Aden miró a Mary Ann mientras se alejaba.
Toma su número de teléfono. Si es que todavía quieres llamarla, después de su mala educación le dijo la chica llamada Penny, mientras le tendía un trozo de papel. El segundo número es el mío, por si acaso decides que quieres a alguien más disponible.
Después, ella también se levantó y se marchó.
Gracias le dijo Aden.
Sonrió mientras se metía el papel al bolsillo. Sin embargo, la sonrisa no duró mucho. No sabía mucho de chicas, pero sí sabía que Mary Ann Gray se había sentido incómoda en su presencia, y que no quería saber nada de él.
¿Acaso había sentido lo diferente que era él? Esperaba que no, porque de ser así, nunca podría convencerla de que saliera con él. Y él tenía que pasar más tiempo con ella. Tenía que hablar con ella y llegar a conocerla. Ella era la responsable de aquella nueva sensación de paz que acababa de descubrir.
También era extraño. Cuanto más tiempo estaba junto a ella, más tenía que contener el impulso de huir de ella, lo cual no tenía ningún sentido. De cerca, la chica era mucho más guapa de lo que él pensaba; tenía las mejillas brillantes, los ojos de color verde y marrón. Era lista, y capaz de mantenerse firme ante su amiga. Cualquier otro chico habría querido salir con ella, pero cuando habían comenzado a hablar, él había sentido afecto, como si debiera estar acariciándole el pelo y tomándole el cabello sobre sus novios. Como si ella necesitara más pruebas de que era raro. Y, segundo, estaba aquel estúpido deseo de salir corriendo. No se le ocurría ningún buen motivo para huir de ella. En cuanto la había visto en la cafetería, las voces habían vuelto a gritar, cosa que odiaba, y después habían enmudecido, cosa que le encantaba.
¿Cómo lo conseguía ella? ¿Sabía lo que podía hacer? No parecía que fuera consciente de ello, puesto que su expresión era de indiferencia. Aden todavía no había averiguado si aquélla era la chica de sus visiones. Se parecía a ella, pero cuando pensaba en besarla… Hizo un gesto de disgusto. No le parecía bien. Le parecía muy mal. Tal vez, después de conocerla, aquello cambiara.
Se levantó y se puso en camino hacia casa, con cuidado de ir por la acera contraria al cementerio, y después por los caminos principales. Dos veces tropezó con algo, y en las dos ocasiones le palpitaron todas y cada una de las heridas del cuerpo.
«Ay, esta noche te va a doler», le dijo Caleb.
Sí. Aparte del dolor de los hematomas y los cortes, dentro de pocas horas comenzaría a hacer efecto el veneno.
«Estás empezando a molestarme de verdad, Ad», dijo Elijah de repente. «No me gusta nada la ráfaga de aire que nos tira a ese agujero negro».
Háblame de ello. De ese agujero negro, quiero decir.
«Es oscuro, silencioso. Está vacío. Y que conste que me gustaría saber cómo lo haces».
«Es una chica. La he visto de pasada», dijo Eve.
Julian comenzó a tartamudear.
«¿Una chica? ¿Es una chica la que nos echa? ¿Cómo?».
¿Es la chica con la que he estado soñando, Elijah?
Vaya. Debería habérselo preguntado antes.
«No lo sé. No la he visto».
Oh.
«Bueno, pues yo sí, y estoy segura de que la conozco. Me resulta familiar», dijo Eve, e hizo una pausa. Claramente, estaba pensando las cosas. Después exhaló un suspiro de frustración. «No soy capaz de saber lo que me resulta familiar, exactamente».
Los otros no veían las imágenes que proyectaba Elijah en su cabeza. Sólo las veía Aden. Así pues, Eve no habría visto a la muchacha en sus visiones.
Llevamos pocas semanas aquí, y no habíamos salido del rancho hasta hoy. No hemos conocido a nadie aparte de Dan y a la otra escoria.
«Escoria», el nombre que él les daba a los otros adolescentes descarriados del Rancho D. y M.
«Te juro que la conozco, no sé por qué. Y puede que ella haya vivido en cualquiera de las ciudades a las que nos han enviado».
Tienes razón…
Al darse cuenta de que podían sorprenderlo hablando solo, Aden miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca. Él habría pensado las respuestas, en vez de decirlas en voz alta, pero había tal corriente de ruido en su cabeza, que las almas tenían problemas para distinguir sus palabras de lo demás.
Había empezado a ponerse el sol, y el rancho aparecía en el horizonte. Era un edificio rojo de madera, rodeado de molinos de viento, una torre de perforación petrolífera y una verja de hierro forjado. Había vacas y caballos pastando por todas partes. Los grillos chirriaban. Se oyó el ladrido de un perro. Aden no se había imaginado que iba a vivir en un sitio como aquél, porque era lo menos parecido a un vaquero que podía existir, pero se había dado cuenta de que le gustaban más los espacios abiertos que los edificios apiñados de las ciudades.
En la parte trasera del rancho había un establo, además de un barracón donde dormían los otros y él. Normalmente estaban fuera con el tutor, el señor Sicamore, o haciendo balas de heno, segando y recogiendo estiércol con una carretilla, para usarlo de abono. Aquellas tareas tenían el objetivo de «enseñar la importancia del trabajo y la responsabilidad». Sin embargo, en opinión de Aden, sólo les enseñaban a odiar el trabajo.
Afortunadamente, aquél era el día libre de todo el mundo. Cuando atravesó la cancela, no había nadie por allí.
Tienes razón al decir que tal vez coincidiéramos en la misma ciudad al mismo tiempo, pero hay pocas posibilidades. De todos modos, te prometo que nunca la había visto de verdad hasta hoy dijo Aden, retomando la conversación donde la habían dejado. Si Mary Ann y él se hubieran cruzado antes, él habría experimentado aquel dulce silencio, y nunca lo habría olvidado.
Caleb se echó a reír.
«Tú siempre llevas la cabeza agachada, y la mirada fija en el suelo, allá donde vayas. Podrías haberte cruzado con tu madre y no te habrías dado cuenta».
Cierto.
Pero me han llevado de clínica mental en clínica mental, y allí no había chicas. Ésta es la primera vez que he salido libremente a la calle. ¿Dónde iba a haberla conocido?
Eve suspiró.
«No lo sé».
«De todos modos, creo que deberías mantenerte alejado de ella», dijo Elijah.
¿Y por qué?
Elijah permaneció en silencio.
«Bueno, no sé los demás, pero a mí no me gusta nada lo impotente que me siento cuando estás cerca de ella», dijo Julian.
¿Elijah?, insistió Aden.
«No sé. No me gusta», respondió el adivino.
Aden siguió caminando y se tropezó con uno de los perros de Dan, Sophia, una collie negra y blanca que ladraba para llamar su atención. Él le acarició la cabeza y ella continuó bailando a su alrededor. Mientras estaba allí, una idea se formó en la cabeza de Aden. Sin embargo, no la mencionó. Todavía no. Pero dijo:
Bueno, pues a mí sí me gusta, y quiero, necesito, estar más tiempo con ella.
«Entonces vas a tener que encontrar la manera de liberarnos», dijo Elijah. «Si tengo que pasar más tiempo en ese agujero negro, me volveré loco».
¿Y cómo?
Ya habían intentado hacerlo de mil modos diferentes. Por medio de exorcismos, de encantamientos, de oraciones. Nada de nada había funcionado. Y, con su propia muerte tan cercana, estaba comenzando a desesperarse. No sólo por la paz que le proporcionaría durante aquellos últimos años, o meses, o semanas de vida, sino porque no quería que sus únicos amigos murieran con él. Quería que tuvieran su propia vida. Las vidas que siempre habían deseado.
«Digamos que encontraremos el modo de salir», dijo Eve. «Entonces necesitaríamos cuerpos, cuerpos vivos, o seríamos insustanciales, como los fantasmas».
«Cierto, pero no podemos pedir los cuerpos por Internet», dijo Julian.
«Aden va a encontrar la manera», respondió Caleb con confianza.
«Imposible», quiso decir Aden, pero no lo hizo. No tenía ningún motivo para destruir su esperanza. Cuando llegó al edificio principal, murmuró:
Terminaremos esta conversación más tarde.
Entonces, cerró los labios. Las luces estaban apagadas, no había ruido de pasos ni se oía el chocar de las cacerolas. No obstante, no había manera de saber quién podía estar acechando por allí.
Llamó a la puerta y esperó un rato. Volvió a llamar. Esperó más. No apareció nadie. Se le hundieron los hombros de la decepción. Quería hablar con Dan para poner aquella idea en funcionamiento.
Con un suspiro, se dirigió hacia el barracón. Sophia ladró, y finalmente se marchó. Dentro, la brisa fresca cesaba, y el aire estaba cargado de polvo. Iba a ducharse, a cambiarse, tal vez a comer algo, y volvería a la casa. Si Dan no había vuelto para entonces, tendría que esperar hasta la semana siguiente para hablar con él. El veneno comenzaría a hacer efecto en su cuerpo durante las horas siguientes.
Aquello sólo era la calma antes de la tormenta.
Oyó un murmullo de voces, e intentó llegar de puntillas a su habitación. Sin embargo, crujió una tabla del suelo, y un segundo más tarde, Aden oyó una voz familiar.
Eh, chiflado. Ven aquí.
Aden se detuvo, preguntándose si no debería escabullirse. Ozzie y él nunca se habían llevado bien, tal vez porque todas las palabras que salían de la boca de aquel muchacho eran un insulto. Pero de todos modos, cualquier otra pelea, verbal o de otra clase, haría que lo echaran de allí. Ya se lo habían advertido.
Tú, chiflado. No me obligues a ir a buscarte.
Oyó unas risotadas.
Así que los amigos de Ozzie también estaban allí.
«Márchate. No puedo soportar otro disgusto más hoy», le dijo Julian.
«Si te marchas, pensarán que eres un débil», dijo Elijah, y por lo tanto, aquello tenía muchas posibilidades de ser cierto. «Entonces, no te dejarán en paz ni un momento».
«No. Ve al bosque y te dejarán en paz ahora», le dijo Caleb. «Además, no puedes enfrentarte a ellos en tu estado».
«Vamos, termina con ello ahora mismo», le dijo Eve. «Si no, estarás toda la noche preocupado por si te atacan. Y vas a estar enfermo, así que no deberías tener otra preocupación más».
Con la mandíbula apretada, él entró en su habitación, dejó la mochila y fue hacia la habitación de Ozzie.
«Siempre le haces caso a Eve», gimoteó Julian.
«Porque es listo», dijo Eve.
«Porque es un adolescente, y tú eres una mujer», dijo Caleb. «Nunca te habías quejado por el hecho de que yo fuera una mujer».
Cuando Aden apareció en la puerta, Ozzie lo miró, sonriendo, de arriba abajo. Pronto, la sonrisa se convirtió en un gesto de desprecio.
¿Qué has estado haciendo? ¿Besuqueándote con la aspiradora, ya que no encuentras a nadie lo suficientemente desesperado como para tocarte? O tal vez estabas con uno de tus amigos invisibles. ¿Era un tío o una tía esta vez?
Los demás se echaron a reír.
Era una chica dijo Aden. Acababa de dejarte, así que sí estaba lo suficientemente desesperada. Tocado dijeron los demás, riéndose. Ozzie se quedó callado, y entornó los ojos. Ozzie llevaba allí poco más de un año, unos meses más que cualquiera de los otros. Por lo que sabía Aden, lo habían arrestado por asuntos de drogas y de hurtos en tiendas en más de una ocasión, y finalmente, sus padres se habían lavado las manos.
Me voy dijo Aden.
No te muevas de ahí le ordenó Ozzie, y le dio un porro a medio fumar. Tenía el pelo rubio en punta, como si se hubiera pasado las manos por él varias veces. Dale una calada. Necesitas ayuda con tu locura.
Hubo más risas.
No, gracias dijo él.
No necesitaba que añadieran el consumo de drogas a su historial, ya de por sí demasiado largo.
No te lo estoy pidiendo dijo Ozzie. Fuma. Ahora.
No. Gracias repitió Aden.
Observó el dormitorio. Era igual que el suyo. Paredes blancas, una litera con edredones marrones, una cómoda y un escritorio. Nada extra. Ni carteles enmarcados, ni fotografías. A Dan le gustaba decir que la falta de detalles era para ayudarles a olvidar el pasado y concentrarse en el futuro, pero Aden sospechaba que era porque los descarriados llegaban y se marchaban con mucha rapidez.
Va-vamos, t-tío. Haz-lo-lo dijo Shannon.
Era un chico negro, el más grande de todos, que estaba tumbado sobre los almohadones que habían tirado por el suelo. Tenía los ojos enrojecidos, y uno de ellos, hinchado. ¿De una pelea reciente? Seguramente. Por lo general, Shannon tartamudeaba y los demás se reían de él, y entonces, él se enfurecía. Aden no sabía por qué iban con él.
Así-sí olvidarás q-q-que estás loc-co añadió.
Seth, Terry y Brian asintieron. Los tres podían pasar por hermanos. Tenían el pelo y los ojos oscuros, y la cara de niño. Sin embargo, sus estilos eran muy diferentes. Seth tenía mechones teñidos de rojo y se había tatuado una serpiente en la muñeca. Terry llevaba el pelo largo y enmarañado, y vestía con ropa muy holgada. Brian iba siempre impecable.
Decir que no era duro. Sobre todo, cuando sabía que le ayudaría a mitigar el dolor que se avecinaba. Pero lo hizo.
Si se drogaba, olvidaría algo más que quién era. Olvidaría hablar con Dan, y tenía que hacerlo. Si Dan accedía al plan de Aden, Aden vería mucho a Mary Ann.
Con aquel incentivo, estaba dispuesto a decir que no a cualquier cosa.
Lo que quieras, tío dijo Ozzie, y le dio una calada al porro. El humo se extendió alrededor de su cara. Ya sabía que eras patético.
«No reacciones».
¿Dónde está Ryder?, preguntó Aden. El sexto miembro de su grupo.
Dan encontró una bolsa en su habitación. Vacía, por supuesto, o lo habría echado. Y se lo llevó al pueblo para hacerle una prueba de drogas dijo Seth. Tardarán horas en volver. Por eso estamos haciendo la fiesta.
De repente, alguien llamó a la puerta, y se oyó el chirrido de las bisagras.
Ya hemos vuelto dijo Ryder nerviosamente. Debía de saber lo que estaban haciendo.
Con que iban a tardar horas en volver, ¿eh?, preguntó Aden.
Ozzie soltó una maldición y se apresuró a esconder el porro, echándolo a un recipiente de metal. Lo tapó rápidamente para encerrar el humo.
Seth tomó un bote de ambientador y pulverizó por la habitación. Terry echó los almohadones en la cama. Brian se escabulló en busca de la salida. Y Shannon permaneció donde estaba, con la cabeza apoyada en las manos. Entonces, Ryder entró en la habitación, con el pelo rojo en punta y un gesto de mal humor.
Dan entró detrás de él. Se detuvo en la puerta, junto a Aden, con los pulgares enganchados en el cinturón. Llevaba una gorra de béisbol bien calada. Al olisquear el aire, puso cara de desaprobación.
Estoy intentando salvaros la vida, chicos. ¿Lo sabéis?
Unos cuantos de los descarriados se miraron los pies con vergüenza. Ozzie sonrió con desdén. Nadie dijo nada.
Terminad de limpiar, y después quiero que hagáis algo útil. De hecho, quiero que cada uno tome un libro de la caja que os di la semana pasada y leáis cinco capítulos. Me contaréis lo que habéis leído mañana, durante el desayuno.
Todos gruñeron.
No quiero nada de eso dijo Dan, observando cada una de sus caras. Al llegar a Aden, se sorprendió, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba allí. Vamos a dar un paseo le dijo, y sin esperar a que respondiera, salió del barracón dando un portazo.
Si le dices dónde está mi hierba le amenazó Ozzie, te corto el pescuezo.
Inténtalo dijo Aden, y se dio la vuelta.
«¿Tenías que enfrentarte a él?», le preguntó Eve con frustración.
Sí.
Aden no reaccionaba bien ante las amenazas.
Fuera, inhaló profundamente el aire puro. Había atardecido, y el ambiente estaba sombrío, cosa que contrastaba con el súbito optimismo que sentía. Quizá por primera vez, Aden tenía la esperanza de que su vida cambiara a mejor. Dan caminaba por delante hacia la pradera norte, y Aden se apresuró para alcanzarlo. Aunque Aden medía más de un metro ochenta, Dan le sacaba varios centímetros.
Varias veces, durante aquella semana, cuando Aden pensaba que nadie de los de su cabeza le prestaba atención, había pensado que Dan era su padre. Se parecían; podían tener parentesco. Ambos tenían el pelo muy rubio, cuando Aden no se lo teñía para evitar las bromas sobre los rubios, los labios carnosos y la mandíbula cuadrada. Sin embargo, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se obligaba a parar. Y sorprendentemente, dejar de pensar aquello le deprimía.
¿Cómo sería de verdad su padre? Aden no tenía fotografías. No lo recordaba. Lo único que sabía de él era que le había abandonado. Lo cual significaba que también lo consideraba un monstruo. Por lo menos, Dan no lo trataba como si fuera un desequilibrado que necesitaba que lo encerraran.
Vamos directamente al grano, ¿de acuerdo?, dijo Dan cuando Aden lo alcanzó. ¿Qué has estado haciendo hoy?
Aden tragó saliva. Esperaba la pregunta, e incluso había pensado una respuesta, pero lo único que pudo decir fue:
Nada.
Odiaba mentirle a Dan, pero no podía evitarlo. ¿Quién iba a creer que había estado luchando contra unos muertos vivientes?
Nada, ¿eh?, preguntó Dan, arqueando una ceja con incredulidad. ¿Por eso tienes la cara llena de porquería y marcas de mordiscos en el cuello? ¿Por eso has estado fuera todo el día? Sabes que espero que me mantengas informado.
Te dejé una nota diciéndote que me iba a explorar el pueblo dijo. La verdad. Había explorado. No era culpa suya el haberse topado con los muertos vivientes. No he hecho nada ilegal, ni le he hecho daño a nadie añadió. Aquello también era cierto. No había nada ilegal en matar a gente que ya estaba muerta, y no se le podía hacer daño a un cadáver. Te doy mi palabra.
Dan se sacó un palillo de la camisa del bolsillo y se lo puso entre los dientes.
No tiene nada de malo que te vayas a dar una vuelta en tu día libre, incluso es aconsejable, siempre y cuando te hayas ganado mi permiso. No lo has hecho. Te habría dado mi teléfono móvil para poder localizarte si era necesario.
Pero no me has dado esa oportunidad. Me dejaste una nota en la cocina y te marchaste. Podría llamar a tu asistente social y hacer que te recogieran por esto.
Su asistente social, la señora Killerman, era el motivo por el que Aden estaba allí. Era muy vieja; seguramente tenía más de treinta años, como Dan, y a Aden le parecía fría. Se la habían asignado cuando estaba en la última clínica mental. Él ya tenía un tutor, por supuesto, pero no podía salir de la institución.
Se había quejado. Cuando Killerman le había hablado del Rancho D. y M. y había pedido que lo admitieran allí, Aden se había quedado asombrado. Y cuando por fin había quedado una plaza libre, se había sentido eufórico. Y pensar que podía perder aquella plaza, incluso sin que Dan hubiera visto el cementerio…
Aden, ¿me estás escuchando?, le preguntó Dan. Te he dicho que puedo llamar a tu asistente social por esto.
Lo sé dijo él, y miró a Dan, cuyo semblante estaba oculto en las sombras. ¿Vas a hacerlo?
Hubo un silencio. Un horrible silencio.
Entonces, Dan le revolvió el pelo.
Esta vez no, pero no siempre voy a ser pan comido, ¿entiendes? Creo en ti, Aden. Quiero cosas buenas para ti. Pero tienes que obedecer mis reglas.
Aquel gesto fue inesperado, y las palabras, increíbles. «Creo en ti». A Aden comenzaron a arderle los ojos. Se negó a pensar que fueran lágrimas, incluso cuando comenzó a temblarle la barbilla. Tal vez hubiera una chica en su cabeza, pero él no era un pelele.
¿Sigues tomando la medicación?, le preguntó Dan.
Sí, por supuesto.
Una mentira. Ni la verdad, ni una media verdad, ni siquiera una omisión podrían funcionar en aquella ocasión. Para Dan, admitir que había tirado las pastillas por el váter sería peor que escaparse a la ciudad. Además, él no necesitaba las pastillas. Lo debilitaban, lo dejaban cansado, y le embarullaban la mente. Aunque se dio cuenta de que ya estaba sintiendo todo aquello. Se mareó. Maldito veneno de cadáver. De todos modos, con el mareo llegó cierta urgencia.
En realidad, fui a buscarte cuando llegué. Yo… yo… Quiero ir al instituto público. Al Crossroads High.
Ya estaba. Hecho. Ya no podía retirar aquellas palabras.
Dan frunció el ceño.
¿Al instituto? ¿Por qué?
Sólo había una explicación que pudiera sonar creíble.
Nunca he estado con chicos de mi edad, normales, y creo que sería bueno para mí. Podría verlos, interactuar con ellos, aprender de ellos. Por favor. No he perdido ni una sola sesión de terapia desde que llegué aquí. Dos veces por semana. La doctora Quine piensa que voy bien dijo.
La doctora Quine era la última que estaba intentando recomponerlo. A Aden le caía bien. Parecía que se preocupaba de verdad por él.
Lo sé. Me mantiene informado.
Motivo por el que Aden cuidaba mucho lo que decía delante de la doctora. Sintió otra oleada de mareo, y se frotó las sienes.
Si llamas a la señora Killerman, ella puede firmar los documentos necesarios, y yo podría ir a clase la semana que viene. Sólo habré perdido el primer mes, y sería el inicio de mi nueva vida. Una vida normal. La vida que has dicho que quieres para mí.
Dan ni siquiera se tomó un momento para pensarlo.
Está bien en teoría, pero… Diga lo que diga la doctora Quine, tú sigues teniendo conversaciones contigo mismo. No lo niegues, porque te he oído esta mañana. Te quedas mirando al vacío durante horas, desapareces, y aunque acabo de encontrarte con los otros chicos, estabas rígido y enfadado, así que sé que no te has hecho amigo suyo. Lo siento, chico, pero la respuesta es no.
Pero…
No. Mi palabra final. Tal vez, con el tiempo.
No he hecho amigos aquí porque no le intereso a nadie.
Puede que no lo estés intentando.
Aden apretó los puños con furia. Tal vez no lo estuviera intentando, pero… ¿importaría eso? Él no quería hacerse amigo de Ozzie y de sus subalternos.
Sé que te has enfadado, pero es lo mejor. Si le hicieras daño a alguno de los alumnos, te meterían en la cárcel, y no tendrías más oportunidades. Y como ya te he dicho, no quiero eso para ti. Eres un buen chico con mucho potencial. Debes tener la oportunidad de alcanzar todo ese potencial, y brillar, ¿de acuerdo?
La ira de Aden se mitigó ante la bondad de Dan. Sin embargo, su determinación se fortaleció. Tenía que ir a aquel instituto, tenía que pasar más tiempo con Mary Ann. Sí, podría encontrársela casualmente en la ciudad, ¿pero cuándo? ¿Y con cuánta frecuencia? Las clases del instituto eran cinco días a la semana, durante siete horas al día. Allí tendría muchas oportunidades de conocerla y saber cómo podría salir con ella.
Y, durante aquellas benditas horas estaría en paz. Por eso estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Incluso… Tragó saliva, porque no le gustaba dónde acababa aquel pensamiento.
¿Estás seguro?, le preguntó, dándole a Dan una última oportunidad.
Muy seguro.
Bueno.
Entonces, Aden miró a su alrededor, y hacia detrás, para asegurarse de que nadie podía ver lo que iba a suceder desde la casa y desde el barracón.
«Sé lo que estás planeando, Ad, y no es buena idea». Si Caleb hubiera poseído un cuerpo propio, estaría zarandeando a Aden por los hombros. «En realidad, es una idea malísima. No tengo que ser vidente para saberlo».
La última vez que había hecho algo parecido se había pasado una semana en cama, temblando de frío, con miedo de todos los sonidos, y agonizando cada vez que algo le rozaba la piel. Y con la toxina en el organismo, aquellas consecuencias podían ser mil veces peor.
«Aden», dijo Eve. Por su tono, era evidente que se avecinaba un sermón.
Lo siento, Dan dijo Aden… justo antes de entrar en su cuerpo.
Gritó a causa del dolor que le causaba pasar de una masa sólida a una neblina, y Dan gritó también. Ambos cayeron de rodillas aturdidos. Los colores se fundían unos con otros, el verde de la hierba con el marrón de las vacas, el rojo del tractor con el amarillo del trigo. Aden estaba jadeando, sudando, con el estómago a punto de estallar.
Respiró profundamente varias veces. Minutos después, consiguió encontrar su centro de gravedad. El dolor disminuyó, pero sólo un poco.
«Tuviste que hacerlo», soltó Caleb.
No se va a acordar respondió Aden. Era extraño saber que era él quien hablaba, pero con una voz diferente. Estaremos bien.
«Bueno, haz lo que quieras hacer y salgamos de aquí rápidamente», dijo Julian. «Dios santo, a veces no puedo creer las cosas que haces».
Elijah gimió.
«Si alguien supiera que eres capaz de hacer esto…».
Nadie lo va a saber dijo él. Eso esperaba.
Aden obligó a Dan a sacarse el teléfono móvil del bolsillo, como si aquél fuera su propio cuerpo. La mano temblaba, pero consiguió pasar los números hasta que llegó al de Tamera Killerman. Su número estaba entre los de marcación rápida.
Aden tragó saliva y llamó.
¿Sí?, respondió su asistente social al tercer tono.
Hola, señora Killerman dijo él. Soy… Dan Reeves.
Hubo una pausa. Una risita.
¿Una risita? ¿De Killerman, siempre tan calmada y tan formal? La conocía desde hacía un año, y apenas la había visto sonreír. Aden pestañeó de la sorpresa.
¿Señora Killerman?, preguntó ella. Su voz era un susurro que hizo que a Aden se le encogiera el estómago. Ayer me llamaste cariño.
Yo… eh…
Bueno, ¿qué tal estás, mi amor, y cuándo volveré a verte?
¿Mi amor? ¿Por qué…? Aden se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y frunció el ceño. Se sintió decepcionado, enfadado. Dan estaba casado, y sólo su esposa debería llamarlo «mi amor». A Aden le caía muy bien la mujer de Dan. Se llamaba Meg Reeves, cocinaba maravillosamente bien, siempre tenía una sonrisa para todo el mundo y nunca le había reprendido. Incluso canturreaba mientras limpiaba la casa.
Aden quiso entrar en los recuerdos de Dan. Quería saber por qué un hombre traicionaría a una mujer tan estupenda. Sin embargo, parecía que la única habilidad que no poseía era la de leer el pensamiento de los demás.
«No importa. Termina lo que has empezado antes de que te marees demasiado».
Escuche, señora Killerman. Quisiera apuntar a Haden Stone en el instituto de la ciudad. Se llama Crossroads High.
¿A Haden?, preguntó ella con asombro. ¿Al esquizofrénico? ¿Por qué?
Él apretó los dientes con furia. «¡No soy esquizofrénico!».
Creo que la interacción con los demás estudiantes será buena para él. Además, durante el tiempo que ha estado aquí ha mejorado mucho, tanto que ni siquiera sé por qué está aquí.
¿Se habría pasado?
Me parece muy bien, pero… ¿estás seguro de que está preparado? Ayer, cuando hablamos, me dijiste que progresaba con lentitud.
Ayer no estaba hablando de Aden. Estaba hablando de Ozzie Harmon. Aden está totalmente preparado.
¿Totalmente?, ella volvió a reírse. Dan, ¿estás bien? Parece que no eres tú mismo.
Él se tambaleó, pero volvió a erguirse.
Estoy perfectamente. Sólo tengo un poco de cansancio. De todos modos, si comenzaras a arreglarlo todo, te lo agradecería mucho dijo Aden, pensando que eso sería algo que también diría Dan. ¿De acuerdo?
De acuerdo. Supongo. Pero… ¿sigues queriendo que Shannon Ross vaya también a Crossroads?
¿Shannon? ¿Por qué Shannon? ¿Y por qué no se lo había dicho a nadie?
Sí. Volveré a llamarte luego añadió, antes de que ella pudiera hacerle más preguntas. Cariño.
Clic.
Durante un largo instante, Aden miró fijamente el teléfono, luchando por mantener la respiración, temblando. Afortunadamente, la señora Killerman no volvió a llamar.
Más tarde, cuando Dan estuviera solo, recordaría aquella charla con Aden, pero pensaría que había hecho la llamada de teléfono por voluntad propia. Se preguntaría por qué, pero nunca recordaría que Aden había entrado en su cuerpo. Nadie se acordaba, tal vez porque sus mentes no podían procesar aquella noción. Tal vez porque Aden se llevaba el recuerdo.
De cualquier modo, se preguntó si Dan llamaría a Killerman otra vez para decirle que había cambiado de opinión. ¿Y cumpliría ella su promesa de ponerlo todo en marcha?
Sólo el tiempo lo diría.
Lo único que podía hacer Aden era esperar. Eso, y curarse, pensó, mientras Dan y él se agachaban y vomitaban. Estupendo. Su batalla con el veneno acababa de empezar.