—Johnny, no.
—Vamos, dame el rifle.
—No puedes irte.
—Lo intentaré. Vosotras resistid tanto como podáis. Si no regreso con ayuda, salid y rendíos a los krulls… y haced cuanto podáis por salvar la vida.
Sherri le entregó el rifle.
Usándolo como bastón, Johnny se puso de pie. Luego, cojeó a través de la cabaña alumbrada con las velas. El sudor le corría por la espalda. Neala se dio cuenta de que no apoyaba el peso de su cuerpo en la pierna vendada.
—Johnny…
—Una vez esté en el coche no me ocurrirá nada. Sólo tardaré…
El rifle se le escurrió de la mano. Johnny tropezó y cayó.
Neala corrió hacia él.
—Nada, no es nada… —la tranquilizó él.
—Oh, no.
Johnny plantó la culata del rifle en el suelo y empezó a incorporarse. Apretó los dientes y parpadeó para quitarse el sudor de los ojos. Le temblaba todo el cuerpo.
Neala le cogió del brazo.
—Espera. Siéntate y descansa un momento. Por favor.
Johnny obedeció.
—Deja, yo cogeré el rifle.
Él se lo dio.
—Necesito salir un segundo.
—¿Otra vez? —preguntó Sherri.
Neala suspiró.
—Debe de ser por algo que comí… o que no comí.
—Iré contigo.
—No necesito guardaespaldas.
—Está bien. Pero date prisa.
—Vuelvo en seguida.
Besó a Johnny ligeramente en la boca. Después, salió de la cabaña Se dirigió rápidamente a la parte de atrás. La convexa luna colgaba muy baja sobre los árboles lejanos. Neala deseó que no brillase tanto.
Después de apoyar el rifle contra la pared de la cabaña, Neala se quitó los pantalones. Sacó el llavero de cuero de Johnny de uno de los bolsillos y lo deslizó dentro de las bragas. Después, se quitó la blusa.
La brisa había muerto poco después del crepúsculo, dejando el aire quieto y caliente. A pesar del calor, Neala tembló al coger el rifle. Se pasó la correa por la cabeza. El rifle le golpeó la espalda. Notaba el peso de la correa sobre el hombro y, cruzándole el tórax, sobre el seno derecho. Lo ajustó para que pasara entre los dos pechos. Luego, agazapándose, echó a andar hacia las estacas.
—¡Neala!
Era la voz de Sherri. Mirando hacia atrás, vio que su amiga corría hacia ella.
Neala caminó rápidamente hacia las cruces, pero Sherri la agarró del cabello, la arrojó al suelo y se dejó caer encima de ella. Neala gruñó de dolor cuando el rifle se incrustó en su espalda. Sherri le cogió las muñecas, presionándolas hacia abajo.
—¡Suéltame, maldita seas!
—¡Quieres ir a que te maten!
—¡Suéltame!
—No. No puedo. No puedo permitirlo, Neala.
—Si no voy, Johnny intentará salir y…
—Podemos impedírselo entre las dos.
—Sherri, por Dios… ¿no lo comprendes? No podemos quedarnos en esa cabaña. Moriremos todos. Hasta los krulls permanecen lejos de ella, y aunque ese diablo no vuelva, moriremos.
—Podríamos rendirnos y vivir con los krulls.
—Seguro, pero ¿qué sería de Johnny?
—Sí, lo sé —miró fijamente a Neala—. Le amas, ¿verdad?
—Sí.
Sherri soltó las muñecas de Neala y le acarició el rostro con suavidad.
—Oh, Neala —susurró—. Oh, maldita seas, Neala… No me olvides, ¿eh?
—¿Qué…?
Sherri abatió el puño y pegó con fuerza en la cabeza de su amiga. Neala intuyó el golpe y trató de esquivarlo, pero no logró contrarrestar la rapidez de Sherri. El puño la golpeó, haciéndole girar la cabeza.
Dejó de notar el peso de Sherri. Intentó levantar la cabeza, pero no lo consiguió. Se sentía como borracha, incapaz de controlar sus movimientos.
Sherri tiró de la correa del rifle que colgaba entre sus senos. La hizo rodar. Volvió a tirar del rifle. Neala cayó sobre su espalda otra vez. El suelo era mucho más acogedor sin la dureza del rifle.
Sherri, de pie por encima de ella, como un gigante, se desnudó rápidamente.
—No.
Después, la joven se colgó el rifle a la espalda.
—No —repitió Neala, levantando la cabeza.
—¡Oh, Neala! —exclamó Sherri, inclinándose hacia ella.
Neala se concentró en sus brazos. Le pesaban como si tuviera una inmensa piedra en cada mano. Pero se esforzó por levantarlos. Sintió cómo sus pechos rozaban los de Sherri, y la boca de ésta presionaba la suya. Neala la abrazó con toda la fuerza que pudo. Acto seguido, Sherri la obligó a tenderse.
—No os mováis vosotros dos —susurró—, hasta que yo regrese con la caballería.
Su puño volvió a caer.
Neala quiso abrir los ojos, pero no pudo. Trató de levantar la cabeza y los músculos del cuello no la obedecieron.
Ni siquiera cuando oyó que Johnny la llamaba.
De pronto, estuvo a su lado.
—¿Neala? Neala, ¿qué ha ocurrido? ¿Dónde está Sherri?
Neala descubrió que ya podía abrir los ojos.
—Se fue —consiguió articular—. Se fue… en busca de la caballería.
Pasó un minuto antes de que pudiera levantarse y ponerse la blusa.
—También yo pensé en irme —explicó—. Me desnudé para parecer uno de ellos. Pero Sherri me atrapó. Y ella… ¡Oh, Dios mío! —Neala se llevó la mano a las bragas—. ¡No! ¡Oh, Johnny!
Sacó el llavero.
—Mis llaves.
—Te las cogí mientras te vendaba. Me olvidé… cuando ella… me atacó, Johnny. No pude… Dios mío, ¿qué hará ahora?
Johnny meneó la cabeza.
—Si consigue llegar tan lejos… no tardará en encontrarse cerca de la carretera y allí podrá hacer autoestop. Con tal que no se deje sorprender por la gente de Barlow…
—No tiene ninguna posibilidad.
—Sí la tiene. Tiene las mismas posibilidades que…
No terminó la frase.
—… que nosotros —finalizó Neala.
—Vamos adentro.
Neala se abrochó los pantalones. Johnny consiguió ponerse de pie con la ayuda del atizador como bastón. Neala le ayudó a levantarse. Él se apoyó en Neala y lentamente marcharon hacia la cabaña. Cuando Neala cerraba la puerta, sonó un solo disparo a lo lejos.
Sus ojos buscaron los de Johnny.
Él no dijo nada.