Cordelia, boca abajo entre las cabezas empaladas, oyó el insano clamor. El mismo rugido que había oído por la noche. Llegaba desde muy lejos.
Pero sabía que él no tardaría en llegar.
Para traer nuevas cabezas.
Y que la encontraría.
Levantó la cabeza. Más allá de las estacas, el campo parecía desierto. Cuando le oyeron, todos debían de haber echado a correr.
¡Mi oportunidad!
¡Todos estaban escondidos!
Pero si me cogen… Era preferible que la cogieran ellos. Mejor que él…
Al menos, tendría una posibilidad en el bosque. Quizá lograría encontrar a sus padres y escaparían todos juntos.
Miró hacia la cabaña.
Tal vez la dejarían entrar si lo pedía.
No. Era el peor sitio de todos, peor aún que entre las cabezas.
La puerta no le detendría.
Y ellos ya no tenían el rifle.
Aquella chica alta y gruesa, Sherri, debía de habérselo llevado. Había visto a Neala y Robbins volviendo a la cabaña sin la otra. Y luego, oyó un disparo a lo lejos.
Alguien había matado a Sherri.
Bueno.
La muy zorra la había herido con el atizador… y de haber podido la habría matado.
Buen viaje.
Las zorras tenían su merecido. Si ellos la hubiesen obedecido, ahora estarían a salvo.
Volvió a contemplar el claro a la luz de la luna. No distinguió a ningún krull. De todos modos, mejor no ir hacia allí. El rugido venía de aquella dirección.
Se volvió hacia la izquierda y empezó a arrastrarse. Se movía lentamente, vigilando de no chocar contra los postes. Cuando llegaba ante dos que estaban demasiado juntos, se apretujaba entre ellos, rozando uno con la espalda, mientras sus senos rozaban el otro.
¡Había tantos! Parecían no terminar nunca.
Pero siguió avanzando, siempre a rastras…
Hasta que un ruido apagado la detuvo.
El ruido de un poste al romperse.
Cordelia se echó de costado y miró hacia atrás.
¡Él!
Estaba clavando una cruz en el suelo, cerca del sitio por donde ella había llegado, de esto hacía mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo llevaba él allí?
Mientras ella le espiaba, él levantó una cabeza y la clavó. Hizo un ruido casi húmedo.
Después, entró en el campo de cruces.
Se deslizó por entre ellas, silenciosamente, sin tropezar jamás con ninguna.
Cordelia le miraba, incapaz de moverse.
¿Cómo podía caminar tan de prisa, sin hacer caer las cabezas?
¡Era el Diablo!
De repente, se volvió hacia Cordelia.
¡La había visto!
La joven oyó como un chasquido en su garganta. Un líquido caliente resbaló por el muslo.
Entonces, él se alejó.
Ella gimió y le vio pasar por entre las últimas cabezas.
—¡Krull! —gritó atronadoramente el Diablo.
De pronto, abrió la puerta de la cabaña de una patada.