12. En los días de Langemarck

¿Cómo puede llegar la primavera y ser tan linda en medio de semejante horror? —escribió Rilla en su diario—. Cuando el Sol brilla y los sauces empiezan a soltar su pelusas amarillas allá en el arroyo, y el jardín se pone precioso, no puedo hacerme a la idea de que pasen cosas tan espantosas allá en Flandes. ¡Pero es cierto, es cierto!

Esta última semana ha sido espantosa para todos, porque llegaron noticias de la lucha cerca de Ypres y de las batallas de Langemarck y St. Julien. Nuestros muchachos canadienses se portaron como héroes… El general French dice que ellos «salvaron la situación» cuando los alemanes estaban a punto de tomarlo todo. Pero no puedo sentir orgullo o regocijo, sólo una ansiedad que me carcome por Jem y Jerry y el señor Grant. La lista de víctimas sale en los diarios todos los días… ay, son tantos… No puedo leerla. Tengo miedo de encontrar a Jem,… algunas familias leyeron el nombre antes de recibir el telegrama oficial. En cuanto al teléfono, por uno o dos días me negué a atenderlo, porque no puedo soportar el instante horrible que media entre el «Hola» y la respuesta. Ese momento me resulta interminable, porque tengo terror de escuchar: «Un telegrama para el doctor Blythe». Después de un tiempo de evadirme, me dio vergüenza dejar todo en manos de mamá y de Susan así que ahora me obligo a ir. Pero no es fácil. Gertrude enseña en la escuela, lee las composiciones y prepara exámenes como siempre, pero yo sé que su mente está allá en Flandes todo el tiempo. Su mirada me persigue como un fantasma.

Y ahora Kenneth también se puso el uniforme. Lo ascendieron a teniente y espera cruzar el océano a mitad del verano, eso fue lo que escribió. No había mucho más en su carta… parecía que cruzar el Atlántico era la única idea que había en su cabeza. No voy a verlo antes de que se vaya… quizá nunca lo vuelva a ver, nunca más. A veces me pregunto si lo que pasó en Cuatro Vientos esa tarde fue sólo un sueño. Es muy probable que así sea… parece que me hubiera sucedido en otra vida, hace muchísimos años; y que todos se olvidaron de esa tarde excepto yo.

Walter, Nan y Di vinieron de Redmond anoche. Cuando Walter bajó del tren, Lunes corrió a su encuentro con frenética alegría. Creo que pensó que Jem también estaría allí. Pasado el primer momento, no prestó más atención a las palmadas de Walter, sólo se quedó allí mirando para ver quién venía detrás de él, mientras movía la cola, muy nervioso, y con una mirada que me ahogaba porque no podía dejar de pensar que, por lo que sabemos, es posible que nunca llegue el día en que Lunes vea bajar a Jem del tren. Cuando bajaron todos, Lunes miró a Walter y le lamió la mano como diciendo: «Sé que no es tu culpa; perdóname por sentirme desilusionado» y luego se fue trotando a su refugio con esa forma tan graciosa de menearse que tiene, como si sus patas traseras fueran exactamente en dirección opuesta a la que tienen las delanteras.

Tratamos de convencerlo de que viniese a casa con nosotros. Di hasta se inclinó, le dio un beso entre los ojos y le dijo: «Lunes, viejo amigo, ¿no vendrías con nosotros aunque sea por esta noche?». Y Lunes le contestó; juro que le contestó: «Lo siento pero tengo una cita con Jem y a las ocho llega otro tren».

Es bueno tener a Walter de nuevo entre nosotros, aunque está igual que en Navidad. Pero yo voy a amarlo mucho, a levantarle el ánimo y a obligarle a reír como antes. Creo que Walter significa cada día más para mí.

La otra tarde Susan comentó que ya había anémonas en el Valle del Arco Iris. Por casualidad yo estaba mirando a mi madre en ese momento. Su cara cambió y dio un pequeño grito ahogado. La mayor parte del tiempo mamá está tan animada y alegre que es imposible adivinar lo que siente; pero cada tanto la afecta de pronto una cosita cualquiera y entonces se nota enseguida. «¡Anémonas! —dijo—. ¡Jem las juntó para mí el año pasado!», y salió corriendo de la habitación. Yo hubiera corrido hasta el Valle del Arco Iris a traerle un ramo enorme pero sabía que no era eso lo que necesitaba. Y ayer cuando llegó, Walter se escurrió hasta el valle y le trajo a mamá todas las flores que encontró. Nadie le había contado nada al respecto… sólo se acordó de que Jem acostumbraba traerle las primeras flores de mayo y entonces lo hizo en su lugar. Eso demuestra lo tierno y atento que es. ¡Y pensar que existe gente que le envía cartas crueles!

Parece raro que podamos seguir nuestra vida cotidiana como si nada estuviera pasando del otro lado del océano, como si no recibiéramos malas noticias todos los días, pero podemos y lo hacemos. Susan está arreglando el jardín y mamá y ella también están haciendo limpieza general de la casa; con la Cruz Roja Juvenil estamos organizando un concierto a beneficio de los belgas. Practicamos durante un mes y seguimos teniendo problemas con gente caprichosa. Miranda Pryor prometió participar en un diálogo y, cuando ya lo tenía aprendido, su papá se puso firme y no le dejó colaborar. No culpo precisamente a Miranda, pero pienso que tendría que tener un poco más de coraje algunas veces. Si alguna vez fuera ella la que se pusiera firme, su padre tendría que aceptar sus condiciones: es la única persona que lo cuida y que cuida su casa y… ¿qué podría hacer si ella se declara en huelga? Si yo fuera Miranda buscaría la forma de manejar a Patillas en la Luna. Le pegaría latigazos o lo mordería si fuera necesario. Miranda es una hija obediente y dócil que merece una vida mejor. No conseguí que nadie aceptara su parte porque a nadie le gustaba, así que finalmente tuve que tomarla yo. Olive Kirk está en la comisión de conciertos y me contradice en todo. Pero yo, por mi cuenta, le pedí a la señora Channing que viniera a cantar para nosotros. Canta maravillosamente y atraerá tanta gente que ganaremos más de lo que tendremos que pagarle. Olive Kirk pensó que sería suficiente con nuestro talento local; Minnie Clow no cantará en el coro porque dice que se pondrá muy nerviosa con la señora Channing presente. ¡Minnie es la única contralto buena que tenemos! Por momentos me exaspero tanto que tengo ganas de desentenderme de todo; pero me dedico a pasearme ida y vuelta por mi cuarto en plena furia y, así, logro enfriarme un poco para arremeter otra vez. En este momento me atormenta la posibilidad de que Isaac Reese tenga tos convulsa. Todos están terriblemente resfriados y son cinco de la familia que toman parte en el programa ¿qué hago si les da la tos convulsa? El solo de violín de Dick Reese es uno de nuestros números fuertes y Kit Reese aparece en todos los cuadros y las tres más pequeñas hacen unas figuras lindísimas con las banderas. Trabajé semanas para entrenarlas, y ahora parece que todo mi esfuerzo quedará en la nada.

Jims cortó hoy su primer diente. Estoy muy contenta porque está llegando a los nueve meses y Mary Vance estuvo insinuando que sus dientes venían con retraso. Ya empezó a gatear pero no como la mayoría de los bebés. Se lo ve andar por todos lados en sus cuatro extremidades con algo en la boca como los perritos. Nadie puede decir que no está en el tiempo justo en este aspecto… bastante adelantado por cierto, ya que el promedio de edad para gatear que dice Morgan es diez meses. Es tan adorable, sería una pena que su padre no lo conociese. El pelo le está creciendo muy bien y todavía tengo esperanzas de que tenga rizos.

En estos minutos, mientras escribía sobre Jims y el concierto, pude olvidarme de Ypres, el gas venenoso y las bajas. Ahora todo me vuelve de golpe y con más fuerza. ¡Ay, ojalá pudiera estar segura de que Jem está bien! Me ponía furiosa cuando él me llamaba Araña. Y ahora, si lo oyera entrar por el pasillo silbando y me dijera: «Hola, Araña», como antes, pensaría que es el nombre más bonito del mundo.

Rilla guardó su diario y salió al jardín. Era un magnífico atardecer primaveral. El gran valle verde se iba llenando de oscuridad y más atrás se veían praderas en medio del crepúsculo. El puerto estaba radiante, violeta por un lado, azulino más allá y el resto más grisáceo. El monte de arces se estaba volviendo verde brumoso. Miró a su alrededor con ojos melancólicos. ¿Quién dijo que la primavera era la estación más alegre del año? Era el tiempo de la angustia, y las mañanas rosadas, las estrellas radiantes y el viento en el viejo pino no eran más que punzadas de esa angustia. ¿Llegaría un día en que la vida estuviera libre de ese espanto?

—Es bueno ver el atardecer aquí otra vez —dijo Walter reuniéndose con ella—. En realidad me había olvidado de que el mar era tan azul, los caminos tan rojos y los bosques llenos de hadas. Sí, las hadas están aquí todavía. Te juro que soy capaz de encontrar una gran cantidad de hadas debajo de las violetas del Valle del Arco Iris.

Por un momento, Rilla se sintió aliviada. Esas frases parecían del Walter de antaño. Tenía la esperanza de que él se hubiera olvidado de algunas cosas que lo perturbaban.

—¿Y no te parece muy azul el cielo del Valle del Arco Iris? —le preguntó ella con similar humor—. Azul, azul… tendrías que decir azul cien veces para poder expresar lo azul que es.

Susan vagaba por allí, con la cabeza cubierta por un chal y herramientas de jardín en las manos. Doc le seguía los pasos entre los arbustos de coronas de novia.

—El cielo estará azul —amenazó—, pero ese gato ha sido Hyde durante todo el día; así que esta noche va a llover y por eso tengo reumatismo en el hombro.

—Puede que llueva, Susan… pero no pienses en el reumatismo, piensa en las violetas —le recomendó Walter alegremente… «demasiado alegremente», pensó Rilla.

—A propósito, mi querido Walter, no sé qué quieres decir con eso de pensar en las violetas —respondió Susan con dureza—, y el reumatismo no es algo con lo que se pueda bromear, ya lo sabrás por ti mismo. Espero no ser de esas personas que siempre se están quejando de sus dolores y molestias, en especial ahora cuando las noticias que recibimos son tan terribles. El reumatismo es malo pero entiendo que no se lo puede comparar con el hecho de que los hunos lo envenenen a uno con gas.

—¡Ah, por Dios, eso no! —exclamó Walter y se retiró para entrar en la casa.

Susan sacudió la cabeza. Desaprobaba semejantes expresiones.

—Espero que su madre no lo oiga hablar así.

Rilla se quedó parada entre los narcisos florecientes con los ojos llenos de lágrimas. Su tarde estaba arruinada; odiaba a Susan, que había herido a Walter de algún modo; y Jem… ¿habría muerto por el gas? ¿Habría muerto por la tortura?

—No puedo aguantar más este horror, este suspenso —dijo con desesperación.

Pero lo soportó como todos durante otra semana. Hasta que llegó una carta de Jem. Estaba bien.

He pasado sin un rasguño, papá. No sé cómo lo hicimos. Ustedes vieron todo en los diarios… yo no puedo escribir sobre el tema. Pero los hunos no pasaron… no pasarán.

Jerry había recibido un proyectil pero fue sólo un susto. Se puso bien en pocos días. Grant también está a salvo. Nan recibió carta de Jerry Meredith. «Recobré el conocimiento al amanecer —le escribió—. No sabía qué me había ocurrido pero pensé que era mi fin. Estaba completamente solo y aterrado. Había cadáveres por todos lados, tirados en el campo fangoso, gris, húmedo. Tenía muchísima sed… y pensé en David y en el agua de Belén… y en la primavera bajo los arces en el Valle del Arco Iris. Me parecía que lo tenía frente a mis ojos… y tú allí riendo del otro lado… pensé que ya todo estaba perdido para mí. Y no me importaba. Francamente, no me importaba. Lo único que sentía era un espantoso miedo infantil al ver la soledad de los hombres muertos a mi alrededor y una especie de inquietud por saber cómo había llegado yo allí. Entonces me encontraron y me llevaron en camilla; yo ya me había dado cuenta de que no tenía nada. Vuelvo a las trincheras mañana, se necesita la mayor cantidad posible de hombres».

—Ya no hay risa en este mundo —dijo Faith Meredith, que había venido a contar algo de su correspondencia—. Me acuerdo de que hace mucho yo le comenté a la señora Taylor que el mundo era un mundo de risa. Pero ya no.

—El mundo es un grito de angustia —afirmó Gertrude Oliver.

—Hay que seguir riéndose un poquito, chicas —sugirió la señora Blythe—. Una buena risa es como una plegaria a veces… sólo a veces —agregó por lo bajo.

Durante esas tres semanas, le había costado mucho reírse. A ella, a Ana Blythe, la de la risa espontánea y fresca. Y lo que más la lastimaba era que la risa de Rilla había cambiado también… Solía pensar que Rilla se reía demasiado. ¡Qué adolescencia tan sombría le había tocado! Y ¡qué fuerte, qué inteligente, qué mujer era! Con qué paciencia tejía y cosía y qué bien manejaba a las inconstantes socias de la Cruz Roja Juvenil. Qué maravillosa era con Jims.

—Cuida a ese bebé con tanta destreza, que parece que hubiera criado una docena antes, mi querida señora —declaró Susan con solemnidad—. Yo no era demasiado optimista cuando aterrizó en la casa con esa enorme sopera.