Intentó clavar la hoja en el pecho de Johnny, que estaba sentado en el suelo. Tenía que ser un golpe fácil.
Pero mientras se acercaba a Johnny, Neala se precipitó contra sus piernas. Sherri saltó hacia la chimenea, y Robbins se echó hacia atrás. Cordelia pataleó entre los brazos de Neala, tratando de abalanzarse sobre el hombre. Robbins propinó una patada a la espada, pero se cortó con el filo. Gritó de dolor y se hizo a un lado. La pernera de sus tejanos, sin embargo, evitó que la hoja se hundiera en la carne. Cordelia perdió la espada.
Sherri blandió el atizador sobre su cabeza, para descargarlo sobre Cordelia, pero ésta lo paró con el antebrazo. Neala, en el suelo, le asió la pierna izquierda y le mordió la pantorrilla. Cuando la joven se libró de Neala, Sherri volvió a entrar en acción. Dirigió el extremo negro del atizador a los ojos de la muchacha, pero el golpe falló. Cordelia dio media vuelta y echó a correr. En la puerta, el atizador le desgarró la espalda. Cordelia huyó hacia el bosque de estacas, con Sherri detrás. El atizador silbó. Otro fallo. Un cráneo les sonrió. Cordelia se agachó por debajo de un travesaño. Cayendo de rodillas, siguió avanzando.
Miró hacia atrás. Sherri se había detenido. Neala estaba en la puerta con el rifle en las manos. Apuntó y disparó. Al lado de Cordelia explotaron tierra y ramitas.
Se tambaleó hacia adelante, pasando por entre una docena de cruces antes de que otra detonación rompiese el silencio. Se arrojó de nuevo al suelo.
Sintió algo bajo el vientre. Sin mirar supo lo que era. Con gran repugnancia se apartó, rodando. Su espalda chocó con una estaca. Se quedó quieta, inmóvil.
No cayó nada.
Tendida de lado, jadeando, sintió el contacto de la cosa sobre la que había caído. Cerró fuertemente los ojos y alargó la mano. La apartó, con el dorso.
Después, continuó tendida boca arriba, esperando el siguiente disparo.
No hubo ninguno más.
Finalmente, volvió a mirar hacia atrás. Sherri y Neala habían desaparecido.
Se incorporó de rodillas. Delante, por entre las estacas inclinadas, la esperaban los krulls. Guardaban silencio, y todos parecían observarla atentamente.
Recordó la advertencia de Grar: «Si nos traicionas, tu muerte será horrible, peor que las más espantosas pesadillas».
«Aquí —pensó—, no pueden cogerme».
Se agachó todavía más. Se apoyó sobre un brazo arañado por el atizador y cerró los ojos. Bajo su cuerpo, el suelo era blando y acogedor, a pesar de los espinos y la cizaña.
Se quedaría aquí.
Aunque la brisa era suave, el sol le quemaba la espalda. El sudor resbalaba por su piel. A veces sentía la picadura de los insectos. Pero no se movió. Le dolería todo al moverse, pensó, y no le serviría de nada… No podía escapar al calor ni a los insectos.
No podía escapar al dolor.
Ni a los krulls.
No, así podía escapar a los krulls.
Así sí escaparía.
Así…
De pronto, el terrible calor cesó. Abrió los ojos y vio que el crepúsculo crecía.
Muchos krulls se habían marchado. Muchos estaban todavía allí.
Tal vez cuando llegase la noche…
No.
Si se marchaba, la encontrarían.
Y le harían unas cosas espantosas. «Tu muerte será peor que las más espantosas pesadillas», había dicho Grar.
Bajó la cabeza y cerró los ojos.
Era un buen lugar para quedarse en él.
Un buen lugar.