Aaron1

Do you feel cold and lost in desperation?

You build up hope, but failure’s all you’ve known.

Linkin Park, «Iridescent».

MIENTRAS la empresa se afanaba en convertir a mi hermano en el nuevo heredero al trono de Genovia (ja, ja), yo seguí con mis clases y mis tutorías. Haru se mostró muy complacido con el resultado de la canción dedicada a Nueva York y me propuso convertirlo en el nuevo tema de Play Serafin. No me costó mucho aceptar.

Nos habíamos acostumbrado tan rápido a nuestro nuevo modo de vida que daba miedo. Y las cosas fueron aún más naturales cuando Leo se sobrepuso al ritmo de Develstar y volvió a su antiguo ser.

—¿No notas algo diferente? —me preguntó la mañana de la fiesta. Había terminado de estudiar y estaba repanchingado en el sofá del salón mientras, fuera, la nieve iba cubriendo los rascacielos de la ciudad.

—¿Te has hecho la manicura? —bromeé.

Leo forzó una sonrisa y se paseó frente a mí como si fuera un supermodelo. Llevaba puesto un esmoquin negro que le quedaba como un guante, pero no pensaba decírselo.

—Pues sí, me la han hecho, pero no me refiero a eso.

Dio una vuelta sobre sí mismo y se colocó como si hubiera una cámara de fotos delante. Sentí una punzada de envidia y me concentré en la televisión.

—Por favor, para si no quieres que vomite la merienda.

—Qué aguafiestas eres, hermanito —masculló regresando al espejo de la entrada para mirarse con detenimiento—. ¿Te has probado ya el tuyo?

—¿El mío? —pregunté con excesivo interés.

—El esmoquin. Está en tu armario. Lo subieron anoche. ¿Qué pasa? ¿No miras todas las mañanas lo que tienes ahí dentro para ver qué te pones?

La verdad era que no. Siempre abría los mismos cajones y nunca pasaba de la percha de la que colgaban mis viejos vaqueros.

Me levanté y fui a mi habitación, seguido por Leo. Tal y como había dicho, al fondo del ropero había una bolsa de plástico que protegía lo que solo podía ser un traje.

Cuando lo extendimos sobre la cama vi que era azul oscuro.

—Madre mía… —musité acariciando la tela de la chaqueta. No quería ni imaginar lo que debía de costar una sola de las mangas.

—Pruébatelo —me dijo Leo.

—¿Ahora?

—Mejor ver si te queda bien ahora que no diez minutos antes de la fiesta.

En cuanto se marchó me coloqué frente al espejo de cuerpo entero y me contemplé vestido con mi camiseta roída de Brooklyn y mi pantalón de chándal. No estaba preparado para llevar ese tipo de ropa. Ese era el mundo de Leo, no el mío…

Aun así, no pude contener las ganas de ver cómo me quedaba.

Un escalofrío me recorrió el espinazo cuando volví a encontrarme frente a mi reflejo. Seguía siendo el mismo: el pelo algo largo y desaliñado, el gesto de sorpresa, mis manos de dedos largos y nerviosos alisándose los bajos de la chaqueta… y, sin embargo, el traje me hacía parecer alguien diferente, importante. Era mi talla exacta. Doblé el codo para comprobar cómo respondía la chaqueta y se me pasó por la cabeza la posibilidad de dormir esa noche con él de tan cómodo que era.

Leo llamó a la puerta sacándome de mi ensimismamiento.

—¿Ya?

Le abrí y miré hacia un lado, un poco avergonzado de encontrarme con sus ojos y escuchar su risa. Pero no soltó ni una carcajada, sino que contrariamente dijo:

—Tío, Aarón, estás… —Me agarró de los hombros y me hizo girar. Soltó un silbido—. ¡Sabía que no estaba todo perdido contigo!

Sonreí un poco más confiado.

—Me veo raro…

—Lo que te pasa es que nunca te has visto tan elegante en tu vida.

Antes de darme cuenta ya me estaba sacando una foto con el móvil nuevo.

—Estarías mejor con zapatos, pero seguro que a mamá le encanta igual.

Ni siquiera me molesté en decirle que se cuidara de enviar lo que no debía a quien no debía, ¿para qué? En ese momento llamaron a la puerta principal.

—Ya voy yo. Será la colada —dije deslizándome como un profesional por el suelo con los calcetines.

Abrí la puerta esperando encontrarme con el botones, que, cada dos días, nos traía la ropa doblada y limpia, pero me quedé paralizado a mitad de sonrisa cuando me encontré con Emma.

Los dos nos quedamos sin saber qué decir hasta que ella comentó:

—Qué… elegante…

Para entonces yo ya tenía toda la sangre acumulada en las mejillas y me extrañaba no estar irradiando luz.

—Gracias —logré decir—. Estaba… probándomelo. —Me revolví el pelo deseando llevar cualquier otra cosa encima—. Entra, por favor.

—No, no es necesario.

—¿Qué tal, Emma? —Leo se acercó por detrás, se apoyó en el marco de la puerta y le guiñó un ojo. Yo suspiré.

—Buenas tardes —respondió ella con una gélida sonrisa—. Sarah quiere veros a los dos en su despacho.

—¿Hemos hecho algo mal? —pregunté preocupado. A lo mejor no debería haberme puesto el traje. A lo mejor ni siquiera estaba invitado a la fiesta.

—Quiere comprobar que todo está listo para esta tarde.

Leo me dio una palmada en el hombro.

—¿No ves lo sexys que estamos? No dudes que todo saldrá genial.

Negué cansado.

—Va a estar así hasta que alguien mencione su perfecta manicura —dije.

Emma sonrió y se alejó unos pasos de la puerta. —Os espero abajo.

Tardé unos segundos en cerrar, porque estaba distraído pensando en…

Una colleja me arrancó de mi ensimismamiento. Me volví hacia Leo dando un portazo.

—¿Qué te pasa? —pregunté.

—Vete a cambiar, ¿no has oído a la brujita?

Odiaba que la llamase así. Como si Emma y yo compartiéramos algún secreto emocionante. Me molestaba porque no era así.

Aaron

Las reglas de Sarah resultaron bastante concisas y fáciles de memorizar:

—Tú, Aarón, te mantendrás siempre en un segundo plano. No hablarás si no te preguntan y si necesitas algo nos lo dices a mí o a Emma. Leo, tú tendrás que aplicar todo lo que Bruno y su gente se han molestado en enseñarte. No hables más de la cuenta. No te hagas el gracioso y, por encima de todo, compórtate como un caballero: sé modesto y agradecido. Allí estará toda la sociedad del espectáculo; por descontado, espero que ninguno se atreva a pedir una foto o un autógrafo a alguno de los invitados. No ocultéis que sois hermanos si alguien os pregunta, pero tampoco ahondéis en ello. Aarón ha venido de acompañante, nada más, y Develstar, generosa como es, le ha permitido disfrutar de este sueño.

No me atreví siquiera a poner los ojos en blanco ante sus indicaciones. ¿Se podía tener más sangre de dictadora? Salí de su despacho de bastante mal humor y Leo no tardó en notármelo.

—Ya sabías que pasaría esto —me dijo—. No sé por qué te molesta.

Yo tampoco, pero no puede evitarlo. La rabia y la impotencia de saber que tenía algo que ofrecer y que solo saldría a la luz a través de tantos filtros que ni yo mismo sería capaz de reconocerlo.

Daba igual. Lo único que tenía que hacer a partir de ese momento era recordarme una y otra vez que, por mucho que a Haru le pareciera maravillosa mi música y mi don, en realidad siempre la compartiría con el mundo a través de Leo. Tenía que aprender a contentarme con lo que Develstar me ofrecía si no quería sufrir más de la cuenta.

Con el resto de la mañana libre por delante decidí acercarme al sur de la ciudad y dar una vuelta ahora que la nieve había dado un respiro a la Gran Manzana.

Habría preferido ir hasta el Battery Park City y el paseo marítimo en metro o autobús, pero cuando se lo comenté a Emma me dijo que me mandaría un taxi y que debía ir con Hermann. Fantástico. Ella, por su parte, tenía cosas que terminar antes de la noche.

Me coloqué los auriculares para no tener que oír quejarse a mi improvisado guardaespaldas, relegado a niñera (¡como si alguien supiera siquiera quién era yo!) y me sumí en mis pensamientos.

Me habían dicho que en los pasillos del metro de Nueva York la música era increíble. En el último e-mail que había recibido de mis amigos, David decía que había gente que recorría todas las estaciones en busca de estos artistas gratuitos. Quería comprobarlo por mí mismo. ¡Me apetecía! Pero ¿cuándo iba a poder escaparme y hacer algo tan normal como ir en transporte público?

Al menos el paseo me ayudó a despejarme. Durante un buen rato me quedé apoyado en la barandilla del embarcadero con la mirada perdida en el horizonte azul. A lo lejos, más allá de los bancos de nubes bajas que bordeaban Manhattan, se vislumbraba la pequeña silueta de la estatua de la Libertad.

¿Estaría Dal en la fiesta de esa noche?

La pregunta se me ocurrió de sopetón y casi me derrumba. ¿Por qué no? Sarah había dicho que allí se congregaría todo el que era alguien en el mundo de la farándula, y ahora que ella era una superestrella seguramente estaba invitada a ese tipo de celebraciones.

Quizá no pudiera ir: lo último que había oído es que se encontraba en algún lugar de Boston filmando algunas escenas de la película.

O quizá sí.

Hermann se acercó y me advirtió con sus habituales gruñidos que era hora de regresar y que se moría de frío.

Leo ya estaba vestido de punta en blanco cuando entré en la habitación.

—¿Dónde estabas? —preguntó, tan nervioso como el día del concierto en Madrid—. Vete a vestir. En menos de una hora tenemos que estar en la entrada.

—¿Quieres calmarte? En una hora me da tiempo a ponerme y a quitarme el traje cincuenta veces.

Me metí en mi cuarto y cerré con pestillo.

—¿Y qué vas a hacer con el pelo? —le oí decir mientras abría la llave del agua en el jacuzzi—. ¡Por una vez, haz el favor de peinarte!

—¡Y tú haz el favor de dejarme en paz un rato!

Me metí en el jacuzzi dispuesto a pasar un rato largo, pero no pude aguantar ni cinco minutos. Enseguida sentí el corazón latiéndome demasiado deprisa. Esa noche era importante, al menos para Leo. Tenía que comprobar que el traje seguía sentándome igual de bien que por la mañana, que no estaba manchado o roto, o que los zapatos iban a juego.

Sintiéndome repentinamente agobiado, salí del agua y me sequé a toda prisa. Una vez frente al espejo, me obligué a peinarme con raya a un lado y un poco de tupé. ¿A quién quería engañar? Seguía pareciendo un pardillo, aunque al menos ya no llevaba el estilo niño-salvaje. Después me embutí en el impecable traje azul y me puse los zapatos de punta larga.

Cuando salí, Leo se encontraba en la mesa grande jugando al buscaminas del ordenador. Me miró y asintió complacido.

—Hasta que te dé por cortarte el pelo, no es mala opción.

Nervioso, me toqué el flequillo, consciente de que no aguantaría mucho en su sirio. Miré el reloj y vi que todavía quedaban veinte minutos para salir.

—Estoy de los nervios… —mascullé sirviéndome un vaso de agua.

No tenía ganas ni de hablar ni de ver la televisión ni de leer. Necesitaba despejarme, y solo conocía un lugar donde poder hacerlo en todo el edificio. Me dirigí a la puerta, no sin antes asegurarme de llevar todo lo necesario encima.

—Te veo abajo cuando sea la hora.

—¿Adónde vas? —me preguntó Leo cerrando el portátil.

—A tomar el aire.

—¿Otra vez? ¿No te puedes quedar quieto ni dos segundos?

—No voy a salir de Develstar, ¿de acuerdo?

Entornó los ojos y me miró. —Más te vale.

La azotea estaba completamente vacía, como esperaba, y el viento terminó de revolverme el pelo, pero no me importó. Me asomé a la barandilla y cerré los ojos. La melodía de la ciudad llegó en diferentes tonadas. El atardecer bañaba con luz las cornisas de los edificios colindantes y sus ventanas. Parecía como si el tiempo estuviera aguantando el aliento.

Unos minutos después, varios bocinazos me hicieron volver a la realidad. Tomé aire sin preocuparme de lo contaminado que pudiera estar y me dirigí a la salida con renovadas fuerzas.

Aaron

Tardamos veinte minutos en limusina en llegar al lugar de la fiesta. Durante todo el trayecto Sarah no dejó de recordarnos nuestros papeles. Para cuando las puertas se abrieron, yo ya me había convertido en un fantasma cuya única meta era camuflarme con el entorno sin meter la pata mientras Leo comenzaba a brillar como una supernova.

Salimos del coche y nos encontramos con una elegante alfombra roja que daba al portal de lo que parecía un club de alto standing. Mientras avanzábamos busqué a mi alrededor algún edificio que pudiera indicarme dónde nos encontrábamos, pero no reconocí ninguno. Emma me agarró con suavidad del brazo y me acompañó hasta la entrada.

—Tú sonríe y disfruta. No sabes la suerte que tienes de poder hacer lo que quieras sin tener responsabilidad alguna.

—¿Lo que quiera? —pregunté yo, dándole mi abrigo a una señorita.

—Ya me entiendes —respondió Emma esbozando una sonrisa.

Pronto dejé de oír el tráfico de la calle, mis zapatos sobre el suelo y hasta mis propios pensamientos. «Love The Way You Lie» sonaba a todo volumen en la sala. Inmensa y dividida en diferentes pisos, la sala estaba ambientada con luces y láseres de diferentes tonalidades azules.

—¡Está lleno! —me gritó Leo al oído, como si no me hubiera dado cuenta ya.

Había gente por doquier, pero no al estilo no-puedo-moverme, sino más bien al de ha-venido-todo-el-mundo-pero-como-es-una-fiesta-exclusiva-podemos-respirar.

La mayoría de las caras me sonaban del mundo de la música o del cine. Ahí estaba el cantante de «Sing to me right now or I’il kill you», la modelo que había ocupado todas las portadas y telediarios de todo el mundo tras descubrirse que traficaba con crías de koalas importadas de Australia y esa actriz de doce años que había ganado un Oscar por su interpretación en Orgullo y rugido 3D.

Según avanzamos, la masa fue abriéndonos un pasillo al estilo de Moisés y el mar Rojo. Sin darme cuenta, saqué pecho y seguí a Emma con la sensación de ser la estrella principal de la noche. Me sentía como en un videoclip. Solo faltaba que Dal apareciera de pronto rodeada por una nube de humo y brillantes focos.

Por supuesto, no ocurrió.

La comitiva se detuvo unos pasos por delante y me coloqué junto a Emma, expectante.

El señor Gladstone, que debía de haber llegado antes que nosotros, saludó a Sarah. Después se volvió hacia Leo y le estrechó la mano antes de abrir el brazo y presentarlo a dos tipos y una señora elegantemente vestidos que no tardaron en saludarlo, también sonrientes. No oía nada de lo que decían, pero tampoco era difícil imaginarlo. «Esta es nuestra nueva estrella. Un cantante de éxito. Él solo se ha hecho un nombre en la red y miles de personas siguen sus vídeos. Bla, bla, bla…».

Pasados los primeros minutos, Sarah hizo un gesto rápido y creí que me decía que me acercara. Al principio no supe cómo reaccionar, pero Emma me dio un empujón y me acerqué.

Las luces y la música me habían aturdido lo suficiente como para solo entender las palabras «hermano», «Aarón», «un capricho». Los tipos trajeados me dieron la mano sin tanta ilusión como a Leo antes de volverse hacia él y seguir charlando sobre algo súper interesante que a mí no me concernía. Un golpe seco en los abdominales me indicó que Sarah no me quería más rondando por allí, así que volví a mi posición inicial.

Emma me dio una palmada en el hombro y yo di un respingo.

—Lo has hecho bien —me dijo al oído, tan cerca que sentí un cosquilleo en la nuca. Me encogí de hombros y asentí con seriedad, cosa que nos hizo reír—. ¿Quieres beber algo?

Con un gesto rápido de cabeza me indicó que la siguiera. Si alguien sabía dónde estaba la barra en aquella macrodiscoteca, era ella, así que me agarré de su mano mientras la gente se iba arremolinando alrededor del equipo directivo de Develstar.

—Me alegro de que te hayan pedido a ti que me entretengas y no a Bruno o a Hermann —dije cuando me tendió un vaso con Coca-Cola y granadina. «Nada de alcohol», me había advertido segundos antes.

—¿Me ves cara de canguro? —dijo ella tras darle un sorbo a su bebida.

—Siempre hay una primera vez para todo. Además, no se te da mal. —Miré mi reloj—. Han pasado cinco minutos y todavía no he transgredido ninguna norma… ¡y mira que tengo ganas de hacerlo!

Emma se rió, aunque no estaba muy seguro de que me hubiera escuchado. Un poco incómodo, me giré para observar el panorama y aguardar el momento en que…

—Dalila Fes no va a aparecer —me dijo de pronto Emma, acercándose a mi oído—. Su representante agradeció la invitación, pero dijo que por razones de rodaje no iba a poder asistir.

Aquello era demasiada información, pero en el fondo se lo agradecí. Una parte de mí se relajó; la otra se derrumbó por completo.

Emma me dio una palmada en la espalda y yo intenté poner cara de que estaba todo genial. Fue entonces cuando me fijé en lo elegante que iba. No me habría extrañado nada verla desfilando por una pasarela de moda o en la première de alguna película.

Llevaba el pelo suelto, ondulado. Su vestido negro caía hasta las rodillas sin ningún adorno a excepción del cinturón plateado sin hebilla. Los zapatos, del mismo color, se ataban a sus tobillos con unas bandas de tela. Había cambiado el pendiente de la snitch por uno alargado de plata a juego con el de la otra oreja.

—Es la segunda vez que te pillo analizándome —dijo con media sonrisa.

—Ah… ¿sí? —Esperaba que la música hubiera ocultado mi repentina tartamudez. Cuando me sobrepuse, añadí—: Bueno, ayer tú hiciste lo mismo cuando me viste en traje.

Esta vez fue ella quien asintió, pillada en falta.

—Tenemos que reconocer que vamos fabulosos —comentó.

Los dos reímos y dimos un sorbo a nuestra bebida.

Si Dal hubiera venido, ¿estaría conmigo ahora o, como Leo, tendría que saludar a toda esa gente y no podría dedicarme ni un segundo?

—¿Otra vez pensando en ella? —me preguntó Emma acercándose.

—En serio, ¿cómo lo haces? —quise saber, realmente sorprendido.

Se encogió de hombros y puso cara de interesante.

—Empiezo a reconocer esa mirada tuya, entre soñadora y de cachorro apaleado, que se te pone cada vez que la chica en cuestión te viene a la cabeza.

En esa ocasión supe que ni los láseres azules del techo podrían ocultar mi rubor.

—¿Tanto se me nota?

Emma debió de leerme los labios (o el pensamiento) porque dijo:

—No eres tan complicado, Aarón Serafin. Además, después de nuestra pequeña charla en el avión estuve investigando de dónde podía venirte ese interés tan curioso por una estrella internacional y averigüé que Dalila había ido a tu mismo colegio.

—¿Interés curioso? —pregunté, incómodo por los derroteros que estaba tomando la conversación.

—Seguro que no fue casualidad que una de las canciones que decidisteis grabar fuera «Hey There Delilah», ¿me equivoco?

—Fue cosa de Leo.

—Da lo mismo. Sumé dos y dos…

—¿Y qué resultado te dio?

—Que habíais estado saliendo. O habíais tenido algo. ¿Era tu mejor amiga? —Se quedó callada—. Perdona, no debería entrometerme. Simplemente sentí curiosidad.

Me terminé lo que quedaba en el vaso de un trago y, por alguna razón, pensé que merecía una explicación.

—Salimos durante un tiempo —dije—. Después llegó el verano y nos separamos. Cuando volví en septiembre descubrí todo el pastel de Castorfa. Fin de la historia…

—¿Y no te dijo nada? —quiso saber completamente seria.

—Supongo que no tuvo tiempo, o no se lo permitieron o… no sé. Es complicado.

Emma dejó su vaso en la barra.

—¿Complicado? ¿Llamar una sola vez? ¿Mandar un mensaje? ¿Un email? —No me gustaba su tono. Ella no lo entendía. No sabía toda la historia, ¡ni siquiera conocía a Dal!—. Si hubiera tenido interés en decírtelo, habría encontrado el modo.

De pronto me pareció que el lugar estaba demasiado cargado o demasiado oscuro o demasiado lleno. Necesitaba salir a tomar el aire.

—Me voy fuera —dije sin ninguna emoción.

—Espera. —Emma me agarró del brazo y me volví—. Lo siento, otra vez. No sé qué llevará la bebida que me he tomado, pero me he vuelto a exceder.

—¿Y por qué te preocupa tanto? —le espeté molesto—. No creo que lo que yo sienta por una chica competa a Develstar, ¿verdad?

Emma fue a responder directamente, pero se lo pensó unos segundos.

—Tienes razón. Ha sido cosa mía. Ya te he pedido disculpas. No pensaba que fuera a molestarte tanto…

De pronto su rostro se volvió tan serio como cuando la conocimos y escondió cualquier emoción o comentario tras su habitual máscara de hermetismo.

Se me habían quitado las ganas de seguir de fiesta. ¿Qué hacía yo allí sin amigos ni nadie que conociera? La única persona que se había molestado en charlar conmigo me había dejado claro lo tonto que era. Quería irme a casa. Quería hablar con Olí y David y contarles lo diferente que era todo de como lo habíamos imaginado. Quería volver a tener una vida corriente e insignificante.

Mis ojos recorrieron el local hasta detenerse en Leo, que se reía a mandíbula batiente de algún comentario ingenioso rodeado por un grupo de personas que le escuchaban maravilladas.

—Fue un error que aceptara venir… —mascullé.

Cuando la canción que estaba sonando llegó a su fin, Emma se volvió hacia mí.

—Te daré un consejo sin segundas intenciones —comentó con ese tono serio suyo tan molesto—: Empieza a tomar decisiones por ti mismo y a lo mejor serás más feliz con los resultados que obtengas.

Le aguanté la mirada con los labios apretados. Sus palabras eran tan ciertas que horadaron mi pecho. Si había llegado allí, había sido por ellos y por Leo. Y mientras, yo, como un imbécil, había decidido poner mi vida patas arriba para pedirle a Dal ¿qué? ¿Un saludo? ¿Un beso?

¿Una explicación? No estaba allí por mis canciones. No como Leo, que había llegado a Nueva York por su sueño de convertirse en estrella. No sabía ni lo que quería mientras me engañaba creyendo que aquel también era mi sueño; que había decidido, por fin, tomar las riendas de mi futuro, cuando en realidad solo me estaba engañando a mí mismo.

Resultaba tan patético que hubiera necesitado tanto tiempo para comprender aquello que sentí unas irrefrenables ganas de gritar o de llorar o de romper algo. En el fondo, me sentía impotente. Ahora empezaba a entender esas canciones que hablaban de sentirte solo rodeado de miles de personas.

Emma me miraba con la misma mirada de antes, pero sus ojos se volvieron algo más cálidos pasados los primeros segundos.

—Aarón…

—No, ahórratelo —la interrumpí—. Tienes razón. ¿Puedes llamar al coche para que vengan a recogerme? Me encuentro mal.

En un primer momento presentí que iba a replicar que eso no era posible, pero se reservó sus objeciones. Sacó un teléfono de su pequeño bolso y tecleó con rapidez un mensaje.

Aaron

Diez minutos después me encontraba en un coche color negro con ventadas tintadas de regreso al edificio de Develstar. Sí, aquella vida era brillante y espléndida, digna de reyes. Pero la luz provenía de Leo, no de mí. Y yo había terminado quedándome ciego de tanto esforzarme por mirar.