Aaron1

The fairytale inside your head

has become your new best friend.

Boice Avenue, «Every Breath».

DESDE el amplio palco VIP donde nos encontrábamos, podía observar sin miedo la reacción de la gente ante mi música. A mi lado, Emma bailoteaba de forma comedida, como si sus sentidos le rogaran que moviera el esqueleto pero una fuerza superior la mantuviera anclada a su sitio.

Con disimulo, le golpeé suavemente con el codo para que me mirase. —Estoy seguro de que puedes hacerlo mucho mejor.

—Desde luego que puedo —replicó ella—, pero no quiero dejar en ridículo a tu hermano; ya sabes lo rápido que se ofende.

Solté una carcajada y seguimos disfrutando del show. ¿Cuándo había aprendido mi hermano a bailar así?

Tras el quinto tema del repertorio, Leo pidió silencio y exclamó:

—¡Esta canción se la dedico a mi hermano pequeño, Aarón! ¡No sé dónde estás ahora mismo, tío, pero eres grande, grande, grande!

La gente vitoreó mi nombre como si me conocieran y después fueron guardando silencio mientras mi hermano se preparaba. Yo, sin embargo, miré a Emma de soslayo y sé que ambos tuvimos el mismo pensamiento: aquello no estaba en el guion.

Los acordes de «Hey There Delilah» me perforaron los oídos como dagas en el recuerdo. Esa música había dejado de tener el sentido que le había dado la primera vez que la canté, no ya delante de mi hermano para los vídeos de YouTube, sino durante el verano.

Ya no quería saber quién era esa Delilah de los versos, así como tampoco quería que nadie me relacionara más con ella. No, hasta que pudiera poner en orden mis sentimientos.

Y mi hermano me la acababa de dedicar delante de todo el mundo.

—Me encanta esta canción. —Susurró Emma con los ojos puestos en el escenario.

Me repuse de mi sorpresa como si alguien me hubiera echado un jarro de agua fría encima.

—Ah, ¿sí? Pues entonces esta te la dedico a ti.

—¿De verdad? Juraría que tu hermano te la acaba de dedicar a ti.

—Ya, bueno. Lo que quería decir es que él me dedicaba su playback. Yo te dedico la canción. Voz y acompañamiento incluidos.

Se volvió hacia mí y, comprobando que nadie se fijaba en nosotros, me agarró la muñeca e hizo presión.

El calor subió a mis mejillas de manera incontrolada. Pero eso no fue lo que me preocupó. Lo que me hizo tomar una bocanada de aire atropellada fue la melodía que, por encima de los acordes que mi hermano falseaba, comenzaba a componerse entre mis neuronas. Estaba a punto de comenzar a tararearla cuando la puerta del palco se abrió de par en par y apareció la señora Coen. Emma soltó mi mano como si le hubiera dado un chispazo.

—¿A qué ha venido lo del saludo? —me preguntó la mujer con tono amenazante nada más acercarse.

—¿El saludo? —Me estaba costando volver a la realidad. Cuando comprendí a qué se refería, añadí—: Yo… no lo sé. ¿No estaba en el guion?

—¡Desde luego que no! —volvió a susurrar. Parecía una cobra a punto de lanzar sus colmillos contra mi yugular—. Me sé ese maldito texto de memoria. ¿Es alguna especie de broma privada entre hermanos?

—¿Qué?

—Seguro que Leo no lo ha hecho aposta —intervino Emma conciliadora.

—Emma, cállate —le espetó la mujer. Tuve la urgente necesidad de ordenarle que le pidiera disculpas; necesidad que se diluyó en cuanto volví a clavar los ojos en los de ella—. Escúchame bien: más te vale que ni tú ni tu hermano tengáis más sorpresas preparadas, porque pienso tomar las medidas que hagan falta para bajaros los humos a los dos.

Me amenazaba, me insultaba, levantaba falso testimonio contra mi hermano, ¿y qué hacía yo?

—Sí, señora Coen. No se preocupe. Seguro que no vuelve a repetirse.

Con el mismo ímpetu con el que había entrado, se dio la vuelta, carpeta en mano, y salió del palco cerrando de golpe. Emma y yo nos quedamos en silencio.

—Tampoco es para tanto, ¿no? —dije con la garganta rota.

Emma se encogió de hombros y no contestó. Mi cabeza, sin embargo, se encontraba dividida entre las últimas notas que quedaban de la melodía que había compuesto mientras Emma me acariciaba la mano y la razón real de la injusta bronca. ¿No podía mi hermano dedicarme una canción, o no podía mencionar mi existencia?

El torbellino de emociones que sentía por dentro me impidió disfrutar de lo que quedaba del concierto. Para cuando Leo se despidió del público a voz en grito, lanzando besos y haciendo reverencias durante cerca de cinco minutos, yo solo deseaba volver a Develstar, tirarme en la cama y dejar que el sueño pusiera en orden mi cabeza.

Por supuesto, mis deseos volvieron a ser desoídos.

Aaron

—¡Saludar a tu hermano! —exclamó Sarah de vuelta en el coche—. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante idea?

—Solo quería improvisar un poco —respondió Leo sin apartar los ojos de la ventanilla. Irradiaba una energía especial. La actuación había sido un absoluto éxito y él lo sabía.

—¡Nadie te ha pedido que improvisaras! Te ordenamos explícitamente que te ciñeras al guión. ¿Tan difícil resultaba de hacer?

—Ya he pedido disculpas. —Se volvió hacia ella y después me guiñó un ojo.

—Leo Serafin, no se te ocurra tomarme por tonta. Si vuelves a improvisar en uno de mis conciertos, cortaremos de raíz.

Mi hermano la miró sorprendido.

—¿Tus conciertos? Disculpe, señora Coen, pero no sabía que…

—Cállate —le espetó ella. Lejos habían quedado las buenas formas y las amables sonrisas de Madrid cuando vinieron a proponernos el trato—. Ahora me haces quedar a mí como la mala, pero sabes de sobra que lo único que quiero es protegerte a ti y a los que te rodean.

—¿Lo sé?

La mujer puso los ojos en blanco.

—¿Qué crees que ocurrirá ahora? —preguntó.

—¿Qué la gente hablará maravillas de este concierto y después se irán a dormir?

Ella esbozó una sonrisa llena de veneno.

—No, lo que harán será buscar toda la información que puedan sobre tu hermano. —Me dirigió una mirada que creí que me convertiría en piedra—. Y después, seguirán investigando. Y más tarde, empezarán a hacer preguntas. Y cuando no den con lo que buscan, comenzarán a acosaros como buitres en busca de todo lo que puedan encontrar sobre Aarón. ¿Entiendes ahora mi cabreo?

—¡Eso son solo suposiciones! —exclamé yo.

—¿Suposiciones? —dijo ella—. Mirad, llevo en este trabajo más de veinte años. Creedme cuando os digo que sé lo que va a pasar en cada momento. Por eso estamos siendo tan precavidos. Vuestro caso es demasiado peculiar como para dejar nada al azar. Entendéis que me preocupe tanto, ¿verdad?

Leo y yo nos miramos y asentimos despacio. La temperatura del coche debía de haber descendido unos cuantos grados.

El coche se detuvo en seco y Sarah abrió la puerta antes de que el chófer lo hiciera.

—Ahora necesito que me sigáis. El señor Gladstone quiere hablar con vosotros sobre un tema de máxima urgencia.

—¿Y la cena? —preguntó Leo mientras salía detrás de ella. Dejé que Emma se apeara primero y después los seguí.

—Diré que os suban unos sándwiches más tarde.

Entramos en el vestíbulo y nuestros pasos resonaron en el enorme espacio vacío.

—¿Sándwiches? ¿Me pego una paliza de dos horas y me vais a dar unos sándwiches para cenar?

Me acerqué a mi hermano y le puse una mano en el hombro.

—Leo, cálmate.

Él se apartó de mí.

—No, no me calmo. —Sarah se detuvo en seco y se volvió hacia él—. Hago un concierto de puta madre. Sale todo perfecto. Se me ocurre mencionar a mi hermano y, no solo no recibo ni una maldita palabra de felicitación, sino que, encima, ¿me quedo sin cenar? ¿Así es como se supone que motiváis a vuestros trabajadores?

La señora Coen dio un paso hacia él marcando el avance con sus tacones.

—Primero, no vuelvas a dirigirte a mí en esos términos. Segundo, hacer un concierto perfecto es tu obligación, no una opción. Así que no esperes ningún agradecimiento por mi parte. Tercero, he dicho que vas a cenar. ¿No quieres unos sándwiches? Pues ordenaré que abran la cocina para ti solo para que puedas darte un atracón, lo vomites todo después y no pegues ojo en toda la noche.

Mi hermano no contestó. Su mirada estaba cargada de impotencia y mal humor y por un instante temí que fuera a echarlo todo por tierra. Sin embargo, respiró hondo y bajó la cabeza. Sarah asintió y se masajeó disimuladamente la nuca, como si se hubiera quitado un peso de encima.

—Ahora, por favor, seguidme. Al señor Gladstone no le gusta esperar.

Emma dio un leve respingo antes de decir:

—¿Tengo que acompañaros yo también o puedo …?

—Desde luego que sí, Emma. Si quieres aprender cómo funciona esta empresa, tendrás que estar presente en todas las reuniones, ¿no te parece?

La chica asintió en silencio y yo volví a sentir la urgencia de ordenarle a la cada-vez-más-insoportable señora Coen que se guardara esas formas para un perro.

Tampoco estaba muy seguro de si estaba invitado a la improvisada reunión de pijamas, pero decidí seguir a Leo hasta que alguien me cortara el paso. La última vez que había visto al director de Develstar fue en la fiesta de la empresa. Desde entonces, no nos habíamos cruzado ni una sola vez.

El señor Gladstone se levantó de su enorme silla cuando nos vio llegar y nos indicó que tomáramos asiento delante de su mesa. Era la primera vez que visitaba aquel despacho y tuve que reconocer que aquel hombre sabía cómo intimidar a sus invitados. Las paredes donde había libros apilados estaban cubiertas de fotografías de él con diferentes cantantes, actores, modelos y demás artistas sonrientes. No parecía existir celebridad que se preciara que no hubiera posado a su lado. Había pósters dedicados y galardones de todo tipo en los huecos libres y en las pocas estanterías que se veían a la vista. Para cuando terminabas de repasar su trayectoria profesional y te lo encontrabas tras su escritorio, te sentías diminuto e insignificante. Como si tu vida no valiera más de lo que aquel hombre quisiera ofrecerte por ella.

—¿Y bien? ¿Cómo ha ido todo?

—Bueno… —dijo Sarah arrugando el morro. Quise desaparecer—. No ha estado mal. El público se lo ha pasado bien y no parece que nadie haya sospechado nada, aunque todavía es pronto para confiarnos.

El señor Gladstone asintió mirándonos a los dos.

—Sin embargo —prosiguió ella—, en un arranque de espontaneidad, Leo le ha dedicado una canción a su hermano. Nada menos que la única versión de todo el concierto.

—¿La de Plain White T’s? —preguntó Eugene más sorprendido que enfadado.

—Esa misma. Ya le he dicho que espero que sea la última vez que haga eso y le he explicado las consecuencias de que.

—Bueno, bueno. —Dijo el hombre haciendo un ademán con la mano para quitarle hierro al asunto—. No vayamos a enturbiar lo que parece que ha sido una velada de lo más próspera.

«Zas, en toda la boca».

—No, claro. —Reculó Sarah sin apartar la mirada del frente.

—Bien, pues como supongo que la señora Coen os habrá adelantado, tengo muy buenas noticias para todos nosotros.

Leo se recolocó en su asiento mientras yo dirigía un vistazo rápido a Emma, que permanecía inmutable.

—Tanto Develstar como yo en particular nos sentimos muy orgullosos de poder anunciar que la productora de Castorfa, la película quiere que sea Play Serafin el grupo que cante y componga la canción promocional del filme.

—¿Qué? —Ese fue mi hermano.

Me quedé sin aire, como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Si hubiera estado bebiendo, lo habría escupido todo al estilo aspersor, como en las películas. Si hubiera estado comiendo, de seguro que ahora mismo alguien me tendría que estar haciendo la maniobra de Heimlich para liberar mi garganta.

—¿Cómo que…? —Leo tampoco encajaba bien las sorpresas—. ¿C… Castorfa? ¿La película? ¿Nosotros?

—Sí, muchacho, vosotros —dijo el director de buen humor—. Nos han avisado esta misma mañana, pero no he querido distraeros antes de tiempo.

Aún con la increíble noticia dando vueltas en mi mente, agradecí en mi fuero interno que hablara de nuestro concierto y no solo del de Leo, como los demás.

—¿Y tú qué opinas, Aarón? —El hombre se volvió hacia mí mostrándome su resplandeciente dentadura—. Sarah me dijo que eras un gran admirador de la protagonista. ¿Cómo se…?

—Dalila —respondí yo automáticamente—. Dalila Fes.

—¿Te ves preparado para semejante reto?

Y entonces lo vi claro: el karma, del que tantas veces había hablado mi hermano y sobre el que no había parado de burlarme, me estaba dando una patada en el culo para ponerme en el lugar que me correspondía.

«¿Acaso creías que te ibas a librar tan fácilmente de Dalila? —parecía decirme—. ¿Que sería cuestión de no dedicarle un pensamiento para que desapareciera? Pues lo llevas claro conmigo. Yo soy… ¡el karma!».

—¿Aarón? —me susurró mi hermano.

—¿Qué? Ah… eh… sí, claro, señor Gladstone. Será un honor. Esto… componer la canción para la película. Claro.

El director de Develstar me miró con extrañeza, pero no hizo ningún comentario. Supuse que para entonces ya se había hecho a la idea de que algo no regía demasiado bien en mi cabeza.

—No han querido proporcionarnos mucho más detalles, pero os aviso de que mañana mismo se hará oficial la noticia y que a partir de este momento la bola se irá haciendo más y más grande.

—Ha sido profético que tuviéramos el concierto hoy mismo —comentó la señora Coen, de nuevo recuperada—. Esto generará mucha más promoción a vuestro alrededor. Ya lo veréis.

—Así es. Por eso mañana tendréis el día libre. Creo que os lo merecéis por lo duro que habéis trabajado los dos las últimas semanas, pero preparaos para el lunes.

Sarah asintió con una sonrisa en los labios, emocionada.

—Dudo que exista un solo medio que no quiera tenerte en sus programas, Leo.

Los ojos de mi hermano parecían a punto de salírsele de las órbitas.

Yo, por el contrario, notaba como si me hubieran extirpado todos los órganos por dentro y solo hubieran dejado una carcasa vacía. (¿Sería así como se sentiría el hombre de hojalata?).

Era como si la noticia no fuera dirigida a mí, como si no comprendiera las implicaciones. Como si se hubiera apagado el interruptor que me permitía componer cuando me alteraba.

Estaba en shock. O eso creía.

—Bien, pues eso es todo —dijo el señor Gladstone, sacándome a medias de mi estado catatónico—. Ahora id a descansar y, Emma, pide que les lleven algo de cenar. Seguro que están muertos de hambre.

—Claro… —respondió ella, recordándome su presencia allí. Esta vez sí que no me atreví a mirarla a los ojos. ¿Qué pensaría si me veía tan afectado por el asunto?

—Vamos, Aarón.

En algún momento, todos menos yo se habían puesto en pie. Los imité a toda prisa y salí atropelladamente del despacho.

—Relájate —me ordenó Leo en voz baja.

—Ya lo habéis oído —dijo la señora Coen de camino al ascensor—. Mañana tenéis el día libre. Pero, hagáis lo que hagáis, consultadlo antes conmigo, con Emma o con Hermann. No se os ocurra salir de aquí solos, ¿de acuerdo?

Las puertas del ascensor se abrieron y las dos mujeres entraron.

—Enseguida mandaremos comida a vuestras habitaciones. Buenas noches.

Alcé la mirada para encontrarme con la de Emma, que me guiñó un ojo y sonrió cansada.

—Buenas noches. —Musité.

En cuanto nos quedamos solos, mi hermano perpetró un estrambótico baile de la felicidad que se asemejaba bastante al del concierto.

El segundo ascensor llegó en ese instante y pudimos montarnos. Tenía la sensación de que si no me sentaba o tumbaba pronto, terminaría desparramándome a piezas en el suelo enmoquetado.

Una vez en la habitación, Leo me siguió hasta mi cuarto. A la luz de las lámparas su cara se veía rara con tanto maquillaje y el pelo tan engominado. Por un segundo había olvidado que acababa de volver de un concierto en el centro de Manhattan.

—¿Estás bien? —quiso saber.

—Supongo. —Respondí tirándome en la cama.

—¿Supones? Tío, esto es lo que habíamos esperado que ocurriera desde que colgamos el primer vídeo en internet. —Lo miré con el ceño fruncido—. Bueno, desde el segundo o así. —Se sentó a mi lado—. No vamos a tener mejor oportunidad que esta para que puedas volver a hablar con Dal, si es lo que quieres.

—Ya lo sé. El problema es ese. —La lengua se me volvió pastosa de repente—. Que no sé si sigo queriendo hablar con ella.

—¿Cómo dices? —me preguntó con incredulidad.

—Pues eso. Que no sé. Estoy hecho un lío. Creo que lo que necesito es dormir y mañana lo veré todo más claro.

—Tú estás zumbado —me espetó levantándose—. Es por Emma, ¿no? ¡Lo sabía!

Esta vez fui yo quien se incorporó como un resorte.

—¿Qué tiene que ver ella con todo esto?

—Joder, Aarón, que tengo ojos en la cara.

—Por mí como si tienes cuernos; no metas a Emma en esto. Soy yo y mi maldita costumbre de tener la cabeza hecha un lío. Déjame dormir, estoy cansado.

—¿No vas a cenar nada?

—Tengo el estómago revuelto.

Leo se rió por la nariz y salió al salón.

—Eso deben de ser las mariposas del amor, hermanito.

—¡Capullo! —grité.

Pero antes de que el almohadón que le había lanzado le diera, cerró la puerta.

Ni amor, ni mariposas, ni canciones, ni castores, ni conciertos, ni leches. Lo único que quería era cerrar los ojos y dejar que la noche me engullera.