Neala se encogió cuando se abrió la puerta. Presionó la cara contra la piel de ciervo que tenía debajo, deseando poder meterse dentro de ella.
Unas fuertes pisadas se acercaban.
¡No!
Apretó los dientes, tratando de no chillar.
—¡Krull!
Su cuerpo se estremeció, sacudido por el terror.
¡Jesús, tendrían que haber escapado de allí, corriendo!
En cualquier momento él apartaría las pieles que la cubrían.
«Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres…».
* * *
Desde su escondite, detrás de una piel de ciervo, Johnny contempló la oscura figura, que se dirigía al rincón más alejado de donde él estaba.
Llevaba un rifle colgado a la espalda.
«¿Mi rifle?».
Pobre Sherri…
La espada chocó con la pared.
El extraño ser dio media vuelta y se quedó inmóvil. Johnny contuvo la respiración.
El ancho y curtido rostro era de color rojo a la luz de la vela. Le faltaba un ojo, y la cuenca era una ranura oscura, como un recipiente sin tapadera. El otro ojo parecía observar a Johnny desdeñosamente.
De pronto, el único ojo se fijó en el montón de pieles que estaba cerca de los pies de Johnny. Robbins levantó la vista. Vio el cabello de Neala. Unos mechones rizados bajo una de las pieles, relucientes en medio de aquella dorada luminosidad.
El monstruo se abalanzó. Asió el cabello de Neala y tiró con fuerza.
La cabeza quedó al descubierto.
El monstruo la miró lentamente, estudiándola con su único ojo.
Johnny se irguió por detrás de la piel de ciervo. Con ambas manos asió la espada. Su hoja golpeó, cortando el brazo extendido. El brazo cayó al suelo, todavía con el cabello de Neala en la mano.
La espada volvió a golpear, esta vez contra el cuello. La hoja cortó. La cabeza se inclinó a un lado, y brotó la sangre. Una tira de carne y músculo paró su caída, quedando colgada del pecho, balanceándose ligeramente.
El cuerpo cayó hacia atrás.
* * *
Neala, oculta en su rincón, oía la pelea. Después, echando a un lado las pieles, vio el cuerpo de pie, sin cabeza, delante de Johnny. Y vio cómo caía.
* * *
Más tarde, Johnny desenredó el largo y suave cabello de Neala. Lo sacó de la mandíbula de la vieja cabeza, y la arrojó a un lado.
Entre las cruces delante de la cabaña, Johnny halló una más resistente que las demás. En ella empaló la cabeza del Diablo. Luego, la apoyó cerca de la puerta de la cabaña.
—¡Robbins!
Al volverse vio a un hombre que avanzaba entre la barrera de cruces. A medida que se acercaba, el hombre iba apartando las estacas.
Neala se cogió del brazo de Johnny. Y vio que ella empuñaba el rifle.
—Vengo en son de paz —gritó el recién llegado.
Salió de entre las cruces. Una especie de falda de pelo flotaba en torno a sus piernas cuando andaba. Se detuvo delante de Johnny.
El joven contempló la cara iluminada por la luna.
—¿August? —murmuró.
El anciano asintió.
—Es August Hayer —le dijo a Neala—. Es… es el alcalde.
—En el bosque me llaman Grar. Soy el jefe de los krulls.
—¡Jesucristo!
—Usted ha matado al diablo de Weiss.
—¡Weiss! —Johnny dio media vuelta y estudió la cara de la cabeza cortada—. ¡No puede ser!
—Oh, sí lo es. Llevaba años merodeando por el bosque, matándonos sin compasión. Todas estas cabezas… —Hayer tendió la mano hacia el panorama de cabezas empaladas—. Él era el responsable. Nuestra gente es muy primitiva y llena de supersticiones. Le llamaban el Diablo y temían acercarse a su cabaña. Hubiese asesinado a muchos más a no ser por usted. Con su muerte, usted nos ha salvado. Vendrá conmigo al poblado y será uno más de los nuestros.
—No me gusta esto —dijo Johnny—. Queremos irnos de aquí.
—Temo que esto sea imposible.
—¿De veras?
—No podemos consentir que abandonen el bosque.
—¿Temen que revelemos su secreto? ¿Qué descubramos su juego?
—No es un juego, Robbins. Si conociera la razón por la que estamos aquí, por qué están aquí los krulls…
—Me importan un pimiento sus razones.
—Pues deberían importarle. Si supiese lo que está en juego…
—Le diré lo que está en juego; su trasero.
—Mucho más que esto, me temo. Probablemente, usted no habrá oído hablar de Manfred Krull. Era un explorador, un trampero, un Montañés, si lo prefiere. Bien, es el hombre que atrapó a la criatura.
—¿A quién?
—A la criatura. Antes de Krull, la criatura vagaba por los bosques libremente. Nadie podía pasar por sus dominios y sobrevivir. La criatura quería sus huesos. Se comía la médula.
—Vamos, eso…
—¡Ha de escucharme y comprenderlo! Krull atrapó a la bestia. La atrajo a su pozo.
—Vive en un pozo, ¿eh?
—Ahora es un cráter.
—Ya entiendo. Vino del espacio exterior.
—No lo sabemos —dijo Hayer—. Es radiactiva, pero… pero lo importante es, Robbins, que se contenta con permanecer en el pozo mientras le den comida. Por esto, Krull fundó este poblado. Y por esto nosotros, los habitantes de Barlow, llevamos gente a los Árboles Asesinos. Para alimentarla.
—¿Alimentarla con huesos?
—Exactamente. Se trata de una hermosa relación simbiótica. ¡Desde hace generaciones! Los krulls se comen la carne y le dan los huesos a la bestia.
—No los nuestros —gruñó Johnny. Cogió el rifle de Neala y lo apuntó contra el pecho de Hayer, golpeándole y obligándole a retroceder—. Ahora, usted nos sacará de aquí. Iremos hacia mi coche. ¿Sabe dónde está? Muy bien. Y cualquier problema por su causa o por parte de sus malditos Neanderthals, hará que le abra un agujero tan grande que por él podrá pasar un autobús.
—Está usted loco, Robbins. Venga conmigo al poblado.
—No.
—¿Y si viniera su amiga?
Miró a Neala.
La joven miró a Johnny. Sus ojos todavía estaban enrojecidos de tanto llorar por la muerte de Sherri. Todo su cuerpo parecía abrumado, fatigado.
—Tampoco creo que Neala acceda a irse con usted.
—¿Para qué? —quiso saber ella con tono monótono.
—Para la libertad total —respondió Hayer—. Una vida de ocio y placeres, en comunión con la naturaleza…
—Ya has visto a esos individuos —gruñó Johnny—. ¿Quieres vivir entre ellos?
—Prefiero morir.
—Ya lo oye, Hayer. Vamos, muévase.
—Otra cosa. Usted tiene una hermana llamada Peg y una sobrina… Jenny, según creo.
El estómago le dio un vuelco a Johnny.
—¿Quiere salir del bosque sin ellas?
—¿Dónde están?
—En el poblado, naturalmente. Esperando ansiosamente su llegada.
Hayer se quitó un anillo del meñique y lo exhibió.
Johnny tomó el anillo. Lo estudió a la luz de la luna, y tocó el óvalo liso de su jade.
—Es el de Peg —murmuró.
—Será mejor que vayamos con él —susurró Neala.
—Sí. —Un furor contenido sacudió de repente a Johnny—. Sí, llévenos al poblado. —Hundió el cañón del rifle en el vientre de Hayer, quien se dobló, gritando de dolor—. Llévenos al poblado —repitió. Golpeó el hombro de Hayer con la culata del rifle, obligándole a caer de rodillas—. Llévenos al poblado —dijo por tercera vez, alcanzando con su bota el rostro de Hayer.
* * *
—¡Cordelia!
La muchacha yacía de bruces entre las cruces, vigilando. No se movió ni respondió.
—Cordelia —volvió a llamarla Johnny—. Sé que estás aquí. Vamos, mueve tu trasero de una vez.
La joven meneó la cabeza sin contestar.
—No te haré daño. Vamos… Ésta es tu única oportunidad. Weiss… el Diablo, ha muerto. Esto significa que a los krulls ya no les asusta este lugar. Vendrán a buscarte.
Cordelia se puso de rodillas.
—Tenemos un rehén. Nos vamos al poblado de los krulls. Tal vez tus padres estén allí. Vamos al poblado y luego nos iremos de aquí. ¡Vamos!
—¿Promete no hacerme daño?
—Te haría daño si te dejara aquí.
—Está bien, está bien. Ya voy.
* * *
Hayer escupió sangre por su boca golpeada, y pronunció unas palabras extrañas. Los primeros krulls del grupo se apartaron para dejarles pasar.
—¿Qué les ha dicho? —preguntó Johnny.
—Que usted me mataría si intervenían.
—Estupendo. —Empujó a Hayer adelante—. ¿Qué clase de lengua hablan?
—Es… es alemán híbrido. Manfred hablaba alemán. —Hayer escupió más sangre—. Al cabo de los años se fue transformando… ¡Dios mío, mi sangre…!
—Suerte tiene de no haberla perdido toda. ¿Qué diablos hace usted aquí… con ese rebaño?
—Nosotros… los krulls nos necesitan. Sus mentes no están… muy bien. Nos necesitan para guiarlos.
—¿Quiénes son… «nosotros»?
—Yo, el jefe Murdoch, y unos cuantos más.
Hayer tropezó y cayó. Johnny le ayudó a levantarse.
—¿Cuántos más?
—Doce. Venimos por la noche… los fines de semana.
—¿Y qué sacan de eso?
—Es… necesario.
—Ya.
—Si esa criatura saliese… ¡Dios mío, usted no tiene la menor idea! Barlow, Melville, Rayford, todas las ciudades en cien kilómetros a la redonda… no pueden fiarse de los krulls. Y nosotros tenemos que vigilarlos.
—¿Cuánto hace que dura esto? —preguntó Johnny.
—Desde el principio. Manfred Krull… necesitaba una fachada, podríamos decir, una ciudad civilizada de donde sacar… alimentos, víctimas. Y escogió a sus doce hombres mejores. Éstos levantaron Barlow, lo promovieron todo, y sus descendientes, o sea nosotros, hemos continuado su labor.
—Bonita solución.
—Únase a nosotros, Robbins. Usted y las chicas. —Escupió un poco de sangre y mucosidad—. Deme el rifle… mientras aún estamos a tiempo. En caso contrario, nunca lograrán salir del bosque con vida.
Johnny sonrió.
—Creo —opinó— que nuestras posibilidades son mejores que las suyas.