Química
Mientras andaba por el camino del Palacio, Jenna recordó el paseo que había dado con Septimus la tarde anterior. Todavía se sentía molesta al recordarlo, y ahora con Las normas de la reina en el bolsillo, seguía sintiéndose molesta. Septimus la había tratado como si no fuera más que una niña cargante. Y otra vez volvía a las andadas, persiguiéndolo, a punto de darle la oportunidad de que se comportara exactamente de la misma manera. ¿Por qué necesitaba su opinión sobre lo que sucedía en el desván de Palacio? Él no era el único entendido en la materia. Había alguien mucho más cercano que se alegraría de veras de ayudarla.
Pocos minutos más tarde, Jenna estaba ante la puerta del servicio de traducción de lenguas muertas de Larry. Respiró hondo y se armó de valor para entrar. A Jenna no le gustaba Larry y era evidente que a Larry no le gustaba ella. Sin embargo, no se lo tomaba como algo personal porque, por lo que ella sabía, a Larry no le gustaba nadie. Por eso le resultaba tan raro que Beetle no solo hubiera aceptado el trabajo de escriba de transcripción de Larry sino que, ahora que su madre se había mudado al Puerto, estuviera viviendo allí también.
Preparándose para los comentarios sarcásticos que siempre acompañaban su entrada, Jenna apoyó el hombro contra la puerta de la tienda y empujó (la puerta tenía fama de ser difícil de abrir; a Larry le gustaba la gente que realmente quería entrar en su tienda). La puerta se abrió con una facilidad inusitada, con el impulso, Jenna se precipitó en la tienda y chocó contra una montaña de manuscritos en cuya cima descollaba un jarrón alto, y con aspecto de costar una fortuna, que se encontraba en precario equilibrio.
Acompañado por el sonido de la gutural carcajada de Larry que procedía de la galería del piso de arriba, Beetle realizó una sorprendente parada al vuelo y salvó el jarrón justo antes de que se estrellara contra el suelo.
Beetle ayudó a Jenna a ponerse en pie.
—Hola, ¿te encuentras bien? —le preguntó.
Jenna asintió, sin resuello.
El joven cogió a Jenna del brazo y la guió por la tienda hasta las estanterías del fondo.
—Tengo sus traducciones preparadas, princesa Jenna. ¿Querría echarles un vistazo? —dijo en voz alta; de inmediato, en voz baja añadió—: Siento mucho lo de la puerta, de verdad. No me ha dado tiempo a advertirte. Larry la engrasó ayer por la tarde y puso el jarrón encima de los manuscritos. Desde entonces se sienta en la galería a esperar que la gente haga exactamente lo que acabas de hacer tú ahora. Ya le ha cobrado a tres personas por romper el jarrón… y los tres le han pagado —añadió mientras desaparecían lejos del campo auditivo de Larry.
—¿Tres?
—Sí. Lo vuelve a pegar cada vez.
Jenna sacudió la cabeza con perplejidad.
—Beetle, de veras que no sé por qué quieres trabajar aquí, y no digamos vivir aquí. Sobre todo cuando Marcia te ha ofrecido un lugar en la Torre del Mago.
Beetle se encogió de hombros.
—Me encantan los manuscritos antiguos y sus idiomas raros. Estoy aprendiendo cosas de todo tipo; te asombrarías de lo que trae la gente. Además, yo no tengo magia. La Torre del Mago me saca de quicio.
Jenna asintió. A ella la sacaría de quicio La Torre del Mago, pero también trabajar para Larry.
—Ya sabes que después de trabajar para Jillie Djinn, Larry no es tan malo. Y me gusta vivir en la Vía del Mago. Es divertido. ¿Te apetece un FízzFroot? —dijo Beetle como si le leyera el pensamiento.
Jenna sonrió.
—¿Tienes uno de chocolate?
—No, lo siento. Solo los hacen con sabores de frutas —le explicó Beetle cabizbajo.
Jenna sacó su queridísimo amuleto de chocolate de uno de sus bolsillos.
—Podríamos intentarlo con esto.
—Vale —dijo Beetle, no sin ciertas dudas—, ¡Larry! —gritó—. Me voy a tomar mi descanso.
Jenna oyó un brusco: «Diez minutos, no más» procedente de la galería y siguió a Beetle hasta una cocina pequeña e increíblemente sucia justo detrás de la tienda.
—¡Feliz cumpleaños! —dijo Beetle. Parecía algo azorado—. Te… tengo algo para ti, pero aún no está envuelto. No esperaba verte hasta esta noche.
Jenna también parecía azorada.
—Bueno, no he venido por eso. No esperaba nada.
—¡Ah! Y, hummm, lamento el desorden —dijo Beetle, que de repente vio la cocina a través de los ojos de Jenna—. Larry se enfada de lo lindo si la ordeno. Dice que el moho es bueno para las personas.
—¿Y la mugre también? —preguntó Jenna, mirando una bolsa de zanahorias tirada en el suelo.
A Beetle le dio mucha vergüenza.
—Vayamos a Bocadillos Mágicos —dijo—. Me queda algún tiempo.
Algo más tarde, después de que Jenna hubiera sido testigo de cómo un nuevo e impresionante Beetle le decía a Larry que se tomaba la hora de comer en aquel momento, y en realidad los diez minutos se convertían en una hora entera, estaban sentados a una mesita junto a la ventana en el piso de arriba del recién abierto café Bocadillos Mágicos. Formaban una pareja que llamaba la atención. Beetle vestía su chaqueta de almirante azul y dorada y su espeso cabello negro se comportaba, por una vez, del modo en que él quería. La diadema de oro de Jenna desprendía un tenue brillo a la luz de la velita que se alzaba sobre un charco de cera, encima de la mesa. Ella aún no se había quitado la capa roja, forrada de piel, a fin de entrar en calor después del frío que había pasado fuera, mientras miraba a su alrededor la sala profusamente pintada con las ventanas empañadas. Jenna notó con alivio que nadie la miraba (los miembros de la Cooperativa de Bocadillos Mágicos no creían en los sistemas jerárquicos, y se comportaban de manera acorde con sus ideas). Se sintió una persona corriente, una persona corriente mayor que salía a comer. Y lo que era mejor, volvía a tener la sensación feliz e ilusionada de que era su cumpleaños.
—¿Qué quieres tomar? —le preguntó Beetle.
Le ofreció a Jenna el menú, que estaba lleno de los chistes de Bocadillos Mágicos que solo entendían los magos y de llamativos dibujos de bocadillos, pero no ofrecían ninguna pista sobre el posible contenido del emparedado en cuestión.
Jenna eligió una pila alta y triangular de bocadillos pequeños, llamada «Edificio». Beetle eligió un bocadillo grande en forma de cubo llamado «Química». Cogió el menú y se acercó al mostrador para pedir (en Bocadillos Mágicos no creían en la servidumbre de los camareros. Lo cual también hacía que los sueldos fueran bajos). Beetle regresó con dos WizzFizz especiales, que era lo más parecido a un FízzFroot que pudo conseguir. Dejó una bebida de colores rosa y verde delante de Jenna con una floritura.
—Fresa mentolada —anunció—. Es nuevo.
—Gracias —Jenna se sentía tímida de repente.
Salir con Beetle de ese modo era distinto a verlo en la tienda como solía hacer. Parecía que a Beetle le pasaba lo mismo, pues durante algunos minutos ambos miraron por la ventana con mucho interés, aunque había poco que ver aparte de una ventosa Vía del Mago y un par de personas que pasaban por allí con cajas de velas, preparándose para las iluminaciones de la Noche más larga.
Por fin, Jenna rompió el hielo.
—En realidad, quería pedirte alto —dijo.
—Ah, ¿sí? —Beetle se sintió halagado.
—Sí. Se lo pedí a Sep anoche y no hizo nada.
Beetle se sintió algo menos halagado, pero Jenna no se dio cuenta.
—Sep está muy raro últimamente, ¿no te parece? —prosiguió Jenna—, Se lo he pedido ya varias veces y siempre me pone alguna excusa.
Ahora Beetle ya no se sintió halagado en lo más mínimo. Estaba harto de ser la alternativa a Septimus. En realidad, aquel era uno de los motivos por los que había rechazado la oferta que Marcia le había hecho: un lugar en la Torre del Mago.
—¡Edificio! ¡Química! —gritó alguien desde el mostrador.
Beetle se levantó a buscar los bocadillos, dejando a Jenna con una vaga sensación de que había dicho algo incorrecto. Regresó con una temblorosa pila de triángulos y un cubo enorme.
—¡Hola! —dijo Jenna—, Gracias.
Cogió con cautela el triángulo de lo alto de la pila y le dio un mordisco. Era una deliciosa mezcla de trocitos de pescado ahumado y pepino con la famosa salsa para bocadillos de Bocadillos Mágicos.
Beetle observó su enorme cubo con consternación. Era una masa sólida de pan hecha con media barra. Dentro habían practicado nueve agujeros que se habían rellenado de mermeladas y salsas de distintos colores, y por el agujero central salía una voluta de humo. El joven supo enseguida que había cometido un error; supo que cuando intentase comerlo, se pringaría la cara con los churretes de colores que chorrearían sobre la mesa y parecería un niño. ¿Por qué no había pedido algo sencillo?
Beetle empezó a cortar el cubo. Los churretes de colores corrieron por el plato y se arremolinaron en un espeso charco de color arcoíris. Empezó a sonrojarse. Su bocadillo era un absoluto desastre.
—Entonces… hummm, ¿qué es lo que querías que hiciera Sep? —preguntó intentando desviar la atención del accidente de su plato.
—Algo está pasando en el Palacio. En el desván —dijo Jenna—. No se permite subir a nadie desde aquel asunto de papá y la habitación sellada —ni siquiera yo subo—, pero a veces, cuando estoy en mi habitación, oigo pisadas provenientes del piso de arriba.
—Lo más probable es que sean ratas —dijo Beetle, mirando el bocadillo de «Química» con desazón—. Debe de haber ratas muy grandes abajo, junto al río.
—Son pisadas humanas —susurró Jenna.
—Pero algunos fantasmas hacen ruido de pisadas —explicó Beetle—, Es una de las cosas más fáciles que puede provocar un fantasma. Y debes de tener un montón de fantasmas en el Palacio.
Jenna sacudió la cabeza. Eso era lo que Silas y Sarah le habían dicho también.
—Pero Beetle, alguien está usando esa escalera, en medio de los escalones no hay polvo porque los pasos lo han limpiado.
Pensé que era mamá, pues por la noche da vueltas por ahí cuando no puede dormir, pero cuando se lo pregunté dijo que no había subido al desván desde hacía siglos. Así que ayer decidí subir a echar una mirada.
Beetle levantó la mirada del desastre de su plato.
—¿Y qué viste?
Jenna le refirió a Beetle todo lo que había ocurrido la nía-che anterior. Cuando terminó, Beetle tenía cara de preocupación.
—Eso no es bueno. Por lo que dices, parece que tuvieras una infestación, —¿Qué, como cucarachas o algo así? —Jenna estaba asombrada.
—No. No me refería a esa clase de infestación. Así es como solíamos llamarlo en el Manuscriptorium. Supongo que los magos tendrán otro nombre para eso.
—¿Para qué?
Beetle bajó la voz, no era bueno hablar de la oscuridad en un lugar público.
—Para cuando algo oscuro se muda a la casa de alguien. De hecho, parece como si alguien estuviera instaurando —miró a su alrededor para comprobar que no había nadie escuchándole— un dominio oscuro.
Jenna se estremeció. No le gustaba cómo sonaba todo aquello.
—¿Qué es un dominio oscuro? —preguntó en un susurro.
—Es como una especie de charco neblinoso de oscuridad. Puede llegar a ser muy poderoso si no te libras de él. Crece gracias a la fuerza que le quita a las personas, las atrae con promesas de todas aquellas cosas que desean.
—¿Quieres decir que realmente hay algo feo en el desván? —Jenna parecía asustada. No se lo había creído del todo hasta aquel momento.
Por lo que Jenna le acababa de contar, Beetle pensó que era muy probable.
—Bueno, sí. Ya sabes, creo que deberías pedirle a Marcia que echara un vistazo.
—Pero si le pido a Marcia que vaya hoy, Mamá se pondrá furiosa —Jenna lo pensó un instante—. Beetle, te agradecería mucho que antes echaras tú un vistazo. Si tú dices que es un —miró a su alrededor— «ya sabes qué», entonces iré corriendo a ver a Marcia, te lo prometo.
Beetle no se podía negar.
—De acuerdo.
—Gracias. —Jenna sonrió.
Beetle sacó su preciado reloj.
—Pongamos que me paso, vamos a ver… a las tres y media. Eso me dará tiempo de coger un mantente a salvo de la mesa de los amuletos de la Torre del Mago. Aún será de día. Supongo que no querrás acercarte a ese tipo de cosas después de que anochezca.
Entonces fue cuando Jenna recordó que, la última vez que Beetle la ayudó, perdió su trabajo.
—Pero ¿qué pasa con Larry? ¿Y tu trabajo?
Beetle sonrió.
—No te preocupes, ya lo arreglaré con Larry. Me debe un montón de horas. Y a Larry le da lo mismo mientras le informes de lo que estás haciendo. No es como Jillie Djinn, así que no te preocupes por eso. ¿A las tres y media en la verja de Palacio?
—Gracias, Beetle. Gracias.
Jenna miró la masa viscosa del plato de Beetle que estaba empezando a burbujear de un modo alarmante. Empujó su pila de bocadillos hacia la mitad de la mesa.
—Compartamos —dijo, yo no podré comérmelos todos.