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El jefe de los Escribas Herméticos

Era la fiesta del solsticio de invierno. Jenna miró por la ventana del salón de baile del Palacio, y vio cómo la nieve caía rápido, cubriendo el césped, festoneando las ramas desnudas de los árboles y borrando todo rastro del dominio oscuro. Era precioso.

Ella era la anfitriona de la fiesta del solsticio de invierno. Estaba decidida a eliminar cualquier rastro de cosas en el Palacio, y había concluido que la mejor manera de hacerlo era llenándolo de todo aquello que le importaba. Si-las, Sarah y Maxie habían venido desde los Dédalos. Tras un emotivo reencuentro —por parte de Sarah, cuando menos— entre la pata Ethel y Sarah, se pusieron a ayudar a Jenna a preparar el salón de baile para aquella noche. Había mucho que hacer, según Jenna.

Silas sonrió.

—Eso mismo diría tu madre —dijo.

La mañana invernal avanzaba. La nieve se amontonaba en el exterior de las amplias ventanas, mientras el salón de baile se transformaba gracias al acebo y la hiedra, las cintas rojas, los enormes candelabros de plata y una caja llena de serpentinas que Silas había estado guardando para una ocasión especial.

En la otra punta de la Vía del Mago, se estaba celebrando la elección del nuevo Jefe de los Escribas Herméticos.

La tarde anterior, Marcia había logrado reunir a todos los escribas en el Manuscriptorium. En una solmene ceremonia, había dispuesto la marmita esmaltada sobre la mesa de la Cámara Hermética, y cada escriba había entrado y depositado su pluma en el interior del recipiente. La marmita había permanecido durante toda la noche en la Cámara Hermética, y Marcia había pasado una noche incómoda vigilando la entrada a la Cámara.

Por fin, había llegado el momento de la elección. Todos los escribas se hallaban allí reunidos, con sus túnicas limpias, bien peinados… Ocupando el Manuscriptorium en penumbra, se miraban los unos a los otros, preguntándose quién sería el próximo Jefe de los Escribas Herméticos. Partridge había estado corriendo apuestas, pero no se había declarado un claro favorito.

Habían extendido en el suelo una alfombra con un precioso estampado de cuadros, y Marcia pidió a los escribas que se reunieran alrededor. Los de más edad miraban sorprendidos: en la última elección no había alfombra de cuadros.

Marcia empezó con unas esmeradas palabras sobre Jillie Djinn, que los escribas escucharon con respeto, y a continuación hizo un anuncio sorprendente.

—Escribas. Han sido unos días terribles y, aunque la mayoría hemos capeado la tormenta, otros muchos no lo han conseguido. Pensemos en todos aquellos que han perdido a alguien.

Hubo miradas comprensivas hacia los escribas que todavía tenían parientes y amigos desaparecidos. Marcia esperó un poco y prosiguió.

—Sin embargo, creo que de todo esto hemos sacado algo positivo. Desde la Gran Eliminación de ayer, en la Torre del Mago hemos visto cómo muchas bolsas pertinaces de magia oscura han desparecido, y no dudo de que aquí habrá sucedido lo mismo. Volvemos a tener por fin, espero, nuestra magia equilibrada con la oscuridad.

Marcia se detuvo mientras se producía una breve salva de aplausos, y luego prosiguió.

—Durante los últimos días en la Torre del Mago, mientras buscaba la manera de derrotar al dominio oscuro, he hecho muchos descubrimientos importantes. Uno de ellos nos afecta hoy a todos nosotros. Últimamente, en mi opinión, la elección de Jefe de los Escribas Herméticos no ha sido totalmente. .. precisa. Creo que se debe a varios motivos. A lo largo de los años, la Cámara Hermética ha visto mucha magia oscura y sospecho que la elección se ha ido corrompiendo. Ahora que todo está como es debido, espero que la elección tome otro cariz y nos proporcione un resultado afinado.

Los escribas se miraron unos a otros. ¿A qué podía referirse Marcia?

Marcia dejó que sus palabras calaran y luego anunció, en voz alta, para acallar los murmullos:

—¿Puede el escriba más joven dar un paso al frente?

Partridge y Foxy empujaron hacia delante a Romilly Badger, que se puso roja como un tomate.

—Venga —susurró Partridge—. Todo irá bien, ya lo verás.

—Romilly Badger —dijo Marcia, muy ceremoniosa—. Como escriba más joven, te pido que entres en la Cámara Hermética y saques la marmita.

Un murmullo se extendió por la estancia. Normalmente, se pedía al escriba más joven que sacara la pluma que hubiera sobre la mesa, no la marmita.

—Estas son las palabras originales tal como aparecen en La Eliminación de la Oscuridad —explicó Marcia a los escribas—.

Y si, como espero, la elección ha vuelto a su actuación original, en la marmita solo quedará una pluma y las demás estarán esparcidas sobre la mesa. La pluma de la marmita será la de nuestro próximo Jefe de los Escribas Herméticos. En caso de que solo hubiera una pluma sobre la mesa y todas las demás estuvieran dentro de la marmita, tendremos que aceptar esa elección como veníamos haciendo en el pasado, por supuesto; aunque, personalmente, creo que dicho procedimiento está viciado. ¿Todo el mundo está de acuerdo?

Se produjo un murmullo de discusión, que concluyó con el consenso general.

—Pues bien, Romilly —dijo Marcia—, si solo hay una pluma sobre la mesa, la traerás. Pero si hay muchas plumas, traerás la marmita. ¿Entendido?

Romilly asintió con la cabeza.

Marcia procedió con las palabras prescritas.

—Romilly Badger, así te lo solicito para que el nuevo Jefe de los Escribas Herméticos pueda ser legal y debidamente elegido. ¿Aceptas la tarea? ¿Sí o no?

—Sí —susurró Romilly.

—Entra, pues, en la cámara, escriba. Sé fiel a tu palabra y no te demores.

Romilly se adentró, algo insegura, en el pasillo de siete esquinas. Después de lo que pareció una hora —pero que no fue más que un minuto—, se pudieron oír sus pasos regresando por el pasillo. Una espontánea salva de aplausos estalló cuando apareció cargando la marmita.

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Marcia. Había lamentado de inmediato sus palabras sobre la elección, pensando que, si el antiguo método prevalecía, la autoridad de la persona elegida quedaría en entredicho. Pero todo había ido bien. La elección había sido revertida a su forma auténtica, y solo faltaba que Romilly extrajera la pluma de la marmita.

—Escriba Romilly, coloca la marmita sobre la alfombra —dijo Marcia.

Con manos temblorosas, Romilly dejó la marmita en el suelo, donde quedó erguida; todos podían apreciar su viejo esmaltado azul oscuro, picado y desgastado.

—Escriba Romilly, introduce la mano en la marmita y saca la pluma.

Romilly realizó una profunda inhalación. No quería meter la mano en la marmita; no podía quitarse de la cabeza la idea de que grandes arañas peludas acechaban en su interior, pero se armó de valor y la introdujo en el frío y oscuro hueco.

—¿Cuántas plumas hay? —susurró Marcia.

—Una —respondió Romilly también con un susurro.

Marcia se sintió aliviada. La marmita había funcionado.

—Escriba Romilly, saca la pluma y muéstrala a los escribas.

Romilly extrajo una bonita pluma de ónice negro, con una arremolinada incrustación de jade verde.

—Escriba Romilly, lee el nombre grabado en la pluma.

Romilly escudriñó la pluma. Los intrincados arabescos dificultaban la lectura del nombre.

—Que alguien traiga una vela, por favor —dijo Marcia.

Partridge cogió la vela y la acercó para que Romilly pudiera leer las letras. Foxy pudo ver por primera vez con claridad la pluma, y se puso blanco como el papel. Lo siguiente fue un estrépito. Foxy se había desmayado.

Marcia tuvo un mal presentimiento. Foxy había reconocido la pluma… ¿No podría ser acaso Foxy el nuevo Jefe de los Escribas Herméticos? Podría ser.

Olvidando el lenguaje formal de la elección, Marcia dijo con premura:

—Romilly… ¿de quién es la pluma?

—Pone… —Romilly entrecerró mucho los ojos—. ¡Ah, ya lo veo! ¡Pone Beetle!

Todos los escribas prorrumpieron en una ovación de júbilo.

Foxy tenía un cuartito en la zona más dejada de los Dédalos y había invitado a Beetle, finalmente desalojado de su cuarto en el servicio de traducción de Larry, para que durmiera allí hasta que encontrara un lugar donde vivir.

Cuando Foxy entró, arrebolado por la carrera que había corrido desde el Manuscriptorium, Beetle estaba ocupado rascando un poco de sopa quemada del fondo de una cacerola. No sabía que la sopa pudiera quemarse… Cocinar tenía más misterio del que pensaba.

—Qué hay, Foxy —dijo, un poco preocupado—. Al final, ¿quién ha sido elegido como nuevo jefe?

—¡Tú! —gritó Foxy.

—¿Barnaby Tur? ¡Oh, bueno, podía ser peor! Creo que me he cargado tu cacerola. Lo siento mucho.

Foxy se abalanzó sobre la pequeña fregadera y le quitó a Beetle la olla de las manos.

—¡No, tú, tontaina! ¡Tú! ¡Beetle, tú eres el Jefe de los Escribas Herméticos!

—Foxy, no seas infantil —dijo Beede, irritado—. Dame esa cacerola, que la estaba limpiando.

—Deja la maldita olla. Beetle, eres tú. Tu pluma ha sido elegida, Beetle. Te lo juro.

Beetle miró a Foxy, estrujando el estropajo goteante en la mano.

—Pero eso no puede ser. ¿Cómo ha podido ir a parar a la marmita?

—La puse yo. ¿Te acuerdas que cuando te despidieron no te quisiste quedar la pluma? Pues yo la guardé. Y este fue el motivo por el que la guardé. No hay ninguna regla que diga que tienes que ser un escriba en funciones para que te incluyan en la marmita. Me informé al respecto. Lo único que hace falta es meter la pluma dentro. Y eso es lo que hice. Meterla.

Beetle estaba estupefacto.

—Pero ¿por qué?

—Porque te mereces ser el Jefe de los Escribas Herméticos. Porque, Beetle, tú eres el mejor. Y porque has salvado el Manuscriptorium. Arriesgaste tu vida para hacerlo. ¿Quién podría ser, si no, el jefe? Nadie, Beet. Nadie más tú.

Beetle sacudió la cabeza. Este tipo de cosas no ocurrían nunca.

—Vamos, Beet. Marcia me ha enviado a buscarte para tu Iniciación. Ya tiene preparado el Códice Críptico. Y los Sellos del Cargo. Todo el mundo está esperando que vayas allí. Vamos.

—Esto…

Poco a poco, Beetle empezaba a creer a Foxy. Era consciente de que aquel era un momento decisivo. Su vida de apenas unos minutos antes no se parecía en nada a la de aquel preciso instante. Era un cambio absoluto. Estaba desconcertado.

—Beetle… ¿te encuentras bien? —Foxy empezaba a preocuparse.

Beetle asintió con la cabeza y una oleada de felicidad lo inundó de repente.

—Sí, Foxy —dijo—. Estoy bien. ¡Ya lo creo que estoy bien!

La Gran Helada llegó prematura. Era raro que empezara el día de la fiesta del solsticio de invierno, pero todo el mundo en el Castillo dio la bienvenida al manto blanco que cubría todo rastro del dominio oscuro, convirtiendo el Castillo, una vez más, en un lugar mágico. Incluso aquellos que habían perdido familia y amigos —y no eran pocos— le dieron la bienvenida; el silencio de la nieve resultaba consolador.

Aquella tarde, de camino al Palacio, Septimus se encontró con Simón.

—Hola —dijo Septimus algo azorado—. ¿Y Lucy?

Simón tanteó una sonrisa.

—Vendrá luego. Ha ido a recoger a sus padres. Están bien, pero su madre estaba histérica.

—Ah.

Atravesaron la verja y se dirigieron al interior del Palacio.

—Quería darte las gracias.-dijo Septimus rompiendo el incómodo silencio.

Simón miró a su hermano.

—¿Y eso por qué? —preguntó, perplejo.

—Por salvarme. En el río.

—¡Ah! ¡Ah, vale! Te la debía.

—Sí. Bueno. Y siento no haberte hecho caso con lo del código emparejado.

Simón se encogió de hombros.

—¿Por qué ibas a hacerlo? Esas cosas pasan. Y yo también lo siento.

—Sí. Lo sé.

Simón se volvió hacia Septimus.

—¿En paz? —preguntó, sonriendo.

—En paz —dijo Septimus devolviéndole la sonrisa.

Simón pasó el brazo por los hombros de su hermano —observó entonces que ya casi era tan alto como él— y juntos caminaron en dirección al Palacio, dejando tras ellos un rastro de dos pares de huellas sobre la capa helada que tapizaba el manto de nieve.

Aquella noche, el salón de baile de Palacio resplandecía de luz y, por primera vez en muchos, muchos años, estaba lleno de gente. Estaba incluso Milo, el padre de Jenna, que había regresado de viaje un poco después de su cumpleaños, como de costumbre. Y a cada extremo de la mesa, por insistencia de Jenna, se sentaban Sarah y Silas. Cuando se trasladaron al Palacio, Sarah y Silas a veces bromeaban sentándose en esos puestos, pero ahora la larga mesa que ellos presidían estaba llena de gente, risas y conversaciones.

En el extremo de la mesa ocupado por Sarah se sentaba Milo, con sus ropajes de seda grana y oro resplandeciendo a la luz de las velas, mientras la obsequiaba con los detalles de su último viaje. Frente a Milo estaba la maga extraordinaria, sentada, naturalmente, junto al Jefe de los Escribas Herméticos. Sarah había insistido en que Jenna se sentara junto a su padre, pero, curiosamente, ella hablaba sobre todo con Septimus, que estaba a su lado, justo enfrente de Beetle. Septimus miraba a su amigo, radiante con sus nuevas ropas, que le sentaban muy bien. Beetle parecía sentirse a gusto con las gruesas sedas azul oscuro y las mangas con dobladillo dorado; esos colores recordaban su chaquetilla de almirante, que, como Septimus observó, seguía llevando debajo. Beetle irradiaba una felicidad que Septimus nunca le había notado antes… Y daba gusto verlo.

Un estallido de risas estridentes llegó desde el extremo de la mesa de Silas, donde Nicko se sentaba con Rupert, Maggie y Foxy. Nicko imitaba el sonido de las gaviotas. Hacia la mitad de la mesa, Snorri y su madre hablaban tranquilamente, mientras Ullr vigilaba a su lado. De vez en cuando, Snorri miraba a Nicko con desaprobación. Nicko no parecía darse cuenta.

Junto a Septimus se sentaba Simón. La atención de Simón se centraba principalmente en Lucy, Gringe y la señora Gringe, que hablaban de la boda… o más bien escuchaban a Lucy hablar de ello. De cuando en cuando, miraba hacia abajo, a una pequeña caja de madera que sostenía sobre su regazo, y sonreía, sus ojos verdes, despejados por primera vez en cuatro años, brillaban a la luz de las velas. En la caja estaba escrita la palabra «Chucho». Era un regalo de agradecimiento de Marcia, y para Simón significaba más que cualquier otro regalo que le hubieran hecho en su vida.

Igor, junto con Matt y Marcus y su nueva empleada, Marissa, estaban manteniendo una animada conversación con Chico Lobo y tía Zelda.

Jenna, sentada al otro lado de Septimus, le dio un codazo.

—Mira a Chico Lobo. Sin su pelo largo, ¿no crees que se parece a Matt y a Marcus?

—¿A Matt y a Marcus?

—Los de la Gruta Gótica. Fíjate.

—Casi idénticos. ¡Qué cosa más rara!

—Además, también hablan igual. ¿Tú sabes algo de la familia de Chico Lobo, Sep? ¿Chico Lobo sabe algo de su familia?

—Nunca me contó nada. Aquello era el ejército joven, Jen. Yo nunca supe que tenía una familia hasta el día en que me topé con vuestro tropel. —Septimus sonrió.

—Menuda impresión, ¿eh? —Jenna le devolvió la sonrisa. —Sí…

Septimus no solía pensar en cómo se había enterado de quién era en realidad, pero, en aquel momento, entre sus amigos y familiares, una sensación parecida al terror le asaltó al pensar en lo diferente que podía haber sido su vida si Marcia no lo hubiera rescatado de la nieve apenas cuatro años antes. Miró a Chico Lobo y cayó en la cuenta de que él nunca había encontrado a su familia… Y debía de tener una, ¿no?

—Mañana iré a pedir que me dejen ver los registros del ejército joven. Algo tiene que haber allí sobre el muchacho 409. Quién sabe.

Jenna sonrió… acababa de recordar algo. Sacó un pequeño regalo de su bolsillo.

—Feliz cumpleaños, Sep. Es un poco tarde, pero hemos estado muy ocupados últimamente.

—Vaya, muchas gracias, Jen. Yo también tengo algo para ti. Feliz cumpleaños.

—¡Oh, Sep, muchas gracias, eres muy amable!

—Todavía no lo has visto.

Jenna abrió su regalo y vio una corona muy pequeña de color rosa con incrustaciones de perlas de vidrio, rematada con cintas y adornos de piel rosa. Se echó a reír.

—Mira que eres tonto, Sep. —Se puso la corona y se ató las cintas bajo la barbilla—. Ya está, ya soy Reina. Abre el tuyo.

Septimus rasgó el papel rojo y extrajo la dentadura de Gragull.

—¡Genial, Jen!

Se la puso y los dos caninos amarillentos se deslizaron limpiamente sobre su labio inferior. A la luz de las velas, Septimus tenía un aspecto tan realista con los dientes que, cuando Marcia terminó de hablar con Beetle y se volvió hacia Septimus para preguntarle algo, lanzó un grito.

La Reina y el Gragull se pasaron el resto de la velada haciendo el tonto delante de los dos grandes dignatarios del Cas tillo: la maga extraordinaria y el Jefe de los Escribas Herméticos. Jenna sentía una alegría indescriptible. Había recuperado a Septimus y, en medio de otro estallido de risas y ruidos de gaviota, también a Nicko.

Desde las sombras, dos fantasmas contemplaban satisfechos.

—Gracias, Septimus —había dicho Alther cuando le pidieron que se uniera a la mesa—, pero me gustaría sentarme tranquilamente junto a mi Alice. Los vivos sois muy ruidosos.

Y allí estuvieron. Toda la noche.

Empezaba a amanecer, y las ventanas del salón de baile estaban abiertas de par en par. La gente salió a la nieve y se dirigió hacia el embarcadero de Palacio. Un fantasma solitario vio al grupo acercarse y se escabulló hacia la barcaza de mercancías que estaba amarrada en el embarcadero, lista para partir antes de que la Gran Helada empezará a congelar el río. El fantasma de Olaf Snorrelssen descendió flotando hasta el camarote de madera de cerezo que él mismo había hecho, hacía mucho tiempo, para su esposa, Alfrún. Se sentó a esperar que su mujer y su hija llegaran, pues no le cabía duda de que vendrían, y sonrió. Por fin estaba en casa.

Pero el grupo no había ido a despedir a Snorri y a su madre, que no partirían hasta el día siguiente. Había ido a rendir un último adiós a Jillie Djinn, quien yacía en silencio y cubierta de nieve en su barca de despedida, lista para flotar a la deriva y fluir hacia el mar con la marea saliente.

Mientras contemplaban cómo la barca de despedida flotaba río abajo, con un suntuoso estandarte de seda azul ondeando en el mástil, Jenna se volvió hacia Beetle.

—Apuesto a que ya estás esperando a que vuelva y dé la lata en el Manuscriptorium —dijo.

El Jefe de los Escribas Herméticos sonrió.

—Antes disfrutaré de un poco de paz y tranquilidad —replicó Beetle—. Ya sabes dónde va a estar durante un año y un día.

Jenna se echó a reír.

—¡Oh! ¡Claro: en el lugar donde ingresará en su condición de fantasma! ¡Marcia también va a estar encantada!