EL camino de vuelta al campamento de Schilchester se hizo más corto que el de ida. Goryn permaneció callado la mayor parte del trayecto en barca, haciendo escuetas afirmaciones respecto al lago que les rodeaba. O bien era hombre de pocas palabras, o no deseaba contarle más de lo necesario. Tal vez ya se había ido de la lengua en exceso, pensó Elliot.
Cuando se aproximaban al arco de bienvenida, el calvo hechicero rompió su mutismo:
—Ahora soy yo el que debe pedirte un favor.
—Dime.
—Procura no causar problemas en el campamento y, por supuesto, mantén la boca cerrada.
—Seré una tumba —afirmó Elliot.
—A estas horas deberían haber llegado ya de la caminata. Un par de horas andando supone un buen esfuerzo para ser la primera vez.
—Pronto lo sabremos.
Se dirigieron a la parte de atrás, donde la noche anterior ardía la hoguera y, efectivamente, allí los encontraron. Debían de haber llegado hacía muy poco tiempo, porque aún se les veía exhaustos. Más de la mitad estaban tendidos en el suelo, con las mejillas sonrosadas y gruesos churretones de sudor que les caían por la frente, delatando un inusitado esfuerzo. Elliot no tardó mucho en encontrar a Jeff.
—¿Muy cansado? —Por la expresión que tenía Jeff, la pregunta sobraba.
—Buff… No sé si podré aguantar otra como esta. ¿Y tú? ¡Si ni siquiera estás sudando…! ¡Es como si apenas hubieras hecho ejercicio!
—Eh… —dudó Elliot—, bueno, ya sabes que a mí me gusta mucho andar. Suelo dar largos paseos con mi padre.
Goryn se había quedado junto a la pared trasera del edificio de madera, a una distancia prudente de Elliot. Pensó que así el chico estaría más tranquilo.
—Mira que hemos estado juntos todo el rato —dijo Jeff—, pero tengo la impresión de que hace tiempo que no te veo. Debe de ser esta larga caminata…
—Sí, debe de ser el cansancio. Pronto comeremos y recuperarás fuerzas. Hablando de comida, tengo un hambre… Y no era para menos. Tras su encuentro con Goryn, Elliot había perdido el apetito. Con los nervios a flor de piel, se había olvidado por completo del desayuno. Pero ahora que todo había pasado, su estómago le recordaba con un runrún que llevaba sin trabajar desde la noche pasada. El señor Frostmoore debió de leer su pensamiento, porque en ese preciso instante les avisó para comer.
Esta vez lo harían de una forma civilizada, les indicó, sentados sobre unas alargadas mesas que habían sido dispuestas en el interior del edificio central. El menú les pareció todo un lujo: pasteles de carne y ensaladas, y natillas de postre. Elliot sólo tenía ojos para su comida, y apenas prestó atención a los comentarios que hacían Rebecca, Betty, Jeff y Matt sobre los detalles de la larga y extenuante caminata que se había perdido.
Vio que Goryn también había entrado en el edificio. Se movía entre las mesas tranquilamente, dando pequeños paseos mientras mordisqueaba una manzana roja que había robado de un cesto. No cabía duda de que con la fruta había realizado un encantamiento de invisibilidad (o algo por el estilo). Elliot no se podía ni imaginar cómo habrían reaccionado todos de haberla visto flotando y paseándose por los pasillos, mientras la manzana era mordisqueada.
No muy lejos de donde se hallaba Goryn, estaba sentado Gorkky, que parecía haber hecho buenas migas con los compañeros de bungalow. Los cuatro compartían la misma mesa. Debían de estarlo pasando en grande, pues sus carcajadas eran las más sonoras del comedor.
Transcurrida una semana, Elliot parecía haberse acostumbrado a la presencia de Goryn. Ese día, como los anteriores, se encontraban reunidos durante uno de esos frugales almuerzos cuando un carraspeo del señor Frostmoore atrajo su atención.
—Un agradable paseo siempre abre el apetito, ¿no es así? —Dijo antes de soltar una ridícula risotada, pues aquella mañana habían realizado una demoledora incursión por el monte—. Esta tarde tenemos una prueba de supervivencia. Será interesante, a la vez que entretenida. Pero, además, tendrá bastante importancia pues vuestra cena está en juego. —Cada vez que mencionaba el tema de la comida, todos prestaban especial atención—. Se trata de una sencilla actividad que consiste en buscar alimentos naturales. Deberéis agudizar vuestro ingenio para haceros con vuestra propia cena y, para ello, dispondréis de toda la tarde.
—¿Y qué ocurre si uno no consigue encontrar algo? ¿Se queda sin cenar? —preguntó horrorizada una chica regordeta y pelirroja, a quien no parecía hacerle gracia la idea de irse a la cama sin llevarse nada a la boca.
—Sería una opción interesante… De hecho, ésa sería la respuesta que recibiríais de la Madre Naturaleza si no fueseis capaces de haceros con algo comestible —expuso fríamente el señor Frostmoore—. Pero como estamos de campamento, no moriréis por inanición. Creo que una manzana será suficiente para que no desfallezcáis.
—¡Una manzana! —protestaron al unísono, incluido Goryn. De hecho, la suya fue la mayor de las quejas, aunque sólo pudo ser oída por Elliot.
—¡Intolerable! —Gruñó Goryn, esta vez muy cerca de Elliot—. ¿Es que quiere mataros de hambre?
Los murmullos no cesaban, así que el señor Frostmoore tuvo que alzar bastante la voz para hacerse oír.
—De nada sirve lloriquear. Para evitar problemas, estaréis acompañados por vuestros monitores. Son las normas del campamento y debéis ateneros a ellas.
—Sí, claro —bramó una voz—. Y, por si acaso, usted rellenará su rolliza barriga con los escasos alimentos que sean recogidos, ¿no? ¿O es que tiene un menú mejor escondido en la despensa?
—¡Silencio! —gritó un exaltado señor Frostmoore. La ira corroía sus ojos, que parecían inyectados en sangre, sus carrillos se habían hinchado y bufaba por la nariz como un toro enfadado mientras meneaba la cabeza de un lado a otro—. ¿Quién ha sido el insolente?
Nadie respondió porque nadie sabía de dónde había salido esa voz… excepto Elliot. En principio había esbozado una sonrisa, pues pensaba que sólo él podía escucharle. Sin embargo, faltó muy poco para que se le desorbitasen los ojos cuando comprendió que todos lo habían oído.
—¡Exijo que salga el responsable! —insistió.
Silencio total.
—Muy bien. ¡Pues entonces ya podéis estar encontrando todos vuestra cena, porque no habrá manzanas para los que no la encuentren!
Y se marchó.
Los monitores se limitaron a indicar las zonas por las que se moverían a lo largo de la tarde. Fue entonces cuando descubrieron la finalidad del color de los pañuelos que los monitores llevaban atados al cuello. Se emparejaron los colores rojo y azul: el primero era un indicador de mayor experiencia como monitor, mientras que los azules correspondían a los novatos. No cabía duda de que estos últimos tendrían una ardua tarea si no querían perder a ninguno de sus pupilos en zonas tan amplias.
Poco después, empezó la prueba. Disponían de poco más de tres horas para buscar alimentos, pero a muchos no pareció importarles, tal vez porque acababan de comer, así que la gran mayoría se lo tomó con excesiva calma. Unos se echaron a la sombra de los pinos, otros prefirieron charlar animosamente, otros se acercaron al lago a lanzar piedras y distraerse con las ondas concéntricas que se formaban… Pero no era el caso de Elliot. Acompañado por Jeff y Matt, decidieron emprender la búsqueda con cierta tranquilidad, «sin prisa, pero sin pausa», como rezaba el dicho. Fue entonces cuando Elliot aprovechó para acercarse al lugar donde estaba Goryn.
—¿Por qué lo has hecho? —Le susurró temiendo que le oyesen los otros dos—. Algunos se quedarán sin cenar.
—Se lo merecía —replicó el hechicero—. En cuanto a lo de quedarse sin cena, puede que tengas razón. Si siguen tomándoselo con esa pachorra, no creo que vayan a conseguir gran cosa.
—Por lo menos hubiesen podido tener una manzana…
—¿Y crees que eso sería suficiente? ¿Crees que ésa sería la mejor opción? A veces conviene decir lo que uno piensa.
—Y a veces es mejor callárselo —replicó Elliot—. ¿Qué beneficio hemos sacado?
—Tú ya estás buscando, ¿no? —sonrió Goryn, haciendo caso omiso de la indignación del muchacho—. Míralo así. Tu estómago no se quejará esta noche.
—Pero el de otros muchos sí —insistió Elliot alzando un tanto la voz—. Además, llevamos un rato buscando y sólo hemos encontrado un par de espárragos trigueros y unas pinas que apenas tienen piñones.
—Un exquisito manjar… —ironizó Goryn.
Pero a Elliot no le hizo ninguna gracia el comentario.
—Bien, pues seguiré buscando para que sea aún más exquisito.
La tarde fue avanzando y las sombras de los árboles se fueron haciendo alargadas y oscuras. Ya quedaba menos de una hora para la cena y no había mucha comida en las mochilas. Elliot, Jeff y Matt habían sido los más previsores a la hora de buscar y tenían la mejor cosecha de todas: un manojo de espárragos trigueros y algunos níscalos. Los piñones se los comieron en las dos pausas que hicieron.
La desesperación en la cara de los restantes compañeros de campamento comenzaba a hacerse patente. Si no espabilaban, pasarían una noche poco agradable. Unos corrían de un lado a otro, otros escarbaban y los había encaramados a los árboles. Pero aun así la colecta resultaría muy pobre.
Elliot, ante tal panorama, no podía más que sentirse satisfecho. Por lo menos tendrían algo que llevarse a la boca. Jeff y Matt se hallaban a unos cincuenta metros de donde él estaba, cuando de la nada apareció Gorkky con sus tres compañeros de bungalow. El muchacho, sorprendido e indefenso, recibió un fuerte empujón y le arrebataron la mochila por la espalda.
—Veamos qué tienes para nosotros —dijo Gorkky. Su mirada era desafiante y vengativa.
—¡Devuélveme la mochila! —le espetó Elliot.
Pero Gorkky llevaba esta vez todas las de ganar. Sin nieve a su alrededor y con los amigos de Elliot a una distancia considerable, el orondo muchacho se sentía fuerte de nuevo.
—Bien, si es lo que quieres, ahí la tienes —dijo al tiempo que se la devolvía vacía.
Los cuatro fanfarrones se alejaron, con los bolsillos repletos. Elliot se quedó cabizbajo e impotente. En apenas unos segundos acababan de perder todo el trabajo de la tarde.
Matt y Jeff se aproximaron corriendo.
—Hemos oído unos gritos. ¿Pasa algo? —preguntó el primero.
Elliot, sin pronunciar palabra, le tendió la mochila.
—¡Está vacía! —dijeron los dos al unísono.
—¿Qué ha sucedido? ¿Dónde están los espárragos?
—Ha sido Gorkky. Lo siento, no he podido hacer nada. Venía con mis tres compañeros de bungalow y…
Pero no pudo completar la frase. Jeff, desfallecido, cayó de rodillas. El mundo entero se le desplomó encima. No podía creer lo que estaba sucediendo. De nada habían servido las horas de búsqueda y de trabajo.
—No-no te-tendremos ce-cena… —fue todo lo que dijo Matt apoyándose en un grueso tronco de pino.
Elliot estaba abatido. No sólo por haberse quedado sin comida: era el responsable de la mochila y eso le hacía sentirse culpable. Unas hojas crujieron tras de sí.
—Bien, chicos. —Era Amanda Crowler—. Creo que va siendo hora de regresar al campamento. Id recogiendo vuestras cosas.
Amanda fue avisando a los demás que andaban por la zona y las hojas volvieron a crujir de nuevo mientras se alejaba.
—Tengo un hambre… —dijo Goryn, que apareció sigilosamente por el camino opuesto al que había tomado la monitora.
—Vaya, ahora te presentas —le echó en cara Elliot.
—¿Me he perdido algo?
—Más bien nosotros hemos perdido algo. Nos hemos quedado sin comida. Mis agradables compañeros de habitación tuvieron la amabilidad de aligerarnos la carga.
—¿En serio? —Preguntó Goryn con cierta incredulidad—. Pero eso está mal. Quiero decir, robar…
—No me digas. Y, gracias a ti, nos hemos quedado sin manzana para cenar.
—Eh, creí que ese tema ya lo habíamos dejado aparcado —replicó Goryn mientras avanzaban en dirección al campamento.
A unos metros los seguían Matt y Jeff, totalmente derrotados. Al llegar al claro de la hoguera, vieron que ésta alcanzaba ya gran altura. Un agradable olor a pescado a la brasa impregnaba el ambiente. Elliot se giró y pudo ver la cara de inmensa satisfacción de Goryn.
Pronto entendió el porqué. Y es que había dispuesto mesas llenas de fuentes de truchas asadas, revuelto de níscalos y espárragos trigueros, y las mejores ensaladas que jamás hubiesen podido degustar. También había montañas de jugosas grosellas y moras, que parecían realmente sabrosas, pese a lo temprano de la época. Y también había…
—¿Fresas? —inquirió, y se llevó una a la boca que no le impidió hablar—. Pero si son de invierno.
—¿Están buenas? —preguntó Goryn. Elliot asintió mientras cogía unas cuantas más. Eran las mejores fresas que había probado en su vida—. Entonces dejémoslo así.
—Pero… ¿y el señor Frostmoore? ¿Qué dirá cuando vea todo esto? —preguntó Elliot preocupado.
—Ya me he encargado de él, el muy sinvergüenza… Cuando estaba preparando el banquete apareció de pronto aunque no me vio, por supuesto. Su primera reacción fue de sorpresa, obviamente, pero al ver mis fresas se abalanzó sobre ellas. Desde luego, no pensaba dejar que las probase… aunque luego me apiadé de él. Ahora mismo debe de estar en los servicios con una buena indigestión. Tiene para rato… —dijo guiñándole un ojo.
—¿Y los monitores? —Elliot seguía sin estar plenamente convencido.
—Todo solucionado. Les he dejado una notita de parte del señor Frostmoore diciendo que les había preparado una pequeña cena de homenaje. Como van a alimentarse bien, no creo que protesten.
Ensordecedores gritos de alegría llenaron el lugar. Los muchachos iban llegando al claro y no podían creer lo que sus ojos estaban viendo. Después de todo habría cena… ¡y en abundancia! Temblorosos por la emoción, que no les impidió dejar la pobre recolección a un lado, se aproximaron a las mesas y saborearon las truchas y el revuelto; las frutas del bosque terminaron de saciar su apetito.
Goryn, que disfrutaba viendo aquel espectáculo, recordó un pequeño detalle.
—¿Quiénes son los de la mochila? —preguntó a Elliot, que estaba dudando si comerse otra trucha o lanzarse a por un puñado de exquisitas fresas.
—No estarás pensando… —dijo Elliot enarcando una ceja.
—Hombre… —Elliot atisbo un brillo picarón en los ojos de Goryn—, la verdad es que su comportamiento se merecería un pequeño castigo. Sí, con uno chiquitín escarmentarían… No me mires así. Fue a ti a quien le quitaron la comida, no a mí.
—Preferiría que dejásemos las cosas así —decidió Elliot.
—Tengo la sensación de que hay algo que se me escapa —comentó Goryn.
—Digamos que las cuentas han quedado saldadas.
—¿¿¿Le has robado algo??? —dijo Goryn con incredulidad.
—No, no —replicó Elliot, negando a la vez con la cabeza y la mano derecha—. Fue por un hecho que sucedió hace unos meses en la nieve.
Elliot decidió contarle lo acaecido el día en que Gorkky quedó misteriosamente atrapado en la nieve. Goryn no cesó de hacerle preguntas al respecto sin apartar la mirada del muchacho. El hechicero no dejó de asentir durante todo el relato, hasta que finalmente dictaminó: —Así que parece que usaste un poquito de magia. —Fue un accidente sin importancia —se justificó Elliot—. Además, no sabía nada de los elementales, ni de magia, ni de hechizos… y tampoco lo sé ahora. —Elliot —dijo Goryn, esta vez muy serio—, es importante. —Pero… —Es importante, pero no grave. No debes confundir los términos. Hasta ahora teníamos un concepto de ti que indicaba que podías poseer un determinado don como el que se te explicó. Sin embargo, el uso de magia cambia las cosas radicalmente. Apartémonos un poco de este barullo y te aclararé algunas cosas que te ayudarán a entenderlo. Se alejaron unos metros. Los campistas estaban tan abstraídos con la comida que no se percataron de que Elliot llevaba unos minutos hablando «solo». —Antes que nada, debo informar al Consejo de los Elementales de esta novedad —decidió Goryn. —¿Y qué me ocurrirá a mí? Mil y una respuestas se le ocurrían a Goryn, aunque si eliminaba las sarcásticas y las bromas jocosas se quedaban en… —No lo sé— respondió el hechicero.
—¿Que no lo sabes? —repuso Elliot preocupado.
—Sinceramente, no lo sé —prosiguió Goryn—. Las decisiones del Consejo son… suyas. Quiero decir que nadie interfiere en ellas. Además, no es un problema al que nos enfrentemos muy a menudo… afortunadamente. Supongo que deberán comprobar a qué elemento perteneces, al igual que hacen con todos los hechiceros. Claro que…
—¿Cuál es el problema? —preguntó Elliot ansioso.
—Bueno, que ese tipo de actos se realizan a temprana edad, con unos ocho años. Aun así, no creo que suponga ningún problema, la verdad. Y luego está el…
—¿Hay más? —interrumpió Elliot. Seguía sin comprender por qué le tenía que estar ocurriendo todo aquello a él, Elliot Tomclyde. ¿Qué había hecho para merecer semejante castigo?
—La prueba que realizan se basa en las primeras experiencias mágicas y, en tu caso, ha sido la nieve.
—¿Y…? —repuso Elliot—. Yo no veo nada extraño en ello. Unos días hace sol, otros llueve y otros neva. Lo más normal del mundo.
—Ésa es una visión muy humana —afirmó Goryn—. Los hechiceros nos guiamos por los elementos y no por opiniones tan subjetivas. Escucha, la meteorología es complicada. Es una de las ramas de estudio de la magia; sin embargo, se trata de una ciencia tremendamente complicada. Engloba a todos los elementos de una u otra forma.
—Claro. El Agua y el Viento parecen evidentes. El Fuego… —dudó Elliot—. El sol es Fuego, supongo.
—Muy cierto.
—¿Y la Tierra?
—La Tierra es el fundamento de todo —explicó Goryn—. El Agua, el Viento y el Fuego influyen directamente en ella… y ésta en ellos. Si no hubiese árboles, no se limpiaría el aire, por lo que no llovería. Sin el sol, la vida no florecería en el planeta.
—Parece interesante.
—Y lo es. Pero ya te digo que es un tema muy complicado para explicarlo en cinco minutos. Y yo tampoco puedo deducir a qué tipo de elemento perteneces, pues la nieve es agua… pero en esa ocasión interactuaba con la tierra. No quiero descartar nada. Será necesaria más observación.
Se percataron de que a su alrededor quedaba ya poca gente. Debían de haberse ido retirando a los bungalows, exhaustos tras el largo y agotador día. Iba siendo hora de dormir, y Elliot también lo notaba, pues su boca se abrió en un gran bostezo.
—Creo que deberías irte a descansar —le aconsejó Goryn.
—Yo también —aceptó Elliot. Le acababan de explicar muchas cosas y ahora necesitaba ponerlas en orden.
A la mañana siguiente, Elliot abrió los ojos tan pronto como sonó la corneta. Se desperezó y pegó un brinco de la cama. Se vistió con rapidez y salió del bungalow raudo y veloz para juntarse con los demás compañeros de campamento.
El señor Frostmoore apareció unos segundos después. Tenía cara de haber pasado muy mala noche y su grasienta coleta estaba un tanto despeinada. Pese a todo, parecía preparado para la habitual excursión matutina al lago. Repetían siempre el mismo camino. Iban en fila india, silbando, hasta cruzar el arco de entrada. Una vez allí, justo antes de adentrarse en la espesura del bosque, Goryn se unía a la comitiva y acompañaba a Elliot como un fantasma, pues únicamente el chico era capaz de verlo.
Sin embargo, aquella mañana fue diferente. La sonrisa de Elliot se borró de su cara cuando se percató de que su amigo no estaba. Lo buscó desesperadamente a un lado y a otro, por si estaba oculto entre los árboles, pero el resultado fue el mismo: ni rastro.
Al llegar a la orilla del lago, aún conservaba la mínima esperanza de encontrarlo allí. Al fin y al cabo, fue el lugar donde se vieron por primera vez. Pero tampoco hubo suerte en las inmediaciones del lago. El hechicero elemental había desaparecido como por arte de magia. ¿Acaso lo habría abandonado? ¿Habrían terminado sus investigaciones los miembros del Consejo de los Elementales? Tal vez habían llegado a la conclusión de que no disponía de ese don que se le suponía. Pero… eso no era posible. Si había sido capaz de hablar con Sheila y con el propio Goryn, algo tenía que haber. ¿O era todo una farsa?
Con la mosca detrás de la oreja, Elliot vio sucederse los días. Y, poco a poco, se hizo a la idea de que su extraño amigo no volvería a aparecer y llegó a pensar que todo había sido un sueño. Anhelaba con todas sus fuerzas volver a conversar con ese imaginario amigo calvo al que, como a él, tanto le gustaba la naturaleza y que durante unos días le había hecho creer que poseía magia. El humor de Elliot se fue resintiendo y participaba en todas las actividades del campamento sin motivación alguna. Lo que antes era divertido, ahora le resultaba monótono y aburrido, y hasta le parecía que estaba deseando volver a casa.
Cuando llegó el día de hacer piragüismo, su desánimo era prácticamente total. Navegó por el lago con su piragua sin rumbo definido, y la desidia que sentía llegó a tal punto que apenas tuvo reflejos para evitar el impacto contra la embarcación de una chica a la que no conocía absolutamente de nada. Tampoco le sonrió la fortuna y las piraguas se dieron la vuelta, con el consiguiente susto de la muchacha, que se puso histérica.
La cosa no quedó así, y el señor Frostmoore lo castigó a pelar las patatas de la cena. ¡Menuda tarde fue aquélla! Tuvo que pelar casi un centenar, aunque le parecieron miles.
A menudo Jeff, que notaba a Elliot bastante extraño, se paraba a preguntarle qué le pasaba, pero nunca obtenía una respuesta convincente. Quién lo iba a imaginar… Poco a poco la amistad de ambos muchachos se fue resintiendo, hasta tal punto que el día que se marchaban de Schilchester no se sentaron juntos en el autobús.
Elliot, al igual que en la ida, se colocó junto a la ventanilla. El autobús avanzaba por tortuosos caminos de tierra, mientras Elliot se sumía en sus fantasías. Con la nariz pegada al cristal, contempló cómo iban quedando atrás los miles de pinos que rodeaban el campamento… y la Gran Secoya. Su mente voló entonces hasta Hiddenwood, luego a Goryn, más adelante a Sheila… Dio un profundo suspiro y decidió que iba a tener que olvidar todos aquellos sueños, pues probablemente no fuese a volver a tener noticias de la muchacha.
La experiencia del campamento veraniego no había resultado tan gratificante como esperara en su día. No es que lo hubiese pasado mal, pero su mente se había quedado anclada en el mágico mundo de los elementales. Los colores verdes de los bosques no variaron en todo el camino de vuelta, al igual que los pensamientos de Elliot. Reviviendo su breve pero intenso contacto con los habitantes de Hiddenwood, el viaje se le hizo, curiosamente, más corto que el de ida.
Casi sin darse cuenta, sus pies volvían a pisar Quebec.