Telón de seguridad
Marcia y Beetle cruzaron el cordón empleando el mismo procedimiento que Silas, aunque con mayor eficiencia. Una vez en el otro lado, Marcia retrocedió y miró hacia el Palacio. Vio el brillo púrpura mágico que lo cubría y las dos antorchas en el exterior de las puertas principales, que seguían encendidas. Su cuarentena estaba funcionando. Sin embargo, no había ni rastro de Hildegarde, Sarah o Silas. Marcia estaba preocupada. Recorrió con la mirada las inescrutables ventanas del Palacio y se concentró con intensidad. Se le encogió el corazón. No había escape posible; sintió la presencia de dos humanos en el interior del edificio. No era un buen augurio para Sarah y Silas… o para Hildegarde y Silas… o para Sarah y… Marcia se obligó de inmediato a abandonar tales cavilaciones. Muy pronto tendría respuestas.
Marcia inició la siguiente fase del aislamiento del Palacio del resto del Castillo. Eso consistía en la retirada, a la cual seguiría el levantamiento del telón de seguridad. Escogió a los dos miembros del cordón más próximos: Bertie Bott, mago ordinario distribuidor de capas de mago de segunda mano (o casi nuevas, como Bertie prefería decir), y Rose, la aprendiz de enfermería. Comunicó a cada uno la contraseña de retirada preestablecida. De inmediato, los dos dejaron de entonar su zumbido grave. Rose envió su contraseña hacia su derecha, y Bertie hacia su izquierda. Como una ola en retirada, el zumbido grave fue apagándose hasta ser reemplazado por el susurrar de la contraseña. No tardó en hacerse el silencio, que se extendió por la muchedumbre que se había congregado al final de la Vía del Mago y esperaba expectante la siguiente fase. Se decía que el levantamiento de un telón de seguridad era algo digno de ver.
Al principio no parecía nada del otro mundo. Cada persona en el cordón se dedicaba ahora a atar su propia sección de cordón a la de sus correspondientes vecinos. Dejaron los cordones atados en el suelo, asegurándose de que no hubiera torceduras ni pliegues, y se apartaron con sumo cuidado para no interrumpir la delicada magia; la magia que implicaba a tantos participantes era una cosa muy frágil. Minutos después de que Marcia comunicara la contraseña, un enorme círculo de cordón yacía en el suelo como una serpiente púrpura que rodeara el Palacio. Beetle, que se había quedado un poco melancólico tras el arrebato de Jenna, pensó que el cordón tenía un aspecto triste, allí tirado sobre la hierba pisoteada.
Mientras tanto, en la Vía de Mago la concurrencia había ido derivando hacia las puertas del Palacio con intención de poder verlo todo desde más cerca. La gente esperaba pacientemente, con alguna que otra tos ahogada como único indicio que delatara su presencia. Su atención se centraba en la maga extraordinaria que, arrodillada, dispuso sus manos a pocos centímetros del cordón. Se produjo un intercambio de codazos y de miradas emocionadas… por fin iba a suceder algo.
Totalmente ajena a su audiencia, Marcia se concentraba con todas sus fuerzas. Percibió cómo una débil corriente de magia recorría sin obstáculos el cordón, lo cual le indicaba que todos lo habían soltado ya. «Ahora viene lo difícil», se dijo. Todavía arrodillada, Marcia mantuvo las manos bajas y próximas al cordón. Lo que tenía que hacer a continuación requería una cantidad enorme de energía. Inhaló una larga y profunda bocanada de aire. Beetle, que observaba a Marcia con atención, jamás había visto a nadie tomar tanto aire. Casi esperaba que Marcia acabara inflándose como un globo y se pusiera a flotar. De hecho, le parecía que su capa se estaba moviendo hacia fuera, como si realmente se estuviera llenando de aire.
Cuando Beetle se disponía a dar un paso atrás por si Marcia, en efecto, explotaba, la maga dejó de inhalar por fin. Ahora empezó a exhalar, con los labios fruncidos como si soplara una sopa caliente. De su boca brotó una brillante corriente púrpura que se extendió hacia el cordón como virutas de hierro hacia un imán. La corriente púrpura siguió fluyendo; se posó en el tramo de cordón que Marcia tenía delante y fue haciéndose cada vez más brillante. Cuando fue tan brillante que Beetle tuvo que apartar la vista, la maga extraordinaria dejó de exhalar por fin.
Ahora venía la parte que exigía auténtica destreza. Marcia metió las manos en la luz brillante y, muy despacio, empezó a levantarlas. Tras ella, la multitud propagó un murmullo apagado de reconocimiento, mientras la cegadora luz púrpura empezaba a alzarse, siguiendo el gesto de sus manos y sin desprenderse del cordón. Despacio, con cuidado, mordiéndose el labio por la concentración, Marcia alzaba la luz, cuidando de no tirar muy deprisa, en cuyo caso hubieran podido aparecer puntos débiles o incluso agujeros en lo que ya era un brillante telón púrpura. Beetle veía cómo los músculos de Marcia temblaban por el esfuerzo, como si estuvieran levantando algo tremendamente pesado. El telón siguió a Marcia mientras, con los doloridos brazos extendidos y tambaleándose con torpeza, se ponía en pie. Beetle se resistió al impulso de ir en su ayuda, pues sabía de sobra que no debía romper aquella inmensa concentración de Marcia, que reducía sus brillantes ojos verdes a luminosas cabezas de alfiler en su pálida piel.
De repente, sucedió lo que todos en el público habían estado esperando. Tras gritar un conjuro largo y complejo —que luego nadie podría recordar—, Marcia lanzó los brazos al aire. Se produjo un fuerte zumbido, y un telón de cegadora luz púrpura brillante se alzó de golpe hasta alcanzar la altura de las puntas de los dedos de Marcia, y se propagó a lo largo del cordón con la relampagueante efervescencia del fuego que recorre una mecha.
La multitud liberó una sonora exclamación de reconocimiento, lo cual pareció sobresaltar a Marcia. Se dio la vuelta y miró al gentío allí reunido.
—¡Chissst! —ordenó.
Avergonzada, la multitud guardó silencio. Algunos empezaron a marcharse, pero los más avezados se quedaron, pues sabían que lo mejor estaba por llegar.
Marcia había hecho que el telón de luz se propagara solo en una dirección, a su derecha. La razón de ello era que quería estar presente en el lugar donde se juntara la luz. La juntura de un telón de seguridad era una cosa delicada, y aunque algunos magos, buscando un efecto dramático, habrían propagado la luz en ambas direcciones, a la espera de que la luz se fundiera con éxito en algún punto en la otra cara del Palacio, Marcia era más cuidadosa. Tampoco aprobaba el efectismo; consideraba que devaluaba la magia y alentaba a la gente a verla como un entretenimiento… De ahí su irritación con la multitud.
Ahora tocaba esperar que el fuego púrpura volviera. Tardó un poco. El telón púrpura de casi dos metros de altura tenía que dar toda la vuelta al Palacio, por detrás del edificio, donde había habido tanta gente formando el cordón, y pasar además por el jardín, muy cerca, de hecho, del seto que lo separaba del Campo del Dragón.
Escupefuego dormía, ajeno a todo aquel jaleo, pero su improntador y piloto, Septimus Heap, estaba muy despierto. Esperaba un telón de seguridad, pues sabía que Marcia no hacía las cosas a medias. Ante la visión de la franja de magia púrpura que se desplazaba por detrás de lo alto del seto del Campo del Dragón, Septimus contempló con tristeza la llegada del muro púrpura, admirando su fisura y brillo. Marcia había ejecutado una obra de magia de libro, sin duda alguna… y él no había podido participar. Septimus observó cómo el telón de seguridad realizaba su recorrido, y entonces regresó a la Casa del Dragón; no tenía ganas de encontrarse con Marcia. Sabía lo que le iba a decir. Le diría exactamente lo mismo que él le hubiera dicho a uno de sus aprendices si se hubiera perdido algo así. Y no quería oírlo.
Por fin, la multitud vio reaparecer el telón por el otro lado del Palacio. Conscientes de la presencia reprobadora de la maga extraordinaria, lo celebraron con un murmullo de excitación contenido, aguantando la respiración mientras veían cómo uno de los extremos del reluciente telón se desplazaba hacia el otro.
Después, hubo quien dijo que el cierre del telón de seguridad había sido una decepción, aunque otros aseguraron que había sido la cosa más alucinante que habían visto en su vida. Dependía —como tantas cosas en este mundo—, de lo que uno esperase ver. Todos pudieron ver el encuentro de las dos cortinas de luz y el violento fogonazo que lo acompañó, pero quienes estuvieron atentos de verdad vieron, durante unos segundos increíbles, la historia del Castillo representada ante sus ojos. El telón de seguridad era magia ancestral (algo que siempre requería de alguna forma de control de la respiración) y había sido utilizada por los moradores del Castillo en una forma más primitiva incluso antes del advenimiento del primer mago extraordinario. Antes de que se hubieran construido los muros del Castillo, las noches sin luna solía establecerse un telón de seguridad a su alrededor, en un esfuerzo por mantener a raya a los merodeadores del Bosque. Al principio no había funcionado muy bien, pero a medida que se fue utilizando se fue haciendo más sólido. Y, como en los cuadros antiguos que cuelgan de las paredes de la Torre del Mago, en lo más hondo de su interior se conservaban ecos y reminiscencias de episodios turbulentos de su larga existencia. Cuando las bandas del telón se fundieron la una con la otra, entre la agitación de las luces pudieron verse, por un momento, cosas maravillosas: fieros jinetes al galope, brujas chillonas cabalgando sobre lobos gigantes, malvados árboles gigantescos lanzando bombas de gárgara de sapo; todos pusieron su granito de arena para poner a prueba, y por lo tanto para reforzar, el telón de seguridad. Y luego se esfumaron. El telón de seguridad formó un círculo completo. La movilidad de la luz violeta se convirtió en un brillo estable y se hizo la calma.
Los que habían percibido aquellas visiones quedaron aturdidos durante unos segundos y luego se lanzaron a un apasionado parloteo. Marcia se volvió hacia la multitud.
—¡Silencio!
La charla cesó al instante.
—Esto es magia seria. He alzado este telón de seguridad para protegeros, no para ofreceros diez minutos de espectáculo gratuito.
—¡Ya lo estamos pagando! —gritó un valiente desde la seguridad del gentío.
Marcia lanzó una mirada fulminante en la dirección del espontáneo que había osado interrumpirla, y su voz se afiló como el acero.
—Debéis comprender que he levantado el telón de seguridad para protegernos a todos nosotros contra un dominio oscuro que ha tomado el Palacio. —Hizo una pausa para dejar que la información calara y percibió, no sin cierta satisfacción, que el ánimo de la multitud estaba adoptando la debida seriedad y daba muestras de mayor preocupación.
—Os pido respeto. Esto es por vuestra seguridad. Por la seguridad del Castillo.
La multitud guardaba silencio.
—Señora Marcia… —dijo con su infantil vocecilla una niña que estaba en primera fila, que consideraba a Marcia su heroína y que de mayor quería ser maga.
A pesar de que tenía las rodillas algo doloridas, Marcia se acuclilló.
—¿Sí?
—¿Y qué pasará si se escapa el dominio oscuro?
—No se escapará —dijo Marcia con confianza—. No tienes de qué preocuparte, estaréis completamente a salvo. El Palacio está en cuarentena. El telón de seguridad está ahí solo por si acaso. Se irguió y se dirigió a la multitud—. Ya no puedo hacer nada más hasta que salga el sol. Mañana, con las primeras luces, fumigaré el Palacio y todo volverá a la normalidad. Os deseo buenas noches.
Se oyeron unos cuantos murmullos de «gracias» y «buenas noches, extraordinaria» mientras la gente desfilaba camino de su casa; de algún modo, las luces en la Vía del Mago ya no parecían tener interés. Marcia contempló con cierto alivio a la multitud dispersándose. Le preocupaba tener a tanta gente cerca de algo tan poderoso como un telón de seguridad. Los diversos magos, escribas y aprendices también empezaron a marchar hacia sus hogares.
—¡Señor Bott! —lo reclamó Marcia cuando el orondo proveedor de capas se escabullía en busca de su cena.
—Maldición —murmuró Bertie en voz baja. Pero no se atrevió a ignorar a la jefa, que era como llamaban a Marcia en la Torre del Mago—, ¿Sí, señora Marcia? —dijo, haciendo una ligera reverencia.
—Eso no es necesario, señor Bott —masculló Marcia, que no soportaba la menor muestra de lo que ella llamaba servilismo—. Haréis la primera guardia en el punto de fusión. Estoy se gura de que ya sabéis que siempre es posible que haya un punto débil. Mandaré un relevo a medianoche.
—¿A medianoche? —jadeó Bertie.
Le rugía el estómago ante la idea de las salchichas, el puré y la salsa de carne que su mujer preparaba siempre para la noche más larga y que, con toda seguridad, le esperaban en casa.
A diferencia de Bertie Bott, Rose parecía poco dispuesta a marcharse. Miraba con asombro el telón de seguridad.
—Yo vigilaré, señora Marcia —se ofreció.
—Gracias, Rose —dijo Marcia—, pero ya se lo he pedido al señor Bott.
Bertie se pasó una mano por la frente con languidez.
—A decir verdad, señora Marcia, creo que me siento un poco desfallecido —dijo.
—Ah, ¿sí? —repuso Marcia—, Pues si Rose hace la guardia sin cenar nada, será ella la que desfallecerá. Mientras que usted, señor Bott, dispone de un montón de… reservas.
Rose se armó de valor al notar que Marcia esbozaba media sonrisa mientras miraba a un incómodo Bertie Bott.
—Me encantaría hacer la guardia, señora Marcia —insistió—. De verdad. El telón de seguridad es asombroso. Nunca había visto algo así.
Marcia cedió. Rose le gustaba y no quiso mellar su entusiasmo. Y tras la notoria ausencia de su propio aprendiz, Marcia agradeció un poco de entrega.
—Muy bien, Rose, pero vuelve a la Torre del Mago y come algo primero. Tómate una hora, como mínimo. Luego puedes volver y relevar al señor Bott. Y bien, señor Bott, ¿algo que decirle a Rose?
—Gracias, Rose —dijo Bertie Bott dócilmente.
Bertie observó a Rose y a Marcia dirigirse hacia la torre del Mago y suspiró. En el aire frío, pateó con los pies en el suelo y se envolvió en su capa cuando otro remolino de nieve llegó desde el río. Iba a ser una hora muy larga.