«La he visto. He visto a la chica».

«Yo también».

«¿La has reconocido? Yo sé que la había visto antes».

«Lo siento, Eve, pero yo no».

Aden quería gritar. Había demasiado ruido en su cabeza, tanto que apenas podía procesarlo. El viento entre los árboles, el canto de los pájaros, el zumbido de las langostas, el chirrido de los grillos. El croar de las ranas.

Gruñendo, obligó al gran cuerpo del lobo a moverse. Era difícil mover las patas delanteras en sincronía con las traseras, pero lo consiguió, tropezándose pocas veces. Nunca había entrado en un cuerpo animal, y no estaba seguro de si lo estaba haciendo bien, pero no tenía tiempo de pararse y pensar cómo hacerlo. Si no se daba prisa, llegaría tarde. Y si llegaba tarde, Dan no le dejaría ir al instituto al día siguiente.

«¿Cómo lo has hecho?», rugió el lobo, cuya voz se unió al clamor de las demás. «¡Sal de mi cabeza! ¡Y de mi cuerpo!».

La criatura sabía que estaba allí. Lo sentía. Eso tampoco le había ocurrido nunca, y Aden hubiera pensado que la mente primitiva del animal sería incapaz de procesar el lenguaje humano.

«No soy un animal, maldito seas».

«¿Qué eres?».

«Un lobo. Un hombre lobo. ¡Sal de mí!».

¿Un… cambiador de forma?

Aden no sabía que existieran aquellos seres. En realidad no. Teniendo en cuenta lo que él mismo podía hacer, seguramente debería haberlo creído. Se preguntó qué otras cosas habría por ahí fuera. Las leyendas hablaban de vampiros, dragones, monstruos y todo tipo de criaturas.

«¡Sal! ¡Ahora!».

Incluso con aquellos gruñidos de furia, la carrera fue tonificante. Le dio fortaleza. Sentía el aire en el pelaje, y su vista alcanzaba todos los detalles. Los colores eran más vivos, y las motas de polvo… vaya. Eran como copos de nieve que brillaban a su alrededor.

«Te voy a desgarrar la garganta por esto».

De todos modos, siguió moviéndose cada vez más rápidamente, clavando las uñas en el suelo. Los olores eran fuertes, casi abrumadores. Olía a pino y a tierra, y a animal muerto a unos cuantos metros. Un ciervo. Oía a las moscas que revoloteaban alrededor del cuerpo.

«Me voy a bañar en tu sangre, humano. Esto no es una amenaza, sino una promesa».

De nuevo, las amenazas, o promesas, del lobo, se entremezclaron con las voces de sus compañeros. Caleb se estaba disculpando por meterlo dentro de aquel cuerpo, Eve estaba preguntando por Mary Ann con preocupación y Elijah le estaba pidiendo que tuviera cuidado. ¿Por qué Mary Ann no los había enviado al agujero negro en aquella ocasión? Aden se había acercado a ella, pero había seguido oyéndolos. Y sabía, gracias a Elijah, que si no era capaz de detener al lobo, la criatura la perseguiría por aquel mismo bosque un día, mientras ella gritaba.

Mary Ann…

¿Qué pensaría de él ahora? Ella sabía que él era distinto, que podía hacer cosas que otros no podían. No podía negarlo, después de lo que había sucedido. Tal vez lo entendiera. Después de todo, ella había hablado con el lobo. Tal vez, como Aden, sabía cosas que los demás no sabían. Eso también explicaría por qué era capaz de detener las voces en algunas ocasiones.

«…la visión está cambiando. Te va a herir en cuanto salgas de su cuerpo», estaba diciendo Elijah. «Te matará».

Sí, Aden ya lo sabía. También sabía que estaría demasiado débil como para defenderse. Sólo había una cosa que pudiera hacer para salvarse. Lo había hecho una vez, cuando había entrado en el cuerpo de un chico que lo estaba atacando. Odiaba hacerlo, pero no había otro modo.

Cuando el rancho apareció ante él, aminoró el paso, y se detuvo al borde de los árboles.

«No puedes quedarte aquí para siempre», gruñó el lobo, y Aden no pudo evitar que el sonido emergiera. «¿Puedes? ¡Puedes!». Un poco más, y echarían espuma por la boca.

Aden miró a su alrededor, pero no vio nada que pudiera servirle de ayuda para lo que tenía que hacer.

No había otro modo, pensó con un suspiro. Se sentó y extendió una de las patas traseras. Miró hacia atrás. Los músculos estaban contraídos, y el pelaje brillaba como si fuera de diamantes negros.

«No», dijo Eve, al darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder. «No lo hagas».

«No tengo más remedio», pensó Aden.

Sintió una náusea. No tenía tiempo para endurecerse contra el dolor que estaba a punto de infligir. Nunca habría tenido tiempo suficiente. Simplemente, enseñó los dientes del lobo y, con un rugido feroz, se lanzó hacia la pierna y hundió los colmillos en la carne, atravesó el músculo hasta el hueso.

Hubo un grito dentro de su cabeza, un gruñido, varios gemidos. Todos sintieron el mordisco, el dolor que se extendió como una descarga eléctrica y que afectó a todos los órganos que tocaba.

«¿Qué demonios estás haciendo?», gritó el lobo. «¡Para! ¡Para!».

Aden mantuvo la fuerza de las mandíbulas y tiró hacia atrás. Notó un líquido caliente de sabor metálico en la boca, por la garganta, por el pelaje. Tuvo una arcada.

Hubo más gritos, más gemidos.

Aden jadeó mientras el cuerpo del lobo caía en la hierba. El dolor lo inmovilizó, tal y como él pretendía. Así, cuando saliera, no podría seguirlo ni atacarlo.

Tuvo que usar toda su fuerza mental para sacar una mano insustancial del cuerpo del lobo, y cuando se solidificó, pudo agarrarse a la raíz del árbol más cercano. De un tirón, salió al bosque.

Aden se quedó allí durante un instante, aturdido, intentando recuperar el aliento. «¡Muévete! ¡Muévete!». Su cuerpo humano se negaba a obedecer. Ya no estaba dentro del cuerpo herido, pero a su mente, y a las de sus compañeros, no les importaba. Todos sabían lo que había ocurrido, y sentían los efectos. Sus músculos estaban agarrotados alrededor de sus huesos, y lo mantenían inmóvil.

Por fin, la adrenalina comenzó a fluir por su cuerpo, a combatir el dolor y a darle fuerzas. Pudo rodar y tumbarse de costado. El lobo seguía exactamente como él lo había dejado, con la pierna extendida y ensangrentada.

Lo siento le dijo Aden, y era la verdad. No podía permitir que me atacaras.

El animal lo miró con sus ojos verdes, llenos de dolor y de furia.

Aden se puso en pie y se tambaleó.

Tengo que ir a ver al dueño de la casa. Volveré con vendas.

Un débil aullido le prometió un castigo si volvía. No importaba. Iba a volver. Fue hacia el barracón y entró por la ventana de su habitación. Estaba muy débil, y no tenía tiempo para enfrentarse a los demás chicos. Todas las ventanas tenían alarma de seguridad, pero el sistema sólo se encendía de noche. Además, Aden había cortado la conexión de su ventana hacía tiempo para que nunca activara la alarma, aunque sin cambiar de aspecto la instalación, por si acaso a Dan se le ocurría comprobarla.

Él tenía su propio cuarto de baño, y se bebió un vaso de agua entero. Después se lavó la cara. Afortunadamente, no se había manchado la camisa de sangre, sólo de tierra y de hierba. Estaba muy pálido, y tenía el pelo despeinado y lleno de ramitas.

Metió varias vendas y un tubo de crema antibiótica en una bolsa, y volvió a salir por la ventana. Después de esconder la bolsa entre unas piedras, se dirigió hacia la casa principal.

Dan estaba sentado en el porche, y Sophia se encontraba durmiendo a sus pies. La ventana que había tras él se hallaba abierta, y se oían los ruidos de las cacerolas y sartenes. Meg, la señora Reeves, estaba cocinando. Por el olor, estaba haciendo una tarta de melocotón. A Aden se le hizo la boca agua. El sándwich de mantequilla de cacahuete que había tomado a media mañana sólo era un recuerdo.

«¿Cómo puede Dan engañar a esa mujer?», preguntó Eve con un suspiro de disgusto. «Es un tesoro».

«¿Y a quién le importa?», exclamó Caleb. «Tenemos cosas que hacer».

Eve resopló.

«A mí sí me importa. Está mal».

Aden estuvo a punto de gritarles que se callaran.

Cuando Dan lo vio, miró su reloj de pulsera y asintió con satisfacción.

Muy puntual.

Te estaba buscando dijo Aden, intentando no jadear de cansancio. Quería contarte qué tal me ha ido.

Ya sé qué tal te ha ido. Han llamado de la escuela.

¿Cómo? ¿Se habían quejado de él?

Me han dicho que has hecho unos exámenes perfectos terminó Dan.

Gracias a Dios. Aden sabía que debía sonreír, pero no podía.

Estoy orgulloso de ti, Aden. Espero que lo sepas.

Durante toda su vida, había decepcionado a la gente, la había confundido, avergonzado y enfurecido. La alabanza de Dan era… agradable.

Gracias murmuró Aden. ¿Cómo era posible que Dan fuera tan estupendo y, al mismo tiempo, tan falso?

¿Has visto a Shannon? Todavía no ha vuelto.

¿No había llegado? ¿Dónde estaba? Había salido antes que Aden.

No, no lo he visto. Lo siento. Salimos del instituto por separado.

Dan miró otra vez el reloj.

Bueno, voy a hacer las tareas dijo Aden, aunque no tenía intención de empezar hasta después de haber curado al lobo. Dio sólo un paso antes de que Dan volviera a llamarlo.

No tan deprisa. También me han dicho que después del colegio te quedaste hablando con una chica.

Aden tragó saliva y asintió. Estaba claro que lo habían estado vigilando, y eso no le gustaba. Si Dan le prohibía hablar con Mary Ann, entonces…

¿La has tratado bien?

¿Era eso lo que le importaba a aquel hombre? Aden se sintió aliviado.

Sí.

Dan ladeó la cabeza.

Hoy no estás muy hablador, ¿eh?

Estoy cansado. No he podido dormir en toda la noche por los nervios.

Lo entiendo. Bueno, vete. Haz tus tareas, y después acuéstate pronto. Pediré que te manden la cena a tu habitación.

Gracias dijo Aden otra vez.

Después se dirigió rápidamente hacia la parte trasera del barracón, pero no entró. Tomó la bolsa que había lanzado por la ventana y se dirigió hacia el bosque, caminando entre las sombras para que nadie pudiera verlo.

El hombre lobo se había marchado.

Sólo quedaba una mancha de sangre, húmeda y brillante bajo el sol. Aunque Aden no vio al animal, vio a Shannon, herido, ensangrentado, dirigiéndose hacia Dan.

Con el estómago encogido, Aden lo siguió y escuchó a escondidas la conversación.

¿Y quiénes eran?, preguntó Dan con ira. ¿Conseguiste verlos?

N-no.

Aden frunció el ceño. Shannon tenía los ojos verdes. El lobo tenía los ojos verdes. Shannon estaba herido. El lobo también. Shannon estaba allí en aquel momento. El lobo había desaparecido. ¿Realmente lo habían atacado, o estaba mintiendo para cubrir otra cosa, algo que la mayoría de la gente no entendería? Shannon no cojeaba, sin embargo, y la pierna no había podido curársele en tan poco tiempo, ¿verdad?

Más tarde, en el establo, cuando estaban recogiendo estiércol de caballo con las palas, Aden intentó sonsacarle información a Shannon sobre lo que había ocurrido, dirigiendo sutilmente la conversación hacia Mary Ann y hacia los lobos, para evaluar la reacción del chico. Lo único que consiguió fue el silencio.

Aden dio vueltas y vueltas por la cama, y al final terminó resignándose a otra noche de insomnio. Su mente estaba demasiado excitada. Las almas estaban dormidas, por fin, así que tenía sus pensamientos para él solo, aunque no fueran muy agradables. Sólo podía oír el jadeo de asombro que se le había escapado a Mary Ann cuando él se había metido en el cuerpo del hombre lobo. Sólo podía ver al hombre lobo, sangrando… ¿muriéndose? ¿O era Shannon el hombre lobo, tal y como él sospechaba? Si Shannon era el lobo, entonces querría matarlo. Después de todo, era lo que había prometido. Aden tendría que vigilar, estudiar y esperar. Si podía. Para entonces, Mary Ann ya le habría contado a todo el mundo lo que había visto. Lo más probable era que no la creyeran, pero con el pasado de Aden… cualquier acusación podía echarlo todo a perder.

Siempre podía recoger sus cosas y marcharse. Ya lo había hecho tres años antes. Vivir en la calle había sido muy duro. No tenía techo, ni comida, ni agua, ni dinero. Había intentado robarle la cartera a un tipo, pero lo habían arrestado y lo habían enviado a un reformatorio.

Sin embargo, ahora era más listo. Mayor. Podría sobrevivir. Pero por primera vez en su vida tenía algo por lo que sentir esperanza. Una escuela, amigos… paz. Si se escapaba, destrozaría aquella oportunidad de alcanzar la felicidad.

Suspiró y cerró los ojos.

«Despierta».

Aquella palabra resonó en su mente, seductoramente, pero también autoritariamente. Abrió los ojos. La chica del bosque estaba sobre él; su pelo oscuro caía como una cortina sobre sus hombros. No estaba allí hacía un instante, pero de todos modos, era una visión muy bella.

¿Era aquélla su visión? Porque él lo había visto antes: ella, frente a él. Pronto le haría un gesto para que lo siguiera al exterior. Y él la seguiría.

Respiró profundamente y percibió su olor a madreselva y a rosas. No, no era una visión. Aquello era real.

¿Dónde has estado? ¿Qué…?

Shhh. No debemos despertar a los demás.

Él apretó los labios. El corazón le latía con fuerza. Ella llevaba la misma toga negra que en la visión. Le dejaba un brazo pálido y esbelto al descubierto. En el dedo índice de la mano izquierda llevaba un gran anillo de ópalo. En la visión, ella siempre tenía mucho cuidado de no permitir que aquel anillo rozara a Aden.

Me alegro de que hayas venido susurró él.

Ella entornó los ojos, pero él siguió viendo su brillo cristalino. Aden se recordó que ella no sabía que él la conocía. Tenía que ser cuidadoso con sus halagos.

Ven dijo ella, y caminó… No, flotó hacia la ventana. Después, sin moverse, desapareció. Aden notó una brisa en la piel.

Un segundo después estaba en pie. Sentía la necesidad de obedecer de una manera que no entendía, y que no se había esperado. En su visión caminaba, sí, pero no se había dado cuenta de que no tendría el control de sí mismo. Sus pies se movían por voluntad propia. Lo llevaron hasta la ventana y lo hicieron saltar al suelo; no llevaba calzado, y sintió en la piel el rocío de la hierba. Ni siquiera entonces pudo dominar la situación. Sin embargo, no sintió pánico. Estaba con la chica de su visión, y eso era todo lo que importaba.

Observó la zona y la vio a unos cuantos metros por delante, junto a los árboles.

Ven dijo ella, y de nuevo, le hizo un gesto para que lo siguiera. Entonces volvió a desaparecer, pero sólo después de mirarlo de los pies a la cabeza.

Aden sintió vergüenza. Sólo llevaba unos calzoncillos negros. ¿Qué iba a pensar ella de él?

En parte, se sentía como si ya la conociera, y esa parte de él estaba cómoda con ella, y ya estaba medio enamorado de ella. Después de todo, conocía el sabor de sus labios y había oído como suspiraba su nombre, y había sentido como se derretía entre sus brazos.

Pero la parte racional de su cerebro sentía cada vez más cautela. La última vez que ella le había hablado, le había pedido respuestas que él no conocía. La última vez que la había visto, ella estaba con otro chico.

Hacía frío, y el cielo estaba lleno de nubes. Los grillos estaban chirriando, y a lo lejos, se oyó el ladrido de un perro. Pronto, ambas cosas cesaron, y sólo quedó el silencio, espeso y oscuro.

Hasta que sus compañeros comenzaron a despertar y bostezaron en su mente.

«¿Estamos fuera?», preguntó Julian con somnolencia.

Sí susurró Aden.

«No estaremos huyendo otra vez, ¿verdad?», preguntó Caleb.

No.

Eve suspiró de alivio.

«Gracias a Dios».

«Entonces, ¿vas a decirnos lo que está pasando?», pidió Elijah.

Estamos viviendo una visión.

Por fin, Aden llegó a un claro rodeado de follaje, bien oculto de miradas curiosas. ¿Pero dónde estaba la chica de la visión? No había ni rastro de ella.

Alto dijo la muchacha.

Aden se dio la vuelta y la vio. Era su belleza. ¿Y su asesina? Tenía una daga en cada mano. Sus dagas. Las que se le habían caído antes, cuando había entrado en el cuerpo del lobo.

Aden frunció el ceño.

Apareció un rayo de luna entre las nubes, e iluminó los reflejos azules de su pelo, además de las dagas. Ella no iba a apuñalarlo. Era delicada e inofensiva, tenía un aspecto demasiado inocente entre aquellas sombras.

¿Dónde está el chico?, preguntó. A él seguramente no le importaría cortarlo en trocitos. Aden no había olvidado la ira que irradiaba. ¿El que estaba contigo?

Ella ladeó la cabeza.

Si hubiera venido esta noche, te habría matado.

¿Por qué?

Está celoso de ti. Además, se supone que yo no estoy aquí, y si él hubiera sabido que iba a venir, me lo habría impedido. Tenía que venir sola.

Él se hizo miles de preguntas. ¿Alguien estaba celoso? ¿De él? ¿Por qué? ¿Y por qué se suponía que ella no debía estar allí?

¿Cómo me has traído aquí? Tú has hablado y yo me he visto obligado a obedecer.

Ella se encogió de hombros.

Es un pequeño don mío. Creo que son tuyas dijo, y se aproximó a él. Entonces, le tendió las dagas.

Aden se sintió orgulloso de sí mismo. No se estremeció, ni se preparó para atacar.

«¿Quién es?», preguntó Eve.

«Tengo otro mal presentimiento, Aden», dijo Elijah con pánico. «Creo que deberías marcharte».

Silencio murmuró.

No me des órdenes le dijo la chica. Cuanto más hablaba, más notaba Aden que tenía un acento extranjero.

No estaba hablando contigo.

Ella se desconcertó.

Entonces, ¿con quién? Estamos solos.

Conmigo mismo.

Entiendo dijo ella, aunque estaba claro que no lo entendía. Toma.

Le puso las dagas en las manos y añadió:

Estoy segura de que vas a necesitarlas en los próximos días.

¿Y no tienes miedo de que las use contra ti?

Ella se echó a reír. Su risa era como de campanillas.

No me importaría. No me puedes hacer daño.

Siento decírtelo, pero nadie puede soportar una cuchilla.

Yo sí. No puedes cortarme.

Irradiaba una confianza absoluta.

¿Quién eres?

Me llamo Victoria.

Yo soy Aden.

Ya lo sé dijo ella, y su voz se endureció.

¿Cómo lo sabes?

Llevo días siguiéndote.

¿Por qué?

Tú nos llamaste.

¿Por teléfono?

No he podido llamaros. No tengo tu número.

¿Me estás provocando?

No. De veras, no te he llamado.

Ella exhaló un suspiro de frustración.

Hace una semana, abrumaste a mi gente con energía. Era una energía tan fuerte, que nos dejaste sumidos en el dolor durante horas. Una energía que se enganchó a nosotros y nos atrajo hacia ti como si estuviéramos atados con una cuerda.

No lo entiendo. ¿Que yo envié energía?

Una semana antes, lo único que había hecho era matar cuerpos y conocer a Mary Ann.

Al pensar aquello, abrió unos ojos como platos. La primera vez que había visto a Mary Ann, todo había dejado de existir y el mundo había explotado en una ráfaga de viento. ¿Se refería a eso Victoria? ¿Y qué significaba para Mary Ann y para él?

¿Quién es tu gente? ¿Dónde vives?

Nací en Rumanía dijo ella, ignorando la primera pregunta. En Wallachia.

Aden frunció el ceño. Una vez, uno de sus tutores le había mandado hacer un trabajo sobre Rumanía. Sabía que Wallachia estaba al norte del Danubio y al sur de los Cárpatos, y que la ciudad ya no se llamaba así. También sabía que Mary Ann y él no podían haber generado un viento que llegara a un lugar tan lejano. ¿Verdad?

¿Estabas allí cuando la energía te golpeó?

Sí. Nos movemos mucho, pero acabábamos de volver a Rumanía. ¿A qué estás jugando con nosotros, Aden Stone? ¿Por qué querías que viniéramos?

No, él sólo quería que ella fuera a su lado.

Si fui yo quien os lanzó esa energía, no fue intencionadamente.

Ella alzó la mano y posó las yemas de los dedos justo debajo de la oreja de Aden. Él cerró los ojos durante un instante, saboreándolo. Por fin. Contacto. La piel de Victoria era caliente como un relámpago. Ella lo arañó suavemente hacia abajo, hasta que llegó a la base de su cuello, donde le latía el pulso.

Fuera o no fuera intencionado dijo, mi padre se puso furioso. Y créeme, su furia es algo terrorífico. Quería que murieras.

¿Y por eso me has traído aquí? ¿Para matarme? Entenderás que no lo acepte con docilidad.

La dureza de su tono de voz debió de molestarla, porque se echó hacia atrás hasta que estuvo fuera del alcance de Aden. «Tenía que haberme callado», pensó él. ¿Cómo podría hacer que volviera?

He dicho que mi padre quería que murieras admitió ella suavemente, y miró al suelo. Ya no quiere. Yo le convencí de que esperáramos, de que te estudiáramos. Después de todo, todavía sentimos las vibraciones de tu poder.

¿Por qué?

Ella no eludió la pregunta. Él quería saber por qué lo había ayudado, por qué había ayudado a un chico a quien no conocía de nada.

Me fascinas dijo, y se ruborizó. He sido una tonta por decir eso. Haz como si hubiera dicho otra cosa.

No puedo respondió Aden. Y tampoco quería. Tú también me fascinas. No he podido dejar de pensar en ti desde el primer momento en que te vi. Y cuando me visitaste mientras estaba enfermo… No, no intentes negarlo dijo, cuando ella abrió la boca para hablar. Me cuidaste, sé que lo hiciste. Desde entonces, quiero estar contigo.

Ella negó con la cabeza.

No podemos gustarnos el uno al otro. No podemos ser amigos.

Me alegro, porque no quiero ser tu amigo. Quiero ser algo más.

Aquellas palabras se le escaparon sin que pudiera evitarlo. Lo que sentía por aquella chica era distinto de lo que hubiera sentido por cualquier otra persona. Era mucho más intenso.

Tal vez debería guardarse aquella información, al menos por el momento. Sin embargo, debido a la visión de Elijah, sabía que tenía los días contados.

No lo dirías si supieras… ¿Sabes lo que soy, Aden? ¿Y lo que es mi padre?

No.

Y no le importaba. Él tenía cuatro almas atrapadas en la cabeza. No podía quejarse por lo que era otra persona, ni por sus ancestros, fueran cuales fueran.

Antes de que pudiera pestañear, Victoria estaba de nuevo ante su cara, y lo empujó hacia atrás hasta que él se chocó contra el tronco de un árbol. Él quería que ella se le acercara, pero no así. No con ira.

Entonces, Victoria le mostró los dientes, y unos colmillos afilados y muy blancos.

Sentirías terror si lo supieras.

Aquellos colmillos…

Pero… no puede ser. Te he visto a la luz del sol.

Cuanto mayores somos, más daño nos hace la luz del sol. Los jóvenes como yo podemos soportarla durante horas sin que nos afecte. ¿Lo entiendes ahora? Usamos a tu gente para alimentarnos. Son nuestra comida andante. Y si esa comida nos gusta, seguimos bebiendo de él hasta que el humano se convierte en nuestro esclavo de sangre. Pero nunca se convierten en amigos nuestros. Es inútil que nos preocupemos por ellos, porque se marchitarán y morirán, mientras que nosotros viviremos.

Él se preguntaba qué más podía haber ahí fuera, y ya lo sabía.

No puedo… Quiero decir… Una vampira…

De repente, en su mente se abrió una de las visiones de Elijah, y vio la cabeza de Victoria apoyada en su hombro, con los dientes en su cuello. Vio como le fallaban las rodillas, y como su cuerpo sin vida caía al suelo. La vio apartarse de él con la boca manchada de sangre y una mirada de horror en los ojos.

Quería negar lo que estaba viendo, pero no podía. Sospechaba que la habilidad de Elijah estaba aumentando, y aquélla era una prueba. Victoria estaba allí, real, frente a él. Lo había llevado al bosque y le había acariciado la mejilla.

Un día, Victoria lo mordería. Bebería de él. No lo mataría, pero lo dejaría indefenso.

¿Podría impedir que sucediera aquello? ¿Quería impedirlo?

El tener a Victoria en su vida se había convertido en algo tan importante para Aden como respirar.

La visión desapareció, y Aden pestañeó. Seguía en el bosque, pero Victoria no estaba con él. Con un suspiro, volvió hacia la casa, aunque sabía de antemano que no iba a dormir.