Princesa Bruja
Mientras Hildegarde examinaba a través del cristal buscador el decrépito tejado del Vertedero del Destino, en lo más recóndito de esa casa, Linda se escondía en las sombras de la trascocina donde Marissa había llevado a Jenna.
Linda necesitó cinco minutos para preparar un hechizo para la oportunista de Marissa, un hechizo que haría que las orejas de elefante de Do-rinda parecieran un truco de broma. Y mientras re— pasaba el hechizo en su mente por última vez, para redoblarlo, para hacerlo un poco más feo (más verrugas), Linda oyó el mismo grito en la trascocina que había oído la Bruja Madre. Preocupada por su hechizo, Linda no estaba pensando como era debido. También ella supuso que el grito procedía de Jenna, así que esperó unos segundos más a que Marissa pudiera acabar lo que quiera que estuviera haciendo, pero cuando a través de la puerta le llegaron unos ruidos como de ahogo, Linda empezó a preocuparse. No había que estrangular a la princesa todavía, no hasta que hubieran derrotado por completo a las brujas de Wendron. Abrió la puerta de la trascocina y se quedó parada de asombro. Linda estaba impresionada. Ni ella misma lo habría hecho mejor.
Jenna tenía a Marissa atrapada en una llave de cabeza, una llave de campeonato, como Linda pudo observar. En sus tiempos mozos, Linda había sido una gran aficionada a las llaves de cabeza, aunque ahora dejaba que sus hechizos le hicieran el trabajo.
La cara de Marissa tenía un interesante tono púrpura.
—¡Suéltame! —exclamaba jadeando en busca de aire—, ¡Suél… aaag… tame!
Jenna levantó la mirada y vio a Linda. Marissa no podía levantar la mirada, pero supo quién era por las puntiagudas botas con las púas de dragón encima de los talones.
—Quítamela… de encima —exclamó Marissa en un susurro ronco.
—Si me tocas te arrepentirás —le dijo Jenna a Linda formando en silencio las palabras con los labios.
Linda parecía divertida. Le gustaban las peleas, y una pelea entre una bruja y una princesa era la primera de la lista de sus peleas favoritas. Sin embargo, por desgracia, había un asunto que atender, y necesitaba ocuparse de él antes de que llegara tambaleándose la Bruja Madre para saber qué estaba ocurriendo.
—Bien hecho —le dijo Linda a Jenna—. ¡Impresionante! Continúa así y es posible que consigas cambiar mi opinión sobre las princesas. Ahora sujétala así. Perfecto.
Jenna vio que Linda observaba a Marissa como una serpiente preparándose para atacar. Algo estaba a punto de ocurrir, y veía claramente que no era nada bueno, sobre todo para Marissa.
Linda se llevó las manos a la cara y luego apuntó ambos dedos índice hacia la cabeza de Marissa, apuntando como un tirador. A Jenna le recordó aquella ocasión en que el Cazador le apuntó con la mira de su pistola.
—Aguántala quieta —le ordenó Linda a Jenna—. Sujétala así, que no se mueva.
Marissa gimió.
A Jenna no le gustaba el cariz que estaban tomando los acontecimientos. De repente, era cómplice de Linda. Sabía que Linda estaba a punto de hacerle algo muy malo a Marissa y no quería participar en ello, pero no se atrevía a soltarla. Si lo hacía, Marissa se volvería de inmediato contra ella, igual que Linda. No tenía ninguna opción.
Despacio, Linda bajó sus puntiagudos dedos y, mientras lo hacía, dos finos haces de brillante luz azul manaron de sus ojos y se posaron en la cara de Marissa. Entonces.la bruja empezó a salmodiar:
Alma y entendimiento llama y padecimiento sangre y hueso cruje y gime pulmones y asadura chilla y turba…
Marissa soltó un lamento de terror. Sabía que aquel era el principio del temido hechizo de salida, el hechizo que se lleva la forma humana y la sustituye por otra, para siempre. Era, como la mayoría de los hechizos más temibles de Linda, permanente.
—¡No! —gritó Marissa—. ¡Por favor, nooooooooo!
Los incisivos amarillentos de Linda sobresalían por su labio inferior, como siempre hacía cuando se concentraba. El hechizo de salida era largo y complicado. Requería un gran acopio de energía, pero había empezado con buen pie. Linda estaba muy complacida con el modo en que la princesa la estaba ayudando; era mucho más fácil con un ayudante. Emocionada, Linda ahora procedía con el cuerpo principal del hechizo, en el que todas las partes humanas de Marissa serían una por una reasignadas a las de un sapo. Bajó la voz a un tono grave y monocorde, de manera que las palabras se mezclaban en una larga y cantarina salmodia.
Con la aterrorizada Marissa a sus pies, Jenna estaba empezando a caer en la cuenta de que, si mantenía a Marissa sujeta en aquella llave, formaría parte de un acto francamente horrible. Tenía que hacer algo…, pero ¿qué?
La amenazadora salmodia de Linda prosiguió, la bruja alzó aún más la voz. La penumbra de la trascocina se hizo más in tensa y los finos haces de luz que partían de los ojos azulados negruzcos de Linda cortaban la oscuridad como agujas que unían a la bruja con su víctima.
—Princesa Jenna. Por favor. Soltadme —susurró Marissa con desesperación—. Haré lo que queráis, lo que queráis. Lo prometo.
Jenna no creía en las promesas de Marissa. Tenía que conseguir lo que quería mientras aún tenía la bruja bajo su poder, pero ¿cómo podía hacerlo? Estaba silenciada. Aflojó muy poquito la llave. Marissa levantó la mirada, con lágrimas en los ojos.
—Princesa Jenna, lo siento. De verdad, lo siento. Por favor, ayudadme. Por favor, ¡oh, por favor!
Jenna se señaló la boca y Marissa comprendió. Murmuró unas palabras y susurró.
—De acuerdo, ya acabó.
La voz de Linda recuperó de improviso su tono habitual, la salmodia se hizo más lenta y una vez más las palabras surgieron con espantosa claridad:
agujerea huesos y glándulas de veneno, piel verrugosa y manos asquerosas…
Marissa chilló. Sabía que el fin estaba muy, pero que muy cerca; terroríficamente cerca.
—Por favor, soltadme —dijo jadeante.
Jenna probó su voz.
—Arregla lo de los pies —dijo entre dientes.
Marissa parloteó apresuradamente su conjuro en un susurro apenas perceptible.
—Se acabó, se acabó. Ahora, por favor, por favor, por favor.
Con precaución, Jenna intentó dar un pasito atrás, llevándose a Marissa con ella: estaba libre. La liberó de la llave.
Y entonces se armó el caos.
Marissa dio un salto y Jenna echó a correr dejando a Linda atrás, en dirección hacia la puerta. Linda se quedó callada, boquiabierta, en mitad de la salmodia. Marissa se lanzó contra Linda, mordiéndola, dándole patadas, gritando; Linda cayó de espaldas tras la arremetida y, con gran estruendo, se golpeó la cabeza contra las losas de piedra del suelo.
Jenna acababa de salir por la puerta y corría a través del pasillo en penumbra, cuando vio la figura tambaleante de la Bruja Madre, con los zapatos puntiagudos, que le bloqueaba el paso.
—Marissa, ¿eres tú? —La voz suspicaz de la Bruja Madre llamaba en la oscuridad—, ¿Qué está pasando ahí?
Atrapada, Jenna volvió deprisa hacia la trascocina, cerró la puerta y se apoyó en el batiente, para mantenerla cerrada. Marissa estaba sentada encima de Linda y, por lo que Jenna podía distinguir, intentaba estrangularla. Cuando Jenna regresó, la miró con sorpresa.
—Viene hacia aquí —dijo Jenna sin resuello.
Marissa la miró fijamente sin comprender.
—¿Quién viene hacia aquí?
—Ella. La Bruja Madre.
Marissa palideció. Supuso que, cuando Linda había intentado hacerle el hechizo de salida, estaba actuando siguiendo instrucciones de la Bruja Madre. Dando un salto, se levantó de encima de Linda —que emitió un leve gemido, pero no se movió— y señaló la puerta contra la que Jenna hacía fuerza. Jenna se preparó para pelear, pero una pelea era lo último que Marissa tenía en mente.
—¡Cierra, deten y bloquea! —gritó. Un pequeño pero claro clic surgió de la puerta.
—No durará mucho —dijo Marissa—, No contra ella. Tenemos que salir de aquí.
Se dirigió hacia la única ventana que había en la sucia trascocina, que se encontraba a gran altura, encima de una mesa donde habían apilado una montaña de tela negra. Marissa se subió a la mesa de un salto y abrió la ventana.
—Es el único modo de salir de aquí.
La bruja cogió la montaña de tela negra y la arrojó encima de Jenna, que la esquivó y vio cómo aterrizaba en el suelo, a su lado.
Marissa parecía enfadada.
—¿Quieres salir de aquí o no? —preguntó, expeditiva.
—Claro que sí.
—Bueno, estas son tus ropas de bruja. Tienes que ponértelas.
—¿Por qué?
Marissa suspiró con impaciencia.
—Porque no vas a salir de aquí si no te las pones. La ventana está bloqueada par todos los cowan.
—¿Cowan?
—Sí. Cowan. Los que no son brujas. Como tú, ¡papanatas!
El picaporte traqueteó.
—¿Marissa? —dijo la voz de la Bruja Madre—. ¿Qué está pasando ahí dentro?
—Nada, Bruja Madre, todo está bien. Ya casi acabo —gritó Marissa—, Póntelas, rápido —añadió en un susurro dirigiendo se a Jenna—. Hay bastante tela de bruja para engañar a una estúpida ventana. ¡Date prisa!
Jenna cogió la túnica como si estuviera recogiendo caca de gato con una pala.
El picaporte traqueteó otra vez, más fuerte.
—Marisa, ¿por qué está cerrada esta puerta? —La Bruja Madre parecía sospechar.
—Ha salido, Bruja Madre, pero está bien. La tengo. ¡Casi está hecho! —dijo Marissa con alegre entusiasmo. Y luego le susurró a Jenna—: ¿Vas a ponértelas o no? Porque yo me voy ahora mismo.
—De acuerdo, de acuerdo —susurró Jenna.
«Son solo ropas —pensó—. Por vestirme de bruja no me va a pasar nada.» Se puso la capa negra por la cabeza, y enseguida se abrochó los botones de la parte delantera.
—Te queda bien —dijo Marissa con una sonrisa—. Vamos.
Hizo señas a Jenna para que subiera, y Jenna trepó hasta la mesa. Marissa abrió la ventana y entró el aire frío y neviscoso de la noche.
—Extiende el brazo.
Jenna sacó el brazo, pero su mano se encontró con algo sólido, que parecía limo seco.
—¡Puaj! —exclamó y la retiró.
La Bruja Madre tenía un oído sorprendentemente bueno.
—¿Marissa? —llegó su voz suspicaz a través de la puerta—. ¿Hay alguien más ahí contigo?
—Solo la princesa, Bruja Madre —gritó Marissa, y luego dijo en un susurro a Jenna—, ¡Porras!, la ropa no es suficiente.
Jenna bajó la vista hacia su capa negra, que la envolvía como la noche y la hacía sentir muy rara. A ella le parecía suficiente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Si quieres salir de aquí, voy a tener que hacer algo más.
A Jenna no le gustaba cómo sonaba aquello.
—¿Algo como qué exactamente?
El picaporte de la puerta volvió a traquetear.
—Marissa, puedo oír las voces —gritó la Bruja Madre—. ¿Qué estás haciendo?
—¡Nada, Bruja Madre! Ya se ha vestido. Pronto saldremos —gritó Marissa, y luego se dirigió a Jenna—. Como que voy a tener que convertirte en bruja.
—Ni lo sueñes.
—¡Marissa! —El picaporte resonaba con furia—. He oído a la princesa. Ya no está silenciosa. ¿Qué está pasando ahí dentro?
—Nada. De verdad. Era yo, Bruja Madre.
—No me mientas, Marissa. ¡Déjame entrar!
La Bruja Madre movió el picaporte con tanta violencia que se cayó, rebotó en el suelo y golpeó a Linda en la cabeza.
—Aaah… —gruñó Linda.
—¿Qué ha sido eso? Si no me dejas entrar ahora mismo, destrozaré la puerta y te verás metida en un gran lío —gritó la Bruja Madre.
Marissa parecía presa del pánico.
—Yo me largo —le dijo a Jenna—, Puedes quedarte aquí y que te vaya bien. No digas que no lo intenté. ¡Hasta luego!
Y, tras decir aquellas palabras, saltó hasta la ventana. Estaba a medio camino cuando se oyó un fuerte craaaaaac procedente de la puerta y una larga grieta la recorrió de arriba abajo.
—¡Marissa, espera! —gritó Jenna—. Haz algo más, lo que quiera que sea.
La cabeza de Marissa apareció en la ventana.
—De acuerdo. Es un poco asqueroso —dijo—, pero hay que hacerlo.
Marissa volvió a asomar la cabeza por la ventana y besó a Jenna. Jenna retrocedió de un salto, sorprendida.
—Ya te dije que era un poco asqueroso —Marissa sonrió—, pero ahora eres una bruja. Aún no perteneces al Aquelarre, tendrían que darte un beso todas.
—No, gracias —dijo Jenna con una mueca.
La madera resquebrajándose anunció la punta metálica de la bota de la Bruja Madre, que apareció por la puerta.
—Es hora de irse, bruja —dijo Marissa.
Jenna se encaramó a la ventana y saltó a la oscuridad. Aterrizó sobre un montón de abono viejo.
—¡Corre! —dijo Marissa entre dientes.
Jenna y Marissa corrían velozmente por el descuidado jardín; arañadas por las zarzas, escalaron el muro y cayeron en el negro callejón. Detrás de ellas, la Bruja Madre —su enorme mole se había quedado atascada en el ventanuco— gritaba furiosa y les enviaba maldiciones. Las maldiciones resbalaron alrededor del jardín, rebotaron en los muros y volvieron a rebotar en la Bruja Madre.
Las dos brujas corrían a toda velocidad por el oscuro callejón, dirigiéndose hacia las acogedoras luces de la Gruta gótica. Jenna sonrió mientras daba un sonoro portazo tras de sí para acompañar la melodía de la puerta monstruo. De repente la Gruta Gótica le parecía muy normal.
Marcus se acercó impasible al ver a dos brujas en la tienda. Era normal que la gente se disfrazara durante las fiestas de la noche más larga, acababa de vender a Bocadillos Mágicos todos los trajes de esqueleto que le quedaban.
—¿Puedo ayudarlas? —preguntó.
Jenna se quitó la voluminosa capucha de bruja.
Marcus lanzó una exclamación de sorpresa.
—PrincesaJenna, estáis a salvo. Vuestro amigo… cómo se llamaba… Tijereta… os está buscando.
La sola mención de la palabra «tijereta» le daba náuseas.
—¡Beetle! ¿Está aquí?
—No. Estará encantado de saber que estáis a salvo; se estaba volviendo loco, pero aquí llega alguien de la Torre del Mago para ti. —Marcus le guiñó un ojo a Jenna—. Buena suerte.
La puerta monstruo volvió a rugir y Hildegarde entró corriendo. Derrapó hasta frenar y miró fijamente a Jenna y a Marissa.
—¡Sois vos, princesa! —exclamó Hildegarde.
El cristal buscador la había avisado de que la bruja fugitiva era Jenna, pero no lo había podido creer. Recuperó el aliento y dijo:
—Princesa Jenna, sabéis que estas ropas son auténticas, ¿no?
—Claro que lo sé —dijo Jenna con frialdad.
Hildegarde miraba con desaprobación a Jenna y a su compañera.
—La señora Marcia me ha pedido que os lleve directamente al Palacio de inmediato. Se encontrará con vos allí. Las ropas de bruja no son el atuendo apropiado, así que os sugiero que os las quitéis ahora mismo.
La actitud de Hildegarde molestó a Jenna.
—No —dijo—. Estas ropas son mías y pienso llevarlas.
Marissa sonrió. Jenna podía llegar a caerle bien.