Leo1

There’s a lot of talk about me

People lining up to meet me

Simple Plan, «Loser of The Year».

MI presentación en sociedad había sido un éxito. La noche había resultado mucho más entretenida de lo que esperaba. En las casi tres horas que estuvimos allí, tuve la oportunidad de charlar con los directivos que controlaban la mitad de las cadenas, productoras y discográficas más grandes del mundo. ¡Y todos habían oído hablar de mí! Durante horas me paseé de un lado a otro arrastrado por Sarah sonriendo sin cesar y bromeando con desconocidos sobre el panorama artístico de los últimos diez años (¡como si supiera lo que me estaban contando!).

El caso es que les caí genial. Qué digo genial: ¡alguna hasta me invitó a dar un concierto en su próxima fiesta privada! (Cosa que a Sarah no le hizo ni la más mínima gracia: «Si necesitan un payaso para sus estúpidas soirées, que se alquilen uno. Tú eres una superestrella»).

La idea empezaba a calar hondo en mí: yo era una superestrella. No me fue difícil meterme en el papel una vez que lo hube digerido y pude comprender que a mi alrededor el resto del mundo también se había rendido a la evidencia.

Más tarde me enteré de que Aarón se había marchado a casa antes de la medianoche arguyendo que se encontraba indispuesto. Ya. Como si no le conociera. Desde el principio se había mostrado más que reacio a asistir a la fiesta, y estaba seguro de que, en cuanto vio que Dal no se encontraba allí, decidió que no existía razón para perder más tiempo entre desconocidos.

Lo mejor de todo fue que, desde mi encuentro con Kevin, no había vuelto a tener tiempo para pensar en Sophie. Mi antiguo compañero de piso tenía razón: que hubiera regresado a Nueva York no tenía por qué impedirme pasar página igual que ella parecía haber hecho. Y Develstar me ayudaría a conseguirlo sin tan siquiera proponérselo.

El lunes siguiente volvimos a reunimos con la señora Coen, y repitió las felicitaciones por mi actuación durante di sábado. También nos explicó que habían estado valorando las posibilidades con las que contábamos para dar un concierto y que, al final, habían desestimado el sistema que utilizamos en Madrid.

—Es demasiado peligroso —explicó—, y no podemos arriesgarnos a que se filtre el secreto —añadió mirando a Aarón.

En su lugar, optaron por que mi hermano grabara el concierto al completo, con sus silencios, sus huecos para mis bromas y los típicos cambios de registro para que yo lo memorizara después segundo a segundo.

En la elección de los temas no tuve ni voz ni voto. La reunión que tuvieron Aarón, su glan maestlo Halu y Sarah me fue completamente vetada. Hasta unos días después no me pasaron la lista de canciones originales y versiones que cantaría.

Durante la semana siguiente no hubo descanso para ninguno. Sarah le pidió permiso a Aarón para posponer sus clases con el señor Rotts una semana y él aceptó, deseando como estaba enclaustrarse en el estudio de grabación y no salir. Mientras tanto, yo seguí con mi curso de Cómo llegar a ser una superestrella y no morir en el intento. ¿El nuevo capítulo? Aprender a bailar.

No es que no supiera. Bailar, bailaba. No muy bien, pero me las apañaba. Simplemente, no era lo mío. Podía subirme a un escenario y hacer como que bailaba, o llevar a una chica a una discoteca y moverme al ritmo de la música balanceando únicamente las caderas. Pero de ahí a la locura física que me estaba pidiendo el equipo de Bruno, había un gran trecho.

—¡El truco consiste en creerte capaz de mover a la masa con el ritmo de la canción a través de tus movimientos! —me explicó un día emocionado.

—¿Te parece si me limito a seguir unos pasos establecidos? —repliqué yo.

Él puso los ojos en blanco y se lo comentó a mi coreógrafo ruso, traído expresamente de no sé qué importantísima compañía de baile moderno, para hacer que no pareciera un pato mareado delante de miles de personas. Este, sonriendo con complacencia, comenzó a marcar con números toda la coreografía. Qué ingenuo fui al pensar que aquello facilitaría mi labor.

Para cuando llegó el momento de ensayar con el equipo de bailarines que me acompañarían en el escenario (Chicas, ¿dónde habíais estado durante toda mi vida?), ya no me sentía las piernas de la paliza a la que el ruso me había sometido previamente.

Con todo, el esfuerzo dio resultados y me sorprendí una mañana entendiendo lo que hacía y disfrutando con ello. Parecía como si durante las noches mi mente hiciera un back-up de todo lo que había aprendido por el día y a la mañana siguiente lo hubiera asimilado tan bien como para no tropezarme conmigo mismo o acabar en el suelo. Tampoco le di muchas vueltas al asunto…

Cuando Aarón terminó la grabación del concierto lo escuchamos todos juntos: él, Emma, Sarah, Bruno y yo para tomar notas de cada palabra que pronunciaría y de cada gesto que le dedicaría al público.

Marcamos los cambios de vestuario y la mención a mis patrocinadores; el recordatorio de mi página web para que me visitaran y la fecha de salida de mi disco.

Never Pause fue el título que eligieron y en la carátula salía yo en un primer plano, empapado y con los ojos bastante retocados para lograr «ese deseo, atracción y garra que llevas dentro» y que el director de la sesión fotográfica no dejó de pedirme que mostrara durante la hora y media que duró. Daba lo mismo. El caso es que estaba realmente imponente, y cuando le envié a mi madre por e-mail un avance de la imagen su respuesta llegó al momento con más exclamaciones que letras.

La sonrisa se me borró de la cara cuando se lo comenté a la señora Coca y esta puso el grito en el cielo. Un segundo después tuve que enviarle a mi madre otro e-mail con un documento impreso que debía reenviarme por fax firmado, asegurando que borraría el archivo y no lo distribuiría o mostraría en ninguna parte. Todo amor, Develstar.

Por suerte, el episodio sirvió para hablar durante un par de días más asiduamente con nuestra familia y averiguar que Alicia se había hecho un esguince jugando al baloncesto («Pero ya se encuentra mucho mejor») y que Esther se había convertido en la chica más popular del colegio por revender algunas de mis pertenencias que no utilizaba («¡Algunas ni siquiera son tuyas de verdad! —me dijo cuando la amenacé con descuartizarla—. Solo las compro para que lo crean y luego las gasto un poco para que parezcan viejas»). Si es que la vena comercial nos venía de familia…

Nuestro padre intentó hablar conmigo varias veces, pero no le cogí el teléfono ni una sola vez. Pasaba de tener que aguantar su verborrea sobre la vida, la responsabilidad y la necesidad de un trabajo decente. Aarón lidió con él y después me pasó el recado de mi padre: que tuviera cuidado. Pues vale. Estaba claro que si quería saber algo más sobre mí tendría que esperar a que mi cara apareciese en la portada de las revistas.

Aparte, decidieron incluir algunos extras dentro del disco para evitar piratería. Yo tampoco vi muy claro el asunto, pero no iban a empezar ahora a escuchar mi opinión…

—Vamos a meter una carta de agradecimiento a tus fans donde expliques la razón por la que has decidido componer estas canciones.

—Ya… el problema es que yo no he compuesto estas canciones. Sarah desestimó mi comentario con un además de la mano.

—La necesitamos para mañana por la mañana. No te preocupes por el estilo, ya la reescribirá alguien cuando la tengas.

Por supuesto, lo primero que hice fue pedir ayuda a Aarón. Al fin y al cabo, ¿quién iba a saber mejor a qué se refería cada canción que su creador? Su respuesta fue una negativa en redondo. Desde la fiesta de Develstar, mi hermano había caído en una especie de estado semicatatónico que solo le permitía ser persona dentro del estudio de grabación, componiendo o cantando. Al resto de los mortales, a excepción de Haru, nos ignoraba de tal modo que, más de una vez, había tenido que acompañar algún comentario mío con una colleja que volviera en sí.

No importó lo más mínimo lo que escribí en aquella carta. El texto definitivo era tan distinto del que entregué que me pregunté por qué me había molestado siquiera en intentarlo. Quizá querían que me sintiera algo unís integrado en la maquinaria. Pues vaya forma…

El primer single, ILU, salió dos semanas después con su correspondiente videoclip. La grabación fue toda una experiencia. Por suerte, no tuve que preocuparme lo más mínimo por el playback de tanta práctica que tenía. Grabamos en distintas localizaciones con el grupo de bailarines que me acompañarían en los conciertos y un grupo de fans muy entusiastas del canal de YouTube con los que Develstar se puso en contacto.

Solo hicieron falta veinticuatro horas para que las visitas se dispararan al millón. Mi obsesión por el canal mientras estábamos en Madrid no era comparable a la que sentía en Nueva York. No me despegaba del móvil, y actualizaba la web cada cinco minutos para comprobar cómo crecía el número. Toda esa gente, miles de desconocidos de todas partes del mundo, estaban escuchando nuestra canción y viéndome actuar desde sus casas, sus trabajos, sus portátiles… y les gustaba. Mi felicidad y entusiasmo crecieron en proporción, y esa noche Aarón y yo nos fuimos a cenar al restaurante más caro en el que Develstar pudo encontrar mesa.

—Por nosotros —dije cuando nos sirvieron las copas de champán (la empresa había logrado que al menos pudiéramos tomar un poco de alcohol. Uau.).

—Por ti —me corrigió Aarón con su desgana de los últimos días.

Me encogí de hombros y di un trago. Miré a Aarón y me lo encontré con la vista fija en la brillante cubertería. Malhumorado, chasqueé los dedos delante de su cara y conseguí que levantara la vista.

—¿Vas a decirme qué te pasa o vas a seguir como alma en pena mucho más tiempo?

Las aletas de su nariz se hincharon cuando respiró con fuerza y después se enderezó en su sitio.

—No sé si quiero seguir con esto —confesó, y en un parpadeo pareció más tranquilo ahora que lo había dicho.

—Ya. ¿Y por qué? ¿Qué ha cambiado desde que llegamos?

Me lanzó una mirada como diciendo: ¿no es evidente?

—Aparte de todo —dije con hastío—, ¿qué te pasó en la fiesta que fue tan terrible?

Aarón fue a responder algo, pero pareció cambiar de opinión.

—Nada.

—¡Exacto! —exclamé yo, dispuesto a cortar de una vez con todas esas tonterías—. Nada que no tenga solución. Vamos a hacer una cosa…

—Olvídalo —me espetó a la defensiva.

—No. En cuanto veas a Emma vas a hablar con ella. Le vas a pedir perdón por haber sido tan idiota y vas a prometer dejar de rayarte cada mañana. Tío, que parece que vives un videoclip de una canción sobre el suicidio.

La cara de Aarón comenzó a adquirir un tono rosado mientras sus ojos se entornaban peligrosamente. Antes de que pudiera rebatirme, volví a atacar.

—Ni se te ocurra negar que esto no tiene que ver con la brujita y avancemos, que ya tenemos una edad. ¿Que te mola? Comprensible. ¿Que no? Estupendo. ¿Que sigues llorando por Dal? Tú mismo. Pero esto tiene que acabar. ¡Pareces un maldito yoyó con tus cambios de humor! Centrémonos en lo fundamental aquí.

—¿Tú?

—No, nosotros. Nuestro trabajo. Porque si esto sale bien, y por momento está saliendo más que bien, los dos vamos a hacer carrera de esta locura. Al menos dime que tú también lo ves, por favor.

El semblante de mi hermano se relajó lo suficiente como para que no temiera más que fuera a abalanzarse sobre mí pegando un grito. Después asintió imperceptiblemente. Yo me relajé un poco y sonreí.

—Pues ya está. Medita acerca de ello esta noche y cambiemos de tema, que para llorar y confesarnos secretitos me quedo en chándal comiendo palomitas y no pago esta cena. ¿Camarero? Más champán, por favor.

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A la mañana siguiente, con un incómodo dolor de cabeza provocado por el alcohol, Sarah me informó de que teníamos trabajo fuera de Develstar. Según entendí de camino hacia allí, un importante periódico online había organizado un concurso entre sus lectores y el premio, como no podía ser de otro modo, era tener la oportunidad de conocerme en persona y ganar unas entradas para mi próximo concierto en Nueva York.

—Pero si todavía no ha salido el disco —le dije a Sarah en el coche con los ojos cerrados detrás de las gafas de sol.

—No importa. El single ha sido el pistoletazo de salida y está funcionando genial. No quería decírtelo antes, pero ya hemos alcanzado los dos millones de visitas.

—¡¿Qué?! —Me lamenté enseguida de haber gritado tan alto y de haberme incorporado de sopetón. Volví a mi posición anterior y cerré los ojos, con una sonrisa en los labios.

—Primero tendrás un encuentro digital en su web y después verás a los ganadores del concurso —añadió ella sin apartar los ojos de su teléfono móvil—. Me han pasado ya la lista y son todas mujeres. Ya sabes lo que toca…

—Un SSFF —mascullé. «Sonreír, saludar, foto y fuera». No se esperaba más de mí y yo tampoco quería forzar la situación.

—Eso es. Que se queden con la sensación de que eres su amigo, pero no se te ocurra darle a nadie tu contacto personal, ¿entendido? Por muy guapas que sean —me advirtió, y esta vez sentí que posaba la mirada en mí.

Me crucé de brazos y dije que sí con la cabeza. La verdad es que ese último comentario me había levantado un poco el ánimo, aunque no lo suficiente como para tener ganas de contestar una entrevista hecha por desconocidos.

Cuando llegamos a la redacción, nos recibieron dos cuarentonas sonrientes que aguardaban con sus mejores galas a la puerta.

—¡Qué alegría teneros aquí! —dijo una de ellas, alta y delgada, tendiéndome la mano.

—Sí, un verdadero honor —dijo la otra, más baja y regordeta, imitando a su compañera—. ¡Play Serafin! ¡En carne y hueso! —exclamó con una risita de adolescente, aunque visiblemente entusiasmada por estar ahí.

Ambas vestían falda negra y camisa blanca y llevaban el pelo recogido en un moño. Parecían uniformes.

—Por favor, seguidnos. Tenemos todo preparado —añadió la alta indicándonos el camino—. Primero queremos tomarte una foto en la redacción, si no es problema.

—Es una costumbre de la empresa —dijo la otra—. ¡Para nuestro muro de honor!

—Por supuesto… —masculló Sarah a mi lado, tecleando aún el que debía de ser el e-mail más largo de la historia.

—Después tenemos el pequeño Meet & Greet con las ganadoras del concurso que organizamos. ¡Hubo cientos de participantes en las pocas horas que duró!

Asentí conforme.

La señora regordeta abrió una puerta a nuestra derecha y nos cedió el paso a una habitación con un amplio ventanal al fondo. Además de un sofá, había una mesa con un ordenador y una silla.

La mujer se acercó al aparato, movió el ratón y la pantalla cobró vida,

—Puedes empezar cuando quieras.

—Como nos pediste, hemos hecho una criba de preguntas y hemos dejado las cincuenta mejores —comentó la alta dirigiéndose a Sarah.

—¿Criba? —quise saber yo frunciendo el ceño.

La periodista se volvió hacia mí.

—Para evitar preguntas incómodas, claro. ¡Pero no tienes que contestar a todas! Solo las que te dé tiempo. —Parecía preocupada por haber hablado más de la cuenta.

—Vamos, Leo —replicó Sarah sin tan siquiera mirarme—. Ponte manos a la obra.

Reticente, tomé asiento y comencé a responder rápidamente a todas las cuestiones que aquellos desconocidos me habían enviado.

«¿Cuál es tu cantante favorito?», «¿Soñaste de pequeño que llegarías tan lejos?», «¿Qué consejo le puedes dar a alguien que quiere ser como tú?», «¿Cuál es tu secreto para componer canciones tan bonitas?», «¿A qué dedicas el tiempo libre?…».

Un rato después, mientras un fotógrafo inmortalizaba el momento, Sarah se excusó y salió fuera a hablar por teléfono. Media hora más tarde llegué a la última pregunta: «¿Alguna vez has soñado con ser otra cosa que cantante?».

Lo había hecho, pero no iba a ser sincero ahora cuando no lo había sido con las anteriores preguntas, así que respondí un «Nunca. Mi sueño siempre ha sido cantar», y anuncié que ya había terminado.

Para entonces, la mujer alta nos había dejado y solo quedaba la regordeta. Sus ojos seguían clavados en mí y presentí que estaba haciendo un esfuerzo titánico por no pedirme un autógrafo o que posara con ella en una foto. Pues sí que se habían tomado en serio mi canal de YouTube…

Al salir, un puñado de redactores asomaron sus cabezas por encima de los cubículos donde trabajaban entre cuchicheos y risitas. Por más que intentara aparentar indiferencia, me seguía sorprendiendo lo mucho que se parecían los adultos a los niños en ocasiones como aquella.

El salón donde habían estado esperando las afortunadas que tendrían el privilegio de conocerme se encontraba al final de un ancho pasillo. Parecía la típica sala de reuniones, y en ese momento, sobre la mesa habían colocado diferentes bandejas de canapés y bebidas para hacer más cómoda la espera.

Al entrar, las cinco chicas ganadoras se pusieron rígidas. Sus ojos me estudiaban entre fascinados y asustados. Ninguna dijo nada, nerviosas como estaban. La más pequeña debía de rondar los dieciséis y la mayor los veinticinco.

—¡Hola! ¿Qué tal? —saludé intentando romper el hielo.

Todas respondieron palabras inconexas que no llegué a comprender con claridad hasta que una de ellas, la más pequeña, comenzó a llorar.

Sarah me miró significativamente y yo asentí sin que se me notara.

—¡Ey! ¿Qué te pasa? —le pregunté. Si estaba fingiendo, lo hacía muy bien. Su cuerpo temblaba como una hoja cuando le di un abrazo.

Sabía que el resto de las ganadoras estaban fulminándola con la mirada, maldiciéndose por no haber optado ellas por las lágrimas para reclamar mi atención. Tuve miedo de que ahora una decidiera desmayarse o algo parecido, así que me separé de la chica y me dirigí s las demás.

Después de los saludos de rigor (puse todo mi empeño para memorizar sus nombres sin demasiado éxito), respondí algunas de sus preguntas sobre el nuevo disco y les recordamos que siguieran atentas a mi web para cualquier novedad. Cuando les pregunté de dónde habían venido, la mayor contestó:

—Seattle.

Incluso Sarah se mostró sorprendida.

—¿Solo para verme? —pregunté. Ella asintió orgullosa.

—Es que… me encantan tus vídeos y cuando me enteré de lo del disco… Tu música es mágica —consiguió decir con la voz entrecortada.

Realmente halagado, me acerqué a ella y le di un abrazo.

—Gracias —le dije en voz baja.

En todo ese tiempo no había tenido ningún contacto directo con mis fans, ocupado como había estado con todo lo demás, y se me había olvidado ese cosquilleo en el estómago cada vez que alguien reconocía mi trabajo de una manera tan sincera. Quiero decir, nuestro trabajo.

—Leo, me temo que debemos marcharnos ya —dijo Sarah en su papel de poli malo.

—¡Falta la foto! —exclamó la redactora, diciéndole al fotógrafo de antes que pasara.

Una vez que hubo saltado el flash, me despedí de las chicas y de la redactora y regresamos al coche.

—¡Desde Seattle! —exclamó Sarah de buen humor mientras el coche se ponía en marcha de vuelta a Develstar—. ¿Y has visto cómo temblaban? Deberíamos haber llevado algo más que los pósters para vendérselos. Ojalá hubiéramos tenido los discos ya listos.

El último comentario me agrió el humor.

—Para regalárselos, querrás decir.

—Bueno, ambas cosas. —Me miró como una maestra a su alumno—. Todavía no ves el potencial de este negocio, Leo, y sigues queriendo darlo todo gratis. Por eso nos necesitas a nosotros, para que te aconsejemos.

Pues si esos iban a ser sus consejos, creo que iba siendo hora de dejar de prestar atención.