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Retirada

La niebla oscura se extendía.

Había llegado a la puerta del servicio de traducción de Larry. Se filtró por las aristas, buscando las grietas, colándose por los agujeros de los nudos de la madera, perforando a través de las madrigueras de las carcomas. Se acumuló en torno a las pilas de papeles traducidos, se arremolinó en el tantas veces reparado florero y apagó las velas del escaparate que con tanto cariño había dispuesto Beetle. Se expandió por la tienda, subió hasta la galería, recorrió el descansillo y subió por la desvencijada escalera de caracol. En su pequeña habitación, en la parte posterior de su casa, Larry despertó. Se sentó en la cama y tiró de las sábanas hasta la barbilla. Clavó la mirada en la oscuridad, escuchando con atención. Algo andaba mal. Larry sacó de la cama sus piernas flacas como palos y, mientras sus pies se estremecían por el frío contacto con las tablas del suelo, vio humo negro que se colaba por debajo de la puerta. Horrorizado, se levantó de un salto: ¡la casa estaba ardiendo!

El humo avanzó hacia él; empezó a enroscarse alrededor de sus congelados dedos de los pies y lentamente, como si fuera un sueño, Larry volvió a sentarse. Lo invadió una intensa sensación de alegría. Estaba de nuevo en el colegio, recibiendo el premio de Latín por séptima vez, y acababa de ver a su padre entre el público asistente, en primera fila, sonriéndole. Sonriéndole a él. A Larry. Al inteligente Larry…

Mientras la niebla oscura lo envolvía, Larry volvió a meterse en la cama. Su respiración se hizo más lenta y, como una tortuga en pleno invierno, se sumió en un oscuro estado sin sueños en algún lugar entre la vida y la muerte.

Marcia salió a la Vía del Mago con Jillie Djinn y con Marcellus, quien custodiaba a Merrin. Cerró rápidamente la puerta del Manuscriptorium tras ella. Marcia apenas podía soportar la idea de lo que había dejado atrás, pero lo que tenía delante era incluso peor. Una oscura negrura avanzaba hacia la Vía del Mago como un palpitante sapo negro.

La maga extraordinaria se quedó horrorizada al ver que la rodante niebla venía acompañada por una hilera de cosas… la escolta del dominio oscuro. Como una terrorífica partida de búsqueda, se desplegaban barriendo la Vía del Mago, mientras la niebla caía tras ellas. Se quedó mirando conmocionada, incapaz de alejarse del desastre que se presentaba ante ella.

Marcellus intentó alejarla.

—¡Marcia, tienes que ir al Torre del Mago sin perder ni un minuto! —dijo.

Los ojos de Merrin brillaban de ira hacia Marcellus. Cuanto más se acercaba el dominio oscuro, sentía que se hacía más fuerte. El anillo de las dos caras en su pulgar se iba poniendo más caliente, y los dos perversos rostros verdes empezaban a refulgir. La cara superior le hizo un guiño a Merrin, y de pronto supo que podía derrotar a Marcia. Podía derrotarlos a todos. Ahora mandaba él. ¡Él era el mejor!

Primero, Merrin rompió el silencio con el peor insulto que se había oído jamás en el Castillo, y luego rompió la contención. Con una violenta torsión, se zafó de las manos de Marcellus y le propinó una sañuda patada en la espinilla al alquimista. Mientras Marcellus brincaba, gritando de dolor, Merrin alzó los brazos al aire y, con gesto burlón, separó las muñecas, rompiendo con un chasquido la cincha de bloqueo como si fuera de papel. Disfrutando de su momento de triunfo, se precipitó hacia delante y agitó su pulgar izquierdo ante la cara de Marcia, riéndose mientras ella retrocedía instintivamente. Los malévolos rostros del anillo, con sus teces de jade brillante, la fulminaron con la mirada.

Marcia sabía que solo había una razón posible que explicara el repentino aumento de poder de Merrin: el dominio oscuro que se aproximaba lo había engendrado él, sin duda alguna. Hasta ese momento, le había costado creer que Merrin fuera capaz de algo así, pero ahora, mientras se alejaba caracoleando, lanzando desafiantes puñetazos al aire, con su brillan te anillo de las dos caras, Marcia se dio cuenta de la cantidad de poder que tenía Merrin en aquel momento. Era una idea escalofriante.

—¡Estás loco! —le gritó—. No tienes idea de a qué estás jugando, ¿sabes?

—Ni tú tampoco, cara de mago. —Merrin se rió—. Corre a tu reluciente torrecita y llévate contigo a esa vieja cerebro de pescadilla. Ya no la necesito. ¡Nos vemos! ¡Ja, ja, ja! —Merrin apenas podía contenerse. Jamás había contando con una audiencia tan atenta ni tan sorprendida. Era fantástico. Era lo que siempre había querido.

—¡Esto es lo que pienso de vuestra estúpida magia! —le gritó a Marcia, chasqueándole los dedos.

Entre gestos y risas, Merrin retrocedió bailando, su pálido rostro iluminado por las antorchas todavía encendidas y el brillo de los fantasmales escaparates de velas en las calles vacías.

—¡Ven a cogerme si te atreves! —gritó Merrin.

Marcia se atrevió. Resultaba indigno, pero le dio igual. La preciada mitad de los códigos emparejados daba tumbos en el pequeño y repugnante estómago de Merrin, y no estaba dispuesta a perder su última oportunidad de detenerlo. Echó a correr tras él por la Vía del Mago. Merrin se rió y corrió también, con la capa de escriba ondeando en su espalda, agitando sus brazos extendidos como un pájaro enloquecido que volara hacia su bandada.

Marcellus echó a correr detrás de Marcia. Hacía mucho tiempo que no corría, y sus zapatos no eran el mejor calzado para semejante tarea, sobre todo después de su encuentro con la puerta del Manuscriptorium. Pero los puntiagudos pitones púrpura de Marcia eran menos apropiados todavía, y no tardó en alcanzarla.

—Marcia… —bufó—, ¡Detente!

Marcia se sacudió la mano de Marcellus en su brazo.

—Suéltame —protestó.

Marcellus se mantuvo firme.

—No. Marcia, ¿no te das cuenta? Cuanto más te acercas a eso —agitó su mano libre hacia el avance del dominio oscuro y sus escoltas— más poder obtiene él y más te quita a ti. Alejémonos antes de que suceda algo terrible.

—¡Ya ha sucedido algo terrible! —le espetó Marcia, retomando de nuevo la persecución.

Marcellus la siguió con dificultad.

—Podría ser peor… aún te queda la Torre del Mago… no lo arriesgues todo por un repugnante escriba insignificante.

Marcia se detuvo.

—No lo comprendes: ¡tiene el código emparejado!

Marcellus se quedó sorprendido, pero enseguida se recobró.

—¡Deja el código a su suerte! Tienes que volver a la Torre del Mago. —La voz le temblaba por la urgencia—. ¡No puedes perderla también!

—Tampoco pienso perderla —estalló Marcia, furiosa—. ¡Observa!

Marcellus y Marcia estaban a más de la mitad de la Vía del Mago. A poco más de un centenar de metros por delante de ellos, el muro de niebla oscura rodaba lentamente hacia ellos. Al pie de la niebla, se extendía una línea de cosas, que se movían y mezclaban con la oscuridad, avanzando despacio, tirando del dominio oscuro.

Merrin se movía errático por entre la niebla. Se giraba para comprobar si Marcia y Marcellus todavía iban tras él; los vigilaba, haciendo gestos groseros y gritando obscenidades para provocarlos, mientras se acercaba cada vez más a su dominio oscuro.

Marcia se concentró intensamente en Merrin, calibrando la distancia. Murmurando las palabras para una congelación rápida, levantó el brazo y un rayo de azul gélido salió de su mano y se arqueó por los aires. Con un brillante fogonazo blanco, el rayo fue a dar en toda la espalda de Merrin, que se tambaleó hacia delante y profirió un sonoro grito.

—Buen tiro —murmuró Marcellus.

Marcia hizo una mueca. Nunca había lanzado magia a la espalda de nadie. Se consideraba la forma más baja de magia, pero no era momento para andarse con remilgos. Se había limitado a congelar a Merrin, con la intención de poder llevarlo a la Torre del Mago y allí ajustar cuentas. Congelar a alguien era peligroso y no debía tomarse a la ligera. Pero ahora, con todas las vidas del Castillo en juego, la seguridad de Merrin no merecía mayor consideración.

Merrin se volvió despacio. Perfilado por el crepitar blanco azulado de la progresiva congelación, se estremeció y tembló como si le hubiera alcanzado una ráfaga helada, pero no se congeló. Miró a Marcia durante unos segundos, como si su cerebro se hubiera ralentizado y estuviera intentado averiguar qué había sucedido. Marcia le devolvió la mirada, esperando con impaciencia que la magia surtiera efecto. Envuelto en la escarcha del hechizo, Merrin se recortaba brillante contra la niebla oscura, pero, lentamente, empezó a brillar un poco menos. Horrorizada, Marcia vio cómo el brillo glacial se desvanecía y Merrin se sacudía la congelación como un perro se sacude el agua.

La magia de Marcia había fallado. Fue entonces cuando ella comprendió de verdad a qué se enfrentaba.

Marcellus se puso a su lado.

—Tienes que irte ya —dijo con sobriedad.

—Sí. Lo sé —dijo Marcia, pero no se movió.

Merrin estaba extasiado: había derrotado a la maga extraordinaria. Crecido por el éxito, se volvió hacia la línea de cosas y gritó:

—¡Cogedla!

Marcellus vio a tres cosas dar un paso como si fueran una sola. Las vio dar otro paso, y ya no esperó a seguir viendo más. Cogió a Marcia de la mano y echó a correr, tirando de ella Vía del Mago arriba, sin atreverse a mirar atrás. Sin aliento, llegaron al Manuscriptorium, donde Jillie Djinn, los esperaba, ausente y dócil.

Marcia recobró el juicio. Se volvió para ver lo lejos que estaban las cosas y, para gran alivio suyo, vio que apenas se habían movido. Un dominio oscuro invasor necesita mucha energía, las cosas eran lentas y pesadas. Aun sabiendo que no causaría más que un breve retraso, Marcia lanzó una barrera de emergencia a través de la Vía del Mago; seguidamente, ella y Marcellus, con la jefa de los escribas herméticos como una sonámbula entre ambos, se encaminaron hacia la Torre del Mago.

Hildegarde rondaba por la gran arcada; se sentía tremendamente inquieta, a la espera del regreso de Marcia.

—¡Señora Marcia! ¡Oh, gracias al cielo que habéis vuelto!

Marcia no perdió el tiempo.

—¿Ha vuelto Septimus? —preguntó.

—No. —La voz de Hildegarde transmitía preocupación—. Creíamos que estaba con usted.

—Me lo temía. —Marcia se volvió hacia Marcellus y le puso la mano en el brazo—, Marcellus, ¿encontrarás a Septimus por mí? ¿Y lo mantendrás a salvo?

—Marcia, por eso fui al Manuscriptorium. Lo estaba buscando. No pararé hasta que lo encuentre, te lo prometo.

Marcia respondió a Marcellus con una sonrisa tensa.

—Gracias. Sabes que confío en ti, ¿verdad?

—Vaya, jamás pensé que te oiría decir eso —dijo Marcellus—. Mal deben estar las cosas.

—Lo están —dijo Marcia—, Marcellus, si… si pasara algo, te asigno la tutela de mi aprendiz. Adiós.

Y, dicho lo cual, se dio la vuelta abruptamente y caminó deprisa hacia las sombras azul oscuro de la gran arcada; el eco del repicar de sus zapatos resonaba mientras avanzaba.

Marcellus se quedó un momento donde estaba y contempló algo que solo había visto antes una vez, en lo que llevaba de vida como el mayor alquimista del Castillo. Vio la Barricada, una gruesa plancha de viejo metal llena de agujeros, dispuesta silenciosamente en el centro de la gran arcada, de modo que cerraba la entrada principal al patio de la Torre del Mago. Como bien sabía Marcellus, se trataba de la primera de las muchas protecciones que se desplegarían en el lugar, preparando la Torre para su más potente y ancestral magia de defensa.

Luego vino el inicio de un escudo de seguridad viviente de cuatro lados (era el escudo de seguridad más poderoso; se lo llamaban viviente porque para mantenerse activo requería la energía de muchas presencias vivas en su interior. En caso extremo, también podía actuar de forma independiente). Al igual que la Barricada, un escudo de seguridad viviente era algo sumamente raro. Marcellus lo vio elevarse despacio desde los muros circundantes del patio de la Torre del Mago, un resplandeciente forro azul que emitía su fantástica luz sobre la Vía del Mago.

Satisfecho de que la Torre estuviera protegida, al menos por un tiempo, Marcellus se escabulló, abandonando la Vía del Mago a su suerte. Con su capa confundiéndose entre las sombras, el viejo alquimista desapareció por el angosto hueco entre dos viejas casas. Caminó deprisa por una zona que, en su tiempo, era conocida como los Cañones; había sido erigida en los primeros días del Castillo, cuando se construyeron las casas que había entre la Vía del Mago y el Foso. Para protegerlas de la propagación del fuego, las casas se habían construido en manzanas de dos o tres viviendas, dejando un estrecho hueco entre manzanas, un hueco tan pequeño que Bertie Bott no habría podido pasar. Pero Marcellus Pye se movía por los Cañones tan rápido como una serpiente por una cañería, dirigiéndose hacia el lugar donde suponía tendría su última oportunidad de encontrar a Septimus antes de que cayera la oscuridad.