Ausencias
Beetle —dijo Marcia, mientras se detenían ante el Servicio de traducción de lenguas muertas de Larry y Beetle buscaba su llave—, ¿Qué planes tienes para esta noche?
Beetle pensó con tristeza en cuáles habían sido sus planes: la fiesta en el Palacio del decimocuarto cumpleaños de Jenna. La esperaba desde hacía meses. Sabía que la cancelación de una fiesta resultaba insignificante ante lo que había sucedido en el Palacio aquella noche, pero si le hubieran preguntado qué lamentaba más en aquel momento habría reconocido que era la anulación de la fiesta.
—Ninguno —contestó.
—Dada la continuada ausencia de mi aprendiz —había cierta crispación en la voz de Marcia— agradecería mucho la ayuda de un asistente… de un asistente competente. Un asistente que no se escaquee ni malgaste el tiempo con un viejo alquimista de mala reputación. —Marcia casi escupió las últimas palabras. Recobró la compostura y prosiguió—. Así que, Beetle, ¿qué me dices de pasar la noche en la Torre del Mago y ayudarnos con los preparativos para la fumigación de mañana?
Una vez más, Beetle tuvo la incómoda sensación de ser la segunda opción después de un Septimus ocupado en otros menesteres. Pero aquella no era una oferta que quisiera rechazar. La alternativa era arrastrarse hasta su pequeña habitación en la parte trasera del servicio de traducción, cuidando de no despertar al irascible Larry… cosa que no había conseguido todavía. Larry tenía el sueño ligero y siempre se despertaba con una retahila de maldiciones en latín, que, dados los conocimientos que había adquirido recientemente, Beetle entendía a la perfección.
Así que contestó:
—Sí, me encantaría.
—Estupendo. —Marcia parecía satisfecha.
Mientras Beetle y Marcia caminaban por la Vía del Mago, el telón de seguridad iluminaba la noche detrás de ellos, ambos ocupados en pensamientos acerca de quién podría haber quedado aislado en el Palacio, dentro del dominio oscuro. Los pensamientos de Beetle lo llevaron a su terrible tarde… y solo entonces se acordó del libro que le había quitado a Merrin.
Lo sacó de su bolsillo y se lo tendió a Marcia.
—Me olvidaba. Merrin tenía esto. Se lo quité justo cuando estaba haciendo el lárgate. Seguro que tú ya tienes una copia, pero pensé que te interesaría.
Marcia se detuvo en seco, cosa que sucedió bajo un poste de antorcha. Se quedó mirando el poco atractivo y pegajoso librito que tenía en las manos y lanzó un largo y profundo silbido. Beetle se quedó un tanto sorprendido; no sabía que Marcia silbara.
—Beetle, te puedo asegurar que no tengo una copia; de este, solo hay uno —dijo Marcia, dando vueltas al manoseado libro con asombro—. Hace años que he querido tenerlo en mis manos. Es el índice, la llave de los secretos, de un libro muy importante. —Miró a Beetle con los ojos brillantes de emoción—, Beetle, no puedo explicar cuánto me alivia esto. Tengo que confesar que lo que he visto esta noche en el Palacio me ha asustado y, con franqueza, no estaba del todo segura de que pudiéramos deshacernos de ello. Temía que nunca más pudiéramos volver a usar el Palacio… que fuera forzoso dejarlo en cuarentena para siempre. —Marcia sacudió la cabeza, consternada.
Hojeó con rapidez El índice oscuro.
—Asombroso…, maravilloso. Es la clave. Beetle… ¡acabas de arreglar el día!
Beetle sonrió.
—¡Caramba! —exclamó—. No tenía ni idea de que fuera tan importante.
Marcia se volvió hacia él.
—Es esencial. Verás, ahora, por primera vez en cientos de años, podemos utilizar los códigos emparejados. Son nuestra protección contra la oscuridad, pero no habíamos podido leerlos desde que esto desapareció junto con La eliminación de la oscuridad. Ese último lo encontré pudriéndose en los marjales Marras, pero no sirve para las cosas verdaderamente importantes sin este de aquí. —Agitó triunfal El índice oscuro—. ¡Ahora podremos deshacernos de esa horrible creación de Merrin Meredith en el Palacio sin ningún problema! —Marcia miró a Beetle con una amplia sonrisa—. Espero que no te importe que lo tome prestado por esta noche…
Beetle se quedó bastante desconcertado.
—¡Oh, no me importa! Claro que puedes cogerlo —dijo—. De hecho, me gustaría que te lo quedaras. Algo así solo debería pertenecer a un mago extraordinario.
—Muy cierto —aprobó Marcia—, pero gracias de todos modos. —Metió El índice oscuro en su bolsillo más seguro—. Y ahora —añadió— haremos una visita al Manuscriptorium. Tengo que recoger una cosa allí.
Qué fastidio, pensó Beetle.
La puerta del Manuscriptorium estaba cerrada, pero Marcia tenía llave. A Jillie Djinn aquello le causaba una enorme indignación, pero no podía hacer nada al respecto. Los magos extraordinarios siempre disponían de una llave del Manuscriptorium para casos de emergencia, como aquel, según Marcia. Giró la llave en la reacia cerradura y la puerta se abrió sin el habitual sonido metálico. El contador se desconectaba cada noche, una vez que los escribas abandonaban el edificio.
De mala gana, Beetle siguió a Marcia hacia el interior de la desaliñada oficina de atención al público. Había estado allí demasiadas veces aquel día para que le hiciera gracia.
—Tampoco es mi lugar preferido —dijo Marcia en voz baja—. Pero necesito recoger la mitad del código emparejado correspondiente al Manuscriptorium. En la Torre del Mago tenemos la otra mitad de la pareja, claro, pero, por desgracia, la mitad del Manuscriptorium está aquí, en algún lugar que solo conoce la jefa de los escribas herméticos. —Marcia suspiró—. Lo único que desearía es que no se tratara de esta jefa de los escribas herméticos. —Miró a Beetle, esperanzada—. Supongo que tú no sabrás dónde puede estar…
Beetle sacudió la cabeza.
—No tengo la menor idea ni del aspecto que puede tener el código emparejado —dijo.
—El del Manuscriptorium es un pequeño disco plateado con unas líneas que irradian. Creo que tiene un agujero en el centro en el que los antiguos escribas herméticos solían meter un hilo para colgárselo del cuello. En aquellos tiempos, usaban mucho los códigos emparejados —dijo Marcia con nostalgia—. La mitad del Manuscriptorium es mucho más pequeña que la de la Torre del Mago, la que tenemos arriba, en la biblioteca de la pirámide. Ninguna de las dos parece gran cosa por separado, pero, cuando las juntas, son mucho más, por lo visto. Y enseguida lo vamos a comprobar. —Marcia parecía encantada. La posibilidad de realizar, una vez más, una magia tan antigua le producía una profunda emoción.
Recorrieron el Manuscriptorium, que estaba desierto, envuelto en sombras e iluminado solo por la luz que llegaba desde el sótano, donde vivía y trabajaba el escriba de conservación, preservación y protección, Ephaniah Grebe. De Jillie Djinn no había ni rastro.
—La señorita Djinn debe de estar en sus habitaciones —le susurró Beetle a Marcia—. Nunca baja aquí después de que los escribas se hayan ido a casa. Se va arriba, a comer galletas. Y a contar cosas.
Beetle condujo a Marcia a través de las hileras de escritorios en la parte trasera del Manuscriptorium, hasta un corto tramo de escaleras gastadas con una abollada puerta azul en lo alto. Marcia subió los escalones y tiró con irritación de la cam panilla de plata junto a la puerta. El tintineo lejano de una campana sonó desamparado en algún punto en lo alto del edificio. Esperaron el sonido de los pasos de Jillie Djinn bajando, pero no vino nadie. Marcia, impaciente, volvió a tirar de la campanilla. No hubo respuesta.
—Qué contrariedad —murmuró Marcia—. La jefa de los escribas herméticos debería estar siempre disponible en caso de emergencia. —Volvió a bajar los escalones—. Tendremos que buscar en este mísero lugar hasta que la encontremos. Tiene que estar en alguna parte.
De pronto, algo llamó la atención de Marcia. Señaló hacia la angosta arcada en el lateral del Manuscriptorium que conducía a la Cámara Hermética.
—Me ha parecido ver entrar a alguien con el rabillo del ojo. Pero ella debe de habernos visto… ¿A qué está jugando? —Marcia se apresuró hacia allí, con sus zapatos de pitón repicando en las viejas tablas de roble.
Beetle se quedó atrás Mientras Marcia cruzaba la arcada hacia el oscuro pasillo que conducía a la Cámara, pero le hizo señas de que la siguiera y fue tras ella.
A la Cámara Hermética, el sanctasanctórum del Manuscriptorium, se llegaba a través de un pasillo con siete esquinas, diseñado especialmente para capturar cualquier magia extraviada que pudiera intentar escapar de la cámara o, cómo no, entrar y alterar el delicado equilibrio interno. También era completamente a prueba de luz, estaba insonorizado… y resultaba más bien inquietante.
Mientras Beetle seguía el rumor del roce de la capa de Marcia barriendo el suelo de piedra del pasillo, tuvo la incómoda sensación, por el modo en que ella había aminorado el paso, de que estaba un poco asustada. A medida que se adentró en el pasillo y desapareció todo vestigio de luz, Beetle también empezó a sentir un poco de miedo, pero, en cuanto volvieron la séptima y última esquina, la luz de la Cámara Hermética inundó los últimos metros del pasillo y Beetle se relajó. Medio tapada por la ondeante capa de Marcia, vio con cierto alivio, pues había tenido la impresión de que Marcia se esperaba algo completamente distinto, a la jefa de los escribas herméticos, Jillie Djinn, sentada en la familiar mesa redonda.
Después de la oscuridad del pasillo, los blancos muros de la Cámara Hermética la hacían aparecer deslumbrante. Beetle miró a su alrededor; todo tenía el aspecto que recordaba. El antiguo espejo oscuro estaba apoyado contra las mal enyesadas paredes, como el anticuado ábaco. La gran mesa redonda estaba en el centro y, debajo, los pequeños pies de Jillie Djinn, con sus sobrios y tristemente gastados zapatos negros de cordones, descansaban sobre la trampilla principal del Túnel de Hielo, la cual, observó Beetle con alivio, estaba cerrada, y no cabía duda de que llevaba mucho tiempo así, a juzgar por el polvo que la cubría.
Jillie Djinn parecía más pequeña de lo que Beetle recordaba. La estridente luz de la cámara puso de manifiesto el desaliño de sus ropas de seda azul oscuro, una dejadez que él no había visto antes. Jillie Djinn siempre había sido bastante aficionada a la ropa de seda nueva y, muy en particular, a conservarla limpia, pero ahora la llevaba arrugada y delante tenía lo que sospechosamente parecían ser manchas de salsa. Beetle estaba sorprendido. Pero lo que le parecía más preocupante era que Jillie Djinn, en realidad, estaba sin hacer nada. No tenía delante de ella libros de tablas de cálculo abiertos, ni gruesos libracos repletos de interminables columnas de sus diminutos números, listos para que un pobre escriba los transcribiese por triplicado para el día siguiente. Estaba allí sentada, encorvada ante la mesa desnuda, mirando al vacío, y no parecía que se hubiera percatado siquiera de la intrusión de sus visitantes. Era como si no estuviera allí.
Una sombra de preocupación cruzó el rostro de Marcia, pero fue directa al grano.
—Señorita Djinn —dijo con viveza—. He venido a recoger la mitad del código emparejado del Manuscriptorium.
Jillie Djinn se sorbió la nariz y, para sorpresa de Beetle, se la limpió con la manga. Pero no respondió.
—Señorita Djinn —dijo Marcia—, se trata de un asunto importante. Debe poner a disposición del mago extraordinario que lo solicite la mitad del código emparejado correspondiente al Manuscriptorium a cualquier hora del día o de la noche. Comprendo que no ha sido solicitado durante muchos cientos de años, pero yo lo solicito ahora.
Jillie Djinn no reaccionó. Era como si no hubiera entendido una palabra de lo que le había dicho.
Marcia la miró con preocupación.
—Señorita Djinn —dijo en voz baja—, ¿Debo recordarle que el protocolo del código emparejado forma parte del juramento de iniciación de un Jefe de los Escribas Herméticos?
Jillie Djinn se movió incómoda y volvió a sorber. Tenía un aspecto patético, pensó Beetle. Con lo íntegra y correcta que había sido, y ahora se veía abrumada por sus preocupaciones. Nunca le había caído bien la jefa de los escribas herméticos, pero ahora el desagrado se mezclaba con cierta compasión. Y desasosiego… Allí estaba pasando algo muy malo. Beetle miró a Marcia, quien observaba a la jefa de los escribas herméticos con un nuevo brillo en sus ojos; como un gato a punto de saltar. Y entonces, de repente, lo hizo. Marcia saltó hacia delante y palmeó con ambas manos los hombros de Jillie Djinn.
—¡Márchate! —ordenó—. Un fogonazo de luz púrpura iluminó la blanca estancia, y Jillie Djinn soltó un chillido agudo.
Un fuerte silbido salió de debajo de las manos de Marcia, y Beetle se dio cuenta de que algo pequeño y oscuro, no pudo ver con exactitud qué era, saltaba hasta el suelo y se escabullía.
—Un arroben —murmuró Marcia—. Alguien le ha puesto un arroben. Bestias perversas y muy pesadas. ¿Qué está pasando aquí?
Marcia examinó ansiosa la Cámara Hermética. Beetle hizo lo mismo. Parecía estar vacía, pero ahora ya no podía estar seguro de nada.
—Señorita Djinn —dijo Marcia rápidamente—. Es un asunto de la máxima urgencia. Debe entregarme de inmediato el código emparejado.
Jillie Djinn, aliviada de su carga, ya no estaba encorvada. Pero aún parecía hechizada. Recorrió la estancia con la mirada y, de improviso, realizó un rápido movimiento zigzagueante con la mano sobre la mesa. Se produjo un zumbido sordo y un pequeño cajón se abrió delante de ella. Miró a su alrededor con inquietud, y al instante Jillie Djinn extrajo una pequeña y pulida caja de plata y la depositó sobre la mesa.
—Gracias, señorita Djinn —dijo Marcia—. Me gustaría comprobar que el código se encuentra en su interior.
Jillie Djinn miraba a un punto lejano por encima del hombro de Marcia. Asintió con aire ausente y, entonces, una expresión de miedo sacudió sus facciones.
Marcia estaba ocupada abriendo la caja. En su interior, vio un pequeño disco plateado con un repujado central, tal como aparecía en los dibujos del libro de texto con el que estaba familiarizada. Marcia se puso los anteojos y lo miró más de cerca. Un montón de finas líneas irradiaban desde el agujerito central del disco, y a lo largo de estas se dispersaba una serie de símbolos, algunos de los cuales no había visto desde la semana de codigología avanzada que cursó durante su último año de aprendiz. Marcia estaba satisfecha: se trataba, sin duda, de la mitad del código emparejado del Manuscriptorium.
En el aire se produjo una repentina perturbación. Marcia se dio la vuelta. Fue embestida, y Beetle vio cómo el pequeño disco plateado volaba por los aires y desaparecía… y luego algo le golpeó con fuerza en el estómago.
—¡Aaaaaay! —Se dobló, sin aliento.
—¡Beetle, bloquea el pasillo! —gritó Marcia.
Aún sin aire, Beetle se lanzó hacia de la entrada del pasillo de las siete esquinas. Algo huesudo y con los codos afilados se precipitó sobre él y Beetle se tambaleó hacia atrás. Se apuntaló estirando los brazos a cada lado del estrecho pasillo, de manera que, fuera lo que fuese aquello, no pudiera pasar. De repente, una mano invisible le agarró el brazo e intentó apartárselo de la pared, Beetle sintió que algo ardiente se le clavaba en la carne.
—¡Aaaaaay! —gritó.
—No te muevas, Beetle —dijo Marcia, avanzando hacia él—. Quédate… donde… estás.
Beetle sentía como si le estuvieran clavando el extremo afilado de un palo al rojo vivo en el brazo, y la expresión de Marcia mientras se acercaba resultaba aterradora. Pero no se movió. La maga extraordinaria se detuvo a un metro escaso delante de él, con sus ojos verdes centelleando de furia. Extendió los brazos y agarró algo, como si estuviera sosteniendo una olla con dos asas.
—¡Revélate! —dijo triunfal.
Una nube púrpura llenó la salida de la Cámara Hermética y reveló una forma oscura en su interior. Cuando la nube se disipó, quedó revelada la desgarbada figura de Merrin Meredith, ambas orejas sujetas firmemente por la férrea presa que ejercía Marcia.
Merrin tragó con dificultad e hizo una mueca. Los bordes del código emparejado estaban afilados.
—¡Se lo ha tragado! —gritó Marcia sin poderlo creer.
Beetle —dijo Marcia, mientras se detenían ante el Servicio de traducción de lenguas muertas de Larry y Beetle buscaba su llave—, ¿Qué planes tienes para esta noche?
Beetle pensó con tristeza en cuáles habían sido sus planes: la fiesta en el Palacio del decimocuarto cumpleaños de Jenna. La esperaba desde hacía meses. Sabía que la cancelación de una fiesta resultaba insignificante ante lo que había sucedido en el Palacio aquella noche, pero si le hubieran preguntado qué lamentaba más en aquel momento habría reconocido que era la anulación de la fiesta.
—Ninguno —contestó.
—Dada la continuada ausencia de mi aprendiz —había cierta crispación en la voz de Marcia— agradecería mucho la ayuda de un asistente… de un asistente competente. Un asistente que no se escaquee ni malgaste el tiempo con un viejo alquimista de mala reputación. —Marcia casi escupió las últimas palabras. Recobró la compostura y prosiguió—. Así que, Beetle, ¿qué me dices de pasar la noche en la Torre del Mago y ayudarnos con los preparativos para la fumigación de mañana?
Una vez más, Beetle tuvo la incómoda sensación de ser la segunda opción después de un Septimus ocupado en otros menesteres. Pero aquella no era una oferta que quisiera rechazar. La alternativa era arrastrarse hasta su pequeña habitación en la parte trasera del servicio de traducción, cuidando de no despertar al irascible Larry… cosa que no había conseguido todavía. Larry tenía el sueño ligero y siempre se despertaba con una retahila de maldiciones en latín, que, dados los conocimientos que había adquirido recientemente, Beetle entendía a la perfección.
Así que contestó:
—Sí, me encantaría.
—Estupendo. —Marcia parecía satisfecha.
Mientras Beetle y Marcia caminaban por la Vía del Mago, el telón de seguridad iluminaba la noche detrás de ellos, ambos ocupados en pensamientos acerca de quién podría haber quedado aislado en el Palacio, dentro del dominio oscuro. Los pensamientos de Beetle lo llevaron a su terrible tarde… y solo entonces se acordó del libro que le había quitado a Merrin.
Lo sacó de su bolsillo y se lo tendió a Marcia.
—Me olvidaba. Merrin tenía esto. Se lo quité justo cuando estaba haciendo el lárgate. Seguro que tú ya tienes una copia, pero pensé que te interesaría.
Marcia se detuvo en seco, cosa que sucedió bajo un poste de antorcha. Se quedó mirando el poco atractivo y pegajoso librito que tenía en las manos y lanzó un largo y profundo silbido. Beetle se quedó un tanto sorprendido; no sabía que Marcia silbara.
—Beetle, te puedo asegurar que no tengo una copia; de este, solo hay uno —dijo Marcia, dando vueltas al manoseado libro con asombro—. Hace años que he querido tenerlo en mis manos. Es el índice, la llave de los secretos, de un libro muy importante. —Miró a Beetle con los ojos brillantes de emoción—, Beetle, no puedo explicar cuánto me alivia esto. Tengo que confesar que lo que he visto esta noche en el Palacio me ha asustado y, con franqueza, no estaba del todo segura de que pudiéramos deshacernos de ello. Temía que nunca más pudiéramos volver a usar el Palacio… que fuera forzoso dejarlo en cuarentena para siempre. —Marcia sacudió la cabeza, consternada.
Hojeó con rapidez El índice oscuro.
—Asombroso…, maravilloso. Es la clave. Beetle… ¡acabas de arreglar el día!
Beetle sonrió.
—¡Caramba! —exclamó—. No tenía ni idea de que fuera tan importante.
Marcia se volvió hacia él.
—Es esencial. Verás, ahora, por primera vez en cientos de años, podemos utilizar los códigos emparejados. Son nuestra protección contra la oscuridad, pero no habíamos podido leerlos desde que esto desapareció junto con La eliminación de la oscuridad. Ese último lo encontré pudriéndose en los marjales Marras, pero no sirve para las cosas verdaderamente importantes sin este de aquí. —Agitó triunfal El índice oscuro—. ¡Ahora podremos deshacernos de esa horrible creación de Merrin Meredith en el Palacio sin ningún problema! —Marcia miró a Beetle con una amplia sonrisa—. Espero que no te importe que lo tome prestado por esta noche…
Beetle se quedó bastante desconcertado.
—¡Oh, no me importa! Claro que puedes cogerlo —dijo—. De hecho, me gustaría que te lo quedaras. Algo así solo debería pertenecer a un mago extraordinario.
—Muy cierto —aprobó Marcia—, pero gracias de todos modos. —Metió El índice oscuro en su bolsillo más seguro—. Y ahora —añadió— haremos una visita al Manuscriptorium. Tengo que recoger una cosa allí.
Qué fastidio, pensó Beetle.
La puerta del Manuscriptorium estaba cerrada, pero Marcia tenía llave. A Jillie Djinn aquello le causaba una enorme indignación, pero no podía hacer nada al respecto. Los magos extraordinarios siempre disponían de una llave del Manuscriptorium para casos de emergencia, como aquel, según Marcia. Giró la llave en la reacia cerradura y la puerta se abrió sin el habitual sonido metálico. El contador se desconectaba cada noche, una vez que los escribas abandonaban el edificio.
De mala gana, Beetle siguió a Marcia hacia el interior de la desaliñada oficina de atención al público. Había estado allí demasiadas veces aquel día para que le hiciera gracia.
—Tampoco es mi lugar preferido —dijo Marcia en voz baja—. Pero necesito recoger la mitad del código emparejado correspondiente al Manuscriptorium. En la Torre del Mago tenemos la otra mitad de la pareja, claro, pero, por desgracia, la mitad del Manuscriptorium está aquí, en algún lugar que solo conoce la jefa de los escribas herméticos. —Marcia suspiró—. Lo único que desearía es que no se tratara de esta jefa de los escribas herméticos. —Miró a Beetle, esperanzada—. Supongo que tú no sabrás dónde puede estar…
Beetle sacudió la cabeza.
—No tengo la menor idea ni del aspecto que puede tener el código emparejado —dijo.
—El del Manuscriptorium es un pequeño disco plateado con unas líneas que irradian. Creo que tiene un agujero en el centro en el que los antiguos escribas herméticos solían meter un hilo para colgárselo del cuello. En aquellos tiempos, usaban mucho los códigos emparejados —dijo Marcia con nostalgia—. La mitad del Manuscriptorium es mucho más pequeña que la de la Torre del Mago, la que tenemos arriba, en la biblioteca de la pirámide. Ninguna de las dos parece gran cosa por separado, pero, cuando las juntas, son mucho más, por lo visto. Y enseguida lo vamos a comprobar. —Marcia parecía encantada. La posibilidad de realizar, una vez más, una magia tan antigua le producía una profunda emoción.
Recorrieron el Manuscriptorium, que estaba desierto, envuelto en sombras e iluminado solo por la luz que llegaba desde el sótano, donde vivía y trabajaba el escriba de conservación, preservación y protección, Ephaniah Grebe. De Jillie Djinn no había ni rastro.
—La señorita Djinn debe de estar en sus habitaciones —le susurró Beetle a Marcia—. Nunca baja aquí después de que los escribas se hayan ido a casa. Se va arriba, a comer galletas. Y a contar cosas.
Beetle condujo a Marcia a través de las hileras de escritorios en la parte trasera del Manuscriptorium, hasta un corto tramo de escaleras gastadas con una abollada puerta azul en lo alto. Marcia subió los escalones y tiró con irritación de la cam panilla de plata junto a la puerta. El tintineo lejano de una campana sonó desamparado en algún punto en lo alto del edificio. Esperaron el sonido de los pasos de Jillie Djinn bajando, pero no vino nadie. Marcia, impaciente, volvió a tirar de la campanilla. No hubo respuesta.
—Qué contrariedad —murmuró Marcia—. La jefa de los escribas herméticos debería estar siempre disponible en caso de emergencia. —Volvió a bajar los escalones—. Tendremos que buscar en este mísero lugar hasta que la encontremos. Tiene que estar en alguna parte.
De pronto, algo llamó la atención de Marcia. Señaló hacia la angosta arcada en el lateral del Manuscriptorium que conducía a la Cámara Hermética.
—Me ha parecido ver entrar a alguien con el rabillo del ojo. Pero ella debe de habernos visto… ¿A qué está jugando? —Marcia se apresuró hacia allí, con sus zapatos de pitón repicando en las viejas tablas de roble.
Beetle se quedó atrás Mientras Marcia cruzaba la arcada hacia el oscuro pasillo que conducía a la Cámara, pero le hizo señas de que la siguiera y fue tras ella.
A la Cámara Hermética, el sanctasanctórum del Manuscriptorium, se llegaba a través de un pasillo con siete esquinas, diseñado especialmente para capturar cualquier magia extraviada que pudiera intentar escapar de la cámara o, cómo no, entrar y alterar el delicado equilibrio interno. También era completamente a prueba de luz, estaba insonorizado… y resultaba más bien inquietante.
Mientras Beetle seguía el rumor del roce de la capa de Marcia barriendo el suelo de piedra del pasillo, tuvo la incómoda sensación, por el modo en que ella había aminorado el paso, de que estaba un poco asustada. A medida que se adentró en el pasillo y desapareció todo vestigio de luz, Beetle también empezó a sentir un poco de miedo, pero, en cuanto volvieron la séptima y última esquina, la luz de la Cámara Hermética inundó los últimos metros del pasillo y Beetle se relajó. Medio tapada por la ondeante capa de Marcia, vio con cierto alivio, pues había tenido la impresión de que Marcia se esperaba algo completamente distinto, a la jefa de los escribas herméticos, Jillie Djinn, sentada en la familiar mesa redonda.
Después de la oscuridad del pasillo, los blancos muros de la Cámara Hermética la hacían aparecer deslumbrante. Beetle miró a su alrededor; todo tenía el aspecto que recordaba. El antiguo espejo oscuro estaba apoyado contra las mal enyesadas paredes, como el anticuado ábaco. La gran mesa redonda estaba en el centro y, debajo, los pequeños pies de Jillie Djinn, con sus sobrios y tristemente gastados zapatos negros de cordones, descansaban sobre la trampilla principal del Túnel de Hielo, la cual, observó Beetle con alivio, estaba cerrada, y no cabía duda de que llevaba mucho tiempo así, a juzgar por el polvo que la cubría.
Jillie Djinn parecía más pequeña de lo que Beetle recordaba. La estridente luz de la cámara puso de manifiesto el desaliño de sus ropas de seda azul oscuro, una dejadez que él no había visto antes. Jillie Djinn siempre había sido bastante aficionada a la ropa de seda nueva y, muy en particular, a conservarla limpia, pero ahora la llevaba arrugada y delante tenía lo que sospechosamente parecían ser manchas de salsa. Beetle estaba sorprendido. Pero lo que le parecía más preocupante era que Jillie Djinn, en realidad, estaba sin hacer nada. No tenía delante de ella libros de tablas de cálculo abiertos, ni grue sos libracos repletos de interminables columnas de sus diminutos números, listos para que un pobre escriba los transcribiese por triplicado para el día siguiente. Estaba allí sentada, encorvada ante la mesa desnuda, mirando al vacío, y no parecía que se hubiera percatado siquiera de la intrusión de sus visitantes. Era como si no estuviera allí.
Una sombra de preocupación cruzó el rostro de Marcia, pero fue directa al grano.
—Señorita Djinn —dijo con viveza—. He venido a recoger la mitad del código emparejado del Manuscriptorium.
Jillie Djinn se sorbió la nariz y, para sorpresa de Beetle, se la limpió con la manga. Pero no respondió.
—Señorita Djinn —dijo Marcia—, se trata de un asunto importante. Debe poner a disposición del mago extraordinario que lo solicite la mitad del código emparejado correspondiente al Manuscriptorium a cualquier hora del día o de la noche. Comprendo que no ha sido solicitado durante muchos cientos de años, pero yo lo solicito ahora.
Jillie Djinn no reaccionó. Era como si no hubiera entendido una palabra de lo que le había dicho.
Marcia la miró con preocupación.
—Señorita Djinn —dijo en voz baja—, ¿Debo recordarle que el protocolo del código emparejado forma parte del juramento de iniciación de un Jefe de los Escribas Herméticos?
Jillie Djinn se movió incómoda y volvió a sorber. Tenía un aspecto patético, pensó Beetle. Con lo íntegra y correcta que había sido, y ahora se veía abrumada por sus preocupaciones. Nunca le había caído bien la jefa de los escribas herméticos, pero ahora el desagrado se mezclaba con cierta compasión. Y desasosiego… Allí estaba pasando algo muy malo. Beetle miró a Marcia, quien observaba a la jefa de los escribas herméticos con un nuevo brillo en sus ojos; como un gato a punto de saltar. Y entonces, de repente, lo hizo. Marcia saltó hacia delante y palmeó con ambas manos los hombros de Jillie Djinn.
—¡Márchate! —ordenó—. Un fogonazo de luz púrpura iluminó la blanca estancia, y Jillie Djinn soltó un chillido agudo.
Un fuerte silbido salió de debajo de las manos de Marcia, y Beetle se dio cuenta de que algo pequeño y oscuro, no pudo ver con exactitud qué era, saltaba hasta el suelo y se escabullía.
—Un arroben —murmuró Marcia—. Alguien le ha puesto un arroben. Bestias perversas y muy pesadas. ¿Qué está pasando aquí?
Marcia examinó ansiosa la Cámara Hermética. Beetle hizo lo mismo. Parecía estar vacía, pero ahora ya no podía estar seguro de nada.
—Señorita Djinn —dijo Marcia rápidamente—. Es un asunto de la máxima urgencia. Debe entregarme de inmediato el código emparejado.
Jillie Djinn, aliviada de su carga, ya no estaba encorvada. Pero aún parecía hechizada. Recorrió la estancia con la mirada y, de improviso, realizó un rápido movimiento zigzagueante con la mano sobre la mesa. Se produjo un zumbido sordo y un pequeño cajón se abrió delante de ella. Miró a su alrededor con inquietud, y al instante Jillie Djinn extrajo una pequeña y pulida caja de plata y la depositó sobre la mesa.
—Gracias, señorita Djinn —dijo Marcia—. Me gustaría comprobar que el código se encuentra en su interior.
Jillie Djinn miraba a un punto lejano por encima del hombro de Marcia. Asintió con aire ausente y, entonces, una expresión de miedo sacudió sus facciones.
Marcia estaba ocupada abriendo la caja. En su interior, vio un pequeño disco plateado con un repujado central, tal como aparecía en los dibujos del libro de texto con el que estaba familiarizada. Marcia se puso los anteojos y lo miró más de cerca. Un montón de finas líneas irradiaban desde el agujerito central del disco, y a lo largo de estas se dispersaba una serie de símbolos, algunos de los cuales no había visto desde la semana de codigología avanzada que cursó durante su último año de aprendiz. Marcia estaba satisfecha: se trataba, sin duda, de la mitad del código emparejado del Manuscriptorium.
En el aire se produjo una repentina perturbación. Marcia se dio la vuelta. Fue embestida, y Beetle vio cómo el pequeño disco plateado volaba por los aires y desaparecía… y luego algo le golpeó con fuerza en el estómago.
—¡Aaaaaay! —Se dobló, sin aliento.
—¡Beetle, bloquea el pasillo! —gritó Marcia.
Aún sin aire, Beetle se lanzó hacia de la entrada del pasillo de las siete esquinas. Algo huesudo y con los codos afilados se precipitó sobre él y Beetle se tambaleó hacia atrás. Se apuntaló estirando los brazos a cada lado del estrecho pasillo, de manera que, fuera lo que fuese aquello, no pudiera pasar. De repente, una mano invisible le agarró el brazo e intentó apartárselo de la pared, Beetle sintió que algo ardiente se le clavaba en la carne.
—¡Aaaaaay! —gritó.
—No te muevas, Beetle —dijo Marcia, avanzando hacia él—. Quédate… donde… estás.
Beetle sentía como si le estuvieran clavando el extremo afilado de un palo al rojo vivo en el brazo, y la expresión de Marcia mientras se acercaba resultaba aterradora. Pero no se movió. La maga extraordinaria se detuvo a un metro escaso delante de él, con sus ojos verdes centelleando de furia. Extendió los brazos y agarró algo, como si estuviera sosteniendo una olla con dos asas.
—¡Revélate! —dijo triunfal.
Una nube púrpura llenó la salida de la Cámara Hermética y reveló una forma oscura en su interior. Cuando la nube se disipó, quedó revelada la desgarbada figura de Merrin Meredith, ambas orejas sujetas firmemente por la férrea presa que ejercía Marcia.
Merrin tragó con dificultad e hizo una mueca. Los bordes del código emparejado estaban afilados.
—¡Se lo ha tragado! —gritó Marcia sin poderlo creer.