FLASHES in my face now
All I know is everybody loves me.
One Republic, «Everybody Loves Me».
NO comprendí lo que realmente suponía haber vuelto al hogar materno hasta el sábado por la mañana. Cuando llegué a casa tras coger dos metros y un autobús, me encontré a mi madre esperando en la cocina con un humor de perros. «Ahora vives en esta casa, a lo mejor debería recordarte las normas. Menuda imagen estás dando a tus hermanos pequeños, Leo». Hice de tripas corazón y me inventé una mentira cuyo motor principal fue la falta de autobuses nocturnos que llegaban a nuestra casa. Por suerte, previendo la que me esperaba, me había tomado antes un ibuprofeno para frenar un poco a los caballos que me estaban taladrando el cráneo a coces.
En cuanto me dejó marchar, me encerré en mi mazmorra y me tiré en la cama para recuperar el sueño perdido sin tan siquiera desvestirme. Las imágenes de la noche anterior se mezclaban en un batiburrillo inconexo que amenazaba con hacerme vomitar si no abría de vez en cuando los ojos y comprobaba que la habitación seguía en su sitio. Amy, sus pinturas («¡Si quieres podemos verlas ahora!, solo nos llevará un rato»), los continuos flashes de la desesperante cámara de su teléfono, el regusto de la bebida en mi garganta, los gritos de mis hermanas en el piso de arriba, una guitarra eléctrica en algún lugar indeterminado.
Nadie me lo había confirmado todavía, pero estaba seguro de que el infierno debía parecerse bastante a una resaca en mi casa.
En algún momento, llegué a quedarme dormido. Cuando desperté, tenía la boca pastosa, me dolía la espalda y se me había quedado dormida una mano al apoyar la cabeza sobre ella.
Alguien aporreó la puerta de la habitación en ese momento y antes de que pudiera gritar que me dejaran solo, Aarón asomó la cabeza por la rendija abierta.
—¿Se puede?
—Ya estás dentro —musité huraño, girándome hacia la pared.
—Me alegra ver que no has muerto —dijo él. Creo que mascullé algo, pero no estoy seguro.
—He estado trabajando en la canción que dijiste. —Se sentó en la silla del escritorio y se volvió hacia la cama. Tenía en las manos su guitarra—. Creo que ya puedo empezar con la grabación y la composición de la canción. Después tendrás que grabarte tú y eso, pero bueno…
—Genial. —Temía que mis neuronas hubieran olvidado cómo hacer la sinapsis.
—Ahora veo que cuando dijiste que trabajaríamos este fin de semana te referías a mí, ¿no? Porque lo que es tú, pareces un zombi. ¿Dónde has estado?
Me incorporé un poco.
—En Madrid, con una amiga. —Sonreí con suficiencia y alcé las cejas varias veces.
—Genial —replicó él, nada impresionado—. Deberías ventilar el cuarto, apesta.
—Gracias por tu aportación. Lo tendré en cuenta. Ahora, largo.
Aarón se quedó en silencio mirándome.
—¿Qué? —dije yo.
—Necesito tu ordenador. Tengo que quedarme aquí para empezar a trabajar.
Gruñí en voz baja y me puse en pie tambaleante. Por suerte, el suelo no daba vueltas como antes.
—Seguiré hibernando en tu cuarto —anuncié.
—Vale, pero en cuanto logres mantenerte en pie, baja. No quiero cargar solo con todo el trabajo.
Asentí complacido.
—Me alegra ver que he insuflado en ti la fe que necesitabas para creer en el proyecto. ¿Te vas a volver el jefe ahora?
En lugar de responder, rasgó las cuerdas de su guitarra y un estridente sonido reverberó en la habitación.
—¡Para! ¿Quieres hacerme estallar la cabeza o qué?
Se giró y encendió el ordenador. Antes de marcharme escaleras arriba, le di una colleja.
Me alegraba ver a Aarón tan motivado de repente. ¿Quién me lo iba a decir?, bendito karma. Bastaba con hacer algo bueno para que la vida te lo recompensara multiplicado. Sabía que algo grande saldría de pedir disculpas y actuar de frente. Sin embargo, para cuando llegué al cuarto de mi hermano y me tiré en su cama, ya no estaba tan alegre.
Pensar en el karma me había llevado a pensar en Tonya. Y pensar en Tonya me había hecho pensar, otra vez, en Sophie. Y pensar en Sophie… nunca traía nada bueno. Y menos cuando hacía unas horas que había estado con otra chica, Amy. Mi ex, ex, para más señas.
Menudo bofetón me tendría reservado el karma.
Aunque, bien visto, ¿por qué iba a ser así? Sophie había cortado conmigo. Yo había intentado explicarme y no había servido de nada.
Estaba claro que lo nuestro se había ido a pique. Seguramente, ella tampoco habría perdido el tiempo, ¿por qué iba a seguir arrastrándome para que me dirigiese la palabra viviendo con un océano de por medio? Y con Amy, a fin de cuentas, no había sido más que un rollo. Con un poco de suerte, no volvería a verla en mucho tiempo. Si me quedaba alguna duda de que no estábamos hechos el uno para el otro, se había esfumado por completo en el trayecto de vuelta en autobús.
Algo más tranquilo, cerré los ojos y dejé que el sueño me arrastrara consigo.
La canción no estuvo lista hasta el lunes por la tarde. Aarón solo podía practicar y cantar cuando no hubiera nadie en casa, no fuera a descubrir la verdad alguna de nuestras hermanas. Así pues, me pasé el domingo entero con ellas dando una vuelta por Madrid. Mientras Alicia me arrastraba de un escaparate a otro señalando los regalos que pediría por navidad, Esther nos seguía como un perrito faldero, encantada de responder a todas las preguntas que le hiciera. Parecía como si le hubieran robado el cerebro y hubieran dejado en su lugar un cacahuete rancio.
El lunes, por fin solo, aproveché para acercarme al gimnasio más cercano, situado en un centro comercial no muy lejos de casa, y apuntarme. Dado que por el momento no tenía pensado ponerme a buscar trabajo (¡viva la sopa boba!), consideré que mi mejor opción era no perder el tipo que había cultivado durante los últimos años. Además, en casa no podía hacer nada más que ver cómo subían las visitas de nuestros videos.
Esa tarde, mi hermano me enseñó la primera versión de la canción y debo reconocer que sonaba incluso mejor que en directo. Había hecho algunos retoques a su voz que resultaban muy profesionales. Luego comencé a grabar el video.
El problema de estos rodajes es que solo se podían hacer en una toma. Es decir, que si me equivocaba una sola vez, teníamos que volver a empezar desde cero. Y después de probar mi método de «libertad e improvisación» las seis primeras veces terminé escuchando los consejos de Aarón.
Primero tuve que aprenderme todas las entonaciones, los momentos en los que respiraba, en los que guardaba silencio, etcétera… eso no fue lo difícil, claro. Para eso había estudiado arte dramático en el pasado. Lo difícil era hacerlo mientras aparentaba que tocaba la guitarra sin que esta saliera en pantalla y aguantando los comentarios impertinentes de mí hermano.
—¿Por qué pones esa cara? ¿Me vez a mí ponerla?
—Estoy improvisando. Haciendo mío el papel.
—¿Y no puedes limitarte a cantar con un gesto normal?
—Vete a la mierda.
—¿Quieres seguir solo?
—La canción ya está lista, así que puedes marcharte si te aburres.
—Paso de que nadie escuche la canción por estar prestando atención a tus muecas.
Estuve a punto de estrellar su guitarra contra el suelo unas cuantas veces, pero lo poco que sabía de meditación zen (respirar profundamente y colocar los dedos de esa manera tan graciosa) me ayudó a relajarme y a sólo pegarle cuatro gritos.
Por suerte, me pasaba todas las mañanas solo y aprovechaba para practicar sin que nadie me viera. No era un actor de método, pero necesitaba concentrarme antes de encandilar a la cámara y a los futuros miles de espectadores que esperaban mi nuevo vídeo.
Porque esa era otra: las anteriores canciones ya tenían la friolera de quince mil visitas aproximadamente. Cada vez había más gente que pedía más versiones y otros tantos que indicaban los links de descargas para tener la música en sus reproductores.
El viernes siguiente, antes de colgar el nuevo video, aproveché para hablar con Kevin por internet y que me contase sus impresiones.
—Nunca habría esperado algo semejante —dijo. Esta vez llevaba las lentillas de colores y el pelo completamente engominado. Sin embargo, no me hacía sentir tan intimidado como antes.
—Guay —le dije.
—Aquí la gente está también medio loca con las canciones. —Se acercó a la cam para hablar bajo y dijo—: Hasta la leona se la ha descargado y la tiene en su móvil.
—¿De tono de llamada?
—Tampoco te pases. Y no le digas que te lo he dicho o me matará. Sellé mis labios.
—¿Y qué piensas colgar ahora? La gente está ansiosa por escuchar algo más. No entiendo la mitad de los comentarios en español, pero los que están en inglés son bastante… ¿cómo decirlo? Entusiastas.
Sonreí orgulloso.
—Tenemos una nueva canción preparada. Una versión, como me sugeriste.
—¿Tenemos? —preguntó—. ¿Quiénes? De pronto caí en la cuenta de mi error.
—Tengo, quiero decir. Tengo yo. Es que acabo de despertarme y todavía estoy dormido.
Haber pasado tanto tiempo con Aarón trabajando en equipo me estaba pasando factura. El proyecto era mío. Al menos de puertas e IP para fuera.
—Bueno, tío, me piro a dormir —me dijo bostezando—. Ya me pasarás el link. A ver con qué nos sorprendes. Y empieza a pensar en cómo amortizar esto. Aquí huele a pasta.
Me guiñó un ojo y yo me despedí con una sonrisa nerviosa todavía en mi cara.
Varias horas más tarde, en cuanto Aarón entró en casa, lo arrastré abajo.
—He estado practicando —le dije.
—¿Te has grabado?
Asentí mientras abría el reproductor de vídeo y le daba al «Play». En silencio, mordiéndome las uñas, me fijé de reojo en la expresión de mi hermano igual que había hecho hacía un par de semanas con mi primer vídeo y Kevin. Además de incorporar la canción, había añadido el logo de Play Serafín al final y la cuenta en Twitter.
—¿Qué es eso? —preguntó Aarón señalando la última dirección.
—Así estaremos más en contacto con la gente —respondí—. Bueno, ¿qué te parece? ¿Te convence? ¿Lo subimos ya?
Aarón asintió con los labios pegados.
—Creo que sí —dijo—. Adelante.
Y lo subimos.
Y en diez minutos ya lo habían visto treinta y ocho personas.
Y media hora después, noventa y cinco.
Y para la hora de la cena, mil nueve.
Y, cuando nos fuimos a acostar, el vídeo se había reproducido mil seiscientas veintiséis veces y había recibido un centenar de comentarios, la mayoría positivos.
Con un bostezo compartido, Aarón y yo chocamos las palmas y nos fuimos a dormir orgullosos.
Fantasear con que te reconocen y vivirlo en la realidad son dos cosas completamente diferentes. La primera puedes experimentarla con un poco de imaginación y algunos aciertos en la red. Era algo que ya había logrado con creces.
La segunda, sin embargo, no se hizo realidad hasta dos semanas después de haber colgado el último vídeo, cuando tuve que ir a buscar a mis hermanos al colegio.
Ese día de finales de octubre había amanecido soleado y durante la tarde el tiempo se había vuelto incluso más cálido. Parecía que el otoño se hubiera tomado un respiro, lo cual agradecí considerablemente.
Llegué a la puerta del Diógenes Laercio con el Gatobús diez minutos antes de las cinco. Aarón, que estaba a punto de comenzar con la primera tanda de exámenes, había preferido quedarse en la biblioteca del colegio para estudiar cuando terminó las clases y esperar a nuestras hermanas.
—Aquí Leo, su chófer particular —dije haciendo una reverencia cuando Alicia salió junto al resto de su clase. Los niños se desperdigaron a nuestro alrededor mientras mi hermana se me tiraba al cuello como una cría de chimpancé. Le di un beso y la dejé en el suelo.
—¿Soy prime? —preguntó.
—Sí.
—Entonces me pido ir adelante.
—No.
—¿Por?
Me reí y le revolví el pelo.
—Cuando me llegues por aquí —dije señalando por encima de mi pecho.
Mi hermana se me arrimó y comprobó que todavía le faltaban tres dedos.
—Casi… —le dije.
Un segundo timbre, más parecido a una alarma de evacuación o de amenaza zombi, estalló en el interior del patio. Mientras agitaba la cabeza para desentumecer los oídos me fijé en un corrillo de tres niñas que miraban en nuestra dirección y cuchicheaban.
—Ali, ¿conoces a esas niñas? —pregunté disimulando.
—¿Quiénes? —exclamó ella mirando con todo el descaro posible.
—Esas. —Las señalé con un gesto rápido.
—Eh… no. Son mayores. Como de sexto o primero de la ESO. ¿Por? ¿Tú?
—No, yo tampoco —le dije. Después me volví hacia la puerta sin dejar de notar que estaba siendo observado.
—Te están mirando —me confirmó mi hermana.
—¡Vuélvete! —le susurré nervioso.
En ese momento empezaron a salir alumnos de otros cursos y el lugar se llenó de cháchara, risas y algún que otro grito. Entre la marabunta intenté identificar a Esther o a Aarón, pero no parecían estar por ninguna parte.
De pronto sentí un pisotón.
—¡Ali! —la regañé.
—¡Es que vienen hacia aquí! —me dijo ella con un chillido.
——¿Qué? —Me volví—. ¿Quiénes?
El trío de chicas, una morena, una rubia y otra castaña, se acercaban parapetadas tras sus carpetas decoradas con pegatinas y fotos de actores, los ojos pegados al suelo y una sonrisa boba en los labios.
Tragué saliva, sin saber muy bien cómo reaccionar. A lo mejor solo querían preguntarme por alguno de mis hermanos, o si sabía cómo llegar a algún sitio, o…
—Perdona —me dijo con un hilo de voz la más alta de las tres, la rubia, sin alzar la vista más arriba de mi pecho—. ¿Eres…? ¿Tú cantas o algo…?
Ay, karma mío.
—Emmm… Sí. Algo canto, sí. Tengo…
—¿Eres Play Serafín? —me interrumpió la morena, agarrando con más fuerza su carpeta—. Lo eres, ¿no? ¿No?
—Sí, sí. ¿Conocéis mis canciones?
Las niñas se miraron entre ellas y de pronto se echaron a reír, nerviosas no, histéricas. La que no había hablado permaneció en silencio emocionada.
—Nos encantan —dijo la rubia—. Ll… llevamos las canciones en el MP3 y no dejamos de escucharlas. —De repente se dio cuenta de que a lo mejor no debería haber dicho aquello—. Quiero decir… se pueden descargar y eso, ¿no? Porque, si no, no quiero, o sea, que a mí me las pasaron… ¿me-firmas-un-autógrafo?
—¿Un…? —De pronto me vinieron a la cabeza los recuerdos de mi primera función en Nueva York. Una obra independiente que se representaba en los bajos de un edificio. Sigo sin entender bien el guión, pero yo hacía de la Economía y mi papel consistía en provocar cosquillas al resto de los actores mientras recitaba mis cinco frases. Al salir del garito esperaba encontrarme, al menos, a los doces ingenuos que habían entrado a ver la dichosa obra, pero en su lugar solo había un callejón oscuro y vacío—. Claro. ¿Tenéis un bolígrafo?
Las tres abrieron sus carpetas al unísono y rebuscaron entre sus papeles sin dejar de reír en voz baja. Giré la cabeza mientras tanto y me fijé en que había otros chavales mirándonos. Aarón y Esther también estaban allí y venían hacia mí extrañados.
Las chicas sacaron varias hojas en blanco y me tendieron sus carpetas para que escribiera sobre ellas. ¿Un autógrafo sería suficiente? ¿Debería ponerles algún mensaje? ¿El qué? ¿Y firmar con «Besos»? ¿«Saludos»? ¿«Gracias»? Mejor pasaba del mensaje y me limitaba a firmar.
Llevaba desde los dieciocho años ensayando para ese momento. Siempre que me aburría, o cuando me llamaban por teléfono y tenía una hoja y un boli a mano, distraído, practicaba mi autógrafo. Por supuesto, había variado mucho en todo ese tiempo, pero el último que tenía me convencía considerablemente. Parecía… profesional.
Terminé de plantarles mi firma en las hojas y se las devolví. Aarón y Esther llegaron en ese momento. Las niñas miraron a mi hermana con un gesto hosco y después se volvieron hacia mí.
—¿Podemos… podemos hacernos una foto contigo? —Fue la de pelo castaño, la que no había abierto la boca hasta ese momento, la que preguntó.
—Claro. —Me giré hacia mi hermano y le hice un gesto que esperaba interpretase como: «¿Estás viendo lo mismo que yo?».
—Perdona, ¿nos la sacas? —le preguntó la chica a Esther tendiéndole su móvil.
Parecía que le iba a decir que no, pero captó mi mirada y dijo que sí. Se colocó a unos pasos de nosotros y las tres chicas se pusieron a mí alrededor. Yo las rodeé con los brazos, consciente de no poner las manos donde no debería y compuse mi sonrisa más deslumbrante.
En cuanto mi hermana bajó el móvil y se lo devolvió a la chica con cara de hastío, Aarón me agarró de la manga de la cazadora.
—¿Qué se supone que ha sido eso? —me preguntó.
—Eh, eh, eh… que esta vez yo no he hecho nada. —Me solté y me despedí de las chicas.
—Todavía estoy flipando: ¡llevaban mi foto en sus carpetas! ¡Mi foto, tío! —añadí por si no había quedado suficientemente claro.
—¿Se han acercado ellas?
—Claro. —Le guiñé el ojo—. ¿No sabías que ahora soy algo así como famoso? ¿No has visto mis vídeos en YouTube? Parece que están gustando mucho.
Esther soltó una risita maliciosa.
—Es que Aarón no se entera de nada —comentó antes de girarse hacia mí y agarrarse a mi brazo—. Oye, Leo, mis amigas están allí. —Señaló a un grupo de chicas en corrillo—. ¿Te importaría acercarte y saludarlas?
—Creo que ya hemos perdido suficiente tiempo por hoy, ¿no? —dijo mi hermano molesto.
—Serán solo dos minutos —insistió Esther mirándome.
—Supongo que no pasa nada. —Le di un codazo suave a Aarón y en voz baja añadí—: Pensemos en el bien común, ¿eh?
Minutos después, volvíamos de regreso al coche, donde Aarón me miraba con el mismo gesto hosco de antes. Me daba lo mismo, la situación me había disparado los niveles de adrenalina y me sentía todopoderoso; ilusión que se desvaneció en cuanto me encontré frente al Gatobús.
—Deberíamos pensar en cambiarnos de coche —comenté con desgana—. Algo más moderno, menos aparatoso.
—Seguro que a mamá le encantará que le regales uno —dijo Aarón con sorna—. Avísame cuando vayas a elegirlo y te acompaño.
Le saqué el dedo del corazón y me metí dentro. Aarón se puso de copiloto y mis hermanas detrás.
Arranqué e iba a comenzar a desaparcar cuando oí unos golpes en la ventanilla de mi hermano. Fuera había un chico con un piercing en el labio saludando con la mano.
—¿Alguno de vosotros lo conoce? —pregunté.
—Se llama Pascal —respondió Aarón encogiéndose en su asiento—, es de mi clase y. No, ahora que lo preguntas, nunca nos hemos dirigido la palabra.
—Suficiente.
Apreté el botón y bajé la ventanilla.
—¡Hola! —saludó el chico esbozando una amplia sonrisa—. Buenas, Aarón.
—¿Qué hay? —dijo él sin hacer ningún esfuerzo por parecer amigable.
—Perdona, tú eres el de Play Serafin, ¿no? —me preguntó. Asentí—. De puta madre, tío. Eso me había parecido. Me llamo Pascal, soy colega de tu hermano. Oye, tronco, no andarás pensando en montar algún concierto por aquí, ¿no?
—Pues…
—Porque soy relaciones del Kamikaze y, tío, sería la leche que te pasaras por allí alguna noche y preparásemos un concierto guapo, guapo.
Aarón soltó una risa entre dientes.
—¿El Kamikaze?
—Una sala bastante chula que hay en Madrid. ¿La zona de Huertas? Pues por ahí. Y na, eso. Si te hace, habla conmigo y organizamos algo, que seguro se apunta la peña.
Me tendió una tarjeta con su nombre escrito a mano y su móvil.
Esther me la robó antes de que pudiera leerla. Sonreí al tal Pascal.
—Pues… lo pensaré, claro. —Miré a Aarón, y este puso los ojos en blanco.
—Genial. Y, tío, que tus canciones son la leche. En serio. —Gracias.
—Pues na, me llamas y cerramos algo. ¡Nos vemos! —Le dio una palmada en el pecho a mi hermano y luego se alejó del coche con las manos en los bolsillos y los pantalones lo suficientemente bajos como para haberse tropezado con ellos y comido el bordillo.
Arranqué y nos pusimos en marcha.
—¿Vas a dar un concierto? —me preguntó Alicia agarrándose al asiento de Aarón.
—Siéntate bien y ponte el cinturón —le ordené.
—Claro que lo va a dar —respondió Esther—. Y va a ser la caña. Te darán entradas, ¿no? Porque yo quiero ir con mis amigas.
—Qué guay —la secundó la pequeña—. ¿Y qué canciones vas a cantar? ¿Me dejas elegir? ¿Te digo cuáles son mis favoritas?
—No es seguro… —dije en voz baja mirando a Aarón de soslayo. Él tenía la vista puesta en la carretera, los pensamientos lejos de allí—. No sé si puedo cantar… en público.
—¿Te da vergüenza? —quiso saber Alicia.
—Algo así.
—Pues que se te quite —ordenó Esther—. Seguro que te sale genial. Yo te ayudo a ensayar si quieres, y mis amigas también. Así te acostumbras.
—Podrías cantar alguna canción de Disney —sugirió Ali incombustible.
En algún momento de la conversación, dejé de prestarles atención y me centré en la situación actual. Había firmado autógrafos, me había hecho fotos con desconocidas y, encima, me habían ofrecido dar un concierto. Y solo por seis vídeos de internet, mil quinientos dólares y algo de suerte. Asentí varias veces sin dejar de sonreír, mientras llevaba el ritmo de mi propio éxito.
Como si Aarón hubiera seguido el hilo de mis pensamientos, se volvió hacia mí y negó despacio. Sus labios dibujaron una sola palabra que flotó entre nosotros como una advertencia: No.