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El libro de Syrah la Sirena

Beetle y Jenna miraron la cubierta del libro.

Libro de Syrah la Sirena

Dedicado a: Julius Pike,

mago extraordinario Mis Islas

—¿Por qué han cambiado el nombre y tachado cosas? —preguntó Jenna.

—Léelo y lo sabrás —replicó Septimus.

Jenna abrió el libro. Ella y Beetle comenzaron a leer.

Querido, muy querido Julius: escribo este libro para ti. Confío en que lo leeremos juntos, sentados junto al fuego de tu gran sala de lo alto de la Torre del Mago. Pero los acontecimientos de la última semana me han enseñado a no esperar que las cosas transcurran como las he planeado, y por tanto sé que es posible que un día puedas leer esto tú solo… o que tal vez no lo leas jamás. Pero como sé que de algún modo y en algún momento este libro regresará al Castillo (eso sí que lo sé), quiero dejar constancia de lo que le sucedió a tu fiel aprendiz, Syrah Syara Sirena, después de sacar la Piedra de la Búsqueda.

He aquí una relación de mis cuitas:

En ningún momento abrigué la esperanza de sacar la Piedra de la Búsqueda. Hacía tanto tiempo que nadie la sacaba, que yo no creía que realmente existiera. E incluso cuando saqué la piedra, continué sin creerlo. Pensaba que estabas gastándome una de tus bromas. Pero cuando te vi la cara, supe que no era así. Cuando los guardianes de la Búsqueda se me llevaron, fue el peor momento de mi vida. Luché durante todo el recorrido hasta la Nave de la Búsqueda, pero eran siete guardianes mágicos contra mí. No hubo nada que yo pudiera hacer.

La Nave de la Búsqueda me arrebató la magia y me dejó impotente. Creo que la nave en sí era mágica, pero no con el tipo de magia que tú y yo hemos esgrimido alguna vez. Bajó por el río a tal velocidad, que dio la impresión de que llegábamos al puerto apenas unos minutos después de haber salido del castillo. Pasamos de largo el puerto y salimos al mar. En cuestión de minutos ya había perdido por completo la tierra de vista, y supe que estaba perdida.

Mientras surcábamos las olas a gran velocidad, los guardianes de la Búsqueda desenvainaron sus cuchillos y me rodearon como buitres, pero no se atrevían a atacarme mientras los mirara a los ojos.

Cayó la noche, y supe que si me dormía aunque fuera por un momento, no volvería a despertar. Permanecí despierta durante toda la primera noche y todo el día siguiente, pero al caer la noche del segundo día, dudé si podría luchar contra el sueño durante mucho tiempo más.

La medianoche había pasado hacía ya mucho y el alba no podía hallarse lejos, cuando comenzaron a cerrárseme los párpados y vi el destello de una hoja que venía hacia mí. En un instante ya estaba despierta y saltaba de la barca.

¡Ay, Julius, qué fría estaba el agua, y qué profunda era! Me hundí como una piedra hasta que las túnicas se me hincharon y, poco a poco, empecé a ascender hacia la superficie. Recuerdo ver la luna en lo alto mientras subía y, al salir a la superficie, vi que la Nave de la Búsqueda ya no estaba. Me encontraba sola en un mar desierto y sabía que al cabo de pocos minutos me hundiría hacia el fondo definitivamente. Entonces, para mi regocijo, sentí que recuperaba la Magia. Llamé a una delfín, y ella me llevó hasta un faro con —no vas a creer esto, Julius— orejas puntiagudas como las de un gato y ojos a través de los cuales su brillante luz destellaba como el sol.

El faro era un lugar extraño, En él había dos criaturas más parecidas a gatos que a hombres, que cuidaban de la esfera mágica de la que manaba la luz. Les dejé un mensaje para ti por si acaso un barco pasaba por allí. Me pregunto si lo recibirás antes de mi regreso. Yo misma pensé en esperar a que pasara un barco, pero aquella noche, mientras dormía en la dura cama de un cuarto de literas, oí que alguien me llamaba por mi nombre con gran dulzura. No pude resistirme. Salí de puntillas del faro y llamé a mi delfín. Ella me trajo hasta la isla.

Mi delfín me llevó hasta una orilla rocosa de aguas profundas. No muy lejos de allí encontré dunas de arena, donde me quedé dormida.

A la mañana siguiente me desperté con el sonido del apacible romper de las olas y la suave canción de mi nombre, susurrado desde el otro lado de la arena. Cuando el sol ascendió por encima del mar, recorrí la playa y pensé estar en el paraíso ¡Julius, qué equivocada estaba!

—Esa última frase la añadió más tarde —dijo Beetle, que tenía buen ojo para la letra manuscrita—. Es mucho más temblorosa. —Y la han tachado— dijo Jenna.

—Lo ha hecho otra persona —afirmó Beetle—, Se nota porque sujeta la pluma de modo diferente.

Jenna volvió la página, donde el libro continuaba como un diario.

Isla, primer día

He establecido campamento en una depresión protegida que da hacia el faro. Me gusta ver la luz por las noches. Hoy he encontrado todo lo que necesitaba: una fuente de agua dulce, fruta espinosa pero deliciosa que ha recogido en un soto, y dos peces que he atrapado con las manos desnudas (¡como ves, el tiempo que pasé pescando en el Foso no ha sido un desperdicio!). Y lo mejor de todo es que he encontrado este cuaderno de bitácora de un barco que el mar había depositado en la playa, y el cual usaré como diario. Pronto, Julius, llamaré a mi delfín y volveré junto a ti, pero primero deseo recuperar fuerzas y disfrutar de este hermoso lugar, que está lleno de canción. Yo canto.

Isla, segundo día

Hoy he explorado más. He encontrado una playa oculta al pie de un alto acantilado, pero no me he quedado mucho tiempo. Detrás se alza un acantilado, y he tenido la extraña sensación de que me estaban observando. Siento mucha curiosidad por saber qué hay en lo alto del acantilado, pues tengo la sensación de que allí hay algo hermoso. Tal vez mañana escalaré la colina que tiene árboles en la cima y veré qué hay allí. Ven a mi.

Isla, tercer día

Esta mañana me ha despertado la dulce voz que me llamaba. He seguido la dirección de la que venía la canción y, cosa extraña, me ha conducido colina arriba y a través de los árboles, hasta donde tenía planeado ir hoy. Al otro lado de los árboles, en lo alto del acantilado, he encontrado una torre solitaria. Hay una entrada, pero he visto una Oscuridad ante ella. La he observado durante un rato, hasta que he sentido que me arrastraba y me acercaba demasiado. Ahora he logrado alejarme sin percances hasta mi lugar secreto de las dunas. No volveré a esa torre. Estoy decidida a Llamar mañana a mi delfín y partir hacia el Castillo. ¡Julius, cuánto anhelo ver tu sonrisa cuando vuelva a entrar a través de las grandes puertas plateadas de la Torre del Mago, una vez más! Nunca más.

Isla, cuarto día

Hoy he despertado en el exterior de la torre. No sé cómo. Nunca antes había sido sonámbula, pero creo que eso es lo que ha sucedido. Doy gracias por haber despertado antes de entrar. He huido de allí a pesar de que una voz hermosa me imploraba que me quedase. Estoy de vuelta en mi lugar secreto de las dunas, y tengo miedo. He Llamado a mi delfín, pero no ha venido. Nunca vendrá.

Isla, quinto día

Anoche no conseguí dormir porque tenía miedo de no saber dónde iba a despertar. Mi delfín todavía no ha venido. Esta noche no dormiré. Duerme.

Isla, sexto día

Anoche permanecí despierta otra vez. Estoy muy cansada. Es como si volviera a estar a bordo de la Nave de la Búsqueda. Dentro de poco caerá la noche y tengo miedo. Si me quedo dormida, ¿dónde despertaré? Me siento muy sola. Este libro es mi único amigo. Esta noche vendrás a mí.

—Es horrible. —Jenna se estremeció.

—Empeora aún más —dijo Septimus. Volvió la frágil página, y, con una sensación de presagio, ambos siguieron leyendo.

Isla, séptimo día

Hoy he despertado en la torre. No puedo recordar quién soy sirena.

—¡Oh! —dijo Jenna—, ¡Oh, es espantoso!

El diario acababa allí, pero había una última página legible, mugrienta y desgastada por el uso. Era donde el libro se abría de modo natural. Al principio parecía el ejercicio de escritura de un niño, repetido una y otra vez, pero en lugar de mejorar con cada repetición, se hacía cada vez más desordenado y aparecía mutilado por otra escritura.

Soy Syrah Syara. Tengo diecinueve años. Soy originaria del Castillo. Era la aprendiza extraordinaria de Julius Pike. Soy Syrah Syara. Soy Syrah Syara.

Soy Syrah Syara. Tengo diecinueve muchos años. Soy originaria del Castillode la Isla era soy la aprendiza extraordinaria de Julius Pike Isla. Soy Syrah Syara. Soy Syrah Syara Sirena.

Soy Sirena. Soy intemoral. Soy originaría de la Isla.

Soy la Isla. Soy Sirena. Soy Sirena Cuando te llame vendrás a mí

—Ella ha desaparecido —susurró Jenna, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Septimus observó cómo pasaba las páginas en busca de la clara, cordial escritura de Syrah. Pero no volvía a aparecer. No había nada más que fríos y precisos grabados en cobre que contenían complejos signos y símbolos que ninguno de ellos podía siquiera comenzar a entender. Jenna cerró el libro y se lo entregó a Septimus, en silencio.

—Me siento como si hubiéramos visto cómo asesinaban a alguien —susurró.

—Y así ha sido —asintió Septimus—. Bueno, hemos visto cómo alguien era poseído, cosa que se parece mucho. ¿Ahora me creéis?

Jenna y Beetle asintieron con la cabeza.

—Beetle —dijo Septimus—, yo haré la primera guardia y tú puedes hacer la segunda. Te despertaré dentro de dos horas. Jen, tú necesitas dormir un poco. ¿De acuerdo?

Jenna y Beetle volvieron a asentir. Ninguno de los dos dijo una sola palabra.

Septimus escogió un lugar situado a pocos metros del escondrijo, en la depresión que separaba dos dunas, la cual le proporcionaba una buena vista de la playa y a la vez le permitía mantenerse a cubierto. Pese a las incógnitas de la noche, se sentía vivo y emocionado. Ahora tenía el apoyo de sus amigos, e independientemente de lo que fuera a suceder, estarían juntos en ello. Septimus detestaba pensar en cómo tenía que haberse sentido Syrah, a solas y con su pequeño libro azul por único compañero.

Septimus se sentó y se quedó tan inmóvil como una roca, respirando el aire fresco y escuchando los distantes sonidos de las olas al retirarse la marea. Movió con lentitud la cabeza de un lado a otro, observando la parte superior de la hierba en busca de señales de movimiento, recorriendo con la mirada la playa desierta que tenía ante sí. Escuchando. Todo estaba en calma.

Pasaron las horas. El aire se hizo más frío, pero Septimus permaneció quieto y vigilante, casi como si él mismo formara parte de la duna de arena. El sobrenatural resplandor de la esfera de luz iluminaba el cielo a su izquierda, y cuando comenzó a ascender la luna y la marea se retiró aún más, Septimus vio aparecer la destellante forma blanca de un banco de arena. El sonido de las olas se suavizó al retroceder el agua y, en el espacio silencioso, Septimus oyó algo: el lejano grito de una gaviota y los cuidadosos pasos de unos pies descalzos sobre la arena mojada.