Leo1

Leave my door open just a crack

(Please take me away from hare).

Owl City, «Fireflies».

LA noche antes de que vinieran a buscarnos no pegué ojo. Me limité a dar vueltas sobre el colchón, a meter y sacar ropa de la maleta y a hacer a Tonya un sinfín de preguntas inútiles solo para tener la mente ocupada.

Cuando el despertador me informó de que podía salir de mi cuarto sin parecer loco, guardé el móvil, me vestí y subí a la cocina.

Allí me esperaba Aarón con una cara en la que me vi perfectamente reflejado.

—¿Cómo llevas la vida de adulto? —le pregunté poniéndome un vaso de leche con Cola Cao. Si probaba una sola gota de café intentaría llegar a Estados unidos a nado.

Por respuesta obtuve un largo bostezo.

Nuestra madre entró en la cocina en ese momento ataviada con una bata azul claro y el pelo suelto y despeinado, pero yo solo pude fijarme en sus ojeras.

—¿Ya tenéis todo preparado? ¿Habéis cogido los pasaportes?

Los dos los sacamos del bolsillo y se los enseñamos mientras dábamos un trago a nuestra taza.

—Si os olvidáis de algo, decídmelo y os lo envío. Llamadme cuando vayáis a coger el avión y cuando aterricéis. Y cuando lleguéis a vuestro destino. Y cuando te digan algo del tutor, Aarón.

—Y cuando nos vayamos a dormir —seguí yo—. Y cuando nos quedemos sin papel higiénico en el váter y cuando nos pique…

—¡Leo! —me reprendió ella.

—¿Qué? ¡Iba a decir la cabeza! Cuando nos pique la cabeza.

El timbre de la puerta nos avisó de que había llegado el momento. A toda prisa, dejamos las tazas en el fregadero y salimos al recibidor. Cada uno cogió sus bártulos y abrimos la puerta. Debíamos de estar a menos de veinte grados o algo así.

—¡Qué frío! —se quejó mi madre cubriéndose con los brazos. Me volví para darle un beso en la mejilla.

—Ten cuidado —me advirtió.

—Tú también —le dije con el mismo tono serio. Luego sonreí—. Lo haré. Te quiero.

—Cuida de tu hermano.

—Su hermano puede cuidar perfectamente de sí mismo —le contestó Aarón acercándose para besarla. Mi madre le dio un abrazo.

—Llamadme, ¿entendido? Y si pasa cualquier cosa, volvéis. No, primero me llamáis y luego volvéis. ¿Entendido? ¡Cualquier cosa!

—¡Mamá! —exclamamos Aarón y yo a la vez.

—Os quiero.

Iba a darme la vuelta cuando oímos una estampida por las escaleras y aparecieron Alicia y Esther.

La pequeña se lanzó sobre el cuello de Aarón y la mayor medio un abrazo.

—Os quiero mucho, ¿vale? —dijo Ali—. Volved pronto.

Después nos intercambiamos a las chicas y nos despedimos de la otra. Fue toda una sorpresa que Esther abrazara a Aarón, pero me cuidé de mencionarlo.

—Más os vale enviarme fotos de todos los famosos que conozcáis —nos advirtió la mayor cuando cruzamos el jardín—. ¡Que no se os olvide!

—¡Y a mí un peluche! —exclamó Alicia.

—Dadlo por hecho —dijo Aarón.

—¡Cuidaos, enanas! —exclamé yo, y cerré la verja.

Sarah Coen y un tipo vestido de negro nos esperaban de brazos cruzados. Tras ellos, un cochazo negro brillante esperaba con la puerta abierta.

—Me alegro de veros otra vez, chicos —saludó ella.

—Dios mío… —mascullé sin habla.

El hombre nos quitó los bultos de la mano y los colocó en el enorme maletero.

—La guitarra, lo último —le dijo mi hermano—. Por favor.

En el interior del coche nos esperaba Emma, vestida con un traje de ejecutiva que le hacía parecer mucho mayor de lo que era y el pelo perfectamente peinado. Nos saludó con una sonrisa gélida y un asentimiento de cabeza. A pasar de ir los tres detrás, había sitio de sobra. Sarah se sentó en el asiento del copiloto y se volvió para sonreírnos.

—¿Ilusionados? —preguntó.

—Mucho —dijo Aarón.

—Muchísimo —añadí yo.

Ella sintió conforme con nuestra respuesta. Yo me recliné en el asiento de cuero y respiré profundamente. América, ¡allá vamos!

leo

No sé en qué momento me quedé dormido. Me despertó el ruido de una puerta cerrándose. Abrí los ojos y vi que no estaba el conductor.

Entonces se abrió la de mi lado y el hombre me la sostuvo para que saliera. Todavía aletargado, me desabroché el cinturón y salí a la fría y concurrida entrada de Barajas seguido por mi hermano.

Fuera, hice estiramientos sin ningún pudor y seguí a las damas.

El chófer venía detrás, tirando de un carrito que se había agenciado para llevar nuestras pertenencias. Atravesamos el largo pasillo de la terminal donde, aquí y allá, pegados a columnas y rincones, algunos pasajeros esperaban su vuelo tumbados en el suelo sobre sus petates. La imagen me trajo el recuerdo de mi anterior viaje y de nuevo me sorprendí de lo diferente que estaba siendo todo.

Tras pasar el control de seguridad, Sarah nos guió hasta unas escaleras que desembocaban en el exterior, y lo hizo con la naturalidad de quien pasea por su casa. En la pista aguardaba un pequeño carricoche en el que nos montamos. Mientras cruzábamos la zona de aviones gigantes, vehículos y tipos con chalecos reflectantes, me pregunté dónde estaban el resto de los pasajeros de nuestro vuelo y si tendríamos que esperar mucho tiempo a que embarcasen.

La respuesta apareció ante mis ojos unos segundos más tarde.

—Ay, mi madre… —dijo Aarón, expresando con esas dos palabras el torbellino de ideas que se arremolinaban en mi cabeza.

Sarah se limitó a sonreír misteriosamente y a bajar delante de la escalera de un jet privado blanco y luminoso.

—¿Vamos a ir… en eso? ¿Nosotros solos?

Sarah se giró para mirarme.

—Ya os dije que Develstar cuida muy bien de sus estrellas. ¿Me seguís?

Me sentía como en un sueño. No, literalmente. Era como si el cuerpo entero se me hubiera dormido. No era consciente ni de dónde pisaba ni de lo que registraban mis sentidos. Oía una suave melodía saliendo de los altavoces y no la reconocía, aunque sabía que la había escuchado un millón de veces. Miraba a mi alrededor y no podía creerme que eso me estuviera pasando a mí. Pasaba las manos rozando los asientos y no concebía semejante comodidad. Y ese olor a nuevo que lo impregnaba todo… Como una habitación del hotel recién estrenada. ¡Y eso solo era el avión!

Los asientos estaban enfrentados, dos a cada lado del pasillo. Intentando contener las ganas de gritar, tomé asiento en uno de los enormes sillones reclinables y miré por la ventanilla.

—Esto es… esto es… ¿Os importa si me hago una foto con el móvil?

Aarón me dio una colleja y me quitó la máquina de la mano, colocándose frente a mí.

—Sonríe —dijo, y yo obedecí, extendiendo los brazos para intentar abarcar todo el lujo que nos rodeaba.

—Recuerda no subirla a internet —me advirtió Sarah.

Asentí y me la puse de salvapantallas.

Aunque lo disimulara, mi hermano estaba igual de alucinado que yo. Miraba a su alrededor como un niño en un parque de atracciones. Debíamos de tener una pinta bastante patética con la sorpresa dibujada en nuestras caras, pero la ocasión lo merecía.

Emma y Sarah se sentaron a nuestra altura, al otro lado del estrecho pasillo. En cuanto estuvieron acomodadas, la mayor sacó su teléfono de última generación y tecleó un número. Hasta entonces no me había fijado en lo largas que llevaba las uñas.

Quince minutos más tarde, los motores del avión se pusieron en marcha. En un acto reflejo, henchí los pulmones y apreté con fuerza a Tonya en el bolsillo de la cazadora.

Despegamos, y a los pocos minutos no encontrábamos sobrevolando Madrid. Me acomodé en mi asiento y cerré los ojos. No llevaba ni tres minutos intentando relajarme cuando de pronto sentí una patada en la rodilla.

—¡Ey! —exclamé incorporándome para mirar a mi hermano. Las dos mujeres también se volvieron.

—L… lo siento —dijo él sin despegar los ojos de la revista que sostenía en las manos.

—¿Qué te pasa? ¿A qué vienen esos espasmos?

—Nada, nada. No es… nada. No importa.

Sin prestar atención a Emma y Sarah, me levanté y me coloqué a su lado.

—Dame la revista —dije. Quiso protestar, pero no llegó a abrir la boca. Con gesto alicaído, me la tendió.

Como me esperaba, era un reportaje a doble cara sobre Castorfa con Dalila como protagonista. En un lado salía una foto suya con un imponente vestido negro en alguna gala de los últimos días agarrada del brazo de un chico. En el otro, con una sudadera que le quedaba ancha mientras sostenía unos libros. El pie de foto decía que era un still de la película.

—¿Qué es? —preguntó Sarah interesada.

—Nada. La novia de mi hermano —respondí yo con tono jocoso mostrándole la página. Aarón me lanzó una mirada de muerte y destrucción.

—La de tu hermano y la de medio mundo por lo que parece. —Comento Emma con ironía.

Me volví hacia ella.

—Bueno, no podrás negarme que la chica está impresionante.

—¿Cómo esa? Cientos —intervino Sarah, mirando a mi hermano—. Créeme, en menos que canta un gallo vais a veros rodeados de mujeres hermosas que esa Dalila Fes os parecerá de lo más normal.

Mi hermano no respondió. Me arrancó la revista de las manos de malas formas y se escondió tras ella.

Volví a mi asiento y advertí la mirada de Emma. No parecía impresionada ni tampoco divertida por mi particular sentido del humor. Más bien parecía… harta.

—Cuéntame —le dije incorporándome—. Sé que te mueres por preguntarme algo.

Ella sonrió sin despegar los labios y alzó las cejas.

—Me temo que no, Leo Serafin. Por el momento voy a limitarme a dormir.

Menudo genio se gastaba la chica.

Al menos tenía unas piernas muy bonitas. Y la falda no le quedaba nada mal, igual que la chaqueta y la camisa blanca, que dejaban a la vista un cuello largo y pálido. Sin apenas maquillaje, como las otras veces que la habíamos visto. Solo llevaba los ojos pintados con una fina raya negra. Unos ojos que, dicho sea de paso, me estaban fulminando en ese instante.

—¿Has terminado? —preguntó molesta.

Sarah se quitó las gafas y miró con reproche a su subordinada.

—¿Emma?

—¿Qué? —le espetó ella, pero al momento se dio cuenta de a quien había hablado así y bajó la cabeza—. Disculpa, estoy un poco mareada.

—Vete a pedirle a la azafata que me traiga un vaso de agua y así te despejas un poco.

—Sí, sacar la cabeza por la ventanilla también ayuda —añadí yo mientras la muchacha se daba media vuelta.

—Capullo. —La oí decir, aunque tan bajo que podía haberlo imaginado. Solo que no lo imaginé.

Con una sonrisa en los labios, enchufé los auriculares a mi asiento para escuchar algo de música y volví a cerrar los ojos. Esta vez no tardé en caer rendido.