Prólogo:

Desterrado

La noche es oscura y tormentosa. Unas nubes bajas y negras envuelven en un velo de lóbrega niebla la pirámide dorada que remata la cúspide de la Torre del Mago.

En las casas, mucho más abajo, la gente se agita intranquila en sus sueños, mientras el fragor del trueno se mete en ellos y les provoca pesadillas caídas del cielo.

Como un gigantesco pararrayos, la Torre del Mago se yergue por encima de los tejados del Castillo, y mágicas luces púrpura e índigo juegan alrededor de su iridiscente resplandor plateado. En el interior de la Torre, el mago de las tormentas que está de guardia ronda por el Gran Vestíbulo envuelto en una luz tenue, comprobando la pantalla antitormentas sin quitar ojo de la ventana inestable, que es propensa a sufrir ataques de pánico durante las tormentas. El mago de las tormentas de guardia está un poco nervioso. Una tormenta no suele afectar a la magia, pero todos los magos recuerdan el Gran Relámpago Fulminante de Antaño, que durante un tiempo breve vació la Torre del Mago de su magia y dejó las dependencias de la maga extraordinaria chamuscadas de mala manera. Nadie desea que eso vuelva a ocurrir, muy especialmente el mago de las tormentas que está de guardia.

En la cima de la Torre del Mago, en su cama con dosel todavía chamuscada, Marcia Overstrand gimotea sumida en una pesadilla familiar que turba sus sueños. Un relámpago tonante rasga la nube que pende sobre la Torre y baja zumbando hasta la tierra sin causar estragos, a través del pararrayos que el mago de las tormentas se ha apresurado a conjurar. Marcia se incorpora muy erguida, con el oscuro y rizado cabello enmarañado, aún atrapada en su pesadilla. De repente, sus ojos verdes se abren con sorpresa cuando un fantasma púrpura entra atravesando la pared y se detiene derrapando junto a la cama.

—¡Alther! —exclama Marcia—. ¿Qué estás haciendo?

El fantasma, muy alto y de cabellos largos y blancos recogidos en una cola de caballo, viste la túnica de mago extraordinario cubierta de sangre. Parece frustrado.

—Odio que me pase esto —se queja—, que me atraviese un rayo.

—Lo siento mucho, Alther —responde Marcia de mal humor—, pero no veo por qué has de venir a despertarme solo para contármelo. Tal vez tú no necesites dormir nunca más, pero yo sí. Además, lo tienes bien merecido por andar ahí fuera con esta tormenta. No comprendo por qué lo haces… ¡ay!

Otro estruendo de un relámpago ilumina el cristal púrpura de la ventana del dormitorio de Marcia, lo que provoca que Alther se vea casi transparente.

—No estaba a la intemperie para divertirme, Marcia, créeme —dice Alther con el mismo tono desabrido—. Venía a ver-te, tal como me has pedido.

—¿Qué yo te lo he pedido? —pregunta Marcia medio adormilada.

Todavía tiene muy fresca la pesadilla sobre la Mazmorra Número Uno, una pesadilla con la que sueña siempre que hay tormenta alrededor de la cima de la Torre del Mago.

—Tú me pediste, aunque decir «ordenaste» sería más exacto, que siguiera la pista a Tertius Fume y te avisara cuando lo encontrase.

De repente, Marcia se despierta por completo.

—¡Ah!

—¡Ah, eso digo yo, Marcia!

—Entonces, ¿lo has encontrado?

El fantasma parece muy satisfecho de sí mismo.

—Sip —dice.

—¿Dónde?

—¿Dónde crees?

Marcia retira las mantas de la cama y se pone la bata de gruesa lana; hace frío en lo alto de la Torre del Mago cuando sopla el viento.

—¡Oh, por dios, Alther! —suelta Marcia mientras mete los pies en las zapatillas de piel de conejo púrpura que Septimus le regaló para su cumpleaños—, no te lo preguntaría si supiera dónde, ¿no crees?

— —Está en la Mazmorra Número Uno —dice Alther tranquilamente.

Marcia se sienta en la cama de improviso.

—¡Oh! —exclama, su pesadilla se está reproduciendo a toda velocidad—. ¡Caramba!

Al cabo de diez minutos, las dos figuras ataviadas de púrpura son vistas caminando a toda prisa por la Vía del Mago. Ambos intentan evitar la afilada lluvia que barre la avenida, atravesando la figura que va en cabeza y dejando que la que le sigue se empape. De repente la primera figura se mete en un pequeño callejón, seguida de cerca por la segunda. Es un callejón oscuro y maloliente, pero al menos les cobija de la lluvia que cae casi horizontal.

—¿Estás seguro de que se encuentra allí? —pregunta Marcia, mirando a su espalda. No le gustan los callejones.

Alther aminora el paso y se rezaga un poco para caminar al lado de Marcia.

—Has olvidado —dice con una sonrisa—, que no hace mucho tiempo, yo solía venir por aquí muy menudo.

Marcia se estremece. Sabe que fueron las asiduas visitas de Alther las que la mantuvieron con vida en la Mazmorra Número Uno.

Alther se ha detenido junto a un cono de ladrillos negros que parece uno de los muchos calabozos en desuso que aún se ven dispersos por el Castillo. Con desgana, Marcia acompaña al fantasma; tiene la boca seca y se marea. Aquí es donde siempre comienza su pesadilla.

Perdida en sus pensamientos, espera a que Alther abra el cerrojo de la pequeña puerta de hierro picada por la herrumbre. El fantasma le dirige una mirada inquisitiva.

—No puedo abrirla, Marcia —dice.

—¿Eh?

—Ya me gustaría —dice Alther con nostalgia—, pero por desgracia, vas a tener que abrir tú la puerta.

Marcia vuelve en sí.

—Lo siento, Alther.

Saca la llave universal del Castillo de su cinturón de maga extraordinaria. Solo se hicieron tres de esas llaves, y Marcia tiene dos de ellas: una por su cargo de maga extraordinaria y otra que guarda a buen recaudo para Jenna Heap hasta el día en que se convierta en reina. La tercera se ha perdido.

No sin esfuerzo por mantener el pulso firme, Marcia empuja la delgada llave de hierro en la cerradura y la gira. La puerta se abre con un crujido que, de inmediato, le devuelve a aquella aterradora noche en que nevaba y una falange de guardias la arrojaron en la mazmorra y la sumieron en la oscuridad.

Un tufo horrible a carne podrida y calabazas quemadas invade el callejón, y un trío de curiosos gatos del barrio maúllan y se van a casa. A Marcia le gustaría poder hacer lo mismo. Toquetea nerviosa el amuleto de lapislázuli —el símbolo y la fuente de su poder como maga extraordinaria— que lleva alrededor del cuello y, para su alivio, todavía está allí, a diferencia de la última vez que pasó por esa puerta.

Marcia recupera el valor.

—De acuerdo, Alther —dice—. Vamos a buscarlo.

Alther sonríe, aliviado de ver a Marcia otra vez en plena forma.

—Sígueme.

La Mazmorra número uno es una profunda y oscura chimenea con una larga escalera que recorre el interior de la mitad superior. La mitad inferior carece de escalera, y está recubierta de una gruesa capa de huesos y limo. La forma púrpura y vaporosa de Alther flota escaleras abajo, pero Marcia pisa con cuidado, con mucho cuidado, cada peldaño, cantando un hechizo seguro entre dientes, con un rodea y protege preparado, por si acaso, tanto para ella como para Alther, pues ni siquiera los fantasmas son inmunes a los vórtices oscuros que giran alrededor de la base de la Mazmorra Número Uno.

Despacio, muy despacio, las figuras descienden y se internan en la espesa penumbra y el hedor de la mazmorra. Están bajando mucho más de lo que ella esperaba. Alther le había asegurado que su presa «merodeaba por arriba, Marcia, No tienes por qué preocuparte».

Pero Marcia está preocupada. Empieza a temer que sea una trampa.

—¿Dónde está Tertius? —pregunta entre dientes.

Una risa grave y falsa responde a su pregunta, y Marcia está a punto de soltarse de la escalera.

—¡Ahí está! —dice Alther—, Mira, ahí abajo.

Alther señala hacia las exiguas profundidades y, bastante más abajo, Marcia ve el rostro caprino de Tertius Fume que les lanza una mirada maliciosa, un fantasmal fulgor verdoso que relumbra en la oscuridad.

—Puedes verlo, de modo que puedes pronunciar el hechizo del destierro desde aquí —dice Alther volviendo a adoptar un tono de tutor con su ex alumna—. La chimenea lo concentrará.

—Lo sé —contesta Marcia malhumorada—, por favor, cállate, Alther.

Empieza a cantar las palabras que todo fantasma teme: las palabras que le desterrarán a las antesalas de la oscuridad para siempre.

—Yo, Marcia Overstrand…

La figura verdusca de Tertius Fume empieza a subir la chimenea hacia ellos.

—Te lo advierto, Marcia Overstrand: deja lo del destierro ahora mismo.

La voz áspera de Tertius resuena alrededor de ellos.

A Marcia, Tertius Fume le pone la piel de gallina, pero no abandona su propósito. Prosigue con la salmodia, que debe durar un minuto para ser exactos y debe completarse sin vacilación, repetición ni desviación. Marcia sabe que el más leve titubeo significa que deberá volver a empezar.

Tertius Fume también lo sabe, y sigue acercándose, sube por el lado de la pared como una araña, profiriendo insultos, contrasalmodias y fragmentos raros de canciones para intentar desconcentrar a Marcia.

Pero ella no se desviará de su propósito; prosigue con tenacidad, borrando de su mente al fantasma. Mientras emprende los versos finales del destierro —«tu tiempo sobre esta tierra ha acabado, no volverás a ver el cielo, el sol»—, Marcia ve por el rabillo del ojo al fantasma de Tertius Fume acercándose más y más. Una punzada de preocupación le asalta; «¿Qué está haciendo», piensa mientras llega al último verso. El fantasma está a unos centímetros de ella y de Alther. Levanta la mirada, animado, casi exultante.

Marcia concluye la salmodia con las temidas palabras: «… por el poder de la magia, a las antesalas de la oscuridad yo te…»

Mientras Marcia se acerca por fin a la última palabra, Tertius Fume sube la mano hacia Alther y se funde con su dedo gordo del pie. Alther retrocede para evitar el contacto, pero es demasiado tarde.

—¡Destierro!

De repente, Marcia está sola en la chimenea de la Mazmorra Número Uno. Su pesadilla se ha hecho realidad.

—¡Alther! —grita—. ¡Alther, ¿dónde estás?!

No hay respuesta. Alther también ha sido desterrado.