Mary Ann Gray vio a su amiga y vecina, Penny Parks, y se acercó a la terraza de la cafetería.
¡Estoy aquí, estoy aquí!, dijo mientras se sacaba los auriculares de los oídos. Evanescence quedó en silencio.
Guardó el iPod en su bolso y le echó un vistazo a su Sidekick. Sólo tenía un correo electrónico de su padre, que le preguntaba qué quería cenar. Podía responder un poco más tarde.
Penny le tendió a Mary Ann su café.
Justo a tiempo. Te has perdido el corte de electricidad. Yo estaba dentro, y todas las luces se apagaron. Nadie tenía cobertura en el móvil, y le oí decir a una señora que los coches se habían quedado parados en la carretera.
¿Ha habido un corte de electricidad que ha parado a los coches?
Qué raro. Sin embargo, aquel día era el día de las cosas raras. Como el chico a quien había visto en el cementerio, y que había hecho que se cayera, ¡sin tocarla!
¿Me estás escuchando?, le preguntó Penny. Te has quedado en blanco. Bueno, como te estaba diciendo, fue hace un cuarto de hora.
Exactamente, cuando ella estaba en el cementerio, cuando su iPod se había quedado en silencio momentáneamente, y cuando había soplado una racha de viento inesperado. Eh…
Bueno, ¿y por qué has tardado tanto?, le preguntó Penny. He tenido que pedir yo sola, y ya sabes que eso no es bueno para mi dependencia.
Se sentaron en las sillas que Penny les había guardado. El sol hacía brillar la mesa. Mary Ann inhaló profundamente los aromas del café, de la crema y de la vainilla. Dios, adoraba Holy Grounds. Tal vez la gente se acercara con el ceño fruncido al puesto, pero siempre salían con una sonrisa.
Y, como si quisieran demostrar que lo que acababa de pensar era cierto, una pareja madura se alejó de la caja registradora sonriéndose el uno al otro por encima del borde de la taza. Mary Ann tuvo que apartar la vista. Una vez, sus padres fueron así. Estaban felices juntos. Entonces, su madre había muerto.
Bebe, bebe dijo Penny. Y mientras saboreas, dime por qué te has retrasado.
Ella le dio un sorbito a su café. Ah, delicioso.
Como ya te he dicho, siento haber llegado tarde, de verdad. Pero, por desgracia, mi retraso no es lo peor de todo.
¿Ah, no? ¿Qué ha pasado?
No he acabado de trabajar. En realidad, esto es sólo un descanso de treinta minutos. Tengo que volver… se encogió, esperando el grito…
¿Cómo?
Y allí estaba. Una pequeña infracción, de veras, pero Penny lo vería como una gran ofensa. Siempre lo hacía. Era una gran amiga que esperaba que el tiempo que pasaran juntas no fuera interrumpido. A Mary Ann no le importaba. En realidad, admiraba aquel rasgo. Penny sabía lo que quería de la gente que formaba parte de su vida, y esperaba que se lo dieran. Y normalmente era así. Sin queja. Aquel día, sin embargo, no podía ser.
La Regadera va a servir las flores para la boda Tolbert-Floyd de mañana, y todos los empleados tenemos que hacer horas extra.
Aj dijo Penny, sacudiendo la cabeza con decepción. ¿O era desaprobación?. ¿Cuándo vas a dejar ese trabajo de tres al cuarto en la floristería? Es sábado, y eres joven. Deberías estar de tiendas conmigo, tal y como teníamos planeado, en vez de trabajar como una esclava entre espinas y tierra.
Mary Ann observó a su amiga por encima del borde de la taza. Penny tenía un año más que ella, el pelo rubio platino, los ojos azules y la piel pálida. Llevaba vestidos camiseros con sandalias, hiciera el tiempo que hiciera. Era despreocupada y no pensaba en el futuro, salía con quien quería cuando quería, y faltaba a menudo al colegio.
Mary Ann, por otra parte, vomitaría si pensara en infringir alguna norma.
Sabía por qué era como era, pero justo por eso, su decisión de ser una buena chica se fortalecía. Su padre y ella sólo se tenían el uno al otro, y ella no quería decepcionarlo. Lo cual hacía que su amistad con Penny fuera más rara, ya que su padre tenía objeciones, aunque no las dijera en voz alta. Pero Penny y ella habían sido vecinas durante muchos años, y habían ido al mismo parvulario cuando vivían a kilómetros de distancia. Pese a sus diferencias, nunca habían dejado de salir juntas. Y nunca lo harían.
Penny era adictiva. Uno no podía separarse de ella sin desear estar con ella. Tal vez fuera su sonrisa. Cuando sonreía, parecía que las estrellas se alineaban y no podía ocurrir nada malo. Bueno, las chicas se sentían así. Los chicos la veían y tenían que limpiarse la baba.
¿Y no puedes, por favor, por favor, llamar y decir que te has puesto enferma?, le pidió Penny. Una dosis tan pequeña de Mary no es suficiente.
Cuando sonrió, en aquella ocasión, Mary Ann tuvo que protegerse contra ella.
Ya sabes que estoy ahorrando para la universidad. Tengo que trabajar.
Aunque sólo los fines de semana. Eso era lo que le permitía su padre. Los otros días de la semana estaban dedicados a los deberes.
Tu padre debería pagarte los estudios. Puede permitírselo.
Pero eso no me enseñaría la responsabilidad, ni el valor de un dólar bien ganado.
Dios, y ahora lo estás citando dijo Penny con un escalofrío. La mejor manera de echar por tierra mi humor.
Mary Ann se echó a reír.
Si me lo pagara todo, estaría estropeando mi plan de quince años. Y nadie estropea mi plan de quince años y vive para contarlo. Ni siquiera mi padre.
Ah, sí. El plan de quince años que no consigo que te replantees, sea cual sea la tentación que yo te ponga delante dijo Penny mientras se metía un mechón de pelo detrás de la oreja, dejando a la vista tres aros de plata. Graduarse en el instituto, dos años. Licenciatura, cuatro. Másters y doctorado, siete. Prácticas, uno. Abrir tu propia consulta, uno. Yo no sé lo que voy a hacer esta noche, y mucho menos durante los próximos quince años.
Yo sí me imagino lo que vas a hacer esta noche. Has quedado con Grant Harrison.
Llevaban saliendo unos seis meses con interrupciones. En aquel momento estaban en una interrupción, pero eso no les impedía verse.
Además, no hay nada de malo en prepararse un poco.
Un poco. ¡Ja! Sospecho que tienes tu vida organizada al segundo. Seguramente sabes la ropa interior que vas a llevar dentro de tres años, cinco horas, dos minutos y ocho segundos.
Un tanga negro de encaje respondió Mary Ann sin dudarlo.
Penny se quedó en silencio durante un instante, y después se rió.
Casi me la cuelas, pero el tanga te ha delatado. Tú eres más proclive a las braguitas de algodón, después de todo.
¿Y acaso cubrirse adecuadamente era malo?
De veras, no lo tengo todo planeado. Ni siquiera yo soy tan previsora.
Mira, te conozco de toda la vida, y sé lo que querías hacer cuando eras pequeña. Querías bailar ballet en un teatro abarrotado de gente, besar al famoso del que estuvieras enamorada en ese momento y tatuarte flores por todo el cuerpo para parecer un jardín. No quisiste ser psiquiatra hasta que tu madre… al darse cuenta de que iba a meter la pata, terminó con un: ¡No querías!
La sonrisa de Mary Ann se desvaneció lentamente. En el fondo, no sabía si podía negar aquello. De pequeña había sido muy bravucona, y les había dado mucho trabajo a sus padres. Hablaba y se reía muy alto, siempre quería ser el centro de atención y tenía rabietas cuando no se salía con la suya. Entonces, su madre murió en un accidente de tráfico, en el que Mary Ann también había estado presente. Se había pasado tres semanas recuperándose en el hospital. Su cuerpo se había curado, sí, pero su alma no.
Cuando salió del hospital, la casa de los Gray se había hundido en el abatimiento, y Mary Ann y su padre habían dejado de ser la familia afectuosa, aunque combativa, de antes. Con el tiempo, aquella tristeza los había unido otra vez. Él se había convertido en su mejor amigo, y los planes de futuro de su hija habían conseguido que se sintiera orgulloso.
El día en que ella le dijo que tal vez quisiera ser psiquiatra, como él, su padre había sonreído como si acabara de tocarle la lotería. Le había dado un abrazo. La había hecho girar por el aire y se había reído por primera vez en meses. Después de eso, Mary Ann no habría podido elegir otro camino. Por mucho que odiara estudiar, no se imaginaba a sí misma siendo otra cosa que médica. Y que Penny le hiciera sentir pena por ello, bueno…
Vamos a hablar de otra cosa.
Estupendo. Te has enfadado conmigo, ¿verdad?
No.
Sí. Tal vez. Normalmente, no hablaban de su madre. Aunque habían pasado varios años, los recuerdos estaban demasiado a flor de piel.
Preferiría que te preocuparas de tu futuro, no del mío le dijo.
Penny suspiró.
No debería haberme metido en eso, y lo siento. Lo que pasa es que sólo te dedicas a lo serio, y no te diviertes, y yo quiero recuperar a mi amiga divertida.
Mary Ann no respondió, y Penny le estrechó la mano.
Vamos, Mary. Todavía estás dolida. Perdóname, por favor. Sólo nos quedan quince minutos, y no quiero pasármelos discutiendo contigo. Te quiero mucho, y sabes que sería capaz de cortarme una pierna y patearme el trasero si pudiera. Tal vez también debería cortarme la lengua y clavarla con un clavo en la pared de tu habitación. Y después…
Está bien, está bien dijo Mary Ann, riéndose. Te perdono. Gracias a Dios. Pero, de verdad, me has hecho trabajar mucho para conseguirlo, y ya sabes que odio trabajar.
Con aquella irresistible sonrisa suya, Penny encendió un cigarrillo e inhaló profundamente. Pronto estuvieron rodeadas de humo, y Penny se reclinó en la silla y estiró las piernas.
Entonces, ¿de qué quieres hablar? ¿De las chicas a las que odiamos? ¿De los chicos que nos gustan?
Mary Ann tomó su taza de café y se echó hacia atrás todo lo que pudo.
¿Por qué no hablamos de que fumar mata?
No hay necesidad. Soy indestructible.
Eso te gustaría dijo Mary Ann con una sonrisa.
Sin embargo, la diversión desapareció rápidamente al notar una ráfaga de viento en el pecho. Se frotó el pecho, sobre el corazón, y miró a su alrededor.
Aquella ráfaga no había afectado a nadie más, aparentemente. Y ella sólo había notado tal golpe en otra ocasión. Se le encogió el estómago.
Si no apagas el cigarro por ti misma, hazlo por mí dijo. No quiero volver al trabajo oliendo a cenicero.
Me da la sensación de que tus rosas te van a adorar de todos modos dijo su amiga irónicamente, y dio otra calada. Apiádate de mí. Tengo estrés, y lo necesito.
¿Y por qué has estado estres…?
Oh, oh, oh. Vaya. A las tres en punto. Acaba de sentarse a una mesa que está enfrente de la nuestra. Es moreno, tiene cara de actor de cine, y músculos. Dios santo, qué músculos. Y lo mejor es que te está mirando. Lo mejor para ti, claro. ¿Por qué no me mira a mí?
A Mary Ann se le aceleró el corazón al instante. Primero, aquel extraño viento, y después, un chico moreno cerca. «Por favor, que sea una coincidencia». Se inclinó hacia delante, y tapándose la boca para disimular, le preguntó:
¿Está manchado de barro y tiene la ropa rasgada?
Sí, tiene la cara sucia. Bueno, es como si se hubiera intentado limpiar. Pero lleva la camisa limpia y perfecta. Dios, tiene el pelo teñido de moreno, pero las raíces rubias. Me pregunto si tendrá tatuajes. Es muy sexy. ¿Cuántos años crees que tendrá? ¿Dieciocho? Creo que es lo suficientemente alto como para ser mayor de edad. Y, oh, Dios mío, ¡me acaba de mirar! Creo que me voy a desmayar.
Aparte de la camisa, la descripción cuadraba. Tal vez se hubiera cambiado.
Sintió una emoción que no sabía identificar. El hecho de que él pudiera estar allí…
Tenía intención de pasar a ver la tumba de su madre antes de reunirse con Penny. Después de todo, estaba de camino. Sin embargo, al ver a aquel muchacho y sentir la extraña ráfaga de viento, sólo tuvo ganas de escapar.
Lo he visto antes dijo ella. ¿Crees… crees que me ha seguido?
Penny abrió unos ojos como platos, se movió en el asiento y lo miró sin disimulo.
Seguramente. ¿Crees que es un acosador? ¡Dios santo, eso es todavía más sexy!
¡No lo mires!, le dijo ella, dándole una palmadita en el brazo a su amiga. Penny se volvió hacia ella.
Mira, no me importa si es un asesino en serie que tiene los corazones de sus víctimas en el congelador. Cuanto más lo miro, más me gusta. Parece un chico malo y misterioso Penny se estremeció. Puede que yo le ofrezca mi corazón.
Un chico malo. Sí, eso también encajaba. Mary Ann no tuvo que darse la vuelta para recordar su aspecto. Tenía su imagen grabada en la mente. Como había dicho Penny, su pelo era negro, con las raíces rubias de dos centímetros de largo. Lo que no había dicho Penny era que tenía un rostro tan perfecto como el de las estatuas griegas que ella había visto en su libro de historia, incluso con la suciedad. Durante un breve instante, cuando un rayo de sol lo había iluminado, ella habría podido jurar que tenía los ojos verdes, castaños, azules y dorados. Sin embargo, el rayo se había desvanecido y los colores se habían fundido los unos con los otros y sólo habían dejado un negro intenso.
Sin embargo, los colores no tenían importancia. Aquellos ojos eran salvajes, asilvestrados, y ella había sentido aquella impresión innegable que había terminado tan rápidamente como había empezado, como si durante un segundo hubiera estado conectada a un generador que la había sacudido, que le había puesto los nervios de punta. Incluso le había hecho daño. Entonces era cuando habían comenzado las náuseas.
¿Por qué volvía a experimentar todo aquello, aunque con menos intensidad? ¿Incluso antes de haberlo visto? ¿Por qué sentía aquello? No tenía sentido. ¿Quién era él?
Vamos a hablar con él dijo Penny.
No replicó Mary Ann. Yo tengo novio.
No, tienes a un idiota que está desesperado por meterse en tus braguitas aunque tú le digas que no. Lo cual, a propósito, es una garantía de que se está acostando con alguna otra cada vez que te das la vuelta.
Había algo en su tono de voz… Mary Ann se apartó de la cabeza al chico del cementerio y miró a su amiga con el ceño fruncido.
Espera. ¿Es que has oído algo?
Hubo una pausa. Otra calada. Una risita nerviosa.
No. No, claro que no dijo Penny. Y de todos modos no quiero hablar de Tucker. Quiero hablar del hecho de que tú y ese chico misterioso deberíais ligar. Le gustas, eso está claro. Y tú tienes las mejillas sonrojadas y las manos temblorosas.
Seguramente estoy incubando una gripe dijo Mary Ann.
No seas remilgada. Dame permiso y lo llamaré. Podéis salir juntos, no se lo diré a Tucker, te lo juro.
No. ¡No, no, no! En primer lugar, yo nunca engañaría a Tucker.
Penny puso los ojos en blanco.
Pues entonces rompe con él.
Y en segundo lugar prosiguió Mary Ann, haciendo caso omiso del comentario de su amiga, no tengo tiempo para salir con otro chico, ni siquiera como amigo. Es muy importante que saque buenas notas. Se acerca la Selectividad.
Tienes todo sobresaliente, y vas a sacar otro en la Selectividad, seguro.
Quiero seguir así, y la única manera de sacar sobresaliente en Selectividad es estudiar.
Bueno, pero cuando te mueras de estrés y aburrimiento, te arrepentirás de no haber aceptado mi oferta. ¿Quién habría pensado que yo sería la más lista de las dos?
En aquella ocasión, fue Mary Ann la que puso los ojos en blanco.
Si tú eres la más lista, ¿entonces qué soy yo?
La guapa aburrida dijo Penny con su sonrisa, aunque en aquella ocasión no fue tan brillante. Supongo que no puedes evitarlo, con todos esos rollos psicológicos que te mete tu padre. Que si hay algo bueno en todo el mundo, bla, bla, bla… Te digo que hay gente que no merece la pena, y Tucker es un… uno de ellos dijo con vehemencia. ¡Vaya! No he tenido que hacer nada y se está acercando. Sí, me has oído bien. ¡Tu acosador viene para acá!
Mary Ann se volvió sin poder evitarlo. Era el chico del cementerio. Apenas pudo disimular el gesto de dolor al sentir otra sacudida y más ardor de estómago.
Por lo menos, el mundo no se quedó parado en aquella ocasión.
Con más calma, pudo observarlo. Tenía los pantalones vaqueros rasgados, pero se había cambiado de camisa. Aquélla estaba limpia y no tenía agujeros. Su rostro era tan perfecto como pensaba, demasiado perfecto como para ser real. Tenía unas pestañas negras y espesas, los pómulos altos y bien esculpidos, la nariz perfectamente inclinada y los labios perfectamente curvados, aunque fruncidos en aquel instante.
Era más alto de lo que creía. Seguramente le sacaba una cabeza a ella. Y sus rasgos estaban tensos de determinación.
Se aproximó de manera vacilante, y cuando llegó hasta ellas, se detuvo y dejó caer la mochila a sus pies.
Mary Ann se puso rígida. Sintió que se le quedaba la boca seca. ¿Qué iba a hacer si él le pedía que salieran juntos? Tucker era su primer y único novio. En realidad, el único que le había pedido que saliera con él, así que nunca había tenido que rechazar a nadie. Aunque no sabía si aquel chico quería pedirle que saliera con él. «Por favor, no me lo pidas».
«¿No crees que eres una egocéntrica? La mayoría de los chicos quieren tus apuntes, no tu cuerpo».
Este día no podía ser mejor dijo Penny.
El chico saludó con timidez.
Hola dijo. Después frunció el ceño y se frotó el pecho, como había hecho ella misma un poco antes. Él entrecerró los ojos y miró a su alrededor.
Hola dijo Mary Ann, y fijó la mirada en la mesa. No sabía qué decir.
Se hizo un silencio muy incómodo.
Penny suspiró.
Está bien. Ella se llama Mary Ann Gray, y estudia en Crossroads High School. Te daré su número de teléfono si me lo pides de una manera agradable.
Penny dijo Mary Ann, y le dio una palmada en el hombro.
Penny hizo caso omiso.
¿Cómo te llamas tú? ¿Y a qué instituto vas?, le preguntó al muchacho. ¿Al Caballo Salvaje?, inquirió con disgusto.
Me llamo Aden. Aden Stone. Acabo de venir a vivir aquí. Y no voy a un instituto público dijo él, e hizo una pausa. ¿Pero qué tiene de malo el Caballo Salvaje?
Tenía una voz grave, que producía escalofríos. Ella se obligó a concentrarse en lo que estaba diciendo, en vez de en su timbre. Había dicho que no iba a un instituto público. ¿Significaba eso que iba a una escuela privada, o que se estaba educando en su casa?
Es nuestro rival más grande y allí van los peores humanos de la tierra dijo Penny, y le ofreció una silla. Bueno, ya que no estudias allí, ¿quieres sentarte con nosotras, Aden Stone?
Oh, yo… yo… si no os importa dijo, aunque se dirigió a Mary Ann.
Antes de que ella pudiera responder, lo hizo Penny.
Claro que no le importa. Me estaba diciendo que ojalá vinieras a saludar. Siéntate, siéntate. Háblanos un poco de ti.
Lentamente, Aden se acomodó en la silla. El sol le acariciaba el rostro como si lo adorara. Y, por un momento, sólo durante un momento, Mary Ann vio los diferentes colores de sus ojos otra vez. Verde, azul, dorado y marrón. Asombroso. Sin embargo, tan rápidamente como habían aparecido, desaparecieron, y dejaron de nuevo el color del ónice.
Olía a pino y a bebé. ¿Por qué a bebé? ¿Tal vez porque se había limpiado con una toallita humedecida? De todos modos, estando tan sucio, debería haber despedido un olor desagradable. Sin embargo, aquel olor le recordaba a Mary Ann a algo… o a alguien. No sabía a quién. Sólo sabía que sentía el repentino impulso de abrazarlo.
¿Abrazarlo?
¿De la atracción, a la curiosidad, al disgusto y al afecto? En serio, ¿qué le estaba ocurriendo? ¿Y qué iba a decir Tucker? Ella nunca había coqueteado con otros chicos, aunque en aquel momento tampoco estuviera haciéndolo, así que no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar Tucker. Tal vez fuera una piraña en el campo de fútbol, pero siempre había sido muy amable con ella.
Me estaba preguntando… Te vi fuera del cementerio le dijo Aden a Mary Ann. Eh… Tú… ¿Notaste algo que te inquietara?
Tan vacilante… Era muy mono. Y muy dulce, también. El impulso de abrazarlo se intensificó. Sin embargo, Mary Ann se limitó a mirarlo fijamente, porque no sabía si lo había entendido bien. ¿Acaso él también había sentido aquel viento extraño?
¿Como qué?
No importa respondió él, con una sonrisa que rivalizaba con la de Penny, y que la superaba.
No debía de haberlo sentido, pensó Mary Ann.
¿Estabas visitando la tumba de algún ser querido?
Eh, no. Yo… trabajo allí. Seguramente, van a dar muchas noticias sobre la profanación de varias tumbas. Yo estaba limpiando las cosas.
¿Estaba intacta la tumba de su madre? ¡Sería mejor!
Qué morboso dijo Penny. ¿Nunca tienes la tentación de escarbar un poco y robar algo?
Pues no dijo él, y volvió la cara para ocultarla cuando un hombre rechoncho pasó junto a ellos.
¿Se estaba escondiendo? Tal vez aquél fuera su jefe, y se suponía que él no tenía que estar de descanso.
Mary Ann lo estudió, preguntándose qué… De repente, vio que tenía un moretón en el cuello y sin querer, soltó un jadeo.
¡Ay! ¿Qué te ha ocurrido?
Tenía dos heridas, ambas una mezcla de azul y negro. Eran marcas de dientes. Mary Ann se ruborizó. Seguramente se las habría hecho una chica.
Ah, no te preocupes. Eso es personal. No tienes por qué contestarme.
Él no lo hizo. Se cubrió las heridas con la mano y se ruborizó.
Estupendo, dos mojigatos en la misma mesa dijo Penny, con un suspiro de sufrimiento. Bueno, ¿y qué aficiones tienes, Aden? ¿Dónde estudias, si no vas a un instituto público? ¿Y tienes novia? Supongo que sí, ya que te han mordido, pero espero que nos digas que estáis a punto de terminar.
Él volvió a mirar a Mary Ann.
Tengo más curiosidad por Mary Ann. ¿Por qué no hablamos de ella?
Eso sí que era esquivar las preguntas.
Sí, Mary Ann dijo Penny, apoyando los codos sobre la mesa con una expresión de embeleso. Cuéntanos tu emocionante plan de los quince años.
Si dices otra palabra más, voy a aceptar la oferta que me has hecho antes dijo Mary Ann. Seguro que tu lengua quedaría muy bien clavada en la pared de mi cuarto.
Penny alzó las manos con cara de inocencia.
Sólo estaba intentando animar el ambiente, cariño dijo. Con una sonrisa, dejó caer el cigarrillo al suelo y lo apagó con el pie. Tal vez el mejor modo de hacerlo es marchándome. Así podréis conoceros.
No dijo Mary Ann. Quédate.
No. Sólo causaría más problemas.
Aden estaba observándolas con una expresión de desconcierto.
No, claro que no dijo Mary Ann, que agarró a Penny de la muñeca y tiró de ella para que volviera a sentarse. Tú vas a… entonces, recordó algo y se sobresaltó. Oh, no. ¿Qué hora es?
Dejó el café en la mesa, se sacó el teléfono móvil del bolsillo y miró la hora. Lo que se temía.
Tengo que irme.
Si no se apresuraba, iba a llegar tarde a la floristería.
Te acompaño a donde vayas. No me importa dijo Aden, y se puso en pie tan rápidamente que la silla resbaló hacia atrás y golpeó a un hombre que pasaba. Disculpe murmuró.
Tengo muchísima prisa, así que creo que iré sola. Lo siento.
Así sería mejor. Todavía le hervía la sangre en las venas, y tenía el estómago encogido. Le dio un beso a Penny en la mejilla y se puso en pie.
Encantada de haberte conocido, Aden.
Yo también dijo él.
Ella dio un paso hacia atrás y se detuvo. Dio otro, aunque su mente le estaba gritando que se quedara, a pesar de todo.
Aden se adelantó hacia ella y le dijo:
¿Podría llamarte? Me encantaría llamarte.
Yo…
Mary Ann abrió la boca para decir sí. Aquel rincón oscuro de su mente quería verlo de nuevo, y averiguar por qué sentía dolor y afecto en su presencia. El resto de su cabeza, la parte racional de su naturaleza, comenzó a recitar todos los motivos por los que tenía que mantenerse apartada de él: Instituto. Notas. Tucker. Plan de los quince años. Sin embargo, tuvo que esforzarse mucho para poder decir:
No, lo siento.
Se dio la vuelta rápidamente y se dirigió hacia la floristería, preguntándose si había cometido un enorme error. Un error que lamentaría toda su vida, tal y como había predicho Penny.