Herméticamente Sellado
Cuando Rose pasaba corriendo por delante de las oscuras ventanas del Manuscriptorium, Marcia forcejeaba en el interior para colocarle a Merrin una cincha de bloqueo en las muñecas.
Merrin no dejaba de resistirse, y Marcia estaba sorprendida de lo poderoso que se había vuelto. Estaba utilizando la contención más potente que podía emplear sin ponerlo en peligro, y aún no había conseguido dominarlo del todo.
Los oscuros ojos de Merrin ardían de furia y sacudían los pies intentando darle patadas. El oro de su anillo de las dos caras refulgía mientras forcejeaba con las muñecas, tensando la cincha de bloqueo hasta casi romperla. Después de un torrente de insultos, Marcia también impuso silencio sobre Merrin, pero no había servido para que dejara de mover la boca. Marcia era, a su pesar en este caso, una buena lectora de labios.
Un sonoro golpeteo llegó desde la puerta exterior. Marcia hizo un ademán irritado.
—Beetle, ve a ver quién es y dile que se largue.
Beetle salió a la oficina principal. Abrió la puerta y se encontró a Marcellus Pye al otro lado.
—Ah, escriba Beetle. —Marcellus pareció aliviado—. Me alegro de que seas tú.
Hacía mucho que Beetle había dejado de intentar explicarle a Marcellus Pye que ya no era, y que, de hecho, no había sido nunca, un escriba del Manuscriptorium.
—Discúlpeme, señor Pye —dijo, cerrando la puerta—, estamos algo ocupados en este momento.
Marcellus metió el pie en el hueco de la puerta.
—Acabo de estar en el Palacio, para la fiesta, y me he encontrado con que han levantado un telón de seguridad. —Parecía preocupado—. Mi aprendiz, Septimus Heap, se dirigía hacia allí y temo que esté en peligro. Se me ocurrió pasar por aquí de camino hacia la Torre del Mago. ¿No estará ahí dentro, por casualidad?
—No, no está aquí. No lo he visto y, antes de que pregunte, no sé dónde está. —La contrariedad era patente en la voz de Beetle. Estaba harto de que todo el mundo le preguntara por Septimus—. Discúlpeme, señor Pye, pero ¿le importaría marcharse ya? Tenemos cosas que hacer. ¿Podría apartar el pie, por favor?
Pero Marcellus no se movió; de repente, algo en el extremo de la Vía del Mago más cercano al Palacio llamó su aten ción. Beetle aprovechó la oportunidad para cerrar la puerta. Tuvo que apoyarse y empujar con fuerza para cerrarla y, mientras echaba la llave, vio cómo Marcellus ejecutaba un extraño tipo de danza.
Beetle decidió ignorarlo.
Marcellus empezó a aporrear la puerta.
Marcia salió a la oficina principal, sujetando a Merrin por la cincha de bloqueo. Jillie Djinn les seguía, arrastrando los pies, como un fantasma.
—¿Pero qué está pasando aquí, Beetle? —quiso saber Marcia.
—Es Marcellus —dijo Beede—, No se irá. Está buscando a Septimus.
La preocupación cruzó el rostro de Marcia.
—Yo creía que Septimus estaba con él.
—Pues se ve que no —dijo Beetle, como de mala gana.
—¿Qué es eso que hay en la puerta? —preguntó Marcia. Una tira larga y delgada de cuero rojo asomaba por el quicio de la puerta.
—¡Ah, es de su zapato! —dijo Beetle.
Volvió a abrir la puerta, y al otro lado asomó un Marcellus Pye que, irritado a su vez, examinaba la machacada punta de su preciado zapato rojo, un regalo de cumpleaños que le había hecho Septimus años atrás.
—Está hecho polvo —dijo Marcellus—. Mira. —Señaló los lazos rotos que llevaba atados bajo la rodilla.
—No deberías ponerte unos zapatos tan ridículos —le regañó Marcia.
—Como si tú entendieras de eso, Marcia —replicó Marcellus.
Mientras Marcia y Marcellus discutían, algo llamó la atención de Beetle: las dos antorchas que ardían a ambos lados de la entrada del Palacio se habían apagado. Beetle tuvo un mal presentimiento… ¿Por qué se habían apagado las dos antorchas a la vez? Enseguida tuvo la respuesta.
—No… ¡no puede ser! —exclamó.
—¿Qué pasa? —preguntó Marcia, dejando a medias un improperio sobre zapatos.
Beetle señaló hacia la Vía del Mago. Como agua a través de una esclusa, la espesa niebla del dominio oscuro brotaba por la entrada del Palacio y se arremolinaba en los tramos inferiores de la Vía del Mago.
—¡El telón de seguridad! ¡Se ha abierto una brecha!
—¡¿Cómo?!
Merrin sonrió.
—Marcellus —dijo Marcia—, haz algo útil por una vez. Sujétame esto… esta criatura. Tengo que ir a ver qué pasa.
Le entregó a Merrin y echó a correr hacia la Vía del Mago. Llegó a tiempo para ver cómo la primera antorcha de la Vía en el extremo de Palacio se extinguía ante el paso de lo que parecía ser un banco de niebla negra.
Marcia regresó corriendo a la oficina principal, cerró la puerta de golpe y se apoyó contra el batiente. Estaba blanca como una hoja del mejor papel del Manuscriptorium.
—Tienes razón. Se ha abierto una brecha en el telón de seguridad. —Y acto seguido, para sorpresa de Beetle, Marcia soltó una maldición.
Merrin rompió su silencio con una risa disimulada.
Marcia lo fulminó con la mirada.
—Pronto dejarás de reírte, Merrin Meredith —le vaticinó—. En cuanto te saquemos de dentro el código emparejado.
Merrin palideció. No había pensado en eso.
—Sácalo de aquí, Marcellus —dijo Marcia—. Beetle, tú encárgate de la señorita Djinn. Tenemos que volver a la Torre del Mago ahora mismo.
Beetle parecía reacio.
—Pero no podemos abandonar el Manuscriptorium —dijo.
—El Manuscriptorium tendrá que hacer lo que pueda.
Beetle estaba horrorizado.
—No. Si el dominio oscuro entra lo destruirá todo. Toda la magia arcana de la Cámara Hermética y de la vieja Cámara de Alquimia… ¡Se perderá todo! ¡No quedará nada! ¡Nada!
—Lo siento, Beetle, no queda otra opción.
—Sí, sí hay una —replicó Beetle—, La Cámara Hermética se puede sellar herméticamente. Por eso está construida así. Y la maga extraordinaria puede sellarla. ¿Es así, verdad?
Marcia respondió con gran reticencia.
—Sí, así es. Pero sellar ahí dentro a la señorita Djinn sería prácticamente un asesinato. No se da cuenta de lo que está sucediendo. No tendría la menor posibilidad.
—Pero yo sí —dijo Beetle con toda tranquilidad.
—¿Tú?
—Sí. Séllame en la Cámara Hermética. Yo la protegeré.
El rostro de Marcia se tensó.
—Beetle, solo hay suficiente aire para unas veinticuatro horas; transcurrido ese tiempo, tendrás que hacer una suspensión. Sabes que no todos los que han sido sellados en la Cámara han sobrevivido, ¿verdad?
—Me arriesgaré. Un cincuenta por ciento no está mal.
Marcia sacudió la cabeza. Muchas veces, Beetle sabía más de lo que ella esperaba.
—Tres vivos, tres muertos. Las probabilidades no son muchas.
—Podrían ser peores. Te lo ruego, Marcia. No quiero perder el Manuscriptorium. Haría cualquier cosa por evitarlo. Cualquier cosa.
Marcia sabía que Beetle no cambiaría de idea.
—Muy bien, Beetle. Haré lo que pides. Activaré el sello hermético.
Tras dejar a Marcellus Pye con Merrin bien sujeto y a Jillie Djinn mirando al vacío, Marcia y Beetle se encaminaron hacia la entrada del pasillo de siete esquinas y allí se detuvieron.
—Encontrarás el cajón secreto para asedios en la mesa, pulsando siete veces el pequeño círculo negro del centro. El cajón contiene provisiones de emergencia y el amuleto de suspensión con instrucciones —le explicó Marcia.
—Lo sé —dijo Beetle.
—Eres un joven valiente, Beetle. Buena suerte.
—Gracias.
Marcia se preguntó si volvería a ver a Beetle.
—Está bien. Será mejor que entres. En cuanto llegues a la Cámara, siéntate en la silla de la jefa de los escribas herméticos. Se encuentra justo en el centro, y allí estarás bien. La magia de sellado será muy intensa, y no siempre es agradable.
—¡Ah, vale!
Marcia se obligó a sonreír a Beetle.
—Contaré hasta veintiuno y activaré el sello. ¿Entendido?
—Sí. Yo también contaré. Uno… dos…
Beetle se fue. Corrió a través de la angosta arcada de piedra, se introdujo en la oscuridad del pasillo de siete esquinas y, antes de haber contado hasta diez, ya estaba inmerso en el brillo de la circular Cámara Hermética. Con la sensación de estar haciendo algo indebido, se sentó a la mesa, en el asiento de la jefa de los escribas herméticos y, sin dejar de contar, se quedó mirando hacia la arcada que acababa de atravesar. Los segundos siguientes fueron los más largos de su vida.
La activación del sello dio comienzo. Un sonido sibilante llenó la Cámara, seguido inmediatamente de una ráfaga de aire frío a medida que el sello era impelido por el pasillo de siete esquinas. Beetle contempló con asombro cómo una pared de magia púrpura doblaba la última esquina y se detenía en la arcada que conducía al interior de la Cámara. La brillante luz mágica vibró por toda la arcada y las blancas paredes circulares de la Cámara Hermética la intensificaron, enviando corrientes de remolinos de magia mientras Beetle permanecía sentado en el centro, sin apenas atreverse a respirar. Unos minutos después, pudo apreciar que la luz púrpura empezaba a desvanecerse y los jirones de magia se apaciguaban. Flotaban en el aire, y el sabor agridulce de la magia se metió en la garganta de Beetle y lo hizo toser.
Cuando los últimos vestigios de magia desaparecieron, por fin, Beetle comprendió lo que significaba estar sellado en la Cámara. Donde antes había estado la arcada, ahora había una pared sólida, indistinguible de cualquier otra sección de las paredes que lo rodeaban. Estaba sepultado. Sobre su cabeza se alzaba la cúpula de piedra blanca que formaba el techo de la Cámara Hermética, y bajo sus pies se encontraba la trampilla sellada de los Túneles de Hielo.
Recordando lo que le había dicho Marcia, Beetle pulsó siete veces el pequeño círculo negro en el centro de la mesa. Un cajoncito apareció bajo la mesa al abrirse. Introdujo la mano en busca del amuleto de suspensión... y sacó un puñado de cordón de regaliz.