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Neala abrió los ojos. Estaba tendida de lado, con su cuerpo contra el de Johnny, su cara rozando el torso desnudo. Le parecía haber dormido largo tiempo. Una brisa le acariciaba la piel con ráfagas calientes y suaves.

Antes no soplaba la brisa. Sobresaltada, rodó sobre sí misma. La sombra proyectada por la cabaña se extendía a bastante distancia.

—¡Dios mío! —gimió, volviéndose hacia Johnny—. Es muy tarde.

—Todavía nos queda un par de horas.

—No quiero que te vayas. No sin mí.

—Aquí estarás a salvo.

—No me importa estar a salvo. Quiero ir contigo.

—Bueno, ya veremos. Yo…

—¡Eh, amigos! —llamó Sherri a través de la pared—. Será mejor que entréis.

—Ahora mismo —asintió Johnny.

Neala se incorporó. No miró hacia la pared de la cabaña. No lo había hecho en toda la tarde. Si Sherri estaba espiando de nuevo, no quería saberlo.

Ella y Johnny se vistieron. Corrieron hacia la puerta de la cabaña y entraron.

Cordelia estaba levantándose.

—Quiere decirnos algo —explicó Sherri.

—Sí —afirmó la joven—. Para esto me han enviado ellos aquí. Quieren que salgáis de la cabaña.

—Sorpresa, sorpresa.

—Si salís no os matarán.

—Seguro —asintió Sherri—, puedo apostar por ello.

—No, es verdad. Os aceptarán. Podréis uniros a ellos. Pero no os matarán.

—¿Por qué no? —preguntó Neala.

—Os necesitan… Han procreado demasiado entre ellos.

—¿Nos necesitan para darles hijos?

—Sí.

—¿Y Johnny? Él no puede darles…

—También puede ir con ellos.

—Di toda la verdad —la conminó el hombre.

Sherri se volvió hacia él.

—¿Sabes de qué está hablando?

—Sé que a veces aceptan mujeres. A las jóvenes. A las más bonitas. Para pasárselo bien… y supongo que para que tengan hijos. Tal vez por esto no quieren que los hombres de Barlow tengan muchos tratos con mujeres. Claro que no aceptan hombres.

—¿Es verdad esto? —le preguntó Sherri a Cordelia.

La muchacha asintió.

—O sea que matarán a Johnny —preguntó Neala.

—Supongo que sí.

—¡Zorra! ¿Por qué mientes?

—Lo siento —murmuró Cordelia. Levantó la mano izquierda y se quitó un trapo sucio—. ¿Veis lo que me hicieron?

Neala contempló estupefacta el muñón y volvió los ojos a otro lado.

—Uno de ellos me lo mordió, para darme una lección, y para demostrar lo que harán si no consigo que vosotras dos os entreguéis.

Sherri se echó a reír con dureza.

—Esto parece una gran función. Primero, nos violan y después nos muerden los dedos.

—Y matarán a Johnny —agregó Neala.

—Gracias, pero yo paso —dijo Sherri.

Cordelia las miró, una tras otra.

—Si no venís conmigo, os matarán a todos.

—No pueden cogernos aquí —le recordó Johnny—. Si pudiesen, no te hubieran enviado a ti a parlamentar.

—No son ellos. Es… por alguien más. —El miedo que se asomaba a los ojos de Cordelia heló la sangre a Neala—. Le vi la noche pasada —confesó la joven. Bajó la voz hasta que no fue más que un ronco susurro—: Mató a Ben y clavó su cabeza en una estaca. Fue él quien puso todas las cabezas en esas estacas. Le llaman el Diablo, y no se acercan a vosotros porque ésta es su cabaña y él tiene que regresar.

—¿Cuándo? —preguntó Johnny.

—Tal vez esta noche.

—Esa idiota intenta engañarnos otra vez —dijo Sherri.

—No, de veras. Es real… y es terrible.

—Anoche estuvimos aquí —objetó Johnny—, y ese Diablo no vino.

—Estaba en el bosque, matando. Mató a Ben. Me habría matado también a mí si no me hubiese escondido.

—Pues si viene —exclamó Sherri—, también nos esconderemos.

—Esto es una locura. Os matará a todos. —Cordelia se puso de pie—. Voy a regresar con ellos. Les diré que no queréis salir de aquí.

—No vayas con esos monstruos —dijo Johnny—. Quédate aquí. Huiremos todos.

—Oh, no, vosotros no podréis huir. Yo he visto… le he visto. No, voy a regresar.

Se dirigió vacilante a la puerta.

—¡No, Cordelia!

—Sois unos estúpidos. Vuestras cabezas —señaló el campo de cruces a través de la puerta—, pronto estarán allí.

Su espada estaba apoyada al lado de la puerta. Intentó cogerla.

—¡Deja eso aquí! —le ordenó Johnny.

—Como quieras.

De pronto la cogió, dio media vuelta, y atacó.