Aaron1

What the hell is wrong with me

Don’t fit in with anybody?

Simple Plan, «I’m Just A Kid».

CUANDO Leo se marchó de esa manera tan característica suya, mi padre y yo nos quedamos en silencio unos segundos. Después él suspiró y se masajeó la frente moviendo el pulgar en círculos. Hasta entonces no me di cuenta de lo mucho que le había echado de menos. Aquel gesto, que durante mi infancia aprendí a imitar a la perfección y que ponía en práctica en todas las fiestas para hacer reír a mi familia, me recordó lo mucho que había cambiado mi vida en todo ese tiempo. Me pregunté qué recordaría Alicia de nuestro padre. Qué gestos retendría su memoria cuando tuviera mi edad. ¿Los gritos y broncas con mamá? ¿Las noches que no pasó en casa? ¿Su poca paciencia para los juegos?

—Se le pasará —mascullé intimidado.

Mi padre me miró y sonrió. Me daba la sensación de estar viendo la versión adulta de Leo.

—Parece la canción de The Police —me atreví a decir, sin poder contener, muy a mi pesar, una sonrisa.

—Ahora te parece muy gracioso, pero ya veremos cómo reaccionas cuando empiecen a aparecer fotos tuyas inesperadas.

—Creo que he pillado el concepto —le dije cruzándome de brazos—. Y acepto el reto. Esta es la vida que quiero llevar. Lo que te molesta es que haya pasado de todos tus consejos y que, aun así, esto marche mejor de lo que nunca hubiera imaginado.

—¿Por qué me sigues viendo como al enemigo?

—¡Porque es lo que tú quieres! ¡En toda la noche no nos has felicitado ni una sola vez! —Me puse en pie—. No tengo nada que hablar contigo. Si quieres saber algo más sobre mí, ve encargándole a tu secretaria que te compre a partir de mañana todas las revistas del quiosco.

Me disponía a marcharme, pero mi padre me agarró del brazo.

—Leonardo, cálmate y hablemos como.

Me zafé de él.

—Mi nombre es Leo —susurré—. A ver cuándo te entra en la maldita cabeza que no soy como tú.

Y, sin mirar atrás, me alejé entre las mesas hacia la salida.

A lo mejor fueron las palabras de mi padre, o quizá la paranoia que todo aquel asunto me estaba provocando, pero no pude evitar buscar con atención algún móvil o cámara de fotos en manos de la gente que quedaba allí. No me apetecía encontrarme con una foto de aquella velada en ninguna portada de revista.

—¿Tú crees? Tu hermano es tan impulsivo, tan… ¡descerebrado! A mí no me va a escuchar, pero a ti sí. Tienes que hacerle entrar en razón. ¿Qué vida es esta? —Parecía tan derrotado que solo quería darle un abrazo.

—No es tan mala como piensas. Nos tratan muy bien y hacemos lo que nos gusta.

—¿Y qué pasará cuando la gente sepa que eres tú el que canta? ¿Cómo lo afrontará Leo?

Y entonces lo vi claro por primera vez en todos esos años: mi padre no estaba intentando truncar los sueños de Leo. Estaba protegiéndolo de sí mismo y de su ingenuidad. En el tiempo que llevábamos en Develstar no me lo había cuestionado, pero ¿qué sucedería si todo aquello no terminaba como esperábamos? ¿Qué sería de Leo si nuestro secreto se filtraba y la burbuja en la que nos encontrábamos estallaba? Yo apenas saldría perjudicado, pero él, que había sido el único rostro de Play Serafin, que había mentido al mundo entero, ¿cómo podría afrontarlo? Los fans no entendían de empresas ni productoras, ni de agentes o discografías: para ellos el único artífice de un fenómeno era el propio artista. Si había alguien a quien amar y agradecer todo, era a él. Pero si había alguien en quien focalizar el odio y la culpa, llevaría su nombre.

—Le irá bien —dije, aunque en el fondo estuviera tan preocupado como él.

Mi padre dio un último trago a su café y dijo que sí con la cabeza, como si intentara convencerse de que yo tenía razón.

—¿Y tú cómo estás, Aarón? —preguntó después—. Quiero decir, pareces feliz y me alegra ver que no has dejado los estudios, pero ¿de verdad es esto lo que quieres hacer?

Medité la posibilidad de levantarme como había hecho mi hermano y dejar que mi padre lo tomara como la respuesta que quisiera. Pero yo no era Leo.

—Me gusta lo que hago, papá. Estoy aprendiendo mucho y. Y aunque tal vez en el futuro quiera ser yo quien salga a cantar mis canciones, por el momento soy feliz en la sombra. Esto nunca habría salido así de no ser por Leo.

Sentí que me quitaba un peso de encima tras decir aquello. Hacía mucho que no me sinceraba con alguien sin tener el temor de que pudiera usarlo en mi contra.

—Algún día —me dijo él con seriedad—, te dediques a lo que te dediques, y de verdad espero que no sea a esto —añadió con una amarga sonrisa—, comprenderás que no tienes nada que envidiar a tu hermano y que puedes llegar tan lejos como te propongas sin ayuda de nadie.

Había oído aquella cantinela otras veces, en boca de diferentes personas, amigos, abuelos, incluso mi madre, pero nunca me la había creído. Sin embargo, hubo algo en el modo en que mi padre lo dijo que me convenció de que podía ser cierto.

—Gracias —respondí. Y me refería a todo.

—¡Ya te lo advertimos, no sé de qué te extrañas!

Sarah ni siquiera miraba a mi hermano. Se dedicaba a teclear en su ordenador y a tomar nota en su agenda. Yo no debería haber estado en aquel despacho, pero Leo me había pedido que le acompañase a primera hora de la mañana.

—Al menos podrías habernos dicho que lo del concierto lo habían pasado por alto para empezar a robar fotos de nuestra familia.

—Oh, por favor. —Se volvió hacia él—. ¿Qué pensabas que harían? Ya hemos hablado con tu madre para que tu hermana deje de colgar fotos en las redes sociales. Algunas webs las cogen de ahí.

—¿Y no está prohibido? —quise saber yo.

—Desde luego. Y nuestro departamento legal ya está preparándose para tomar medidas en caso de que algún medio las utilice, pero internet es un campo demasiado vasto y descontrolado como para hacer nada. De todas formas, calmaos y confiad en nosotros, resolveremos la situación de la mejor manera y sin levantar más polvo.

Le hice un gesto a mi hermano para que nos fuéramos; no íbamos a conseguir nada allí, y ya no había solución para lo ocurrido.

—Tampoco es algo tanto malo —dije, ya en el pasillo.

—Ya lo sé. Pero me cabrea que nos lo ocultaran y que tuviera que enterarme como me enteré.

Me paré en seco.

—¡Lo que te molesta es que papá lo supiera antes que tú y no tuvieras una buena respuesta para contestarle! —Leo quiso decir algo, pero se lo impedí—. Pues ve acostumbrándote, porque tiene razón: a partir de ahora esto también será tu pan de cada día, te guste o no.

Y dicho esto, le dejé solo y me dirigí al estudio de grabación, donde pasé el resto de la semana enclaustrado sin apenas salir.

La productora nos mandó un dossier con información confidencial al que solo tuvimos acceso Haru y yo para trabajar en el tema de Castorfa. Aquel simple gesto fue el presagio de la presión a la que me vería sometido para componer la dichosa canción, que ya odiaba incluso antes de haberla escrito.

Según explicaba el archivo, lo que estaban haciendo era un remake moderno del cuento. Dalila interpretaría a la misteriosa Cas, una adolescente vegetariana de dieciséis años que, sin más recuerdos de su pasado que la muerte de toda su familia en una gran explosión y una marca en el hombro derecho en forma de remo, llega a Colorado para vivir con sus extravagantes abuelos.

Allí, mientras asiste a clase en el instituto local, comienza a descubrir unos extraños poderes que le permiten golpear con fuerza cualquier superficie, erigir cualquier construcción sin apenas esfuerzo, bucear bajo el agua durante largos períodos de tiempo o seguir el rastro de cualquiera que se proponga con una facilidad sobrehumana. No tarda en descubrir que su destino es salvar a la Madre Naturaleza y devolver así el equilibrio a la Tierra. Por el camino, como no podía ser de otro modo, se enamora de un chico llamado Fiber, que resulta ser también un castor hechizado que la ayudará a combatir al malvado.

—¿… armadillo navideño? —dije cuando Haru estaba terminando de leer el texto.

—Polumétal —replicó él—. Eso lo mantienen igual.

—Menos mal. Porque a mí no me suena que hubiera ningún instituto en la historia.

—Los tiempos cambian y las historias se modernizan. Al menos han conservado el espíritu del personaje. ¡Mira! Quizá podamos tirar por ahí.

Normalmente, las canciones que había compuesto con Haru surgían de ese modo, con una conversación; al menos la chispa que las provocaba, el primer fogonazo del que después tirábamos para sacar el resto de la letra y la melodía.

Solo hacía falta que me preguntase sobre cualquier tema para enzarzarnos en una discusión que, sin remisión, terminaba con los primeros compases de un nuevo tema. Con el asunto de Castorfa habíamos optado por seguir el mismo método de trabajo, pero, por el momento, no estaba dando resultado.

Conocía la historia con todo detalle, pero igual que había renovado el argumento para la peli, yo también tendría que encontrar el punto de equilibrio entre lo mágico y ancestral del original y el mundo moderno

que nos había tocado vivir para la canción. Probé a rasgar las cuerdas de la guitarra tarareando una posible melodía, pero sabía que conmigo la cosa no funcionaría así.

Pasamos el resto de la semana intercalando el encargo de Castorfa con los nuevos temas de Play y las grabaciones de los próximos conciertos de Leo. No dejaba de admirar la habilidad de Haru para los arreglos. Sabía exactamente qué le hacía falta a cada melodía para enriquecerla hasta convertirla en uno de esos temas que no solo eran pegadizos, sino que además eran buenos.

No había cosa que detestara más que las canciones de verano y, por mucho que mis composiciones pudieran parecerlo a primera vista, intentaba trabajar todos los demás aspectos para que el oído experto pudiera encontrar otros aspectos de interés. Mi maestro me había captado a la primera cuando se lo expliqué y desde entonces no había hecho otra cosa que canalizar todas mis energías para obtener los resultados más satisfactorios que pudiera imaginar.

Aun así, la canción de Castorfa se me estaba resistiendo y seguíamos sin obtener resultados que me convencieran lo suficiente.

—Aarón, sal ahora mismo a dar una vuelta —me ordenó Haru al sexto día de trabajo infructuoso—. Pégate una ducha, que te dé el aire. Llama a tus amigos. Lo que sea. Tienes que desconectar.

—Pero.

—Nada de peros —insistió—. Solo vas a conseguir coger dolor de cabeza si sigues aquí encerrado rodeado de cuadernos para dibujar y fotogramas de la película.

Quise insistir, pero mi maestro negó repetidas veces. Me hubiera gustado quedar con Emma, pero con toda la locura de la peli ella también estaba a tope de curro.

Al final, opté por subir a mi cuarto y darme un baño en el relajante jacuzzi. Leo no llegaría hasta tarde, ocupado como estaba respondiendo a un millón de entrevistas y posando en diferentes sesiones de fotos programadas por Develstar, así que tendría el piso para mí el resto de la tarde. ¡Qué suerte! ¡Podría estudiar los últimos temas repasados con el profesor Rotts sin la molesta música de Leo!

Hice como que me pegaba un tiro en la sien con los dedos y me sumergí por completo bajo el agua para desconectar de todo.

Aaron

Tres horas y veinticinco minutos después, la cabeza volvía a amenazar con estallarme, pero esta vez se debía a toda la materia acumulada que había tenido que repasar si quería aprobar los exámenes que mi tutor me pondría al día siguiente.

Distraído, me puse a rastrear por internet qué información nueva había sobre Play Serafin. Después de mucho insistir, Haru había convencido a la señora Coen para que me levantase el castigo y pudiera utilizar la red cuando quisiera. Sabía que la noticia de la canción de Castorfa habría multiplicado nuestra presencia en la red, pero para nada me imaginaba lo que me encontré.

La buena noticia era que la mayoría de la gente hablaba de nuestra participación en la película. La mala, que al aumentar exponencialmente el número de comentarios positivos sobre Leo, también lo habían hecho los negativos. Y había muchos. Insultos, mentiras, rumores…

He oído que es gay.

Claro que es gay, no se puede ser tan guapo y no ser gay. Fijo que es un flipado imbécil.

Mi hermana lo conoció una vez y le tiró el cuaderno al suelo en lugar de firmárselo.

¿Tenéis su móvil? Es español, ¿no? ¿Dónde vive?

Tiene una pinta de xulo q no pued con ella.

Dicen que le operaron en la clínica de su padre de pequeño.

G-A-Y

Pobre Leo, pensé. En serio. No sabía cómo reaccionaría yo si me encontrase en su situación. ¿De verdad alguien podía pensar que quería cambiarme por él? ¿Me tomaban el pelo?

Solo por curiosidad, introduje mi nombre en el buscador y pinché en algunos de los enlaces que salieron. No eran ni una milésima parte de los que habían aparecido con mi hermano, pero aun así me sorprendió que hubiera.

En algunos foros dedicados a Castorfa habían colgado fotos mías del pasado, y he de decir que me cabreó más que fueran de cuando tenía catorce años que le hecho de que estuvieran allí. En cuanto a lo que decían, no era mucho: que era más pequeño que Leo (qué perspicaces), que alguna vez me habían visto con él en algún evento (y eso que me esforzaba por ser invisible…), y que, oh, vaya, a Terroncito16 le resultaba mucho más mono que mi hermano. Chúpate esa, Leo. Gracias, Terroncito.

Según me contó Emma, el día que se anunció el asunto de la película, el nombre de mi hermano se convirtió en trending topic a escala mundial junto a Castorfa y a Rupert Jones en Twitter. Millones de personas hablaban de Leo en los cinco continentes y a nosotros se nos prohibía pronunciarnos de ninguna manera para defendernos de lo que decían. ¿Dónde estaba la justicia cuando se la necesitaba?

Siguiente parada: YouTube. El canal, igual que la página, estaba controlado por Develstar, y presentaba un aspecto impresionante con un fondo muy chulo que se asemejaba a la portada del disco. Era la primera vez que entraba desde que colgaron el videoclip y la boca casi se me cayó al suelo al ver las cifras.

—Venga ya… —musité.

Las visitas se habían disparado hasta alcanzar los siete millones por vídeo. ¡Siete millones! Tenía los ojos todavía pegados a la cifra cuando me llegó un aviso de Skype: Olí me saludaba. Sin aguardar, acepté la videollamada y esperé a que se conectara. Olí y David aparecieron en la pantalla un segundo más tarde saludándome como locos.

—¿Nos ves? —preguntó mi amiga.

—Os veo, os veo —respondí yo—. ¿Qué tal todo?

—¿Cómo que qué tal todo? —dijo David—. ¡Tío! ¡Que vas a componer la canción de Castorfa!

Olí se llevó los dedos a la boca y silbó con fuerza.

—¡Felicidades! —exclamó después.

Les agradecí su entusiasmo y me guardé para mí la frustración que sentía por no haber compuesto nada todavía. Cuando se calmaron un poco, les hablé de la visita sorpresa de mi padre y del asunto de la revistas.

—¡Lo sabemos! —dijo Olí—. Hemos comprador una copia de todas las revistas en las que salíais. Eso sí que es fuerte.

—¿Y qué tal con Emma? Se llamaba Emma, ¿no? —preguntó David.

Asentí.

—Ya no estamos enfadados. Todo bien. Hakuna matata.

—¡Hakuna matata! —exclamaron los dos al unísono.

En ese momento se abrió la puerta del piso y Leo entró.

—Acaba de llegar mi hermano —les dije—. Siento tener que colgar. Hablamos, ¿vale?

—¡Suerte con la canción! Estamos deseando escucharla.

—Y haz caso a tu maestro —añadió David—. Dal cela, pulil cela. —E hizo el gesto de estar limpiando los cristales con las manos.

Solté una carcajada y me despedí. Para entonces, Leo ya se había repanchigado en el sofá y había encendido la televisión.

—¿Qué tal ha ido? —le pregunté sentándome en el apoyabrazos.

Por respuesta, se encogió de hombros y emitió un gruñido sin mirarme.

—Lo tomaré por un bien —mascullé. Callé unos segundos antes de decir—: ¿Qué crees que diría Sarah si le propusiese invitar a David y a Olí a Nueva York?

Eso sí que llamó su atención.

—Tú estás fumado. Ya te digo yo cuál va a ser su respuesta —E hizo un corte de mangas—. Esa… esa mujer se está volviendo cada vez más insufrible. ¡Está loca! —estalló de pronto, y se incorporó, como si hubiera estado esperando la más mínima oportunidad para desahogarse—. No escucha, no hace caso y no le importamos una mierda. Ahora, lo que es mandar, gritar y exigir se le da de perlas. Como tenga que pasar un día más con ella, la estrangulo.

Puse los ojos en blanco y me deslicé hasta el cojín.

—Pues pienso invitarles —repetí con la mirada puesta en el televisor—. Les pagaré el billete y el hotel, y Develstar no podrá impedírmelo.

Leo me miró y me dedicó una sonrisa de orgullo.

—Así me gusta, hermanito. ¡Los Serafin contra el mundo!

Asentí con seguridad y le di varias vueltas a la pulsera que me habían regalado.

La adrenalina se me disparó, deseoso por reencontrarme con mis amigos cuanto antes, y una sonrisa se extendió por mis labios. Sería épico.