia atrás con la mano. Una vez más, sus ojos estaban puestos en el suelo.

Sin embargo, cuando fue a dar un paso hacia el ascensor, la agarré del hombro e intenté hilar con coherencia las palabras que se enredaban en mi lengua. Sabía lo que tenía que decirle, lo que necesitaba oír, pero fui incapaz. Era como si los pulmones se me hubieran llenado de humo. Un humo tan espeso que no me dejaba respirar y que me impedía concentrarme en nada que no fuera ella.

Por primera vez en mi vida, en lugar de componer una canción, sentí un sudor frío y húmedo recorriéndome la espalda y la palma de la mano que estaba tocando el hombro de Emma. Entonces me fijé en su mirada. En sus ojos aguardando las palabras que ambos sabíamos que debía articular… y todo dejó de ser importante, medible, sopesable y complicado. Me dejé llevar por la improvisación.

Acaricié su cuello y la atraje hacia mí. Ambos cerramos los ojos y nuestros labios se encontraron. Nuestra piel, nuestras lenguas, se enredaron en una melodía nueva que ambos reconocimos como nuestra. El resto de los sonidos se apagaron. Mis dedos jugaban entre sus cabellos mientras ella recorría mi cintura y mi espalda con sus manos provocándome descargas con cada caricia. No podía creer que hubiéramos tardado tanto en llegar a esa situación, pero ahora no quería que terminara.

Sin embargo, el cosmos, una vez más, hizo oídos sordos de mi deseo y el timbre de su teléfono móvil nos hizo dar un respingo a los dos, como un despertador o la campana de final de asalto… o el aviso de una explosión inminente. Emma se aclaró la voz antes de descolgar.

—¿Sí? Ya voy. Me he… entretenido —Me miró de soslayo sonrojada—. De acuerdo… —añadió, y guardó el aparato en el bolsillo—. Era Sarah. Me tengo que ir.

Asentí absorto, todavía con la mente en aquel beso y el cosquilleo fantasma de sus labios sobre los míos. El ascensor llegó en ese momento, pero antes de entrar se volvió y me dijo:

—Lo que acaba de ocurrir… —miró al suelo unos instantes antes de alzar la mirada de nuevo— preferiría que lo mantuviéramos en secreto. Al menos por el momento.

En otras circunstancias, con otra chica, quizá habría preguntado por qué, pero no con Emma. ¿Guardar aquel secreto? Sería como en las novelas: un amor secreto, prohibido, peligroso… Me sonó hasta bien. Sonreí extasiado y le dije que sí.