Aaron1

Just like the movies

That’s how it will be

Cinematic and dramatic

With the perfect ending.

Katy Perry, «Not Like The Movies».

NO lograba quitarme de la cabeza las palabras de Leo. Llevaba desde la fiesta evitando a Emma siempre que podía. Cuando la veía acercarse por un pasillo, torcía en la primera bifurcación que encontraba. Cuando entraba en el estudio de grabación, pedía al señor Zao salir a tomar el aire. Cuando me llamaba… bueno, no estaba preparado para hablar con ella.

¿Y qué si, a pesar de todo, me gustaba? ¿Acaso importaba lo más mínimo? Era tres años mayor que yo, ¿qué me hacía pensar que lo nuestro pudiera tener alguna posibilidad?

¡¿Lo nuestro?! Maldito Leo. Maldito Leo. Maldito Leo. Todas esas ralladuras eran por su culpa. ¡No quería nada con Emma! ¡No quería nada con nadie! Y menos después de lo de Dal, ¿era tan difícil de comprender?

Emma no era más que una amiga entre todos aquellos desconocidos. La única que me hacía mínimamente caso en Develstar, aparte de Haru; la única con la que me lo pasaba bien fuera del estudio. No tenía por qué haber nada más entre nosotros, ¿no?

—Arggg… —gruñí contra la almohada antes de darme la vuelta por decimosexta vez en la escasa hora que llevaba tumbado.

¿Cómo había podido comportarme así con ella? ¿Qué me pasaba? ¿Sería demasiado tarde para pedirle perdón? ¿Me escucharía?

Necesitaba hablar con alguien si no quería terminar saltando por la ventana solo para acallar mis inseguridades. Me levanté decidido y encendí el portátil. Hice el cálculo horario y supuse que no sería tan difícil que David y Olí estuvieran conectados.

Tamborileé los dedos sobre la mesa hasta que el programa se conectó y vi los nombres de mis amigos disponibles.

AarónSongs: Olí!!!

OliviaGrease: Hey, you, qué sorpresa! Ya casi me iba a dormir. Espera que meto a David en la conver.

«Davidado se ha unido a la conversación».

Davidado: Xo q horas son stas xa conectarse!!!

Después de los saludos de rigor y de que me dijeran que todo les iba bien, les pregunté por el colegio. Por alguna incomprensible razón, echaba de menos aquella rutina tan cotidiana.

AarónSongs: Me echan de menos? Ja-ja

OliviaGrease: Desde luego! jajaja…

Davidado: Xo + a Leo. La gente está cada día + flipada cn Play Serafin.

OliviaGrease: Es que mola tanto el videoclip! Es tuya la canción? Me ha enamoradooo!!!

AarónSongs: Gracias, jeje ©

Davidado: Ls Whopper no dejan de fardar de haber sido ÍNTIMAS amigas del hermano de Leo.

AarónSongs: En serio?? 0_0!

Davidado: Lo q lees. Al - cn tdo sto se hn olvidado un poco d la ptarda de Dal…

Aprovecharon para contarme lo asqueroso que estaba resultando segundo de bachillerato y el poco tiempo libre que tenían para hacer otra cosa que no fueran trabajos o estudiar para los exámenes.

OliviaGrease: Y qué tal tú? Has conocido a algún famoso?

Davidado: X favor, Olí, deja de fingir y haz la pregunta di millón!!! Hay alguna tía x ahí d la q no nos hayas habido??

No había necesitado más de diez minutos para sacar el tema. Me reí para mis adentros y les hablé de Emma de la manera más objetiva posible antes de explicarles lo que había ocurrido en la fiesta.

Davidado: Y si t mola xq le dijiste eso???

AarónSongs: No me mola! Solo somos amigos, pesao!

OliviaGrease: Pues ya sabes lo que tienes que hacer: pídele perdón y habladlo.

AarónSongs: Como si fuera tan sencillo…

OliviaGrease: Lo es! Recuerda que las chicas vamos por delante de vosotros, oh, mortales. Habrá entendido lo que te pasaba por la cabeza incluso antes que tú.

Davidado: Olí, la psicóloga de los corazones rotos.

OliviaGrease: Que te den, Da!

Davidado: Dónde hay q firmar? :P

AarónSongs: Chicos, debería volver a la cama. Mañana tengo un montón de trabajo…

Davidado: Adiós, Mr. Ocupado. Saluda a tu nueva novia de nuestra parte.

OliviaGrease: Buenas noches, Aarón. Un (k)!!

AarónSongs: Intentaré escribiros lo antes posible. Ojalá estuvierais aquí.

Davidado: Pues invítanooos! Jajajaja…

Pues no era mala idea…

Apagué el ordenador y me tiré sobre el colchón. Confiar en Leo me daba mala espina, pero ahora que Olivia también me había aconsejado que hablase con Emma tenía claro que, al menos, debía intentarlo. ¿Qué era lo peor que podía ocurrirme? ¿Que todo siguiera igual que los últimos días?

La fiebre Castorfil había llegado a Nueva York. Cuando, al día siguiente, salí a dar una vuelta por la ciudad para despejarme antes de ponerme a trabajar, fue como entrar en el escenario de mi peor pesadilla. La cara de Dalila estaba por todas partes. Mejor dicho, la de Dalila y la de Rupert Jones.

Como setas tras la lluvia, los carteles, los anuncios, las noticias en las portadas de las revistas y los reportajes en cualquier pantalla de la ciudad se encargaban de recordarme su existencia. Ruedas de prensa, entrevistas, fotos, regalos, montajes… ¡Castorfa se había apoderado del mundo y ni siquiera habían transcurrido tres meses de rodaje!

Las tiendas y puestos de la ciudad no habían sido menos y, lo que aquel día con Emma fue una excepción, se había convertido en la regla. No había un solo local que no vendiese chapas, postales, cuadros o fotos de mi ex convertida en el encantador personaje. ¡Pero si hasta en las tiendas de ropa podías encontrar camisetas con citas memorables de la historia como la de «Sígueme el rastro»!

Regresé a Develstar más agobiado que cuando salí. Las primeras semanas sin saber de Dal habían sido terribles, pero al menos cabía la posibilidad de que en algún momento llegara a escribirme y me explicara su ausencia. Ahora, tanto tiempo después, sabía que aquello era imposible y que su desaparición era voluntaria y, a todos los efectos, definitiva.

Haru supo que me pasaba algo nada más entrar en el estudio. —Mala noche— respondí cuando me preguntó.

Después nos sentamos a repasar el concierto de ese fin de semana para que no hubiera ningún fallo. Había sido más difícil de lo que imaginaba tener que grabar las canciones con los dichosos parones, los huecos para que Leo gritara al público y los cambios de registro que demostraran que no estaba sacado del disco, sino que lo estaba cantando en directo.

Haru me dejó trastear por primera vez con el programa de retoque y aprender a defenderme entre tanto botón, rueda y ecualizador. Cuando terminamos, me dolían los ojos de mirar tan fijamente la pantalla y era incapaz de advertir cualquier error que tuviera una canción aunque fuera un bocinazo en mitad del estribillo.

—Buen trabajo —me dijo mi maestro dándome una palmada en la espalda. Se puso en pie y se masajeó el cuello—. Puedes quedarte aquí si te apetece relajarte. —Y me indicó con la cabeza la guitarra de la sala de grabación—. Nos vemos mañana.

Nos despedimos y me quedé solo.

No era mala opción olvidarme durante un rato del mundo, desconectar por completo y perderme en la música. Desde hacía unos días le venía dando vueltas a una canción que todavía no había plasmado en una partitura y que estaba sin letra.

De repente sentí la imperiosa necesidad de saber cómo sonaría en vivo con la guitarra y mi voz. Movido por una emoción que solo era capaz de relacionar con la música, fui a la otra habitación insonorizada y cerré la puerta, más por costumbre que por otra cosa.

Me colgué la guitarra al cuello y revisé las clavijas para afinarla. Una vez que estuvo lista, me puse a tocar. Dejé que la canción fluyera, a veces con letra, a veces solo con un tarareo, mientras rasgaba las cuerdas. Era consciente de que si no apuntaba pronto en un papel lo que estaba haciendo se me olvidaría todo, pero en el fondo no me importaba. Si la canción quería permanecer conmigo, la recordaría más tarde. Y si no… bueno, lo estaba pasando bien y el mero hecho de transcribirla a un pentagrama le quitaría toda la diversión al momento.

Tras tocarla un par de veces, probar varios solos de guitarra distintos y repetir el último estribillo unas tres veces a diferente ritmo, me puse a hacer el tonto tocando la guitarra por encima de mi cabeza, cayendo de rodillas sobre el suelo como una superestrella y agitando la cabeza como si estuviera en mitad de un concierto.

Abrí los ojos todavía riendo mientras rasgaba una última vez las cuerdas para encontrarme con Emma al otro lado del cristal. Ella me observaba divertida, con una carpeta bajo el brazo y las manos dando palmas.

Me dejé caer de espaldas, más para evitar que viera cómo me había sonrojado que por que estuviera cansado y me quedé allí con el pelo pegado a la frente y el pecho subiendo y bajando desbocado. La se abrió un segundo después.

—¿Nuevo tema? —preguntó Emma.

—Aún no lo sé… —respondí, y me incorporé.

—Pues sonaba muy bien. Sobre todo, ese final a lo Jimi Hendrix. —Agarró la carpeta como si fuera una guitarra y me imitó.

Me reí en voz baja antes de ponerme en pie.

—Estaba buscando al profesor Zao —añadió ella—, ¿se ha ido?

—Hace un rato —respondí mientras dejaba la guitarra en su sitio—, ¿necesitabas algo?

Emma señaló la carpeta.

—Darle esto. Pero puedo volver mañana. —Nos quedamos en silencio unos segundos mirándonos antes de que ella añadiera—: Sigue con lo tuyo, no quería molestarte.

Se dio la vuelta para marcharse.

—Espera —dije, y mi voz sonó demasiado alta entre las paredes—. Quería… hablar contigo. Sobre lo del otro día… en la fiesta.

—No es necesario —me aseguró ella con un ademán—. Soy yo la que me pasé de la raya. Entiendo que te mosqueases.

—No había razón para ponerse tan estúpido como me puse.

Emma alzó la comisura de los labios y se apartó el cabello tras la oreja en un gesto que, hasta entonces, no me había dado cuenta de lo mucho que la caracterizaba.

—Entonces, ¿volvemos a estar en paz? —preguntó.

—Por favor —contesté yo.

—Me alegro, porque estos días que no hemos hablado debo reconocer que te he echado de menos. Aunque prefiero que Leo no se entere, ya sabes cómo se pone de celoso.

Sabía que tenía que reírle la broma, contestar algo, acompañar mi sonrisa con otro comentario ingenioso, ¡lo que fuese! Pero me había quedado sin palabras. El cerebro se me había secado de pronto al oírla decir que me había echado de menos. Y para cuando fui a responder, la puerta del estudio se abrió y apareció el señor Zao.

—¡Haru! —exclamé entre molesto y agradecido.

El hombre me miró contrariado ante mi reacción y saludó a Emma sin apartar los ojos de mí. En cuanto ella se acercó a él con la carpeta y yo la perdí de vista, me golpeé la frente con el puño y me arrepentí de ser tan patético.

—¡Hasta luego! —se despidió Emma cuando terminó—. Adiós —mascullé para el cuello de mi camisa.

Haru me hizo un gesto desde el otro lado del cristal para que me acercase.

—¿Qué ha sido… eso? —preguntó señalando con la mano el lugar donde nos había encontrado.

—Nada. Estábamos hablando… eso es todo.

—Déjame que te cuente una historia —dijo, y se sentó con la mirada puesta más allá del cristal—. Hace muchos años había un hombre en el pueblo donde yo nací…

—¿Eras tú? —pregunté.

Haru me miró unos instantes en silencio antes de decir divertido:

—Sí, era yo. ¿Te importa si sigo? Había una mujer de la que estaba perdidamente enamorado…

—¡Yo no estoy enamorado! —le interrumpí de nuevo, pero me hizo callar con la mirada.

—Era preciosa. Todos mis amigos estaban locos por ella, todos intentaban agasajarla con regalos, cenas y entradas para los espectáculos más caros que podían encontrar. Yo, por el contrario, no tenía dinero para gastar en esas cosas. Trabajaba con mi padre en su taller de instrumentos y cada yen que me correspondía terminaba depositado en la cuenta que más tarde me permitiría ir a la universidad. Pero esa no era la razón por la que nunca le declaré mi amor: simplemente estaba tan seguro de que me diría que no que ni siquiera lo intenté.

No sabía muy bien adonde quería ir a parar. ¿En qué podía parecerse esa historia a la mía? Volví a repetírmelo para mis adentros: yo no estaba enamorado de Emma.

—Nos separamos cuando tuve que irme a la ciudad a estudiar, al conservatorio, como siempre había soñado.

Y, encima, acababa mal la historia…

—Sin embargo —añadió de pronto Haru mirándome—, el destino no quiso que aquel fuera el final, y un día, después de mi primer concierto al frente de la orquesta filarmónica de Tokio, vino a verme al camerino una mujer que decía conocerme desde niños.

—¿Ella? —supuse.

Haru asintió y juro que me pareció ver una lucecita en sus ojos como en los animes.

—Me confesó que no esperaba que le correspondiese de ningún modo, pero que necesitaba decirme lo que llevaba sintiendo desde hacía años: que estaba enamorada de mí y de mi música. Mientras hablaba, se puso a llorar. ¡Imagina cómo me quedé! —Sonreí ante su escenificación—. Tuve el valor, ingenuo de mí, de preguntarle por qué no me había dado muestras de ello mientras estaba en el pueblo, y ¿sabes qué me contestó? Que temía que si me lo decía, decidiese quedarme allí con ella para siempre y no llegara hasta donde había llegado. A lo que yo le volví a preguntar qué habría pasado si le hubiera confesado mi amor entonces. Y ella bajó la vista, me agarró las manos y me aseguró que nunca habría dejado que me separase de ella.

Mi maestro guardó silencio y yo dije:

—Es una historia, eh… preciosa, de verdad. Pero no entiendo qué me quieres decir.

—¿Preciosa? ¿De verdad te lo parece? Perdí más de seis años sin estar al lado de la única mujer a la que había querido. Seis años que nadie me devolvería porque no me atreví en su momento a confesarle lo que realmente sentía.

—¡Pero si se lo hubieras dicho, no habrías llegado a ir al conservatorio!

—¿Cómo que no? —me preguntó ofendido—. ¿Quién ha dicho eso? Claro que lo habría hecho, y ella se habría venido a la ciudad conmigo. ¿No lo entiendes, Aarón? Nosotros marcamos nuestro destino con nuestras decisiones, y no podemos permitir que los miedos y las inseguridades nos impidan tomarlas. Solo tenemos una vida que vivir, y sé que ahora, a tus dieciocho años, parece un mundo, pero no lo es. Y cuanto antes lo entiendas, antes empezarás a valorar con mayor intensidad cada segundo que se te ofrece. Nuestra existencia es demasiado limitada como para pasar la mitad de ella huyendo.

¿Huyendo?

—Yo no huyo de Emma —le aseguré forzando una sonrisa—. No sé lo que crees que has visto antes, pero…

—¿Y quién te ha dicho que esté hablando de eso? —replicó él. Y después miró el reloj de su muñeca—. Vaya, se ha hecho tardísimo. Vete a comer, y descansa, que mañana nos espera un día duro.

—Para Leo —añadí yo.

—Para ambos. El concierto es de los dos —me corrigió él.

Nos separamos en el pasillo, él de vuelta a su casa y yo al frío, pero caro, restaurante del edificio. De camino allí estuve dándole vueltas a la historia que me había contado. ¿De verdad pensaba que estaba huyendo? ¿De qué? ¿De quién?

¿Por qué no podían dejar todos de darme lecciones? ¿Dónde estaba el botón para detener el mundo cuando de verdad lo necesitabas?