Aaron1

I’ve got so much left to say

If every simple song

I wrote to you

Would take your breath away,

I’d write it all

Plain White T’s, «Hey There Delilah».

DALILA, yo, el porche de su casa… el atardecer a nuestras espaldas pintando los tejados del vecindario, quizá algún vecino cotilla intentando escuchar parte de nuestra conversación…

Eso era todo lo que esperaba encontrarme cuando me planté en su calle, listo para retomar nuestra relación donde la habíamos dejado antes del verano.

¿Cámaras? ¿Micrófonos? ¿Camiones aparcados en ambas aceras? ¿Fans enardecidos que gritaban su nombre hasta quedar afónicos? ¿Un escenario cubierto de luces y carteles en la mismísima puerta de su casa?

No, eso no.

Lo primero que pensé fue que me había confundido de calle (¿qué si no?), pero la señal en la fachada de enfrente confirmaba lo imposible. El jet lag, que estaba mermando mis fuerzas como si me encontrara rodeado por una horda de dementores, no tenía nada que ver con esto: a unos veinte metros de mí, había desplegada más parafernalia que en los MTV Awards. ¡Pero si hasta tenían máquinas de humo!

Reconozco que el miedo me paralizó de pies a cabeza. Juraría que incluso el iPod dejó de funcionar unos segundos. Noté la garganta seca y tuve que obligarme a recordar cómo se respiraba para no caer fulminado allí mismo.

Me quité los auriculares y me los dejé colgando sobre el pecho para comprobar con todo lujo de detalles que no estaba alucinando: los cerca de quinientos chicos y chicas que se habían reunido a los pies del escenario eran reales y todos estaban gritando al unísono el nombre de Dalila.

Resoplé con incredulidad. Nunca imaginé que fuera tan… popular.

Como si mi pensamiento las hubiera invocado, dos camionetas de las noticias entraron por el extremo opuesto de la calle y aparcaron a unos metros de las casas. Varios tipos se bajaron a toda prisa y comenzaron a montar tres cámaras en trípodes a una velocidad de infarto mientras dos reporteras, comensales habituales de nuestras cenas familiares al otro lado de la pantalla, se retocaban el maquillaje sin dejar de andar.

A lo mejor era una de esas bromas televisivas y me estaban grabando sin que me diera cuenta. Si estuviéramos en Estados Unidos, Ashton Kutcher aparecería de repente gritando «¡Punk’d!», y yo me haría el sorprendido.

Lo que veía no tenía pinta de ser una broma, y menos una preparada para sorprenderme a mí. ¿Cómo iba a saber nadie que hoy me pasaría por aquí cuando ni yo mismo lo había decidido hasta bajar del avión?

¿Y si había ocurrido algo? ¿Un robo? ¿Un homicidio múltiple? Claro, por eso había fans: para vitorear al asesino y pedirle un autógrafo.

Me reí de mi pésima broma (uno se acaba acostumbrando a no tener público) y me acerqué unos pasos. Todavía esperaba cruzarme con Grissom y su linternita azul cuando me golpearon en el costado.

—¡Cuidado! —gritó la chica que me había dado con una… ¿pancarta?

No tuve tiempo de responder siquiera. Ella, que me sonaba de la otra clase de mi curso, ya se había fundido entre la masa frente al escenario y había desplegado el mensaje gigante marcando su territorio y lanzando miradas asesinas a quienes osaran intentar apartarla.

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—Da… lila… eres al… eres la… —No se me daba bien descifrar mensajes a contraluz—. Perfecta Cas…

—Disculpa, ¿podemos hacerte dos preguntas rápidas?

Un mal presentimiento se instaló entre mis pulmones, justo donde era que estaba a punto de sufrir un ataque, mientras me daba la vuelta.

—Serán solo unos minutos…

Una de las dos reporteras se había colocado frente a mí con una cámara que me deslumbraba con un focazo de mil vatios y un escote nada discreto.

—Emmm… —No era precisamente el más locuaz de mis hermanos—. Pues… —Mis ojos iban de los suyos a la cámara y de la cámara a sus pechos. Cada vez parecía más nerviosa— Preferiría que no.

—Serán solo dos preguntas rápidas. Vamos, enróllate. Pareces un tipo majo.

Alzó la comisura de los labios en una especie de media sonrisa y entornó los ojos. Me encogí de hombros y me metí las manos en los bolsillos, seguro de que para entonces ya me había sonrojado.

—Lo siento, yo… —Fui a añadir algo más, pero no se me ocurrió nada. La otra periodista se encontraba a nuestras espaldas, intentando hacerse oír por encima de los chillidos mientras la horda de gente seguía uniéndose a la fiesta. Estaba a punto de disculparme de nuevo, desesperado porque me dejaran en paz, cuando la chica chasqueó la lengua y sin despedirse salió corriendo hacia el escenario.

—¡¡¡Está ahí!!! —anunció alguien en ese momento, desatando el Armagedón por toda la calle.

Los focos se apagaron entonces y la noche se abalanzó sobre nosotros. No me había dado cuenta hasta ese momento de que el cielo había terminado de oscurecerse y de que se había levantado la brisa a nuestro alrededor, meciendo con fuerza las ramas de los árboles colindantes. Me crucé de brazos para entrar en calor y di unos pasos hacia el escenario dispuesto a enterarme de qué iba todo aquello cuando las luces volvieron a encenderse con mayor intensidad, calcinando mis retinas.

Di un traspié hacia atrás y me froté los párpados antes de volver a abrirlos. La gente estalló en aplausos y vítores y felicitaciones y gritos y más gritos y más gritos, que aumentaron todavía más (si es que eso era posible) cuando un hombre saltó al escenario. Se trataba de Maxi Tenor, actor, cantante, estrella del pasado y presentador de los últimos cincuenta reality shows que había habido en España.

Los focos, rojos y verdes, conferían a toda aquella locura una atmosfera de pesadilla con tintes navideños que ya le hubiera gustado conseguir a Tim Burton. La música fue bajando de volumen para dar paso a la voz que animaba a los allí reunidos con entusiasmo.

—¿Cómo estáis, Castorfans? —gritó por el micrófono. Por respuesta, la gente alzó las manos y comenzó a aplaudir.

¿Castorfans? ¿Castorfans? Debía de haberlo escuchado mal.

—¡Saludémonos como merece la ocasión! —dijo el tipo, y alzó un brazo hacia lo alto con la palma para abajo y colocó la otra hacia arriba. Después dio una palmada bajando de golpe la mano que estaba arriba. El público lo imitó en un aplauso seco que reverberó en la calle. Sin entender a qué venía aquel gesto tan perturbador, me aparté unos pasos, un poco asustado, y volví a concentrarme en el escenario.

El pelo rubio y engominado del presentador y las arrugas de su frente eran más visibles en la realidad que en la televisión. Llevaba una sudadera roja abierta con una camiseta negra debajo de «Heidi Metal» y unos vaqueros rotos que mi madre habría tirado al primer descuido.

Según me había contado Olivia, el tipo rondaba ya los cuarenta y cinco años, por mucho que se esforzase en aparentar dieciséis, y las drogas eran el menor de sus problemas. ¿Era a mí al único al que le daba mal rollo?

Pensar en Olivia me hizo pensar en David, y pensar en ellos me hizo recordar la bronca que tuvimos y lo mal que me había sentido durante todo el verano por no haber intentado solucionarlo de algún modo. Cuando menos, era irónico que me hubieran venido a la cabeza precisamente allí, justo cuando iba a ver a Dalila, la principal culpable de nuestra disputa.

No pude compadecerme mucho más tiempo, pues Maxi Tenor comenzó a hablar.

—¡Tres meses de concurso! —exclamó—. Tres meses en los que hemos podido ir conociendo a participantes de todo el mundo hasta dar con la elegida. Con la verdadera. ¡Con la única! Hemos vivido momentos divertidos, tristes, emotivos y muy, muy emocionantes.

Como si de un guión preestablecido se tratara, guardó silencio y el público enloqueció de nuevo, alzando las voces y las pancartas.

—Pero por fin hemos llegado al final. ¡Por fin tenemos a nuestra Castorfa! —Más aplausos y más desconcierto por mi parte—. A través de vuestros mensajes de texto, en las redes sociales y en nuestra página web, habéis elegido a la actriz que mejor encarnará al personaje que tanto ha significado para todos nosotros.

Castorfa.

Mi cerebro logró salir del sopor al que los gritos lo habían sumido para dar con la pieza que faltaba. No había escuchado mal. Yo sabía quién era Castorfa. ¡Todo el mundo sabía quién era Castorfa! Me había pasado mis primeros nueve años de vida dibujándola con ceras de colores y haciendo collages de su cara. Mis tíos me regalaron todos sus libros; mi madre consiguió la vajilla que daban con el periódico, y mi abuela me había cosido a punto de cruz un dibujo del personaje que durante años estuvo enmarcado en mi cuarto y que ahora decoraba la habitación de mis hermanas. Para mí, como para los de mi generación, Castorfa formaba parte de nuestra infancia, y siempre ocuparía un lugar especial en nuestros cuartos de baño.

Creo que fueron los descendientes de sus creadores, un matrimonio de escritores inuit del norte de Canadá, quienes arrastraron consigo al personaje más representativo del imaginario de sus ancestros y lo dieron a conocer al mundo entero, primero en forma de viñetas de cómic y más tarde en cuentos infantiles.

Pronto la historia de Castorfa y su lucha a contrarreloj por salvar el planeta se convirtió en un best-seller en una decena de países. La serie de dibujos animados no tardó en llegar y, con el paso de los años, el musical, los videojuegos y los espectáculos sobre hielo. Más tarde rehabilitaron un petrolero como el del cuento que, por lo visto, estaba anclado en algún lugar de Europa, y hasta montaron un crucero temático que salía de Estados Unidos y viajaba a la fría tierra que vio nacer al personaje.

Como no podía ser de otro modo, los herederos de la franquicia se hicieron multimillonarios en un abrir y cerrar de ojos. Y todo habría sido incluso más rápido de no haber sido porque la familia se negó en rotundo desde el principio a vender los derechos cinematográficos para hacer una película. Según ellos, ponerle voz y rostro al personaje de Castorfa acabaría con la esencia del mismo. O eso tenía yo entendido…

—La búsqueda ha sido tan larga y ardua como la de la propia Castorfa durante su destierro en el desierto —añadió Maxi—. Pero, por fin, tras más de setecientos castings por todo el mundo y la formación en la academia, hemos encontrado a nuestra pequeña castora hechizada.

Me volví un instante para asegurarme de que era el único que andaba totalmente perdido cuando reparé en que un chico a mi lado tenía los ojos anegados en lágrimas.

—¡Y ahora sí, amigos y amigas! —Las luces se atenuaron y un redoble de tambores vibró por los altavoces—. Demos un fuerte aplauso a la actriz más envidiada de todo el planeta…

«Imposible».

—A la única que dará vida a la maravillosa castora capaz de sacrificarse por salvar al planeta y a su amor verdadero…

«Me niego a creerlo. No puede ser».

—A… ¡Daaaaaalila Fes!

Al tiempo que pronunciaba el nombre, se dispararon unos cañones de serpentinas y confeti dorado y verde.

Yo seguía en shock, con los ojos clavados en el escenario y la boca entreabierta. El eco del nombre de Dalila en mi cabeza había insonorizado todo lo demás.

De pronto me vino a la cabeza la última tarde que nos vimos; nuestro beso de despedida a comienzos de junio, las promesas para el verano, sus lágrimas… ¿cómo era posible que se tratara de la misma chica?

Dalila subió al escenario con una sonrisa deslumbrante y un vestido de infarto para saludar a todos sus fans con una naturalidad apabullante. Al tiempo que movía la mano de un lado a otro, las palabras que me había preparado se fueron esfumando en una nube de vaho. Se borraron. Se volatilizaron. Desaparecieron…

No la reconocía. Era como si estuviera viendo a la Dalila de una realidad alternativa donde ella se hubiera convertido en una reina que sometiera a sus súbditos por control remoto.

Se me estaba yendo la cabeza, lo notaba, pero es que estaba imponente. Sé que lo de que parecía un ángel suena a tópico, y más si se para uno a pensar en las implicaciones de la palabra: alas, asexualidad, un camisón holgado… pero mi cerebro no logró dar con una comparación mejor. Al menos, no con palabras. Se me había olvidado lo guapa que era.

Incluso con todo aquel maquillaje encima, los ojos de Dal seguían teniendo aquel brillo inocente y exótico que lograba acelerar o detener mis pulsaciones con una sola mirada. Su cabello negro caía en ondas perfectamente modeladas, como si acabara de salir de un anuncio de champú. El vestido rojo se ajustaba a su figura con la naturalidad de una segunda piel. Me pregunté cómo sería de suave…

Sentí la cara colorada y una gota de sudor recorrerme la espalda.

Completamente ajena a mi estado, Dal se paseaba de un lado a otro del escenario dando la mano a los chicos y chicas que parecían conocerla mucho mejor que yo y que se dejaban la vida por conseguir una sonrisa de aquellos labios cuyo sabor tan bien recordaba.

Viéndola caminar con aquella pose y elegancia, me hacía sentirme como el mismísimo jorobado de Notre Dame. No sé qué clase de cortocircuito debió de sufrir Dal en su cabeza para haberme dicho que sí cuando, meses atrás, me armé de valor para pedirle que saliera conmigo.

Lo que no llegaba a entender es cuándo había ocurrido todo lo de Castorfa. ¿Se suponía que en los escasos tres meses que habíamos estado incomunicados ella había participado en un reality show mundial y lo había ganado? ¿Por qué no me había dicho nada? Vale que yo había estado sin internet todo ese tiempo, pero ¿no podía haberme llamado o mandado un mísero mensaje?

De pronto reparé en que hacía más frío que antes y en que en mi cabeza solo había cabida para una canción. Sin darme cuenta, ya estaba tarareando su melodía.

Era como si alguien hubiera encendido un reproductor de música en mi cerebro o me hubiera vuelto a colocar los auriculares en los oídos. Supongo que esta es una más de mis rarezas. Mientras unos, cuando se ponen nerviosos, sudan a raudales o empiezan a cambiar el peso de pie, yo compongo. No lo hago de manera consciente. Ni siquiera me detengo a analizar las notas o los compases. La música me embarga por dentro y ya no me deja hasta que la arrojo en una partitura. Preferiría que simplemente me sudaran las manos, pero nadie me dio a elegir.

Apreté los puños con fuerza y negué en silencio. Me sentía idiota y traicionado. Y celoso de una manera que no habría reconocido por nada del mundo. Celoso de toda esa gente que creía conocer a Dal cuando no había compartido ni la mitad de experiencias con ella que yo.

¿O sí?

—Bienvenida a casa, Dalila —dijo el presentador acercándose a ella y recuperando la atención de los espectadores. Una cámara de grúa se acercó hasta ellos por el aire—. ¿Cómo te sientes?

La muchacha miró al presentador y luego al público.

—Estoy… ¡emocionada! —respondió tras aclararse la garganta—. Emocionada y muy agradecida por este recibimiento. ¡Sois todos maravillosos!

Se llevó la mano al pecho y después señaló al público. La reacción fue inmediata.

Envuelta de nuevo por más gritos, Dalila se secó una lágrima con el dedo. Mis ojos estaban clavados en cada uno de sus gestos y mi mente anclada a los recuerdos del tiempo que habíamos compartido antes del verano. ¿Cómo podían haber cambiado tanto las cosas?

—Pero ¡por fin lo has logrado! —prosiguió el eterno adolescente—. Supongo que jamás habrías imaginado algo así, ¿verdad?

—¡En absoluto! —Dalila se rió con una risa tan natural y modulada que me hizo preguntarme si no habría recibido clases para conseguirla— ¿Cómo iba a soñarlo siquiera? Mandé mí vídeo sin ninguna esperanza de pasar siquiera la primera fase…

—Pero lo hiciste…

—Sí, lo hice. Y después me clasifiqué para el siguiente casting y el siguiente y de pronto me encontré en la Escuela de Castorfas con el resto de las finalistas. Todavía estoy asimilándolo.

El presentador se rió y le dio una palmada en el hombro.

—Es comprensible, es comprensible. Además, según tenemos entendido, nunca habías actuado de manera profesional, ¿es así?

Ella asintió como uno de esos perros que se colocan en el salpicadero del coche, pero con muchísimo más arte, elegancia y estilo.

—Solo en alguna obra de teatro del colegio. Maxi Tenor parecía realmente sorprendido.

—Teniendo en cuenta que competías con chicas de todos los países, es realmente impresionante. —Se volvió hacia la cámara y añadió—: Lo que demuestra, como nuestros queridos telespectadores ya saben, que las votaciones fueron absolutamente limpias y que fuisteis vosotros quienes elegisteis a esta jovencita por su encanto. —Se volvió hacia Dalila—. ¿Abrumada?

—Mucho —respondió ella.

—¿Y el inglés? ¿Crees que ha sido un problema añadido para ti?

Dalila se encogió de hombros.

—No demasiado. —Bajó la mirada, batió las pestañas y sonrió con una timidez que me derritió vivo—. Cuando supe que al concurso solo podrían presentarse chicas que hablaran bien el inglés, me asusté un poco, pero tengo la suerte de haber recibido una educación bilingüe y… bueno, al final parece que me ha servido.

Me resultaba increíble pensar que estuviera hablando de nuestro colegio. Si el director estaba viendo aquel programa (y no sé por qué, tenía la certeza de que así era), estaría dando botes de alegría en el sofá de su casa.

—Desde luego que sí. ¿Ya sabes cuándo comenzaréis a grabar?

—El rodaje ya está en marcha —respondió Dalila. Cuando los nuevos chillidos se apagaron, añadió—: No puedo decir mucho al respecto, ¡me lo han prohibido! Pero viajaré al set mañana mismo para comenzar a rodar las escenas en que salgo yo, aunque ya he hecho algún ensayo y me sé el guión casi de memoria.

El presentador soltó una carcajada junto al resto del público. Yo, por el contrario, volví a quedarme en blanco con la frase anterior… ¿mañana se iría? ¿Había dicho mañana?

No podía creerme mi mala suerte: la única chica por la que había sentido esto se convertía en una estrella de la noche a la mañana y amenazaba con desaparecer de mi vida sin que pudiera hacer nada.

Unos acordes muy diferentes a los anteriores comenzaron a reptar hasta mis oídos.

—Suena maravilloso —dijo el presentador. «Suena como para suicidarse», pensé yo.

—Lo es. Me siento muy honrada de interpretar a un personaje como Castorfa. ¡Espero estar a la altura!

—Casi cien millones de espectadores consideran que lo estás; no creo que tengas de qué preocuparte.

Dalila se apartó un mechón de pelo de la frente con timidez y volvió a congelar mi mundo con una sonrisa.

A lo mejor si no me hubiera ido aquel verano fuera… A lo mejor si no hubiera tenido que vivir aislado en una maldita cabaña en el puñetero fin del mundo, esto no habría ocurrido. No así.

—¿Y tus padres? ¿Qué dicen tu familia y tus amigos?

Alcé la mirada y entorné los ojos, expectante por su respuesta.

—¡Están más emocionados que yo! Los he echado mucho de menos todo este tiempo, y sé que ellos también a mí. Pero ha merecido la pena… En cuanto a mis amigos, ¡no se lo creen!

—Quizá es que no lo sabíamos —mascullé cruzándome de brazos.

Me habría encantado poder enfadarme con ella, echarle en cara que me hubiera ocultado todo aquello; decirle que por mí se podían ir a la mierda ella y todos sus fans, pero me di cuenta de que era incapaz. Me debatía entre la incredulidad y el desasosiego de perderla, pero no le deseaba ningún mal.

La nuestra no es que hubiera sido una relación amorosa al uso, pero sí que habíamos llegado a conectar de muchas maneras y daba por hecho que, cuando menos, ambos habíamos sido sinceros el uno con el otro.

¿Acaso había hecho algo mal sin darme cuenta durante el verano? ¿Debería haber regresado antes? Había estado intentando llamarla todos esos meses, pero siempre tenía el móvil apagado. Supuse que estaría en el campamento de artes al que mencionó que le gustaría asistir, por eso no insistí.

Debería haber insistido, definitivamente.

Ahora solo quería que me mirase y me reconociera. Me conformaba con que pudiéramos hablar a solas una última vez. ¿Era tanto pedir?

Entre el público, tres chicas con una pancarta gritaron al unísono lo mucho que querían a Dalila. Ese dato no me habría llamado la atención (para entonces ya me había insensibilizado a los Castorfans) de no ser porque advertí que se trataba de las Whopper.

¿Eran ellas las amigas a las que hacía referencia Dal? ¿Ellas? ¿Las tías que quisieron descuartizar a Dal cuando llegó nueva al instituto? Puse los ojos en blanco y negué en silencio. ¡Cuánta hipocresía!

—Bueno, Dalila —dijo el presentador—, antes de despedirnos hasta la próxima entrevista, que será en el set de rodaje y a la que invitamos a todos nuestros espectadores, ¡vamos a dar un fuerte aplauso a tus padres para que despidan con nosotros esta retransmisión!, ¿te parece? Antes de que los nuevos invitados subieran al escenario, incapaz de aguantar allí más tiempo, di un paso hacia atrás para marcharme, pero choqué contra alguien.

Fui a disculparme cuando una voz dijo a mi espalda:

—Pues sí que ha mejorado la chica en solo dos añitos. Si no fuera porque seguramente me metería en un lío, ya habría intentado seducirla con mis encantos.

Creía que nada podría superar la sorpresa inicial de descubrir a Dal convertida en una superestrella, pero tampoco me había llegado a plantear todas las posibilidades.

Despacio, me di la vuelta y alcé la mirada unos centímetros para encontrarme con alguien a quien había desterrado hacía tiempo de mi vida. Alguien cuyo recuerdo me agriaba el ánimo en todas sus acepciones. Alguien en quien una vez confié y que me dejó en la estacada.

Mi hermano mayor.