Your faih walkes on broken glass
And the hangover doesnt pass
Notbings ever built to last
You’re in ruins.
Green Day, «21Guns».
Y, cuéntanos, ¿cómo lo llevas Sophie? —Ay, la leche…— mascullé atragantándome con la barrita de cereales que me estaba tomando.
Llevaba toda la mañana encerrado en el estudio con Haru, pero le había pedido diez minutos libre para desconectar un poco y poder ver la entrevista de Leo. Había avisado también a Emma y los dos nos encontrábamos en el sofá del estudio mirando la pantalla plana con las bocas abiertas.
—¿Quién es Sophie? —preguntó ella, pero la mande callar.
—No sé de qué me hablas —respondió mi hermano tras unos segundos de silencio. Sus ojos parecían buscar a alguien entre el público. A Sophie, supuse.
—¿No sabes quién es Sophie? —insistió el presentador. Parecía una versión marciana de Maxi Tenor—. Tú amiga Sophie. Parece que tuviste una relación muy estrecha hasta que te hiciste famoso, después se descubrió que estabas jugando a dos bandas…
—¿Qué? —preguntamos Leo y yo al unísono. Me volví hacia Emma—. ¿No hay modo de parar esto? ¡Está mintiendo!
Ella cogió su teléfono móvil para llamar a Sarah, pero se contuvo.
—No quiero ponerla más nerviosa. Ahora mismo lo único que podemos hacer es rezar por que tu hermano salga lo más airoso posible de la entrevista de ese capullo.
—¿Sigues sin acordarte? —Insistió Audrey Leymann—. Pues aquí tenemos unas imágenes que nos han llegado esta misma mañana para refrescarte la memoria.
Y así fue como vi por primera vez a la chica que le había robado el corazón a mi hermano. Piel de ébano, ojos grandes, sonrisa preciosa y pelo peinado en trenzas. Posaba para Leo en una foto que claramente no debería haber salido del disco duro de ninguno de ellos.
—Al menos van vestidos. —Masculló Emma sin un ápice de emoción.
—Ah Sophie… —dijo mi hermano entonces. Su nuez subía y bajaba en su garganta casi con espasmos. Ni en presencia de mi padre le había visto tan pálido.
—Sí, Sophie. La misma a la que, según fuentes cercanas, dejaste por su compañera de piso a la primera de cambio. ¿Te vas acordando ya?
—Bueno, ella y yo salimos hace tiempo —respondió mi hermano, con la mirada todavía vagando de un lado a otro, como si no estuviera seguro de qué responder—. Hacía meses que no la veía. Todo lo que ocurrió fue un malentendido y… —Abrió los ojos, como si estuviera recibiendo indicaciones desde fuera y bajó la mirada antes de añadir—: Espero que le vaya muy bien.
El público soltó un estúpido abucheo que yo supuse consecuencia de algún cartel que se lo ordenaba.
—¿No crees que tu recién estrenada popularidad puede conseguir que volváis a reuniros? ¿Le pedirías perdón?
Mi hermano lo fulminó con la mirada.
—Estos temas los hablaría con ella, no con un desconocido.
—Oh, oh… —Emma se acurrucó agarrándose las rodillas con los brazos—. Esto va a acabar mal.
—Vamos, Leo, si aquí todos somos amigos. Seguro que ya estás con otra, ¿a que sí, Casanova? —El presentador fue a cucarle con camaradería, pero Leo aparto el brazo y lo miro con repugnancia.
—Repito que no creo que sea este el…
Audrey levantó la mano pidiendo un segundo y se llevó la otra al pinganillo de la oreja.
—Parece que nuestros compañeros de actualidad nos piden paso para dar una noticia de última hora. —Se volvió hacia Leo, que lo miraba extrañado—. Es una pena tener que dejar aquí esta entrevista tan interesante, Leo, pero ha sido un placer. —Se giró hacia la cámara—. ¡No lo olviden, amigos, Leo Serafín, la estrella que está dando de qué hablar! Lo descubrieron aquí primero, en el Show de Audrey Leymann.
Apagué la televisión con el mando y me quedé observando la pantalla negra.
—¿Estamos metidos en un lio? —pregunté con los ojos puestos en el reflejo de Emma.
—No creo. Seguro que Sarah comprende que la situación… se le ha ido de las manos.
—¡Espero que lo demanden! —exclamé yo—. ¡Esto ha sido una encerrona! Una sucia treta para ganar audiencia.
—Bienvenido al mundo de la televisión…
Se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—¿Te vas ya? —pregunté. Enseguida me di cuenta de lo patético que había sonado.
—Tengo trabajo que hacer y tú también, ¿recuerdas? ¿Castorfa?, ¿te suena de algo?
La losa de la responsabilidad me cayó encima con todo su peso.
—Todavía no me lo creo… —dije.
—¿El qué? ¿Qué tu canción vaya a ser reconocida y traducida mundialmente o que vayas a estar un poco más cerca de Dalila Fes?
Su nombre seguía dejándome un regusto amargo y todavía no sabía si me agradaba o no.
—Supongo que ambas cosas.
Emma asintió con una sonrisa y se apartó el pelo detrás de la oreja.
—Seguro que lo haces muy bien. Quiero escuchar lo que compones.
—¿De verdad?
—Claro. ¿No sabes que soy fan de Play Serafín? —Y diciendo esto, salió por la puerta.
El señor Haru dio unos golpecitos en el cristal de la sala de grabación. Como si tuviera la cabeza para letras y acordes…
Una hora más tarde, me encamine al restaurante. Como Leo todavía no había llegado y no sabía cuánto tardaría en regresar, decidí empezar a comer solo. El camarero me coloco en la misma mesa apartada que cuando vino a visitarnos nuestro padre. En ese momento vi entrar a Emma y le hice un gesto para que me acompañase.
—¿Sabes si ha vuelto Leo? —pregunte después de que eligiéramos la comida.
—Vienen para acá… y te recomiendo no cruzarte en su camino. Por tu bien.
La mire con preocupación y me puse a tamborilear los dedos sobre la mesa deseando que nuestro padre no llegara a ver la grabación. Sería la prueba que necesitaba para confirmar lo peligroso que estaba volviéndose todo aquello.
—No te preocupes, tu familia siempre estará de vuestro lado, pase a lo que pase —dijo Emma sin motivo.
La mire con absoluta fascinación.
—¿Cómo sabes que estaba pensando en ellos? De verdad que cada día te tengo más miedo.
Se rio y sacudió su pelo como en un anuncio de la televisión.
—Ya te he dicho que tengo poderes. Más te vale estudiar oclumancia si no quieres que lea tus pensamientos con tanta facilidad.
—Uff… se me habían olvidado tus raíces frikis.
—¿Friki yo? Me gusta considerarme una persona con intereses muy eclécticos. Además, es evidente que si yo apareciera en televisión y sufriera una situación como la de Leo, lo que más me preocuparía seria lo que pensarían mis padres.
El camarero trajo el agua.
—Y a propósito, ¿qué tal fue la cena?
Me encogí de hombros.
—En el fondo no estuvo tan mal. Al menos cuando se fue Leo pude hablar con mi padre a solas y fue bastante agradable.
—Eso está bien. Es importante hablar las cosas antes de que sean demasiado espinosas para tratarlas.
—Vuelves a hablar como una psicóloga.
—Hablo como alguien que ha pasado por ello, que es diferente —comentó evitando mi mirada.
De repente parecía tan frágil como las copas de la mesa. A veces me costaba recordar que Emma, tan fuerte, tan enérgica, tan disciplinada, pudiera sufrir y sentirse tan insegura como los demás. Tuve la imperiosa necesidad de agarrarle la mano e infundirle ánimos por lo que fuera que estuviera pasando, pero justo cuando iba a hacerlo, levanto la vista y pregunto:
—¿Otra vez pensando en Dalila Fes?
Retiré la mano a tiempo y agarré mi copa en su lugar, después negué con la cabeza.
—Pensaba en… la canción de la película.
—¿Cómo la lleváis?
—Igual que el día que nos anunciaron la sorpresa —confesé. Ella asintió comprensiva—. ¿Sabes? Creí que sería más sencillo. La noche que nos lo dijeron pensé… pensé: Mira, conoces la historia, conoces la actriz que interpretará a Castofa y encima contarás con la ayuda de Haru. Será pan comido.
—Y no…
—Y no —secundé yo—. Todo lo contrario. Tengo un millón de imágenes en la cabeza, pero ni una sola nota. Y he empezado a tener pesadillas con castores.
Emma se rió con ganas y a mí me contagio las carcajadas. Antes de que nos diéramos cuenta estábamos llorando de risa y armando tal escándalo que tuvo que venir nuestro camarero a pedirnos por favor que bajáramos la voz.
Cuando nos recuperamos, todavía sin aire, dije:
—Al final terminarán echándonos.
—A mí no pueden echarme, pero a ti. —Dijo ella.
Volvió a entrarnos la risa y tuvimos que mordernos la lengua para obligarnos a parar. Me di cuenta de lo mucho que hacía que no me desternillaba con alguien, y lo mucho que lo había echado de menos.
—¡Pues la próxima vez le envías un maldito guión a él también!
Sonó un portazo y yo salí de mi habitación y me encontré a Leo echando humo por la nariz.
—¿Qué miras? —me espetó.
—Eh, conmigo no lo pagues —me defendí levantando las manos—. ¿Quieres… hablar?
—Quiero una licencia de armas, comprar una recortada y pegarle un tiro a ese gilipollas con nombre de tía.
—Te llevara tu tiempo, pero…
—Lárgate.
Se sentó en el sofá y encendió el televisor, como siempre. Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si hubiera estado corriendo una maratón, y todavía tenía restos de maquillaje en la cara. Me senté a su lado.
—¿Te han echado mucho la bronca?
Leo giró la cabeza despacio, como en una peli de terror. A lo mejor no paraba y hacía los ciento ochenta grados.
—¿Tú qué crees?
—Pero ¡no fue culpa tuya! ¿Qué podías haber dicho?
—Eso me gustaría saber. —Golpeó el sofá con el puño—. Lo que les cabrea es que no les hubiera hablado de Sophie. ¿Qué pasa? ¿Se supone que tengo que hacerles una lista con todas las tías con las que he tenido un rollo en mi vida? Pues que me de boli y cuaderno, porque necesitare varias páginas.
Puse los ojos en blanco.
—El entrevistador era asqueroso. Si hubiera sido yo, le habría partido la cara.
—Lo he hecho —respondió él encogiéndose de hombro.
—¡¿Qué?!
—Que le he asentado un puñetazo en cuanto se ha apagado la luz verde.
Su sonrisa pícara me confirmaba que no estaba mintiendo.
—Leo…
—¡Tú mismo lo has dicho! Se lo merecía.
—Sí, se lo merecía, pero esa no es razón para que lo hicieras. ¡Y menos delante del público y de las cámaras!
Mi hermano chasqueó la lengua y yo me tapé la cara.
—Ya, eso es lo que más le ha cabreado a Sarah; que es posible que alguien lo haya grabado y teme que salga en internet en las próximas horas.
Hundí la cabeza entre las manos.
—¿Cómo se te ocurre?
—¡No me des lecciones! Tú no sabes cómo habrías reaccionado. ¿Sabes que me mando una notita en plena entrevista para que dejara de hacer reír a la gente? ¿Y sabes que me ha dicho Sarah cuando la ha visto? Que si hubiera seguido su consejo, no habríamos tenido estos problemas. ¡Como si no hubieran tenido preparadas las malditas fotos desde antes de que yo llegara!
Alcé la mirada.
—¿Ya sabes quién se las ha podido pasar?
—Dios, no. Y eso es lo que más me cabrea. ¡Podría haber sido cualquiera, pero te juro que pienso averiguarlo!
—¿Y con Sophie…?
—No, no he hablado —me interrumpió—. Y, si no te importa, me gustaría dejar el interrogatorio para mañana.
—Claro. Lo siento.
Nos quedamos en silencio, él haciendo zapping de un canal a otro y yo leyendo, distraído, durante los siguientes minutos hasta que Leo ladeó la cabeza y pregunto.
—¿Y a ti como te va la dichosa cancioncita?
—Mal. No llevo nada.
—¿No? Pues hoy me he enterado de que el rodaje terminó hace un mes, aunque no lo han anunciado, y que llevan muy avanzada la posproducción, porque quieren adelantar la fecha de estreno. ¿Qué te parece?
—Que tengo ganas de vomitar.
—Eso imaginaba. Y para tu deleite, te gustará saber que el mes que viene tendré seis conciertos más, cuatro de ellos fuera de Nueva York.
Me incorpore de un salto.
—¿Seis?
—Sí. No habrá que hacerle demasiadas modificaciones, pero nos llevaría tiempo, —a continuación guardó silencio y resopló—. ¿Dónde nos hemos metido?
—Dirás, donde nos has metido.
—Y a eso súmale otras tropecientas entrevistas y sesiones de fotos.
—Con un poco de suerte, las cancelarán después de lo de hoy.
—Ja, ja…
Me atizó un calmante en el hombro y yo se lo devolví con más fuerza.
—¿Y el resto del día qué has hecho? —me preguntó estirándose cuan largo era en el sofá. Parecía que se había calmado un poco.
—Nada. He visto tu entrevista, he estado en el estudio, he comido con Emma y después he tenido clases con el tutor.
—Comida con Emma, ¿eh? —dijo él sin cambiar su gesto de enfado. Veo que ya has superado del todo lo de Dalila…
—Igual que tú lo de Sophie —repliqué yo.
En cuanto lo escuchó, Leo se puso de pie y se abalanzó sobre mí, pero yo fui más rápido, corrí hasta la puerta, escapé al pasillo y cerré de golpe la puerta antes de salir disparado.
—¡Cuando te atrape te vas a enterar! —gritó él, pero yo ya me encontraba de camino a la azotea.
Salí al exterior sin aliento y todavía con la sonrisa en los labios. Fuera ya había anochecido y solo la luz de algunos focos diseminados por el suelo iluminaba el espacio. Quizás por eso tarde un rato en advertir la silueta que se recortaba en uno de los extremos, sola y con el cabello agitándose a su alrededor.
—¿Emma? —Me acerque unos pasos. Entonces oí sus sollozos—. Emma, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?
La chica dio un respingo y se volvió asustada.
—A… Aarón, no te había visto. —Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y compuso una sonrisa rota—. Estoy bien. Es solo… el frio. Mejor me voy.
Paso a mi lado, pero antes de que se alejara la agarré del brazo.
—¿Qué ocurre? —le pregunté—. Dímelo. No sé leer tus gestos tan bien como tú los míos.
Ella se soltó de un tirón.
—Estoy bien, ¿vale? —Sus ojos brillaban enrojecidos absorbiendo la luz ambarina de nuestro alrededor—. Estoy bien —repitió en un susurro, esta vez más para ella que para mí.
Me acerqué un paso con la desesperada intención de abrazarla y consolarla, pero ella se alejó dos, y yo me quedé quieto sin saber cómo reaccionar.
La escala de una nueva canción resonó el fondo de mi cabeza.
—Lo siento, de verdad —dijo—. Lo siento mucho.
—¿Qué sientes? —pregunté—. Emma.
Pero ella solo negó con la cabeza antes de salir corriendo de vuelta al interior. Y ahí me quedé yo con el corazón encogido, las palabras ardiendo en mi lengua, deseando escapar, y el comienzo de una canción que tiempo después medio mundo corearía como el tema principal de Castorfa, la película..