I spent my time
Just thinking
About You
And it’s almost,
Driving me wild
Tyler Hilton, «Missing You».
—¿TE apetece quedar a comer? Estoy con David, en el Jamburguer.
Un beso, Olí.
Una inusitada calidez me embargó cuando salí de casa en dirección al restaurante. Contra todo pronóstico y a pesar de que ni el martes, ni el miércoles, ni el jueves habíamos coincidido lo suficiente como para cruzar más de dos frases, Olí y David me habían escrito.
Con ánimos renovados, aceleré el paso.
El Jamburger no era otra cosa que una hamburguesería de esas de toda la vida que había en la periferia de la urbanización, siempre concurrida por familias y jóvenes. Cuando entré, me golpeó su característico olor a fritanga y carne chamuscada. Me desabroché a toda prisa el abrigo y me puse de puntillas para buscar a mis amigos. Un camarero se acercó para preguntarme si comería solo cuando advertí una mano que me hacía señas desde el fondo del restaurante.
—Por un momento pensé que no vendrías —dijo Olivia con una sonrisa. Se puso en pie y me dio dos besos. Su habitual perfume de mora me hizo sentirme mejor.
—Hola —saludé con la garganta seca.
David también se levantó y me estrechó la mano.
—¿Qué hay? —preguntó.
Colgué el abrigo en el respaldo de mi silla y, en cuanto me senté, un camarero me trajo la carta para que escogiese. La abrí y me parapeté detrás de ella (como si no supiera lo que quería pedir). Tras unos segundos de angustioso silencio, Olivia dijo:
—Así que Leo ha vuelto.
Levanté la mirada del menú y asentí.
—Hace unas semanas, antes de que volviéramos de casa de mis abuelos.
—Guay —dijo ella ensanchando la sonrisa como un experto de la NASA que hubiera logrado contactar con vida extraterrestre.
Sintiéndome estúpido, cerré la carta y la dejé a un lado. Crucé las manos por encima de la mesa y asentí despacio. Quería hablar por los codos, pero no sabía por dónde empezar.
—¿Te tomo nota? —dijo una voz a mi lado.
—¿Qué? —me sobresalté.
—Que si ya sabes qué vas a tomar.
Me volví hacia el camarero y sentí que me sonrojaba.
—Claro, en… una jamburguer huevo —dije tendiéndole la carta—. Y una Coca-Cola, por favor.
—Somos personas de gustos fijos, ¿eh? —bromeó Olivia, haciendo un claro intento por relajar el ambiente—. Bueno, espero que estés mejor de tu… indisposición. Lo digo por las pellas.
Sonreí sin contestar.
—¿Y qué tal lo demás?
Cuando iba a responder, David se llevó la mano a la frente y, mientras se la masajeaba, dijo:
—Por favor, ¿podemos dejar de fingir y hablar de una vez de lo que de verdad importa? No aguanto más esta situación.
Como siempre, él tan directo.
—¿Qué? —preguntó cuando lo miramos—. No me digáis que vosotros estáis cómodos, porque lo que es yo…
Olí resopló, molesta.
—Lo que David quiere decir es que cuanto antes aclaremos el asunto del verano, antes podremos avanzar. Si no, estas cosas se enquistan y es difícil después arreglarlas.
—Gracias, pero no necesito traducción simultánea. Aarón no es tonto. Olí puso los ojos en blanco y se volvió hacia mí.
—Está claro que los tres nos sentimos un poco ridículos por lo que pasó, y yo, por mi parte, te pido disculpas por haber reaccionado tan mal con lo de Dalila.
Me quedé en silencio sin saber muy bien qué decir.
—También yo te pido disculpas —añadió David tras recibir una patada por debajo de la mesa que me pasó rozando.
—No tenéis por qué. Soy yo el que más culpa tiene. Supongo que no supe cómo manejar la situación.
David dio una palmada al aire.
—Pues asunto arreglado, zanjado y olvidado. —Suspiró con fuerza—. Qué peso nos hemos quitado de encima. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, Olí, querida, tus vacaciones.
Y, sin más preámbulos, comenzó a contarnos lo bien que lo había pasado con su familia en Alemania. Una vez que hubo acabado, le pregunté a David.
—Empecé a salir con un chico cuando terminamos las clases.
—¡Qué bien! —dije con sincera alegría. El David que yo recordaba nunca habría reconocido su homosexualidad en voz alta en un lugar público, y menos aún mencionar nada de novios o rollos. Sus padres eran personas encantadoras, y tanto Olivia como yo estábamos convencidos de que no se tomarían mal la notica, pero debía ser David quien se decidiera a dar el paso.
—Cortamos hace seis días —añadió.
—Vaya… Lo siento —respondí automáticamente.
Él se encogió de hombros.
—No pasa nada. Como decían en Snoopy, una buena manera de olvidar una historia de amor es comerse un buen pudin de chocolate.
—A ti no te gusta el chocolate —le recordó Olivia.
—Ya, pero seguro que con la fresa también funciona. Y pienso pedirme un helado de tres bolas.
Los tres nos reímos de su ocurrencia y por un instante pareció que no hubiera pasado el tiempo desde la última vez que quedamos.
A continuación, Olí me miró y frunció el ceño. Sabía lo que tocaba…
—Oye, ¿desde cuándo canta tu hermano?
¡Premio!
—Bueno… yo he sido el primer sorprendido —reconocí.
—Conociéndole, ¿cómo es que no ha sacado un disco todavía, o se ha presentado a algún programa de talentos, o…? —Se quedó callada—. ¿O lo ha hecho durante este tiempo que ha estado fuera?
Negué con la cabeza.
—Es curioso que cante tan bien… y que no lo haya demostrado antes —añadió mirándome de soslayo.
—El Leo que todos conocemos —intervino David— se habría puesto a cantar en el tejado del colegio con una guitarra eléctrica a lo «Across The Universe». —La mención de la película me hizo sonreír. La vimos durante el último cumpleaños de Olí—. Y esa voz…
Mi amiga tomó el relevo.
—Sí, esa voz suena genial, pero cuando la escuché tuve la extraña sensación de haberla oído en otra parte. —Ladeó la cabeza hacia David—. ¿Tú no?
Los dos me miraron.
Solté un bufido.
—Vale, dejad de fingir. Sé que lo sabéis.
—¡Ja! —exclamaron a la par, y después chocaron las palmas.
El camarero llegó en ese momento con los platos. Cuando se marchó, Olivia dijo:
—¿Cómo no íbamos a pillarte si te hemos oído cantar un millón de veces?
—¡Yo qué sé! —Estaba seguro de que mi cara se había puesto del color del ketchup—. La última vez que me oísteis fue mucho antes del verano. —En voz baja añadí—: Que sepáis que habéis sido los únicos que se han dado cuenta.
—Si es que somos unos genios —dijo David antes de llevarse su hamburguesa a la boca.
No sé cómo había podido creer que no lo descubrirían. Ellos eran los únicos que me habían oído cantar. Leo me sepultaría en el jardín cuando se enterase de que habían adivinado nuestro secretito. Olivia debió de percibir mi turbación (la anciana que había dos mesas más allá seguramente también, aunque disimulara) y frunció el ceño.
—Oye, no pensábamos decir nada.
—Ya lo sé, pero Leo…
—Leo debería haber dado por hecho que existía un margen de probabilidad de que alguien descubriera que esa no era su voz. Un margen de, digamos. —Hizo como que pensaba—, dos personas.
—¿Es por eso por lo que no has quedado con nosotros hasta ahora?
Me mordí el labio y asentí.
Olivia le dio un bocado a su comida y, cuando tragó, dijo:
—Lo que no entiendo es por qué no sales tú cantando tus canciones en vez de él.
—Porque no tenía ni idea de que estaba montando nada.
Ambos me miraron sorprendidos y yo les resumí la situación.
—Supongo que las cosas no han cambiado demasiado en los últimos años —concluyó mi amiga.
No, las cosas no habían cambiado nada desde que Leo se marchó. Y, en realidad, yo tampoco había hecho nada para que fueran diferentes.
—¿Has hablado con él? —preguntó David.
—Sí. Primero, le he pegado un puñetazo en la nariz y después hemos hablado. En principio, creo que vamos a seguir adelante con los videos.
—Rebobina —me pidió Olí—. ¿Que le has pegado a tu hermano? ¿Tú? ¿Aarón Serafín? ¿Un puñetazo?
—¿Seguro que no fue una cachetada y estás exagerándolo un poquito? —sugirió David.
Les aseguré que no y les mostré mi mano enrojecida para demostrarlo. —Nada como la violencia para resolver conflictos, está claro— dijo él. —¿Y en los nuevos videos saldrás tú?— No. Seguirá saliendo él y poniendo esas caras tan raras.
Los dos asintieron con los ojos bien abiertos, de acuerdo con mi apreciación.
Olivia golpeteó la mesa con los dedos antes de preguntar:
—¿Y cuál es la razón de todo esto? ¿De pronto reaparece después de dos años, te roba tus canciones y tú, en lugar de volverte loco, aceptas y, además, decides continuar con esta farsa? Aquí hay gato encerrado.
—No te olvides de que le ha pegado un puñetazo.
—No lo olvido —replicó ella en un murmullo, sin apartar la vista de mí.
En mi fuero interno sopesaba los pros y los contras de explicarles las razones que me habían llevado a aceptar el trato de Leo. ¿Volver a ver a Dalila?, ¿los miles de visitas y los comentarios positivos?, ¿el curioso placer que me había supuesto —tras el susto inicial— el hecho de que otros escucharan mis canciones? Si había alguien que pudiera entenderme eran ellos, y aun así.
—A lo mejor me ha embaucado con sus inagotables ganas de hacerse famoso.
Esta vez la mirada de mis amigos fue de completa extrañeza, como si les hubiera hablado en pársel.
—¿Desde cuándo quieres ser famoso?
—No quiero ser famoso —les aseguré—. No en el sentido estricto de la palabra. ¡Ni siquiera me lo había planteado! No hasta hoy por la mañana, al menos.
—¿Te importaría hacer un esfuerzo por ser más claro? —dijo David—. Aquí, Olivia y yo estamos haciendo todo lo posible por reconstruir una imagen mental de nuestro amigo perdido.
Resoplé con nerviosismo. Lo estaba haciendo mal. Esto era como ir al psicólogo, solo que más duro. Y sabía que no dejarían que me levantase hasta que les hubiera contado todo.
—No quiero ser famoso.
—Eso ya lo has dicho.
—Pero me gusta la idea de que mis canciones se… conozcan.
—¿Aunque todo el mundo piense que es Leo quien las canta?
—Supongo que sí.
—No pareces muy seguro…
—¡Vale! No me importaría que la gente supiera que soy yo quien pone la voz en esos videos, pero en el fondo creo que me da igual.
—Crees. —Matizó David.
Gruñí con exasperación.
—Mirad, si Leo no las hubiera subido, ni siquiera me habría planteado la posibilidad de que la gente quisiera escuchar mis canciones. ¿Sabéis? Creo que al menos se lo debo. —Asintieron poco convencidos—. De todas formas, no sé a qué viene tanto barullo: ¡son unos videos en YouTube, no un Madrid-Barca! La gente los ve y los olvida casi al mismo tiempo.
Los dos se reclinaron en sus sillas como un par de neurólogos a punto de diagnosticarme «estupidez hereditaria».
—En cualquier caso —sentenció Olívia—, sigo pensando que tu hermano es un capullo.
—Y un ególatra —añadió David.
—Y que hay algo más que no quieres decirnos.
Miré hacia otro lado incómodo. Dalila, Dalila, Dalila… su nombre resonaba cada vez con más fuerza en mi cabeza. Parecía perseguirme.
—«Aquí tenemos las primeras imágenes de la nueva estrella juvenil, Dalila Fes, en el set de rodaje de Castorfa, la esperada adaptación del cuento clásico».
Esta vez no era mi imaginación.
Me di la vuelta ipso facto y me quedé mirando la televisión que había junto a la pared, encima de nuestras cabezas. Olí y David me imitaron. En la imagen aparecía el corresponsal del programa con un bosque de fondo en el que había varios camiones aparcados y algunas carpas desplegadas.
—«Por el momento, la productora no ha emitido fotos oficiales, pero algunos fans han venido hasta aquí para estar un poco más cerca de su ídolo y han podido obtener las imágenes que les mostraremos en primicia a continuación…».
En cuanto dejó de hablar, la pantalla se cubrió con una foto de baja calidad en la que se veía a Dalila entre los árboles, con un tonel de gasolina en los brazos.
—Esa debe de ser la escena del hechizo —dijo David.
—No pensé que fueran a meterla —respondió Olí emocionada.
En la siguiente imagen, Dal salía un poco más cerca de la cámara, arrodillada en la tierra y con cara de sufrimiento.
—La transformación —dijeron mis amigos al unísono. Tenía la boca seca.
La tercera y última foto era de ella, anclada a unos cordeles que la mantenían a varios metros del suelo, con los brazos abiertos y el pelo claramente revuelto por un ventilador cercano. La noticia terminó segundos después. Cuando volví a mirar al frente, mis amigos me observaban con gesto adusto, aunque ambos tuvieron el tacto de no decir nada.
Por mucho que lo intentase, por mucho que me gustase pensar que Dalila no me había escrito porque se había volatilizado de este mundo de la noche a la mañana, situaciones como aquellas eran las que me devolvían a la realidad de un mazazo. Ella seguía con su vida en algún lugar de Estados Unidos mientras yo seguía muerto de asco aquí echándola de menos. ¿Cómo no iba a abrazarme con fuerza a los planes de Leo si, dentro de todo aquel sinsentido, era a lo único a lo que le veía cierta lógica?
Tras pedir la cuenta y pagar, salimos a la calle. El sol había quedado tapado por un cúmulo de nubes y volvía a soplar un viento frío radicalmente opuesto al achicharramiento del Jamburguer.
Fuimos andando en silencio en dirección a nuestras casas. Solo con pensar en la bronca que me echaría mi madre cuando se enterase de que me había saltado las clases, me temblaban las piernas.
—¿Así que vais a subir más canciones? —me preguntó Olí.
Dije que sí con la cabeza.
—Tu hermano debe de estar dando saltos de alegría con lo de las visitas, imagino.
Esbocé una sonrisa.
—Ni te imaginas.
—Mi hermana ya se ha descargado las canciones en el móvil con una de esas webs que te permiten hacerlo —dijo Olí de pronto—. Como se entere de que aquel que canta eres tú…
—Le daría igual —la interrumpí—. Está claro que uno de los alicientes de que salga Leo y no yo es su imagen.
—¿Y qué tienes tú de malo? —me defendió ella ofendida.
—No es cuestión de que tenga nada malo, Olí —respondió David—. Pero hay que reconocer que donde esté Leo.
—¿Lo ves? —dije señalándolo—. A eso me refiero.
—Pero es tu canción la que se ha descargado, no la foto de tu hermano.
Me encogí de hombros, cansado de darle vueltas a un asunto tan intrascendente.
—Sinceramente, me da igual. Cuando me aburra de todo esto, lo dejo. A fin de cuentas, nadie me obliga, ¿no?
Los dos estuvieron conformes.
Unos minutos más tarde llegamos a mi casa, la primera del camino.
—Supongo que ya nos veremos en clase. Quiero aprovechar este fin de semana para grabar algo. —Tuve que contenerme para no decirles lo mucho que los había echado de menos y lo a gusto que me sentía ahora que habíamos dejado todo claro—. Gracias por quedar y eso…
—No tienes por qué dárnoslas, bobo —dijo Olivia plantándome dos besos en la cara—. Para eso están los amigos.
—Y referente a lo que hemos hablado…
—Somos dos tumbas —aseguró David despidiéndose con la mano.
Con un gesto rápido, abrí la puerta del jardín y corrí a casa. No veía el momento de colgarme la guitarra al cuello y comenzar a tocar. Quería componer la mejor versión que pudiera de la canción de Dalila.