EL frío y la humedad dieron paso a intensas nevadas. La temperatura descendió en muy poco tiempo preludiando la llegada inminente del invierno. El característico paisaje blanquecino se había hecho dueño y señor de la situación. Los bosques estaban completamente cubiertos de nieve y los animales que los habitaban comenzaban a adaptarse, un año más, a la estación más dura del año. Las pocas aves que aguantaban las heladas se cobijaban en los confortables nidos que ellas mismas habían preparado, las ardillas se encerraban en sus cálidos refugios, alguna que otra liebre salía al campo para tratar de buscar desesperadamente un aislado brote de hierba, los osos dormían a pierna suelta esperando la llegada de la primavera…
Sin embargo, hibernar no entraba dentro de las actividades que tenían previstas los habitantes de Hiddenwood. El invierno era duro, cierto, pero no impedía a la gente desarrollar sus tareas con relativa normalidad. Era precisamente en esta época cuando se incrementaba el uso de los espejos como medio para desplazarse, evitando así las dificultades que entrañaba caminar por la nieve. En su calidad de hechiceros nada les hubiese impedido derretir la nieve. Pero… ¿no hubiese sido eso una alteración del equilibrio?
La solución era aceptada por todos: con los espejos podían llegar a los mercadillos invernales donde se intercambiaban todo cuanto necesitaban. Era el momento de hacer trueque de los famosos botellines de jugo de hiedra y los saquitos de polvo de ortiga de las recolecciones de primavera —ingrediente básico en algunas pociones para curar enfermedades—, los botes de conservas de hortalizas para preparar deliciosos almuerzos, intercambiar brotes de muérdago por telas antideslizantes… En cuestión de tejidos, eran auténticos especialistas pues habían inventado casi de todo: ropas de camuflaje, de in-visibilidad, contra el frío, contra el calor, de limpieza automática y, la novedad de la temporada, unas capas que se plegaban por sí solas.
Por su parte, los niños proseguían con sus estudios. La vida en la escuela de Hiddenwood transcurría con total normalidad. Los aprendices seguían preparándose para ser hechiceros elementales. Apenas se había completado ya un tercio de la primera fase de aprendizaje y unos pocos ya podían poner en práctica algún que otro sencillo encantamiento. Elliot había aprendido a hacer bolas de nieve a gran velocidad (más rápido que el año anterior), pero para lanzarlas no precisaba de truco alguno. Ni que decir tiene que era el mejor lanzador de la escuela, aunque más de uno se las apañaba para dirigir sus lanzamientos haciendo uso de la magia. Las batallas de bolas de nieve fueron constantes con la llegada de las vacaciones y Elliot fue uno de los que más disfrutó, al igual que ya hiciera con Jeff, Matt y compañía en años anteriores.
¡Plaff!
Aquel bolazo le dio de lleno a Elliot en la cara, y Eric sonrió de satisfacción.
—¡Despierta! ¡Te has quedado parado! Tú eras el que decía que, para que no te alcanzasen era fundamental moverse con rapidez —le espetó Eric mientras se agachaba para coger un nuevo montón de nieve.
Y no le faltaba razón. Pero al pensar en sus amigos de Quebec había vuelto a sentir nostalgia. No sólo había dejado a unos estupendos compañeros, sino también a sus padres. Todavía no habían contestado a su carta y se preguntó si el amigo de Goryn la habría entregado correctamente.
Una vez más acudió a su mente el recuerdo de aquel día en que Goryn y Magnus Gardelegen aparecieron en su casa para trasladarle al mundo de la magia y la hechicería. Elliot afrontaba siempre esta cuestión con optimismo. Dejar atrás el mundo normal había sido un paso muy duro, pensaba, pero se le brindaba una nueva oportunidad, la de continuar la tradición de sus antepasados. Eso era lo que le animaba a seguir adelante. Eso, y los amigos que había hecho hasta el momento. Sin embargo era inevitable que a menudo, pensase en todo lo que había dejado atrás.
Pero la vida seguía y él había tomado una decisión. Ahora tenía nuevos amigos y nuevos compromisos que cumplir. Ni siquiera las dificultades que entrañaba una intensa nevada le impidieron visitar un par de veces a Uter. La primera vez Gifu los acompañó por si no recordaban el camino, pero dijo que no volvería si el fantasma persistía en sus trece de seguir tomándole el pelo. Elliot terminó mediando entre ambos para que, por lo menos, dejasen de meterse el uno con el otro.
Lo prometido era deuda, así que Úter decidió enseñarles cómo hacer una buena ilusión. Tal y como les explicó, la base de un encantamiento ilusorio radicaba en el poder de relajación y en la posterior capacidad de concentración. En ese sentido, Elliot partía con cierta ventaja sobre Eric. Su carácter más pausado y reflexivo le facilitaba la concentración mucho más que el espíritu aventurero y lanzado de su amigo.
—Debéis despejar vuestra mente por completo —les insistía Úter—. Cuando lo hayáis logrado, hay que imaginar la ilusión que queráis generar tal y como aspiráis a que aparezca en la realidad. Cuando captéis su imagen nítidamente, pronunciad en vuestro interior «Imagio», y abrid los ojos. Acto seguido, vuestra ilusión debería aparecer, sin demorarse mucho, allá donde la hubieseis colocado en vuestra mente.
Practicaron tratando de hacer aparecer un pastel. Elliot logró que apareciese uno que incluso tenía una guinda en la parte superior, aunque salió bastante transparente porque su relajación no había sido suficiente, según le indicó Úter. Eric no tuvo tanta suerte. En todos sus intentos salía una masa aplastada y deforme que Gifu no hacía más que criticar. Le decía que aquello era una plasta y que nadie querría comérselo, claro que si ése era el concepto que él tenía de una tarta…
Un par de días después de aquella lección extra de Ilusionismo, Elliot se encontró con Sheila a las puertas de la posada El Jardín Interior. Ambos iban bien abrigados, pues el frío era intenso. Tras tomar un té con limón, entraron en calor y se animaron a dar un paseo por las desiertas calles de Hiddenwood. La nieve y el hielo habían tomado literalmente la capital del elemento Tierra, y sus habitantes preferían el calor de las chimeneas de sus hogares.
Elliot tuvo la sensación de que el efecto reconfortante del té permaneció en su cuerpo mucho más tiempo del esperado. Nunca llegó a saber si aquello estuvo motivado por alguna poción secreta utilizada por la señora Pobedy para apaciguar el frío o si, por el contrario, era el efecto que Sheila causaba en él.
—Mira qué estatua tan bonita —dijo de pronto Sheila señalando una estatua de hielo que representaba a un unicornio.
Elliot la observó un rato y dijo de pronto:
—Yo he visto estas estatuas antes… De hecho, ¡las he visto todos los años!
Elliot le describió a Sheila las numerosas esculturas de hielo que había visto año tras año en la calle Sainte Thérése. No tardó en deducir la procedencia de los dragones, las sirenas y otras criaturas fantásticas. El mundo mágico de los elementales estaba mucho más próximo del humano de lo que unos y otros podrían imaginar.
—¡Debe de ser precioso verlas todas expuestas! —Exclamó Sheila ante los detallados comentarios de Elliot—. Las carrozas, el castillo de hielo, Bonhomme… Algún día me gustaría asistir a esas fiestas.
—Puedes venir cuando quieras —dijo Elliot un tanto animado—, aunque este invierno no volveré a casa.
Elliot se había propuesto firmemente avanzar en sus conocimientos de Ilusionismo, pero de eso no dijo una palabra a Sheila.
Durante la segunda visita a Úter, las cosas fueron mucho mejor. Tanto Eric como Elliot habían estado practicando, sacrificando horas de sueño, para poder darle una sorpresa a su fantasmagórico amigo. Y, desde luego, lo consiguieron: aquella vez le presentaron sendos pasteles en los que hubiese cabido Gifu.
—¡Fantástico! —Aplaudió Úter—. ¡Realmente soberbio! Los jóvenes aprendices sonreían llenos de satisfacción. —Esto ya es una verdadera ilusión. Ya lo creo que sí. Entonces Eric, tan impetuoso como siempre, preguntó:
—¿Por qué no nos enseñas alguna ilusión para defendernos de un enemigo?
Uter, extrañado, respondió:
—¿A qué viene esa pregunta? A vuestra edad no se suelen tener enemigos. Lo más que puede ocurrir es alguna rencilla entre amigos, pero poco más.
—Es que Eric es así —susurró Elliot, haciendo un guiño. El silencio invadió la estancia durante unos prolongados segundos. Úter permanecía en silencio, frunciendo el entrecejo, pensativo.
—Está bien, trataré de colmar tus expectativas. Las ilusiones —comenzó Uter— son realmente útiles. En principio nunca van a ahuyentar a los enemigos, pero sí pueden ser de utilidad en algún caso de apuro. Por ponerte un simple ejemplo bastante visual, Eric, podrías ser el mejor ilusionista del mundo y estar en pleno campo de batalla.
Al cabo de unos segundos, el salón en el que se encontraban se convirtió en una inmensa explanada a campo abierto. A sus espaldas estaba el mayor ejército que jamás hubiesen visto. Miles de soldados bien formados, todos con sus yelmos y armaduras, caballerías, catapultas… Eric y Elliot, al igual que Úter, también estaban uniformados, preparados para lo que parecía una terrorífica y cruenta batalla.
Antes de que los dos jóvenes tuviesen tiempo de reaccionar, el ejército se les había echado encima. Avanzaban de frente, sin intención de esquivarlos, y en cuanto una armadura les tocaba… la armadura desaparecía.
Un chasquido de Úter y volvieron al confortable salón.
—Precisamente éste es el punto débil de las ilusiones. Son bastante consistentes con los objetos materiales, pero no con las personas —explicó—. Eramos tres y teníamos a nuestras espaldas un magnífico ejército, pero cualquier adversario frente a nosotros nos hubiese hecho polvo. Al enemigo nadie le hubiese quitado un buen susto, pero habrían tardado muy poco en darse cuenta de lo artificioso del asunto.
»Para que ejerzan un verdadero impacto en un enemigo, las ilusiones deben ser transitorias. Es decir, deben permanecer el tiempo suficiente para generar intranquilidad, pero, igual de rápido que aparecen, han de desaparecer. No os puedo enseñar ninguna en especial, porque son infinitas las situaciones a las que podríais enfrentaros. Serán vuestra agudeza y vuestro ingenio los que os lleven a elaborar una ilusión adecuada para cada momento.
El resto de aquel día y los siguientes, Eric anduvo un tanto desilusionado por el comentario del fantasma. No concebía que, con la de cosas que se podían imaginar, nada pudiese detener a un contrincante. «Generar intranquilidad», era lo único que repetía una y otra vez. Pero, como suele suceder con la gran mayoría de las cosas, el tiempo lo cura casi todo.
En cambio, Elliot se llevó una grata sorpresa cuando un viernes por la tarde, después de una semana agotadora de estudios, llegó a su dormitorio y encontró un sobre y un paquete encima de su cama. En cuanto lo vio, tuvo la corazonada de que sería de sus padres. ¿Quién si no iba a utilizar un papel de envolver de color granate con pequeños dibujos de Bonhomme?
Estaba hecho un manojo de nervios. Hacía mucho tiempo que esperaba ansioso recibir noticias, pero con el paquete delante… Finalmente se decantó por el sobre, y lo rasgó para leer su contenido.
Querido Elliot:
¡Feliz Navidad!
¡Qué alegría tener noticias tuyas! Cuando aquel señor vestido de negro nos trajo tu carta (el domingo por la tarde), tu padre y yo pensamos que te había sucedido algo. Pero al abrirla nos hizo muchísima ilusión enterarnos de que lo estabas pasando estupendamente y que estabas aprendiendo muchísimas cosas.
Hemos estado unos días en Toronto pasando la Navidad con tus abuelos, que te envían muchísimos recuerdos. Fue un poco complicado explicarles que te habías ido a estudiar fuera tan joven, y no parecieron muy convencidos con las explicaciones que les dio tu padre.
También te envían recuerdos Jeff y Matt, que se presentaron el otro día en casa para preguntar si vendrías a celebrar el Carnaval de Invierno. Cuando les dije que no te darían permiso para ello, se fueron bastante decepcionados.
Por aquí todos te echamos muchísimo de menos. Esperamos tu regreso muy pronto.
Besos de
Tus padres
Posdata: Te enviamos unos dulces navideños. Cómetelos de uno en uno, ¿de acuerdo?
Después de leerla, el corazón de Elliot aún latía por la emoción. El hecho de haber recibido noticias de sus padres le había levantado el ánimo. Guardó la carta en el cajón de su mesilla y decidió que la leería todas las noches antes de acostarse.
Con esa renovada energía, el invierno empezó su declive mientras la primavera asomaba la cabeza cargada de nuevas esperanzas e ilusiones. La nieve se derretía, dejando ver cada vez más matas y arbustos. Las primeras flores comenzaron a abrirse y a llenar los bosques de variopintos colores.
Esos agradables sentimientos de felicidad contagiaron a los habitantes de Hiddenwood y, sobre todo, a los aprendices de la escuela. Elliot y sus compañeros veían el final del primer año cada vez más cerca. Pero lo que realmente se acercaba era el premio que les tenía preparado Goryn. Su particular competición concluiría en la clase que tendría lugar al día siguiente. Elliot y Eric decidieron ir a visitar a Gifu para intentar hacer más corta la espera.
El duende agradeció el detalle y no tardó en corresponderles llevándoles a un jardín secreto donde los duendes trabajaban intensamente en la producción del néctar de Flores Totalfruit. Había variedades de todos los colores que producían néctar con los sabores de todas las frutas existentes. Probaron la fresa, la naranja y el limón, pero no faltaron la sandía, la uva, el melocotón, la papaya y el mango. Terminaron tan empachados que al final del día se fueron a la cama sin cenar.
Una gran agitación se percibía en los estudiantes antes de empezar la última clase de Naturaleza. Todos se habían esforzado mucho para ganar, pero sólo un equipo obtendría el premio. Las gemelas Irina y Thania Pherald se habían mantenido en la primera posición desde el primer día; habían administrado sus puntos hábilmente, de manera que llegaban a esta última jornada con muchas posibilidades de llevarse el premio. Elliot y Eric, en tercera posición, estaban convencidos de que las gemelas contaban con ayuda externa para poder realizar sus ejercicios, y no eran los únicos que lo pensaban. En alguna ocasión habían escuchado algún chismorreo sobre la sorprendente rapidez con que superaban las pruebas.
Pero ahora se acercaba el momento de la verdad. No valían excusas. Tendrían que ser los más rápidos y esperar los resultados de los demás.
Al llegar Goryn, los discípulos siguieron sus pasos y atravesaron el espejo que los introdujo en un espeso bosque. No había que ser muy perspicaz para notar que había estado lloviendo hacía escasas horas. Pero el sol lucía en esos instantes ocultándose de vez en cuando tras unas finas y escurridizas nubes. Parecían, más que nunca, hechas de algodón pues el viento las empujaba suavemente sin apenas esfuerzo.
Rodearon al hechicero, como hacían siempre, esperando recibir las instrucciones para comenzar la búsqueda correspondiente. Pero aquel día fue diferente. Goryn les pidió que se sentasen, pues antes quería explicar unas cuantas cosas.
—Como todos bien sabéis, hoy es nuestro último día de clases puntuables. El último, pero no por ello el menos importante. Hoy vamos a trabajar un aspecto muy delicado de la naturaleza y tremendamente interesante: los hongos y las setas. Normalmente se tiende a creer que son una misma cosa. Por cinco puntos extra, ¿quién me dice en qué se diferencian?
Como un resorte, Elliot alzó el brazo. Recordaba la explicación que le había dado su padre en una ocasión, mientras daban un paseo por el bosque próximo a su casa.
—Comparar un hongo y una seta es como si comparamos un árbol y sus frutos. El árbol sería el hongo, mientras que las setas serían su fruto.
—¡Excelente, Elliot! —Exclamó Goryn—. Yo no lo habría explicado mejor, así que cinco puntos más para vosotros.
Se acababan de colocar en segunda posición, superando en un punto a los terceros, Sheila y Héctor. Ahora estaban a seis puntos de las gemelas.
—Cuando paseáis por el campo, lo que soléis ver son las setas, ya que el hongo en sí suele encontrarse bajo tierra. Es capaz de resistir durante mucho tiempo y esperar el mejor momento para desarrollar las setas —explicó—. Como podéis ver, el suelo está muy húmedo. Ha estado lloviendo hasta el día de ayer y con el sol que está haciendo será fácil encontrar setas.
»Las setas son un exquisito manjar y, a buen seguro, muchos de vosotros las habréis probado más de una vez. Pero no todas son comestibles, ni mucho menos. Las que no son comestibles solemos utilizarlas en la elaboración de pociones y medicamentos que, por el momento, no estudiaremos. En este último ejercicio de búsqueda, deberéis encontrar los tres ejemplares que os presentaré a continuación: Amanita —dijo mientras les mostraba un ejemplar bastante grande con un sombrero rojo cubierto de puntos blancos—, craterellus —en esta ocasión sacó una seta de aspecto curioso con forma de trompeta— y, finalmente, un ejemplar de Boletus. —El que enseñó era grueso y con un intenso color rojo en la base—. Deberéis cortarlas con navaja para no dañar el ejemplar. ¿Alguna pregunta?
Todos permanecieron callados, esperando ansiosos a que comenzara la búsqueda.
—¿Nadie me va a preguntar por la Trompeta de los Muertos? —preguntó Goryn haciéndose el extrañado—. ¿Nadie piensa protestar para decir que ésta es una seta que sólo crece en otoño?
Ante el mutismo de sus aprendices, Goryn dijo:
—La Craterellus, también conocida como Trompeta de los Muertos por su peculiar forma, sólo sale en otoño. De todas formas, he hecho un pequeño «apaño» para que podáis recogerlas hoy…
Ninguno de los presentes mostró la más mínima sorpresa. Estaban todos concentrados en la salida, como si fuesen pilotos en una carrera de coches.
—Pues… adelante —ordenó Goryn un tanto decepcionado.
Cada pareja tomó una dirección distinta en el bosque, desperdigándose. Goryn, por su parte, se quedó cruzado de brazos en su sitio para esperar el regreso de los aprendices y dar el visto bueno a sus hallazgos.
Elliot y Eric se adentraron entre los árboles con la mirada clavada en el suelo. El ambiente era aún más húmedo en el interior del bosque. Las ramas todavía desprendían pequeñas gotas de agua al ser azuzadas por el aire. Había pequeñas setas a un lado y a otro de la senda que estaban siguiendo, pero ninguna era tan llamativa como las muestras que les acababa de enseñar Goryn.
—Esto debería ser bastante sencillo —comentó Eric tratando de infundir ánimos—. El color rojo en el campo suele llamar la atención, ¿no crees?
—Es cierto —contestó Elliot, que movía la cabeza de un lado a otro sin dejar de mirar al suelo—. No debería costamos tanto como el día que tuvimos que buscar hierbas medicinales: sándalo, bergamota, fenogreco, místol… Aquello sí que fue complicado.
—¡No me lo recuerdes! Estuvimos a punto de hacer el ridículo. Menos mal que nadie fue capaz de encontrarlas todas…
—Nadie, excepto Irina y Thania, querrás decir.
—Esas dos… Siempre hacen las cosas a la perfección y en tiempo récord. ¡Me ponen de los nervios! ¿Cómo lo harán?
—Supongo que tendrán facilidad…
—No me lo creo —manifestó Eric—. Mira, a ti también te gusta la Naturaleza. Tu padre la estudia y has aprendido algunas cosas de él. Sin ir más lejos, la diferencia entre hongos y setas. ¡Y ellas ni siquiera hicieron ademán de levantar el brazo!
—No sé…
—En cualquier caso, el día de las hierbas no estabas muy concentrado que dijéramos… —insistió Eric. Tras hacer una breve pausa, completó—: Mejor dicho, parecía que tu cabeza estuviera en otro sitio.
—¡Eso no es verdad! —protestó Elliot desviando la mirada simulando que buscaba una seta.
—Desde luego… No le quitabas el ojo de encima a Sheila…
Hubo unos segundos de absoluto silencio.
—No es verdad —repitió Elliot medio ruborizado.
—Ya lo creo que sí —sonrió Eric—. Pero que conste que no te lo reprocho. Es muy guapa…
En aquel preciso instante oyeron unos rumores muy cerca de ellos. Procedían de su izquierda, aunque no podían ver nada. Se aproximaron cautelosamente y se escondieron tras unos abultados arbustos. Los rumores se habían intensificado. Pese a no ser más que susurros, podía distinguirse una voz claramente femenina.
—… ejemplares de setas… Boletus…
Elliot y Eric habían desplegado la antena al máximo. Aun así, escuchar la conversación era un poco complicado. Tan sólo se pronunciaban algunas palabras sueltas que eran difíciles de hilvanar, aunque no cabía duda de que estaban hablando de la búsqueda de setas.
Eric desplazó unas pocas hojas y dejó al descubierto algo que confirmaba todas sus sospechas. Aquello no le sorprendió lo más mínimo. Es más, una punzada de rabia le recorrió toda la espina dorsal y casi echaba humo por las orejas. Entonces Elliot se asomó.
Allí estaban las gemelas, Irina y Thania, agachadas. Parecían estar hablando con un duende. Era joven, con barba larga de color castaño y un copete verde. Se fijaron en cómo Thania, que solía llevar recogida su larga melena oscura, entregó al duende algo que parecía brillar. Acto seguido, éste se escabulló rápidamente.
—Lo sabía, lo sabía —repitió Eric golpeando el suelo con el puño—. Están haciendo trampas. Tenemos que impedirlo. Pero ¿cómo?
Las gemelas se habían quedado sentadas, apoyadas en un árbol a la espera. De vez en cuando se escuchaban risitas.
—Sea como sea, pero hay que actuar rápido —dijo Elliot—. No creo que ese duende tarde mucho en encontrar las tres setas.
Elliot estaba en lo cierto, porque un instante después vio acercarse al duende con tres magníficos ejemplares de gran tamaño. Aquello fue demasiado para Eric, que salió de su escondite emitiendo un extraño gruñido. Elliot trató de sujetarle por el brazo, pero fue inútil. Eric estaba completamente fuera de sí.
—¡Tramposas! ¡Más que tramposas! —gritaba exasperado—. Todos esforzándonos, y vosotras os vais a llevar el premio por la cara. ¡De ninguna manera! ¡Yo me encargo de acabar con esta farsa!
Las gemelas se habían quedado paralizadas ante el ímpetu de Eric; era obvio que aquello no entraba en sus planes.
Eric estaba tan enfrascado en descargar su ira sobre las dos chicas que no se percató de que el duende había dejado las setas a un lado y había echado mano de su saquito de cuero. Tras decir unas ligeras palabras, le lanzó un puñado de polvos a la cara y Eric se quedó petrificado como una estatua. No se movía, no gritaba… Ni siquiera hacía el más mínimo ruido.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Irina un tanto asustada.
—Un sencillo encantamiento de inmovilidad. Dentro de un rato se recuperará, pero ya será demasiado tarde porque os habréis llevado el premio —respondió el duende con una tranquilidad pasmosa—. Por cierto, esto os va a salir más caro.
—¿Más caro? —Thania parecía indignada.
Elliot lo había visto todo y escuchaba ahora con total claridad lo que estaban diciendo. Mientras discutían el precio por el nuevo servicio improvisado, Elliot tuvo una brillante idea. Cerró los ojos, se concentró al máximo y susurró: «Imagio».
Para cuando los abrió, las gemelas gritaban indignadas al duende.
—¡Devuélvenos la gema! ¡Esas no son las setas que te habíamos pedido!
Ante ellas había unos bellísimos y vistosos ejemplares, pero de tonos azules y amarillos.
—De verdad, no lo entiendo… —decía el duende que no dejaba de mirarlas extrañado.
—¿Qué no lo entiendes? —Preguntaron al unísono—. ¡Pues a ver si entiendes esto!
Y arrojaron las setas contra la cabeza del duendecillo. Pero éste, en un impresionante alarde de reflejos, se agachó justo a tiempo y las setas se estrellaron contra la base del tronco en el que, instantes antes, habían estado recostadas las gemelas.
Entonces todo volvió a la normalidad: ante la atónita mirada de las chicas, los colores azules de las setas se transformaban en rojos, mientras que las manchas amarillas se tornaban blancas y las trompetas volvían a aparecer. Allí estaban de nuevo los ejemplares de Amanita, Boletus y Craterellus, aunque ahora en un estado bastante lamentable.
El duende fue el que menos tardó en reaccionar. Les dijo que no quería volver a saber nada de ellas, se dio media vuelta y se adentró en el bosque. Todo intento por parte de las gemelas para hacerle cambiar de opinión fue inútil.
Y allí se quedaron, con sus ejemplares de setas destrozados y con Eric completamente inmovilizado.
Pero sus problemas no habían hecho más que comenzar porque tanto escándalo había llamado la atención de Goryn, que al acercarse se encontró con aquel esperpéntico panorama. Irina y Thania se hallaban de rodillas frente a los marchitos ejemplares, cuyos restos resbalaban entre sus finos dedos.
—Supongo que tendréis una explicación para todo esto —dijo con una mirada bastante severa.
Las gemelas trataron de justificar desesperadamente la situación, argumentando que Eric había lanzado sus setas contra el árbol para así ganar el premio. Pero no podían explicar el efecto inmovilizador. Una parálisis no era un hechizo que se aprendiese a las primeras de cambio. Por lo tanto, estaba claro que debía haber alguien más involucrado.
Elliot decidió tomar cartas en el asunto. Teniendo en cuenta que Eric no podía decir palabra, él era el único que podía testificar acerca de lo sucedido. Así que, con paso decidido, salió de su escondite y se aproximó a donde estaba su amigo.
—Maestro Goryn…
—Dime, Elliot.
—Yo he visto todo lo ocurrido.
Relató con pelos y señales lo que acababa de presenciar. Desde los rumores que escucharon hasta una detallada descripción del duende, pasando por el soborno, las setas recibidas y los polvos mágicos empleados por la diminuta criatura mágica.
—No irá a creer toda esa historia, ¿verdad? —Preguntó una temerosa Irina—. Es… es… ¡es su compañero! ¡Está tratando de encubrirle!
Pero Goryn estaba examinando detalladamente a Eric. No tardó en percatarse de la presencia de unos polvitos azulados muy cerca de su cuello. Aquello era una clara evidencia. Sabía muy bien por Gifu que los duendes empleaban esos polvos para realizar algunos hechizos. Aquello era una prueba irrefutable de que un duende había intervenido. Y si aquello había sido obra suya…
—Muy bien —dictaminó Goryn—. Está claro que habéis obrado deshonestamente. Al menos hoy. Y con eso me basta para descalificaros de este concurso y, por ende, no optaréis al premio.
Esto lo pudo oír la gran mayoría, pues poco a poco habían ido aproximándose hasta donde se encontraban las gemelas.
—¿Y qué va a pasar con Eric? —Preguntó Elliot un tanto angustiado—. ¿Se pondrá bien?
—Perfectamente —respondió el maestro.
Miró fijamente al hechizado, susurró unas palabras…
—¡Más que tramposas! —fue lo primero que dijo Eric tras recobrar el movimiento gracias al contrahechizo de Goryn, sobresaltando a todos los presentes. Se paró en seco y miró a su alrededor. Al ver a tanta gente no tardó en sonrojarse—. ¿Me he perdido algo?
—Ya te lo contaré —contestó Elliot, que estaba a su lado.
—Ejem… —carraspeó Goryn—. Bien, creo que ha llegado el momento de dar la enhorabuena a nuestra pareja campeona.
A Elliot se le hizo un nudo en el estómago. ¿La pareja campeona? Había estado pensando tanto en las gemelas y en Eric que se había olvidado completamente de las setas. Y sin setas…
—Como acabo de indicar, Irina y Thania, primeras clasificadas hasta hoy, han quedado eliminadas por sus trampas. Sin la colaboración de Elliot y Eric, segundos clasificados, no se habrían podido esclarecer los hechos, por lo que os lo agradezco enormemente. También deberán agradecéroslo Sheila y Héctor, porque vosotros no habéis conseguido vuestros ejemplares y ellos han sido los más rápidos. Lo siento —dijo Goryn ante la abatida expresión de los dos amigos—, las normas son las normas. De manera que nuestra pareja campeona son… ¡Sheila y Héctor!
Ambos dieron un enorme brinco y se abrazaron. Recibieron unas cuantas muestras de afecto por parte de sus compañeros. Pero la mayoría se mostraba expectante por conocer el premio. El tan ansiado premio que se les acababa de escapar.
—Como primeros clasificados de las pruebas de Naturaleza y, por lo tanto, ganadores, os hacéis acreedores de estas dos invitaciones para asistir a la Fiesta de Florecimiento que tendrá lugar a finales de la presente primavera —dijo Goryn al tiempo que hacía entrega de sendos boletos.
Elliot no tenía ni idea de lo que aquello significaba. Pero, por las boquiabiertas expresiones de sus compañeros, debía de ser algo bueno. Realmente bueno.
De pronto sintió un cosquilleo en los pies. Sus piernas temblaban como si estuviesen hechas de gelatina. Miró a su alrededor para ver si alguien, animado por la euforia, había aprovechado para realizar un encantamiento desequilibrante. Pero, cuando miró a los ojos de sus compañeros, comprendió que no había tal hechizo. Todos ellos, incluido Goryn, temblaban ligeramente de cintura para abajo. Los árboles perdieron alguna que otra hoja por la sacudida y sus ramas se estremecieron.
—¡Tranquilos! —Les indicó Goryn, que se movía de un lado a otro comprobando que todos estuvieran bien—. No ha sido más que un leve temblor de tierra.
Las caras de alarma de los muchachos, algunas pálidas como si fuesen máscaras de cera, se fueron recuperando.
—No son habituales… —prosiguió Goryn—, pero pueden ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar.
Aún seguían comentando su experiencia durante el pequeño terremoto cuando cruzaron el espejo que, afortunadamente, no había sufrido daño alguno. El premio de la Fiesta de Florecimiento quedó en un segundo plano.
En Nucleum se acababa de registrar un tremendo movimiento sísmico. Las paredes de las celdas más próximas a la de Tánatos habían sufrido unas vibraciones descomunales, mientras presos y guardianes se quedaban paralizados por tan inesperado acontecimiento.
Y es que todo había provenido de la celda de Tánatos. Unos minutos antes, el celador principal le había entregado una nota de la que apenas pudo descifrar unas palabras inconexas: «Contacto Hiddenwood… Primavera… Armonía… Tomclyde».
Sin embargo, Tánatos debió de encontrarles sentido. Primero fue una retumbante carcajada de alegría, que pronto se volvió falsa y forzada. Ni siquiera los potentes y superprotegidos muros de Nucleum pudieron evitar que su energía llegase al exterior.