I can almost see it
That dream I am dreaming but
There’s a voice inside my head saying
«You’ll never reach it».
Miley Cyrus, «The Climb».
NOS dirigíamos a mi primer concierto en Nueva York. Mi primer concierto en Nueva York.
Solo con repasar las palabras mentalmente se me ponía la carne de gallina. ¡Iba a cantar en una sala repleta de gente que había pagado por verme! ¡A mí! ¡En Nueva York!
Aarón me dio un codazo y con la mirada me pidió que me calmara un poco; empezaba a dejar marcas en la tapicería de la limusina.
Asentí y respiré hondo. Me alegraba ver que mi consejo había dado sus frutos. Aarón parecía de buen humor mientras golpeteaba inconscientemente la carátula de mi disco recién salidito de fábrica. Mejor así, porque en ese momento no habría podido soportar uno de sus berrinches.
El coche se detuvo con una leve sacudida y noté el peso de Tonya en el bolsillo de la chaqueta. Sarah debió de seguir mi mirada, pues enseguida saltó:
—Más te vale darle la pelota esa a tu hermano antes del concierto, no vaya a salir volando en un descuido.
Ya. Como si el problema no estuviera en que ninguna marca patrocinadora me la había regalado. Como si fuéramos a permitir que las bolas 8 se volvieran populares sin una retribución a cambio. Todo lo que llevaba encima era regalado. ¡Pero si hasta usaba reloj! Yo, que no soportaba en mi muñeca más peso que el de una pulsera de hilos, me encontraba de pronto cargando con un armatoste con correa de cuero negro, obsequio de la archiconocida marca Time Out.
Como le gustaba llamarme a Aarón, era el chico Marca.
Con resignación, saqué a Tonya y la agité con cierto disimulo mientras preguntaba si todo saldría bien: «Pinta bien».
A continuación, la guardé en el bolsillo del abrigo de mi hermano advirtiéndole con la mirada que no se le ocurriese tocarla.
Un segundo más tarde, alguien nos abrió la puerta y salimos al frío exterior. Esperaba encontrarme con un tropel de fans coreando mi nombre y haciendo cola a pesar de las bajas temperaturas, pero en lugar de eso solo había un parking prácticamente vacío y una puerta al local del concierto.
—Es la entrada trasera, ¿qué esperabas? —me dijo Sarah al oído, como leyendo mis pensamientos o mi cara de decepción.
Bruno se adelantó y dio dos palmadas para que nos apresuráramos. Aarón pasó a mi lado y se colocó junto a Emma, que tecleaba con avidez un mensaje en su teléfono.
—Te acuerdas de todo, ¿verdad? —me preguntó la señora Coen mientras entraba en el local.
—Lo he repasado mil veces. Espero que no se me olvide nada.
—Tendrás monitores a tus pies con el guión de todo el concierto. Si tienes dudas, les echas un vistazo rápido, sin que se note. De todos modos, tenemos un par de horas para que ensayes.
Asentí mientras me dirigían hasta donde se suponía que estarían los camerinos. Por el camino se nos juntaron varios encargados de la sala con pinganillos en los oídos.
—Es aquí —anunció Emma abriendo una puerta.
La habitación era muy amplia, con una especie de saloncito amueblado con una mesa frente a un espejo y un sillón delante del cual habían colocado algunos aperitivos y bebidas. En el extremo opuesto había una puerta que daba a un vestidor con baño.
—Ponte algo cómodo y sal para repasar algunas cosas —dijo Sarah mientras organizaba al resto del equipo de Develstar para que fueran dejando mis trajes en el lugar correcto. Todos ellos llevaban pegados un número sobre las bolsas que los cubrían para saber en qué orden me los tendría que poner.
Una vez que me hube puesto el chándal de ensayo, me despedí de los demás y seguí a Bruno y al coreógrafo de camino al escenario. Cuando llegué, ver el lugar tan vacío me provocó un nudo en estómago. ¿Se llenaría? ¿Entero? ¿Haría el ridículo sin público?
Bruno me sacó de mis cavilaciones y me ordenó que me concentrase, pero ¿cómo? Me sabía los pasos de memoria. Tenía localizados los monitores de los que había hablado Sarah en los que aparecía la letra en todo momento. Recordaba cada línea de mi guión. Pero cualquier indicación que me dieran en aquellas dos horas previas al concierto mi cerebro las eliminó sin procesarlas de tan nervioso como estaba.
Cuando bajé de vuelta al camerino para ducharme, me sudaban las manos y sentía náuseas y el corazón palpitando en los oídos.
—Respira hondo, te estás poniendo blanco —me dijo Aarón cuando salí.
—Como tú no vas a tener que hacer el ridículo delante de diez mil personas…
—Son cinco mil. Y tampoco tú vas a hacer el ridículo.
Me sentí agradecido por que hubiera decidido salir de su caparazón para infundirme ánimos.
—¿O es que ya no te vale la palabra de Tonya? —añadió. Sarah se colocó delante de nosotros con los brazos en jarras.
—Aarón, vete ya con Emma. Leo, ha llegado la maquilladora.
Le di un abrazo a mi hermano y se marcharon.
La mujer que entró cuando estuve colocado en mi asiento debía de rondar los cuarenta años y apenas me echó un rápido vistazo. Me agarró la cara por la barbilla, la ladeó varias veces y después asintió como una experta.
Mientras me dejaba hacer, Sarah se sentó a hojear una revista en el sillón. Veinte minutos después apareció Bruno.
—¡Por fin! —exclamó antes de dirigirse a mi silla y saludar a la groomer—. ¿Cómo lo ves? Fácil, ¿no?
—Tiene la piel un poquito grasienta —le contestó ella—, pero nada que no se pueda arreglar con maquillaje.
—Excelente —respondió mi director de estilo. Me miró en el reflejo del espejo y me sonrió convencido—. Vas a estar fa-bu-lo-so.
—No lo du-do… —le imité componiendo una sonrisa.
Quizás habría estado todavía más nervioso si hubiera sabido que Sophie se había enterado de que actuaba hoy y hubiera venido, pero no había sabido nada de ella desde mi encuentro con Kevin y tampoco me había molestado en indagar más.
¿Habría visto los carteles del concierto por la ciudad? ¿Se habría metido como yo en las webs de compra de entradas para comprobar que iban bajando el número de localidades disponibles? Supuse que no.
El póster del evento había quedado bastante chulo conmigo en primer plano y los detalles debajo. Tenía que recordar pedirle uno a Sarah para la posterioridad o Esther me mataría.
—Treinta minutos —anunció un tipo después de llamar a la puerta. Fuera, mi querido Hermann protegía la entrada de paparazzi y maleantes.
—Listo —dijo la groomer girándome para mirarme de frente y comprobar que cada pelo se encontraba en su sitio.
—Perfecto —dijeron Sarah y Bruno al unísono.
Me puse en pie y me quité el pañuelo blanco que me habían colocado para no mancharme.
—Termina de vestirse y avisa cuando estés. Tenemos que colocarte el micrófono.
Me volví antes de que salieran.
—¿Ya está todo preparado?
—Si lo que quieres saber es si tenemos la grabación preparada y el resto de los controles en nuestras manos, te diré que sí —comentó Sarah.
—No, no. Me refería a la iluminación del Empire State —bromeé.
—Termina de vestirte —me espetó ella cerrando de un portazo.
Menudo genio se gastaba cuando se ponía nerviosa. ¿Cómo se creía que estábamos los demás?
Me había asegurado que vendría gente, pero ¿y si faltaban en el último momento la mitad? ¿Y si Bon Jovi decidía dar un concierto gratuito ahora de pronto y todo el mundo se marchaba para escucharlo? ¿Y si fallaba algo? ¿Y si la gente se daba cuenta de que era playback?
Esta vez tuve que correr al baño por si vomitaba, pero antes de llegar se me pasaron las náuseas.
—Respira, espira. Respira, espira. —Me decía en un susurro.
—¿Cómo vas? —preguntó Sarah desde fuera, llamando con los nudillos.
—¡Todavía no estoy!
Fui a mojarme la cara con agua, pero me detuve a tiempo. Como estropease el maquillaje se me caería el pelo. Tendría que apañármelas sin agua.
Cinco minutos después aparecí en el pasillo vestido con la ropa que Bruno y su equipo de diseñadores se habían tomado la molestia de escogerme entre todas las marcas que había decidido colaborar con la causa.
—Sublime —comentó, como si fuera la primera vez que me veía con ello puesto.
—Quince minutos —avisó el mismo tipo de antes, acercándose al grupo para que lo acompañáramos.
—Ya has visto que tienes todo el guión computarizado en las pantallas a tus pies —me dijo Sarah mientras avanzábamos por los entresijos del local—. También aparecerán las letras de las canciones. No existe razón para que te pierdas.
—A no ser que se me olvide cómo leer.
—Leo, basta de bromas. Si esto sale bien, será el trampolín que nos catapulte. Si sale mal, la salida del disco será un fracaso y tendremos que volver a empezar desde cero.
—Vaya, tú sí que sabes cómo dar ánimos —mascullé.
—¡Ocho minutos!
Un tipo con la camisa negra y el logo de Develstar se me acercó para colocarme el control del micro inalámbrico en el cinturón del pantalón y el pinganillo en la oreja derecha.
—Si necesitamos decirte lo que sea, te lo comunicaremos por ahí —dijo Sarah, y me señaló el aparato—. Comprueba que esté lo suficientemente bajo como para no distraerte y lo suficientemente alto como para que me escuches. De todas formas, dudo que vaya a decirte nada. Tú actúa como hemos ensayado.
—¡Seis minutos!
—De acuerdo, de acuerdo —dije recapitulando. Me acordaba de todo. Iba a salir bien. No era más que una función de hora y media. Podía hacerlo.
—Por aquí —nos dijo un desconocido colocándonos a los pies de una escalera corta que daba directamente al escenario.
Si me asomaba podía ver las caras de las personas que aguardaban a que empezara la música. ¡Y estaba lleno!
Era mi concierto. Quiero decir, nuestro concierto. De Aarón y mío. Lo último que quería era contravenir al karma con mi egocentrismo.
Las luces se apagaron. La gente empezó a gritar emocionada. Cinco mil personas no eran muchas si relativizábamos, pero en aquel lugar sonaban como si fuera un millón.
—¡Dos minutos!
Me sudaban las manos. Menos mal que no tenía que agarrar un micrófono y que solo tenía que hacer el paripé de estar tocando la guitarra. ¡La guitarra! Me volví hacia Sarah, pero de nuevo me sorprendió al contestarme:
—Está apoyada a la derecha, junto a la batería, como hemos quedado. Todo va a salir de fábula. Saluda a tus fans con energía y después la coges, ¿de acuerdo? Como hemos ensayado.
—Como hemos ensayado.
—¡Cuarenta segundos!
Los músicos que iban a hacer la pantomima de estar tocando en directo, también gente de Develstar a los que les habían hecho firmar unos contratos de confidencialidad, se colocaron en sus posiciones y la ovación de la gente volvió a estallar.
Los focos comenzaron a girar en lo alto de la sala y entonces, por fin, me dieron luz verde para salir.
—¡Mucha mierda! —dijo Bruno.
—Dalo todo —me ordenó Sarah. Y con la sensación de que me hubiera dicho «No la pifies» salté al escenario y levanté los puños al aire.
La gente enloqueció. No notaba ni frío ni calor. Ni siquiera las gotas de sudor que sin duda debían de estar recorriéndome la espalda. Mis ojos se intentaban acostumbrar a la inolvidable imagen de miles de personas gritando y saludándome en una sala como aquella. Cinco mil personas que no conocía absolutamente de nada a las que no había convocado pero que, sin embargo, estaban allí por mí.
—¡Hola, Nueva York! —grité en inglés—. ¿Tenéis ganas de buena música?
Para ambas preguntas recibí la misma respuesta histérica. La adrenalina comenzaba a inundar mis nervios, músculos y articulaciones. Me creía capaz de cualquier cosa. De salir volando y aterrizar en mitad de todos ellos, si me lo proponía.
—¡Es para mí un honor poder dar este concierto en una ciudad tan increíble y que tanto apoyo me ha ofrecido desde mis comienzos! —El texto, por supuesto, no era mío y lo pronunciaba de forma casi automática—. Como sabéis, comencé grabando unos vídeos en internet y todavía me cuesta creer que esté hoy aquí. ¡Ayudadme a convencerme de que esto es real!
El estallido de gritos, aplausos y silbidos amenazaron con dejarme sordo. ¡Me encantaba!
Sin más dilación, me dirigí al lado derecho del escenario y cogí mi guitarra. Por supuesto, esta era gentileza de una importante marca de instrumentos.
Me coloqué en posición, aguardé a la diminuta luz verde que apareció en el monitor inferior y comencé a tocar el instrumento mientras la melodía que mi hermano había grabado se colaba por los altavoces y la gente comenzaba a moverse al ritmo de la música. Detrás de mí, el batería, el bajo y el teclado siguieron las indicaciones y se pusieron a trabajar su parte de la canción.
Después entró la voz. Aarón embargó los oídos de todos los presentes de una manera única. Desde mi posición no le veía, pero sabía que estaría sonriendo. Me moví por todo el escenario yendo de un lugar a otro poniendo en práctica todo lo que me habían enseñado para lograr un playback más que perfecto y lo alterné con guiños, saludos y algún gesto de esfuerzo en las notas más altas. Sin duda, «City Lights» era una de mis canciones favoritas.
«Millions of people waiting for something / Millions of people waiting for someone».
Cuando terminé, la gente volvió a gritar emocionada. ¿Era posible que todos ellos hubieran visto nuestros vídeos en YouTube? Se me ponía la carne de gallina con solo imaginar que aquello fuera posible. Estaba allí. Todo aquello no era un maldito sueño. ¡Lo estaba viviendo!
Hice como que rasgaba las cuerdas de la guitarra y comencé el segundo tema de la noche, «ILU». Antes de empezar a hacer que cantaba, advertí que la gente se preparaba para corear la canción. Cuando llegué al estribillo («ILU ILU, no matter what! ILU ILU…»), puse en práctica la pose que se me había ocurrido durante uno de los ensayos y que a todo el mundo le había encantado. Consistía en cerrar el puño derecho, alzar el dedo índice al decir «I», sacar el pulgar hacia mí en la «L» y después apuntar al público como si fuera una pistola en la «U». Ni que decir tiene que casi se me saltaron las lágrimas cuando, la segunda vez que lo hice, el público me imitó.
—¡Vamos! —exclamé en la siguiente estrofa antes de ceñirme a la letra de la segunda voz en un tono diferente mientras el público coreaba la normal.
La sensación era tan alucinante que a punto estuve de olvidarme de que era yo el que movía a la masa y contemplar el espectáculo.
No tenía ni idea de si el cielo existía, pero aquello se asemejaba bastante a mi idea del paraíso. Quizá el karma me había dado un plus por mi buen hacer. Y, además, Tonya había vuelto a acertar: todo estaba saliendo a pedir de boca.