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18 de septiembre de 2009

Un nuevo artículo de Tomás Bullón catapultó al día siguiente los crímenes del barrio norte al primer plano de la actualidad. El periodista narraba a cinco columnas la extraordinaria aventura en la que se había visto involucrado el día anterior, cuando un desconocido deslizó bajo la puerta de la habitación de su hotel una carta escrita en tinta roja. En la empuñadura del artículo se leía un gigantesco titular:

QUERIDO JEFE

EL NUEVO JACK SE BURLA DE LA POLICÍA EN UNA CARTA

Tomás Bullón había dado lo mejor de sí mismo en el artículo. Después de emplear varias líneas para dar cuenta de la entrevista que había mantenido la tarde anterior con los inspectores Herrera y Bedia, a pesar de que estos le habían rogado la máxima discreción, Bullón ponía en situación al lector.

El 25 de septiembre de 1888 el máximo responsable de la policía londinense, Charles Warren, recibió una carta autoinculpatoria de un desconocido que decía ser matarife de caballos y se declaraba autor de los asesinatos de Mary Ann Nichols y Annie Chapman. En el lugar donde debía figurar el nombre del misterioso escritor, aparecía el dibujo de un ataúd. Ni su dirección ni su identidad quedaban claras.

La misiva estaba fechada el día anterior. En la dirección se había escrito: «Al servicio de su magestad la reina» (las faltas de ortografía fueron una constante en muchas de las cartas recibidas a partir de entonces). El matasellos era: «London S. E.».

Nadie tomó en serio aquella carta, y nadie podía sospechar que sería la primera de las más de doscientas misivas escritas por todo tipo de personas. Algunas de ellas parecían obra de analfabetos; otras, de personas con formación, y posiblemente alguna se debió a la pluma del auténtico asesino. Pero ¿cuál de aquellas cartas era obra de Jack?

Diego Bedia apretó los dientes al leer el artículo de aquel indeseable. Le habían pedido colaboración y que no divulgara aquella carta hasta que estuvieran seguros de que podía conducir a alguna parte. Si era obra de un desaprensivo, podía incitar a otros a hacer lo mismo y perjudicar seriamente la investigación. Y, si realmente la había escrito el verdadero culpable, Bullón siempre tendría en su manga el as de haber sido el hombre que alertó a la policía.

Sin embargo, aquel mezquino periodista había decidido ir en busca del dinero fácil. Decía Bullón en su artículo:

Los más reputados especialistas en Jack el Destripador consideran muy probable que tres, o tal vez cuatro, de aquellas misivas fueran escritas por el auténtico asesino. La primera de esas cartas que se suelen considerar como escritas por el mítico criminal ha sido precisamente la que el nuevo Jack el Destripador ha copiado, aunque no en su integridad, para burlarse de la policía. Esa carta fue la que este periodista se encontró en su habitación ayer.

El 27 de septiembre de 1888, tras el asesinato de Annie Chapman, la Agencia Central de Noticias, fundada en 1870 por William Saunders y que recogía los reportajes que los periodistas enviaban por telégrafo desde todos los lugares del mundo al Reino Unido, recibió la primera de esas cartas escrita por la mano de Jack.

La Agencia Central de Noticias estaba emplazada en el número 5 de New Bridge Street, y aquel día 27 se convirtió en el eje de la información sobre Jack. La carta estaba escrita en tinta roja (la que yo mismo recibí ayer se había escrito en un ordenador y se imprimió usando color rojo). El autor había utilizado un sello de un penique de color lila, y llevaba un matasellos en el que se leía: «London E. C. 3-SP2788-P».

La carta, conocida desde entonces por los especialistas como «Dear Boss (Querido Jefe)», era exactamente igual a la que el nuevo Jack ha copiado. Solo se ha saltado algunos renglones en los que el Jack de 1888 hacía referencia a la tinta roja empleada en la redacción del texto y se carcajeaba por la ineptitud de la policía…

Marcos Olmos leía aturdido el artículo de Bullón. En los últimos minutos había pasado de la indignación a la ira. Estaba convencido de que Tomás Bullón era un irresponsable al divulgar aquella historia. Pero lo que más le preocupaba era no tener la menor idea de quién podía haber escrito semejante texto.

El artículo proseguía así:

La carta fue reenviada desde la Agencia Central de Noticias a la policía el día 29 de septiembre junto a una nota que nadie firmó. Algunos especialistas proponen que tal vez fuera Thomas John Bulling, un periodista que trabajaba en la agencia, el autor de la nota que acompañaba a la carta. En ella se decía que la carta, que había sido firmada por alguien que se autodenominaba Jack the Ripper, debía ser una simple broma.

En el texto en inglés aparecen varios americanismos (boss, fix me, quit), por lo que comenzó a circular la idea de que tal vez el asesino fuera un americano. Aunque también se ha puesto de manifiesto que durante el juicio por la muerte de Annie Chapman, el juez Baxter, que instruía el sumario, aseguró que un conocido suyo que trabajaba en el Museo de Patología había recibido la oferta de un americano que estaba dispuesto a pagar veinte libras por especímenes de los órganos que faltaban en el cadáver de Chapman. Y, como esa información había sido dada a conocer por la prensa el día 26, el misterioso Jack pudo incluir ese dato en la carta. No importaba que estuviera fechada por él el día 25, puesto que la pudo enviar el día 27, cuando la prensa ya había dado a conocer la información del enigmático caballero americano. Jack, por tanto, pudo emplear los americanismos para confundir aún más a la policía…

Contra todo pronóstico, Gustavo Estrada seguía mostrándose eufórico. La inesperada aparición de aquella carta, que en principio parecía lesionar irremediablemente su teoría de que Serguei Vorobiov era el asesino de aquellas mujeres, lo había tranquilizado. Para él, era evidente que Serguei no conocía todos los detalles de los crímenes, por la sencilla razón de que estaba encubriendo a otra persona, que debía ser la que había ejecutado a las dos mujeres inmigrantes. Y esa persona tenía que ser, sin duda, la que había escrito aquella carta.

Estrada leyó con atención el resto del artículo:

Aún no sabemos si la policía logrará encontrar alguna huella en la carta que yo mismo les entregué ayer. Tal vez la policía científica tenga más éxito en su estudio que el que ha tenido cuando analizó los escenarios de los dos crímenes. Hasta ahora, el asesino se ha mostrado audaz y muy escrupuloso. No ha cometido ningún error. No ha dejado huellas ni rastros de ADN que conduzcan a su detención, a pesar de que la policía haya encarcelado al músico Serguei Vorobiov, a quien suponemos deberán dejar en libertad en las próximas horas, porque resulta evidente que no ha podido escribir esa carta.

El autor de la misma firma el texto como «el Nuevo Jack el Destripador». De ese modo, hace pública su deuda con el mítico criminal Victoriano, quien precisamente acuñó ese sobrenombre en la carta enviada a la Agencia Central de Noticias. En ella se empleó por primera vez un apodo que pasaría a la historia. Sin duda, la elección del nombre comercial por parte del asesino fue todo un acierto…

Lo más terrible de aquella carta, aparte de su propia existencia, era el anuncio que contenía. Los lectores del periódico estaban demasiado fascinados con la historia como para comprender el horror que aquellas letras rojas anticipaban. Pero a Sergio no se le había pasado por alto.

La detención del músico ruso no le había hecho bajar la guardia, al contrario que a la policía. Aquel hombre no podía ser el asesino que buscaban. Sergio no lo conocía de nada, de modo que dedujo que no podía ser el autor de los enigmáticos mensajes que él había recibido. Había algo personal en aquellas notas anónimas, y eso no podía olvidarlo. Por otra parte, ¿acaso Serguei Vorobiov era un especialista en Sherlock Holmes?

No. Para Sergio era evidente que aquel hombre no era el criminal. El auténtico Jack estaba en la calle, y había anunciado su próximo movimiento, exactamente igual que lo hizo el primer Destripador en 1888. La carta que Tomás Bullón había reproducido no dejaba lugar a dudas: «En el siguiente trabajo voy a cortar las orejas de la dama y las enviaré a los oficiales de policía solo por diversión».

Pero ¿cuándo tendría lugar el siguiente movimiento de Jack? Por primera vez, Sergio creía que era posible anticiparse al asesino. Por primera vez, Sherlock Holmes parecía intuir por dónde discurría la mente de aquel criminal.

Sergio se reunió con el inspector Diego Bedia una hora más tarde. La cafetería del hotel donde Sergio seguía residiendo, a pesar de las invitaciones que su hermano le había hecho para que fuera a vivir con él mientras permaneciera en la ciudad, estaba muy animada. Aquella misma mañana había llegado un autobús cargado de turistas franceses, los cuales parecían haber sido seducidos de inmediato por el inquietante ambiente que se respiraba en la ciudad. Muchos de ellos comentaban los recientes acontecimientos, sobre los cuales su guía e intérprete les había facilitado información suficiente como para fantasear y jugar, tal vez, a detectives.

Diego se abrió paso entre el grupo de turistas y buscó con la mirada a Sergio, que había tenido la precaución de acomodarse en el rincón más alejado de todo aquel bullicio. Sergio observó a Diego. Parecía cansado, la perilla que se había dejado crecer le daba un aspecto aún más italiano, aunque Sergio no sabía qué era lo que le hacía pensar eso.

Los dos hombres se saludaron. Diego se quitó un gabán verde oscuro. Estaba empapado. En la calle llovía con fuerza.

—Supongo que has leído el artículo de Bullón —dijo Sergio.

Diego dijo que sí. Luego se frotó las manos con fuerza. Tenía frío.

—¿Leíste en el informe que te dimos lo que sucedió después de que Jack enviara la carta conocida como «Querido Jefe»? —preguntó Sergio.

—Cuando leí el artículo de Bullón releí esa parte del informe —respondió Diego—. Jack envió esa carta el día antes del doble asesinato.

Sergio había tenido la precaución de bajar de su habitación la copia del documento sobre los crímenes de Jack que le habían entregado a Diego Bedia.

—Fíjate —dijo, señalando una de aquellas páginas—, el día 1 de octubre de 1888 la Agencia Central de Noticias recibió una postal manchada con lo que parecía sangre y firmada de nuevo por Jack the Ripper. La ortografía de esa postal se parecía mucho a la empleada en la carta «Querido Jefe». Y no solo eso, sino que decía algunas cosas que llevan a pensar que los dos textos eran obra de la misma persona.

Sergio dio la vuelta a la página para que Diego leyera con más comodidad el texto de aquella postal:

No estaba bromeando, querido viejo Jefe, cuando le di el pronóstico, oirás sobre la obra de Saucy Jack mañana doble evento esta vez número uno gritó un poco no pude acabarlo del tirón. No tuve tiempo de conseguir las orejas para la policía. Gracias por mantener la última carta retenida mientras vuelvo al trabajo de nuevo.

—El tipo, que firma de nuevo como Jack the Ripper, aunque en el texto bromea denominándose Jack el Fresco, sabía algunas cosas que la policía no había divulgado —comentó Sergio—. Por un lado, habla de la amenaza de cortar las orejas a la siguiente víctima; en segundo lugar, comenta que se ha producido un «doble evento» y que no pudo terminar su trabajo con la primera de las víctimas. Además, el estilo de la redacción, que deja mucho que desear, emparienta los dos textos.

—Esos detalles solo los podía saber quien hubiera cometido el doble asesinato que ocurrió en la noche del día 30 de septiembre —añadió Diego—. Si la postal se recibió el día 1 de octubre, era evidente que la prensa aún no había dado a conocer los pormenores de lo ocurrido esa noche.

—Exacto. Y mucho menos que a la primera de las dos mujeres que fueron asesinadas, Elisabeth Stride, solo le cortaron la garganta, pero no la degollaron, porque, parece ser, el asesino estuvo a punto de ser sorprendido y tuvo que huir.

—Pero unos minutos más tarde asesinó a una segunda prostituta.

—Catherine Eddowes —añadió Sergio—. Y a ella, entre otras muchas atrocidades, le cortó parte de la oreja derecha.

—¿Qué es lo que estás pensando? —preguntó Diego.

—El Jack Victoriano envió la primera carta antes de cometer el doble asesinato —razonó Sergio—. Y el hombre al que ahora buscáis acaba de enviar una carta que es copia casi literal de aquella misiva. Y también anuncia el siguiente crimen.

—Hasta ahí estoy de acuerdo contigo —concedió Diego—. No creo que el músico ruso tenga nada que ver en todo este asunto, aunque todavía no sé por qué razón se ha declarado culpable, pero, si tú estás en lo cierto y el asesino pretende cometer un nuevo asesinato tras enviar esa carta, seguimos tan a ciegas como antes. ¿Qué podemos hacer?

Sergio entornó los ojos, miró a su alrededor y bajó la voz.

—Tal vez no estamos tan a ciegas. He estado dándole vueltas al modo en que se han producido esos crímenes. —Sergio tosió y se aclaró la voz con un trago de agua—. Daniela Obando fue asesinada el día 31 de agosto, exactamente la misma fecha en que Mary Ann Nichols encontró la muerte. De modo que nuestro Jack cometió el primer crimen el mismo día del mes que su admirado Destripador. Pero el 31 de agosto cayó en lunes, no en viernes, como sucedió en 1888. Es decir, que en esa ocasión nuestro hombre se guió por el día del mes, no por el día de la semana. Y, sin embargo, la última vez que a Daniela se la vio con vida fue el jueves 27 de agosto.

Diego escuchaba con atención a Sergio y anotaba en un cuaderno las conclusiones a las que había llegado el escritor. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y animó a Sergio a continuar.

—El asesinato de Yumilca, en cambio, no ocurrió el día 8 de septiembre, que fue cuando Annie Chapman encontró la muerte, sino el día 12. Eso, naturalmente, arruinaba nuestros cálculos. Nuestro Jack, aparentemente, había roto la pauta que había seguido en su primera actuación. —Sergio tomó otro sorbo de agua—. Pero es posible que mirásemos sin ver. Holmes dijo en una ocasión que él no veía más que lo que veían otros, pero que se había adiestrado para fijarse en lo que veía[96]. He tratado de poner en práctica su técnica. —Sergio sonrió—. Como ya te dije, en el segundo crimen el nuevo Jack no se guió por el día del mes, sino por el día de la semana. El asesinato de Chapman ocurrió, en efecto, el día 8 de septiembre, que era el segundo sábado de aquel mes. Y la muerte de Yumilca ocurrió el día 12, porque era el segundo sábado del mes.

—Eso nos lleva… —Diego imaginó las consecuencias que podía tener aquella deducción, si era correcta.

—Nos lleva a tratar de predecir el siguiente movimiento de nuestro Jack —afirmó Sergio—. Aunque tenemos un problema —reconoció—. La noche del doble asesinato de 1888 ocurrió, como sabemos, el día 30 de septiembre. Fue el último domingo de aquel mes. Nuestro problema reside en que no sabemos si ahora nuestro hombre seguirá la pauta del día del mes o del día de la semana.

Y eso nos sitúa ante dos fechas claves: la madrugada del día 27…

—¡El día de las elecciones municipales! —exclamó Diego, consciente del terremoto que se avecinaba.

—Eso es —confirmó Sergio—. Puede ser el día 27, que es el último domingo del mes, como sucedió en 1888. O bien puede ocurrir el día 30, que es miércoles.

—De todos modos —comentó Diego—, es un problema menor. Deberíamos estar alerta en la noche del día 26 al 27 y, si luego no pasa nada, nos centraríamos en el día 30. Pero…

—Pero…

La mirada de los dos amigos se encontró. Ambos habían llegado a la misma conclusión.

—Pero si elige el día 27, la repercusión de los crímenes será mucho mayor y, además —Diego empezaba a vislumbrar algo que le producía escalofríos—, es posible que la noticia de dos nuevos crímenes sirva para dar un vuelco al resultado electoral.

—Hay algún candidato al que es posible que le venga muy bien que se agiten los ánimos en el barrio precisamente ese día —añadió Sergio.

—Alguien que te conoce perfectamente; alguien para quien las aventuras de Sherlock Holmes no tienen secretos.

—¡Jaime Morante! —dijo Sergio.