Would it make feel you better to watch me while I bleed?
Demi Lovato, «Skycraper».
—HAS repasado el guión, ¿verdad? —me preguntó la señora Coen cuando entré en el coche al día siguiente.
—Un millón de veces —dije.
—Nada de sustos ni improvisaciones. Tiene que salir perfecto.
—Claro…
Hablaba de la entrevista a la que nos dirigíamos. El Show de Audrey Leymann era uno de los espacios matinales más vistos en Estados Unidos. Me habían asegurado que el tipo era encantador, aunque acostumbraba a bromear más de la cuenta (¿quién no lo haría si tuviera un nombre de muerto?). Con el cuerpo molido tras el concierto de la noche anterior, no sabía yo si iba a estar de humor para seguir las bromas de aquel desconocido. El hechizo de Castorfa había provocado que en las últimas tres semanas no hubiera parado ni un solo día de trabajar.
A las puertas del estudio de grabación nos recibieron una treintena de chicas que exhibían camisetas y cartulinas con mi nombre en ellas. No era la primera vez que veía aquello: desde el anuncio de lo de Castorfa, este tipo de situaciones se habían vuelto de lo más comunes y siempre había un puñado de fans esperándome a la entrada de cualquier lugar al que asistiera. Por suerte, Develstar seguía siendo un fuerte seguro.
Nos bajamos del coche y me acerqué a ellas con un rotulador en la mano listo para estampar mi autógrafo en papeles, cuadernos, mochilas y brazos. Hermann se mantenía a mi lado en todo momento, evitando que me aplasten, mientras Sarah fingía que teníamos muchísima prisa y que no podía quedarme fuera por mucho que lo estuviera deseando.
—Tú nunca jamás debes negarte a firmar un autógrafo o a hacerte una foto —me explicó en los primeros días que pasé con ella—. Da muy mala prensa. Limítate a hacer como que no te dejamos y ya nos encargaremos nosotros de alejarte de la gente. Es mejor que piensen que nosotros somos los malos a que crean que es cosa tuya.
La magia de la fama se perdía en cuanto estabas dentro y descubrías que todo era un truco de cuerdas y resortes.
Nos condujeron por un pasillo hasta una sala de espera. Allí todo el mundo iba con pinganillos y camisetas negras del programa.
—Entráis en diez minutos. ¿Queréis beber algo? —preguntó una chica de producción.
—Estamos bien —dijo Sarah. Hablaría por ella, porque lo que era yo…— Seguro que no me harán cantar, ¿verdad?
—Seguro. Está estipulado por contrato. Tú limítate a responder a sus preguntas con una sonrisa de oreja a oreja. No va a durar más de un cuarto de hora. Seguramente menos. Pero quiero que deslumbres al público. Saca a colación siempre que puedas el nombre del disco. Que a nadie se le pase.
—De acuerdo… —respondí. Era mi primera entrevista en directo. Sería como actuar en un teatro, solo que con unas cámaras que lo retransmitirían a nivel nacional por todo el país. Soportable.
Mientras esperábamos a que vinieran a buscarme, recapitulé los acontecimientos de la última semana e intenté repasar mentalmente todas las respuestas que debía darle al presentador. Hacía dos días había estado en otro programa, en ese caso grabado, donde había conocido a un grupo de chicos que habían decidido imitarme en sus respectivos canales de YouTube y versionar mis canciones más populares. Entre todos cantaron "PLAY" con sus diferentes voces y estilos, dando como resultado una mezcla tan eclética y original que le pregunté a Sarah si no podían grabar de manera profesional esa versión para el futuro. Me dijo que se lo pensaría. Aquel fue el mejor momento de la semana. El resto de los días me limité a posar para las diferentes marcas de las que ahora era imagen y a responder como un papagayo las mismas mentiras una y otra vez. Por suerte, el concierto del día anterior, con una acogida aún más grande que la del primero, me había levantado los ánimos que había perdido.
La puerta se abrió en ese momento y la chica de antes volvió a aparecer con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ya estamos a punto. ¿Me acompañáis?
Escuché los aplausos antes de ver las gradas donde el público se sentaba. Estaban divididas en dos, con un pasillo central que bajaba hasta el plató. Abajo, el equipo de grabación, el regidor y el resto de los asistentes controlaban que todo marchara correctamente. Frente al público había colgadas unas pantallas donde aparecían los vídeos de los que el presentador hablaba y el anuncio de "Aplausos" cuando era necesario. La adrenalina fue cargando mis nervios y el miedo escénico dio paso a la emoción de entrar en escena.
—Debería haberme tomado una tila —mascullé.
—¿Dices algo? —preguntó Sarah, con los ojos puestos en la mesa del trabajador.
—Nada.
Un par de tipos me pusieron un micrófono de solapa en la chaqueta.
—Tu sitio es la silla de la derecha —me explicaba como la chica de antes—. En cuanto la luz verde de ahí arriba se encienda, estaréis en el aire. Relájate y disfruta.
Lo dijo de manera tan mecánica que ni lo sentí.
Antes de darme cuenta me encontré en la mesa de Audrey, mirando de frente a un tipo con más estiramientos de piel de los que mi padre debía de haber hecho en toda su carrera y con la cara tan maquillada que parecía un maniquí. Su deslumbrante sonrisa tampoco ayudaba a evitar comparaciones.
—¿Estás preparado? —me preguntó él revisando las mangas de su chaqueta.
—Supongo —dije yo.
—Bien. Espero que ya estés sintiendo los nervios del directo. A mí me ponen a mil.
No supe si reírme o echarme a llorar, pero en ese instante apareció una cuenta atrás en un monitor cercano. 5… 4… 3… 2… 1…
—¡Buenos días, América! Soy vuestro amigo Audrey Leymann y este es mi show. —Todo el público aplaudió, tal y como indicaba el cartel sobre sus cabezas, y tras la sintonía de entrada, añadió—: Hoy tenemos con nosotros a un invitado, cuando menos, curioso. Aparecido de la nada, podríamos decir. Millones de personas han visto sus vídeos en internet, ya ha dado varios conciertos en España y Nueva York y esta misma semana se ha puesto a la venta su primer álbum bajo el título Stop Now.
—Es Never Pause, en realidad… —le corregí yo en voz baja. Su semblante se tensó, pero no dejó de hablar.
—De padre americano y madre española, este joven de veintiún años se ha hecho un hueco en el mundo del espectáculo gracias, sobre todo, a una noticia que se hizo pública hace algunos días: será el encargado de componer y cantar la canción oficial del esperado filme Castorfa, la película. ¡Demos un fuerte aplauso a Leo Serafin!
Los aplausos sonaron igual de falsos que la vez anterior, pero como en esta ocasión iban dirigidos a mí, me hicieron más ilusión. Sonreí con garbo, como había ensayado con Bruno un millón de veces y le di la mano a Audrey.
—¡Bienvenido, Leo!
—Es un placer estar hoy aquí —dije, intentando ignorar la cámara que se acercaba a mí para tomarme un plano distinto.
—El placer es nuestro —me aseguró—. Cuéntame, ¿cómo se siente uno al ser considerado a nueva estrella del firmamento adolescente?
—La verdad es que no sé qué responder. Es la primera vez que me llaman eso. —El público se rió con mi comentario—. Pero, vaya, es un honor estar viviendo este sueño y creo que es importante no olvidar quienes me han ayudado a llegar hasta aquí.
—Eso está bien —dijo él, reflejando de manera tan evidente que ni siquiera me había escuchado que sentí cómo enrojecía—. Dinos, primero internet, ahora estrella mundial… ¿en qué ha cambiado tu vida?
—Ahora tengo menos tiempo libre —contesté, arrancando otra carcajada a la gente—. Y tengo que trabajar más duro. El disco, Never Pause acaba de salir y estamos en plena promoción.
—No ha quedado muy claro —comentó como pulla antes de carcajearse.
—Qué remedio, ¡es lo que toca! —le rebatí yo sin dejar de mostrar mi sonrisa.
—¿Y la noticia de la película? ¿Cómo te enteraste de la noticia? ¿Qué estabas haciendo cuando te dijeron "¡Leo, tu carrera acaba de salir disparada como un cohete!"? —Por supuesto, imitó el gesto del cohete con los brazos.
—Si te soy franco, Audrey, me encontraba durmiendo.
Esta vez las risas fueron mucho más sinceras y, por fin, me relajé. Mientras el presentador garabateaba algo en un trozo de papel, yo seguí hablando.
—Me llamó al móvil mi agente y me dijo: "Leo, te despierto de un sueño para meterte en otro". Estuve a punto de colgarle. —Más risas—. Por suerte, me contuve y le pedí que me explicase de qué hablaba, y me lo contó todo. Todavía estoy alucinando. Para mí, igual que para muchos otros, Castorfa es una historia que forma parte de mi infancia. Poder ahora rendirle un pequeño homenaje con mi canción es más de lo que puedo pedir.
Me volví hacia él a tiempo de verle sonreír, pasarme el papel donde había escrito algo y preguntar:
—¿Es así cómo te imaginabas la vida de estrella? ¿Ya has probado el glamour, la atracción que se logra en las chicas… las fiestas?
Pero no le estaba escuchando. Tenía los ojos puestos en la nota que me había pasado:
«Aquí las bromas las hago yo, así que afloja».
—¿Leo? —me preguntó sin dejar de sonreír. Como si no me hubiera amenazado por escrito dos segundos antes.
—Disculpa, no he… escuchado la pregunta.
—Está claro que las fiestas sí que las has probado… —comentó, obligando al público a reírse de nuevo—. La vida de una estrella, te preguntaba si la has probado ya.
—Ah, eso. —Me recompuse e hice como si no hubiera ocurrido nada—. No, en realidad apenas tengo tiempo para salir. Solo trabajo, trabajo y trabajo. No voy de fiesta ni con chicas. Y la única música que escucho últimamente es la de mi disco, una y otra vez, una y otra vez… ¡al final voy a aprendérmelas de memoria!
La furia llameó en sus pupilas una décima de segundo antes de soltar una carcajada y acompañar al público.
—Además de todo, eres modesto y tienes sentido del humor. —Hice un gesto para quitarle importancia. Aguardó a que la gente se recuperara y entonces me miró directamente a los ojos sin parpadear y con una sonrisa asomando a los labios disparó la última bala—. Y, cuéntanos, ¿cómo lo lleva Sophie?