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¿Al castillo?

Como si lo hubiera hecho cientos de veces antes, Septimus abrió la puerta que daba a la cámara móvil y tocó la flecha anaranjada. Mientras la cámara empezaba a moverse, Septimus se permitió una sonrisa ante la expresión patidifusa de Beetle. Tampoco dijo ni una palabra; Beetle estaba sin habla y Septimus estaba calculando si les alcanzaría el tiempo para regresar a la cámara antes de que Tertius Fume y los genios aparecieran por la escalera. Les alcanzaría por los pelos. Toqueteó, nervioso, la llave de la alquimia que había sacado para tenerla preparada.

La flecha se movió hacia abajo.

—Beetle ¿estás seguro de que quieres seguir? Porque si no… bueno, ya sabes, no importa, en realidad no me importa. Puedes esperar aquí, si lo prefieres. Te puedo enseñar cómo volver a poner esto hacia arriba… por si acaso.

—No seas tonto, Sep.

La cámara móvil de repente se ralentizó, y a Beetle se le encogió el estómago.

—Oye, Sep… ¿adonde has ido?

La cámara se detuvo.

—¿No puedes verme? —preguntó Septimus con preocupación… pasando la mano junto al panel de la puerta.

—No, has desaparecido.

—Es tu hechizo de invisibilidad lo que ha desaparecido.

—¡Ostras, lo siento mucho! —se excusó Beetle—, No sé lo que ha pasado.

Septimus terminó el hechizo de invisibilidad.

—¡Ah, aquí estás, Sep! Eso está mejor.

—Lo volveremos a intentar… juntos, ¿de acuerdo? —le propuso Septimus— Uno, dos, tres…

—¡Te acabas de ir otra vez! —anunció Beetle.

Septimus reapareció.

—Una vez más… ¿de acuerdo?

—Sí. Ahí vamos.

—Esta vez cuenta tú, Beetle. Hazlo cuando estés preparado. A veces eso ayuda.

—De acuerdo —exclamó Beetle aparentando más confianza de la que sentía en realidad.

No funcionó.

Septimus era consciente de que el tiempo se agotaba. Cada segundo que pasaba los genios guerreros se acercaban más, y cada segundo que pasaba era un segundo menos que tenían para regresar a la cámara móvil. Tomó una decisión.

—Lo haremos sin hechizo de invisibilidad. Además, ¿quién necesita ser invisible?

Abrió la puerta de un golpe y Beetle le siguió al amplio pasillo de ladrillos alumbrado por las luces sibilantes. Corrieron a través del aire frío, con un sonido metálico descendieron un tramo de escalones y frenaron derrapando delante de una pared negra reluciente que parecía un callejón sin salida. Septimus palpó con la mano un desgastado pedazo en la pared y la puerta se abrió.

Entraron en la cámara de hielo. Con un suave rumor y un clic, la puerta se abrió y entró la luz azulada. Beetle contemplaba con ojos muy abiertos la enorme escotilla del Túnel de Hielo sumergida en el agua y su resplandeciente oro antiguo.

—Eso sí que es una escotilla —exclamó.

Septimus ya estaba de rodillas, buscando la placa selladora.

—Oye, mira todas esas inscripciones en el oro —observó emocionado Beetle olvidando por completo que los genios se aproximaban—. Esta escotilla es increíblemente antigua. Un día tendremos que volver. Podría traerme algunas traducciones conmigo. Imagínate si pudiéramos leer lo que dice.

Septimus colocó la llave en la placa selladora.

De repente, el rítmico martilleo de unos pasos que desfilaban sobre la piedra se transmitió a través de las paredes de la cámara: los genios habían llegado hasta el pasillo.

Beetle volvió a la realidad. El y Septimus se miraron, más que pálidos, translúcidos, como si estuvieran ahogándose en la delgada luz azulada.

—Supongo que estamos… atrapados —susurró Beetle.

—Sí —dijo Septimus, intentando mantener la voz firme, mientras se concentraba en sujetar la llave recta.

Una capa de hielo empezó a reptar de la llave y a rodear la escotilla en forma de rombo.

—Pero al menos ahora no pueden llegar al Castillo.

—El Castillo… ¡ay, Dios mío…! ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes? —dijo Beetle—, Sep, ¿tienes el silbato del trineo de la Torre del Mago?

—Sí… ¿por qué? —Septimus observaba el lento progreso del hielo, con ganas de moverse más rápido.

—¡Fantástico! Sep, para ahora mismo. ¡Deséllala!

—Beetle, ¿te has vuelto loco?

—No. Entraremos al túnel y lo sellaremos desde dentro. Luego silbarás para llamar al trineo de la Torre del Mago y nos iremos a casa, fácil, ¿no?

Septimus oyó el desfile de pasos que se acercaban y de repente se percató de algo. A menos que hiciera un hechizo de invisibilidad, Tertius Fume se limitaría a ordenar a un genio que le quitara la llave y desellaría la escotilla. Era evidente que Beetle no podría hacer otro hechizo de invisibilidad, de modo que, si Septimus lo hacía, Beetle se quedaría con los genios… solo. Era una idea terrible.

—¡De acuerdo! —Septimus movió la llave al revés en la placa selladora y la amplia franja de hielo se fundió.

Beetle tiró de la escotilla de hielo hasta abrirla. Por debajo de él se encontraba el Túnel de Hielo más brutal, profundo y, con toda probabilidad, más oscuro, que había visto en su vida. Le asaltó una ráfaga de aire helado.

El ruido de pasos resonó en los escalones de fuera.

—¡Alto! —se oyó el grito de Tertius Fume a través de la puerta—. Abrid la puerta.

Oyeron un ruido metálico, pero no ocurrió nada. Septimus sonrió: una de las desventajas de tener armas en lugar de manos era que resultaba mucho más difícil abrir puertas cuyo mecanismo de apertura se accionaba al presionar con la palma de la mano.

Beetle se quedó colgando del borde de la escotilla abierta y descendió hacia la oscuridad, tanteando con los pies en busca de un apoyo. Sonrió.

—Peldaños —explicó y desapareció.

Septimus lo siguió deprisa. Descubrió los peldaños y tiró de la escotilla de hielo hasta cerrarla. Despacio, horriblemente despacio, la escotilla bajó hasta su sello. La puerta de la cámara de hielo se abrió y Septimus pudo echar un breve vistazo a la fantasmal túnica azul de Tertius Fume y a los pies calzados con sandalias antes de que la escotilla se acomodase en su sello.

Dentro del túnel todo estaba negro. Durante un momento, Septimus no podía ver nada, ¿dónde estaba la placa selladora? En el otro lado de la escotilla, mientras Tertius Fume chillaba al primero de los dos genios que levantara la escotilla, el Anillo del Dragón de Septimus empezó a fulgurar y su luz amarillenta se reflejó en el oro de la placa selladora.

Septimus metió la llave en la placa y, en la cámara de hielo, Tertius Fume contemplaba atónito como un anillo, duro como el diamante, de hielo sellador abrazaba la escotilla. Su grito furioso penetró en la escotilla.

—Me alegro de que estemos aquí abajo —dijo Septimus.

—Sí —convino Beetle.

Con las manos casi heladas, Septimus sacó un minúsculo silbato de plata y sopló con todas sus fuerzas. Como siempre, no emitió ningún sonido.

—¿Crees que ha funcionado? —preguntó.

—Sí —asintió Beetle—, Claro que sí.

Beetle tenía razón. A una gran distancia, en un solitario Túnel de Hielo por debajo de la vieja cabaña de Beetle en el patio del Manuscriptorium, el trineo de la Torre del Mago se despertó por el feliz sonido del silbato mágico. Recogió la cuerda púrpura que colgaba de manera descuidada en un pulcro rollo y, en cuestión de segundos, sus magníficos patines plateados cortaban con esmero la escarcha mientras partían hacia un territorio desconocido y un hielo prístino.

Septimus y Beetle recapitularon. No podían ver demasiado a la luz del Anillo del Dragón, pero lo que veían fue suficiente como para decirles que aquello no era un Túnel de Hielo corriente. Era, como Beetle lo calificó, la abuela de todos los Túneles de Hielo. También era, comentó, lo bastante amplio como para una carrera de diez trineos y tan alto como la librería más alta del Manuscriptorium. Y hacía frío; Beetle tiritaba. El frío en el Túnel de Hielo parecía mucho peor de lo que recordaba.

A gran altura de donde ellos se encontraban se oyó el enojado grito de Tertius Fume; abajo llegó algo amortiguado pero con la suficiente claridad.

—¡Hacheros, destrozar la escotilla!

Se oyó un estruendo tremendo y se produjo una lluvia de hielo. Beetle se apartó de un salto.

—No pueden romperla y abrirla, ¿verdad? —dijo Septimus mirando hacia arriba con aprehensión.

—Bueno… yo no sé… —Beetle parecía preocupado—. Supongo que, si se esmeran, con el tiempo podrían llegar a conseguirlo.

—Pero yo creía que las escotillas de hielo eran indestructibles —insistió Septimus.

—No creo que sean a prueba de ge… genios guerreros —dijo Beetle, al que empezaban a castañetearle los dientes de frío—.

Al menos, eso no lo dicen en el manual oficial. De elefantes salvajes, sí. Parece ser que pidieron prestados algunos de una feria ambulante. De arietes, también… pero nadie ha probado cuatro mi… mil genios guerreros. Pero… probablemente no pudieron echar mano de ellos.

Descargaron una serie de golpes sobre la escotilla, seguidos de otra nueva lluvia de hielo. Un grito de emoción llegó de Tertius Fume.

—¡Maceros, al frente! ¡Machacad la escotilla! ¡Machacadla! ¡Quiero ver la expresión de Marcia Overstrand mañana cuando se levante y vea la Torre del Mago sitiada!

Siguió una serie de golpes descomunales sobre la escotilla. Un gran pedazo de hielo aterrizó delante de ellos, quebrándose en millones de cristales.

—Salgamos de aquí —dijo Septimus—. Podemos salir al encuentro del trineo.

—N… no, Sep —le explicó Beetle—, Regla número uno: cuando lla… llames al tri… trineo, quédate dónde estás. Si no, ¿cómo va a encontrarte?

—Puedo volver a llamarlo.

—Pero seguirá yendo a donde lo llamaste la pri… primera vez. Así que perderás más ti… tiempo.

—Bueno, detendré su camino. Lo veremos llegar.

—No puedes hacerle una seña como si fuera una carreta de bu… burros.

Se oyó otra serie de golpes que sacudieron la escotilla y desencadenaron un chaparrón de hielo.

—Yo… yo no creo que el trineo vaya a llegar a tiempo, Beetle —opinó Septimus—. El Castillo debe de estar a kilómetros de distancia.

—Sí.

¡Crac!

—Pero tenemos que avisar a Marcia —dijo Septimus—. Tenemos que avisarla. Oye, Beetle… Beetle, ¿estás bien?

Beetle asintió, pero estaba temblando de manera descontrolada.

Se oyó otro «crac» procedente de arriba, y un enorme pedazo de hielo se hizo añicos contra el suelo. Septimus apartó a Beetle de la trayectoria del hielo y descubrió que sus dedos no parecían funcionar como es debido. Esperó, acurrucado con Beetle, el sonido de la apertura de la escotilla de hielo, que sin duda no tardaría demasiado. Una lluvia de hielo pulverizado le roció la cara y Septimus cerró los ojos.

Algo le dio unos suaves golpecitos; era el trineo de la Torre del Mago.

La destrucción de la escotilla del Túnel de Hielo transmitió un fuerte estallido a lo largo del túnel, seguido de un gran estruendo cuando esta se golpeó contra el hielo que había debajo.

—Más rápido, más rápido —ordenó Septimus al trineo de la Torre del Mago, que se deslizaba por el túnel mientras sus estrechos patines plateados cortaban la escarcha acumulada sobre el hielo.

Era el viaje en trineo más espeluznante que Septimus había hecho en su vida y, viniendo de alguien que había sido pasajero del trineo de Beetle, aquello era mucho decir. No solo la velocidad era temible, sino también el hecho de que viajaban en la más completa oscuridad. Septimus había dado instrucciones al trineo de que apagara su luz.

Al pasar despedían una fina lluvia de hielo pulverizado y Septimus, agarrado a la cintura de Beetle, era consciente de que su amigo se estaba enfriando de un modo peligroso. Se percató de que debía haber sentado a Beetle detrás de él, para protegerle de la ráfaga helada que les azotaba mientras viajaban, pero ahora no se atrevía a parar. Se dijo a sí mismo que en cuanto llegaran a la escotilla más próxima, ya en el Castillo, llevaría a Beetle arriba para que el sol lo calentara. Luego se transportaría hasta Marcia, ahora ya era muy avezado en los transportes dentro del Castillo, y juntos sellarían todos los túneles del Castillo. Sería una tarea muy reñida. Calculó que necesitaría al menos dos horas de ventaja con respecto a los genios guerreros. Pero a la velocidad vertiginosa a la que viajaba el trineo, Septimus pensó que sería fácil conseguir esa ventaja.

Mientras el trineo bajaba a toda velocidad por el largo y recto túnel, Septimus se arriesgó a mirar hacia atrás. Percibió una extraña visión: una hilera de pequeños puntitos de luz descendía por la escotilla: las alas plateadas de los genios guerreros se iluminaban en la oscuridad. Septimus se estremeció ante la idea de que los genios entrasen en el Túnel de Hielo, ahora solo una larga y helada marcha los separaba del Castillo.

Y el frío no era precisamente un obstáculo para los genios ni para su fantasmal líder. La idea de Largo viaje que tenían por delante a través del hielo empezó a preocupar a Septimus y decidió que, en cuanto los genios estuvieran fuera de su vista, se detendría un momento y se cambiaría de lugar con Beetle. Intentaría hacer un hechizo de calor para él mismo con la esperanza de que calentara un poco a Beetle.

Los planes de Septimus se vieron interrumpidos por el bramido de Tertius Fume, cuyo eco se extendió a lo largo del túnel: «¡Al Castillo!», seguido de un sincronizado crujido de pies desfilando sobre el hielo. Los genios guerreros estaban de camino.

Para consternación de Septimus, el trineo de la Torre del Mago había elegido aquel preciso instante para aminorar la marcha. Ahora estaba deslizándose a paso de caracol, tan despacio que, si Beetle no hubiera estado temblando de manera descontrolada, se habría muerto de risa.

—¡Más deprisa! —ordenó Septimus al trineo—, ¡Más deprisa!

El trineo no respondió, sino que saltó despacio sobre un tramo de hielo rugoso, de esos que a menudo se encuentran debajo de una escotilla de hielo.

Septimus miró hacia atrás con nerviosismo para ver la velocidad a la que los genios les daban alcance. Al principio se tranquilizó, parecía que no se movían en absoluto. Podía ver un flujo constante de diminutas alas plateadas desplazándose desde la escotilla del Túnel de Hielo y así era difícil decir lo que estaba ocurriendo. Los genios no parecían estar acercándose, sin embargo el ruido constante de sus pasos desfilando sobre el hielo reverberó a través del túnel. Perplejo, Septimus contempló la oscuridad y entonces cayó en la cuenta de algo muy importante: los puntitos de luz se estaban alejando. Los genios marchaban en dirección contraria. Septimus no podía creer lo que estaba ocurriendo. El trineo había tomado la dirección equivocada.

El trineo de la Torre del Mago frenó hasta detenerse. Al principio Septimus creyó que se había detenido porque se había dado cuenta de su error. Pero entonces, por el rabillo del ojo, vio la forma de una escotilla de hielo y recordó lo que le había dicho al trineo: «A la escotilla más próxima. Lo más rápido que puedas». Septimus había supuesto que la escotilla más próxima estaría en el Castillo. Preocupado por Beetle, no había reparado, ni por un segundo, en los lugares a los que podía conducir el Túnel de Hielo. De hecho, había supuesto que no conduciría a ningún otro lugar… al fin y al cabo, ¿adonde habría de conducir?

Estaba a punto de descubrirlo. La temperatura de Beetle había bajado de una forma peligrosa y tenía que sacarlo deprisa del Túnel de Hielo. Septimus subió por los peldaños de hielo de un costado del túnel, deselló la escotilla y la abrió. De inmediato, delante de él vio el brillo negro, ahora familiar, de una cámara móvil.

Septimus decidió soltar el trineo. Empujó a Beetle hasta izarlo por encima de la escotilla, tiró de él para sacarlo y la selló. Luego empujó a Beetle hasta la cámara móvil. Puso la mano en la flecha anaranjada y notó que la cámara cambiaba.

Se preguntó adonde los llevaría.