Here I’m just writing you a letter
From the distant past
Enclosed is a photograph
To remind you of the times we had…
Just Surrender, «Your Life And Mine».
NAVIDAD y Año Nuevo pasaron tan deprisa que apenas me di cuenta. Toda mi familia materna bajó de Barcelona a Madrid como todos los años y colonizó la casa, pero yo casi no me di cuenta de tan preocupado como estaba por el viaje. Mientras que a mis tíos toda esta aventura les parecía una oportunidad maravillosa, mis abuelos se mostraban tan reacios como mi madre.
—En ese país no hay más que sabandijas —dijo mi abuelo refiriéndose, por supuesto, a su querido ex yerno.
Los únicos regalos que recibí fueron ropa y dinero, exactamente lo que había pedido. Pasamos la Nochevieja en casa. Ni siquiera mi hermano intentó pedir que le dejaran marcharse a Sol a disfrutar en directo de la fiesta. Hasta él sabía que ese año debíamos pasarla con la familia. Y debo reconocer que fue estupendo.
Mientras tanto, mi madre alternaba sus miradas de impotencia con las de súplica y enfado cada vez que me cruzaba con ella en casa o le preguntaba dónde estaba algo que necesitaba guardar en la maleta. Creo que nunca le había dado un disgusto tan grande como aquel.
Se sentía dolida y ofendida por que hubiera decidido abandonarla como el resto de los hombres de la familia (¿podía haberla golpeado más bajo?). Hice oídos sordos y solo cuando me encontraba en mi habitación me permitía dudar y traducir a canciones esa extraña culpabilidad que anidaba en mi pecho.
Desde luego, Develstar parecía realmente interesada en nosotros. La señora Coen llamó varias veces para explicarle a nuestra madre el asunto y resolver sus dudas. No es que la convenciera, pero al menos se quedó algo más tranquila al saber que no se trataba de estafadores. Como dijo, los contratos llegaron poco después y mi madre aprovecho las visitas navideñas para revisarlos junto a mi tío, que es abogado.
—Según dice, estaréis con ellos veinticuatro meses como poco, dos años… ¿lo sabéis? —preguntó ella—. Y dice que podrá prorrogarse si ambas partes están de acuerdo.
—Lo sabemos —respondí yo cruzado de brazos a su lado.
Mi madre siguió estudiando el contrato en voz baja.
—Prácticamente les venderéis vuestra alma y no podréis firmar ningún trabajo artístico con vuestro nombre si no es a través de ellos en los cinco años siguientes tras la firma. Todo a cambio de doce mil dólares mensuales.
Tuve que contener las ganas de reír como un loco. ¡Doce mil dólares americanos; casi diez mil euros netos para cada uno de nosotros por promocionar un puñado de cosas y asistir a eventos (Leo) y por componer (yo)! Cada vez que las dudas amenazaban con desinflarme, la cifra aparecía en mi mente en colores fosforitos.
—Y, según parece, al final te pondrán un tutor para las clases, si es que quieres presentarte a la selectividad.
—Sí.
Se volvió para mirarme y se puso las gafas en la cabeza.
—Aunque dudo que con tanta tontería llegues a concentrarte. —Suspiró y puso un gesto de dolor—. Aún estás a tiempo de decir que no, Aarón. ¿De verdad quieres arriesgar tanto tu futuro?
—Y… ¡fin de la conversación! —exclamé.
Me puse en pie de un salto y dejé sola a mi madre en el salón. Sabía que si le daba la oportunidad, comenzaría de nuevo a recitarme todos los motivos por los que no debía aceptar la oferta. Ya había tenido suficiente cuando habíamos revisado todo el papeleo escolar que
Develstar nos había enviado para agilizar el proceso de traslado de expediente.
De camino a mi habitación me encontré con Esther, apoyada en el marco de la puerta de su habitación con los brazos cruzados.
—Hay sitios más cómodos para sostener paredes —le dije.
—Y estoy segura de que tú lo sabes mejor que nadie. —Entornó los ojos y negó despacio—. No puedo creerme que seas tú quien se vaya a Estados Unidos con Leo y no yo. Pero ¡si tú pasas de sus historias! Seguro que lo ha hecho para que le dejes tu guitarra.
Ni Esther ni Alicia sabían nada de la verdad de aquellos videos y creían que a mí me habían invitado por petición expresa de Leo, algo que la mayor no podía soportar.
—Así es —respondí encogiéndome de hombros—. Te traeré una figurita de la estatua de la Libertad si te portas bien.
—¡Vete a la mierda, Aarón! —gritó antes de volver a su habitación dando un portazo.
—¡Pues te quedas sin regalo!
El 4 de enero, Alicia se encargó de despertarme saltando sobre mi cama al son del «Cumpleaños feliz». Todavía no me había quitado las lagañas cuando me arrastró a la cocina, donde me dieron su regalo: un ordenador portátil último modelo.
—Para el viaje —dijo mi madre—. Para que no tengáis excusa y podáis hablar con nosotros todos los días.
Sarah Coen y Emma Davies se presentaron en casa al mediodía, como habían prometido que harían.
Después de los interminables ires y venires de cortesía, nos sentamos todos en el salón. Sarah y Emma en el sillón de la anterior vez, mi madre a su lado y mi hermano y yo en el perpendicular. Todos alrededor de la mesa y de las copias del contrato que traían consigo.
—Comprendemos perfectamente el temor que puede sentir, señora Serafin.
—Llámenme Silvia —les dijo ella—. De todas formas, mi apellido dejó de ser ese hace tiempo.
Sarah sonrió cordial.
—Silvia, entendemos que se preocupe por sus hijos, pero créame, estarán vigilados noche y día y no haremos nada que no se contemple en este contrato.
Nuestra madre asintió y volvió a ojear los papeles mientras mi hermano y yo aguardábamos en silencio; Leo, mordisqueándose las uñas, y yo recomponiendo las canciones que me habían asediado las últimas semanas.
—Aquí pone… —dijo mi madre acercándole una hoja a Sarah— que si alguno de los dos, o una tercera persona, destapa en público su manera de trabajar, el nombre de la empresa o la labor de ambos, se podrán tomar medidas legales contra ellos.
—Así es —dijo la señora Coen sin la menor preocupación en su tono. Yo también había leído ese punto del contrato y, sinceramente, había intentado obviarlo. Mi madre, por supuesto, no—. Lo que queremos es proteger a Leo y a Aarón. Si algo acerca de cómo trabajan llegara a filtrarse, la prensa se cebaría con ellos.
—Pero si son solo unos críos —respondió mi madre.
—Por el momento, sí. Pero serán bastante conocidos dentro de unos meses. A escala mundial, me refiero.
Mi madre nos miró entre asustada, incrédula y fascinada.
—A mí me parece bien, mamá —intervino Leo temeroso de que la conversación se estancase sin posibilidad de retorno en ese punto—. Nosotros cerramos la boca y nos ahorramos líos, ¿verdad? —Me dio un codazo.
—Sí, sí —respondí yo—. Todo… todo está bien, mamá. Somos los primeros interesados en guardar silencio.
—Y en que los demás también lo hagan —añadió Leo.
Ella nos miró unos segundos más antes de decidirse a asentir.
—Seguro de vida, seguro de viaje, seguro de salud internacional. —Fue recitando de vuelta a los papeles—. Dan por hecho que van a viajar mucho, ¿no?
—Estamos convencidas, Silvia. Por eso hemos preparado todos los papeles con antelación. Que no se os olviden los pasaportes —dijo volviéndose hacia nosotros.
Los dos asentimos al unísono.
Mi madre siguió releyendo página por página hasta llegar al final. Cuando terminó, amontonó las hojas y nos miró.
—Supongo que depende de vosotros, chicos. Si estáis convencidos, firmad.
Sus ojos, por el contrario, nos rogaban que acabáramos con esa locura de una vez y dijésemos adiós a semejante insensatez. Pero yo ignoré su mirada y Leo me imitó.
Cada uno nos abalanzamos sobre uno de los tacos de hojas y comenzamos a firmar página por páginas en los bordes de las mismas y, la última, en el recuadro correspondiente. Mientras lo hacíamos (y había muchas copias en las que estampar nuestros autógrafos), mi madre se levantó para traer un tentempié.
—¿Seguro que no necesitan mi firma? —preguntó en un último intento de desesperación.
—No, Silvia —contestó Sara sonriendo dulcemente—. Siendo mayores de edad, pueden hacerlo ellos.
—Claro, pero… —Se quedó sin argumentos—. Claro…
Leo fue el primero de los dos en terminar. Cuando estuvo listo, Sarah le tendió la mano y se la estrechó con energía.
—Bienvenido a bordo, Leo Serafin. Es un honor tenerte en Develstar.
En el momento en que dejé el bolígrafo sobre la mesa, la señora Coen me la tendió a mí.
—Y lo mismo te digo a ti, Aarón. Estad preparados mañana a las ocho. Vendremos a buscaros para irnos directamente. ¿Alguna pregunta?
Mi hermano y yo nos miramos y sonreímos con ilusión. Ya estaba hecho.
—¡Los sabías desde hacía semanas y no nos lo dijiste hasta ayer! Ya te vale.
Olivia parecía casi tan enfadada como mi madre, aunque sabía que no era la preocupación lo que la carcomía por dentro, sino la ofensa de no haber hablado con ellos antes sobre Develstar.
—Ya te lo he dicho, Olí. Nos lo prohibieron. No sabes la paranoia que me entró ayer cuando colgué el teléfono después de contároslo. Esta gente va muy en serio.
Mi amiga suspiró con resignación y miró a David.
—¿Y tú no tienes nada que decir?
Negó con cara de sorpresa.
—A mí me ha quedado todo claro. Aarón y su hermano se marchan a Estados Unidos. Leo se hace famoso y rico. Aarón se hace… rico. Y nosotros fardamos de ser sus amigos. Yo lo veo bastante bien. Además, nos está invitando a cenar, sé un poco más comedida.
Sonreí a David y después me volví hacia Olí.
—Tampoco es para tanto. Serán solo unos cuantos meses e intentaré escribiros siempre que pueda.
—Ya, como ha hecho Dalila contigo ¿no?
Vi que se arrepentía inmediatamente de haber dicho aquello, pero ya era demasiado tarde.
—Lo siento.
—Da igual —respondí yo con el ánimo de pronto hecho trizas. De reojo vi a David lanzándole una mirada de reproche—. En el fondo tienes razón. Si en parte he dicho que sí a Develstar ha sido porque parece que, de los dos, yo soy el único que no ha logrado pasar página.
Ya les había hablado de la noticia sobre Dalila que había encontrado en internet el día del concierto. Ambos creían que no era más que un rumor, pero en el fondo sabían tan bien como yo que tampoco sería algo descabellado. Sabía que Leo había sido el culpable de que cambiara de opinión tan rápidamente, pero esta vez me daba igual. Por fin estaba convencido de algo y no pensaba seguir martirizándome con dilemas que no llevaban a ninguna parte. Quería… mejor dicho, necesitaba lo que Develstar nos ofrecía.
—Pero tú no eres ella —me animó David—. Ni nosotros somos tú. Si nos ignoras más tiempo del permitido, te aseguro que nos plantaremos allí y te arrastraremos de vuelta de las orejas. ¡O algo peor!
—Bueno, aun así, hasta mañana estaré aquí. —Levanté mi vaso para brindar y los dos me siguieron. Muy a su pesar, Olivia sonreía de nuevo—. Por el futuro y por nosotros.
—Por el futuro y por nosotros. —Repitió Olí.
No sabía cuándo volvería a verlos, pero ya los echaba de menos. En verano, al no quedarme más remedio que sufrir en silencio mi retiro obligado a las montañas, intentaba pensar en ellos lo menos posible, pero solo con imaginarme en Nueva York, rodeado de todo lo que Develstar nos había prometido sin poder compartirlo con ellos, me ponía enfermo.
Después del trago, baje la voz.
—Lo único… buen, lo dicho: por favor, no podéis hablarle de esto a nadie, ¿vale? La versión oficial es que Leo me ha dado esta oportunidad y que le acompaño en su viaje. Punto. Yo no tengo nada que ver con su trabajo en Estados Unidos. Si alguien pregunta, me he ido a disfrutar de la buena vida con mi hermano, la futura estrella de…
—¿La farándula? —sugirió David.
—La farándula. Suena perfecto.
—Pues para que no te olvides de nosotros… —dijo Olivia.
—Sabes que no lo haré. —La interrumpí.
—… te hemos traído una tontería.
—¡Tíos! —me quejé—. ¡No quiero regalos! No necesito nada y en Estados Unidos…
—Si no le cierras tú la boca, lo haré yo —comentó Olivia.
Guardé silencio enfurruñado. Ella asintió complacida y sacó de su bolso un paquete pequeño.
—Sé que no vas a necesitar nada allí. Pero pensé que quizás te gustaría llevarte algo nuestro al otro lado del charco. Espero que te guste.
—Yo he pagado por los hilos —apostilló David.
Emocionado, le quité el diminuto lazo al regalo y lo desenvolví. En su interior había una pulsera de tela trenzada en tres colores: dorado, marrón y burdeos. No estaba acostumbrado a llevar nada en la muñeca, pero haría una excepción.
—Me encanta. Gracias.
—Cuéntale lo que significa cada color —dijo David—. Sé que te mueres de ganas.
Olí le pellizcó el brazo y después me arrebató la pulsera de la mano.
—Bueno, ya te conté una vez que a veces veo a las personas de un color particular. Pues esta pulsera nos representa a nosotros tres. Yo soy el dorado.
—Yo soy el burdeos —dijo David.
—¿Así que a mí me queda el marrón?
—¿Te gusta? —Olí se había sonrojado—. Bueno, no tengo una razón para decirte por qué te veo de ese color y entenderé que no te guste, pero…
Volví a coger la pulsera.
—No pienso quitármela ni para dormir. —Y dicho esto, me la até alrededor de la muñeca con varios nudos.
—Te quedaría mejor si estuvieras más moreno.
Mi amiga lo fulminó con la mirada y le lanzó una patata frita a la cabeza.
Cómo les iba a echar de menos…