33

Un hombre pelirrojo y corpulento salió del bosque, con un cuchillo en lo alto, su hoja brillando al sol.

Peg se apretó contra el árbol, como si esperase que el tronco muerto la envolviera y la ocultase.

—Alguien viene —gimió.

—¿Sólo uno? —preguntó Jenny.

—Creo que sí.

El hombre llevaba solamente un cinturón y una funda de cuchillo vacía. El pene se balanceaba salvajemente.

—¡Dios mío! —gritó Peg.

—¿Qué?

—Es el jefe Murdoch.

—¿El papá de Lois?

—¿Qué está haciendo aquí?

Detrás de Murdoch salieron otras dos figuras de entre los árboles. Una era una mujer, una mujer embarazada con el vientre muy abultado. El hombre delgado y rubio, que iba a su lado, empuñaba una lanza.

—Vienen dos más —añadió Peg.

—Vienen otros cuatro por mi lado —exclamó Jenny—. ¡Oh, mamá! ¡Dios mío, mamá!

Murdoch se detuvo delante de Peg. Le colocó la punta del cuchillo en la garganta.

—No atrapamos a muchas personas del pueblo —dijo.

—Charlie…

—Claro que siempre nos alegramos cuando cogemos alguna. Me encanta ver sus caras. —Con la otra mano empezó a desabrocharle el vestido—. Siempre tan sorprendidos. ¿Qué hace Charlie Murdoch con los krulls?

—No lo sé.

—Los krulls empezaron en Barlow, como sabe… Necesitaban una fachada civilizada. Y hablando de fachada… —Rió suavemente, bajó el cuchillo hasta el pecho de la mujer y le cortó el sujetador. Separó bien los dos senos—. Bonitos.

Bajó el cuchillo y lo enfundó. Peg se dio cuenta que el pene se estaba endureciendo. Acto seguido, sintió las manos palpando su cuerpo.

—No, por favor.

—¿Qué hace ese tipo? —preguntó Jenny.

—Cállate —rugió Murdoch. Y se dirigió a Peg con más amabilidad—: ¿Sabe qué vamos a hacer con usted?

—No.

—Creí que todo el mundo lo sabía.

Sus manos abandonaron los senos. Le desabrochó el cinturón y tiró del vestido. La tela se rasgó hasta el dobladillo. Se agachó, cogió a tela por ambos lados y volvió a tirar. El dobladillo se rompió.

Los dos krulls estaban detrás de él, contemplando sus maniobras. Murdoch estaba desnudo, mirando fijamente el cuerpo de Peg, mientras con una mano se acariciaba su pene erecto. La mujer embarazada llevaba algo semejante a un bikini sobre sus pechos hinchados. Sólo que no era de tela.

Era de piel.

Peg sintió cómo las manos de Murdoch se deslizaban por sus piernas. Le cogió las bragas y se las bajó.

¡Caras!

Los fragmentos de piel de los pechos de la mujer embarazada eran caras. Caras pequeñas, ovaladas. ¡Caras de niños!

Peg cerró los ojos con fuerza.

Se atragantó, pero paró cuando Charlie tiró de sus piernas. El árbol le arañó la espalda. Peg pensó que el tirón le arrancaría los brazos. Pero no cayó demasiado. Abrió los ojos sólo lo suficiente para ver sus piernas dobladas sobre los hombros de Charlie. Sintió su boca, su lengua al deslizarse.

—¡No!

* * *

¿Qué le está haciendo a mi madre? —gritó Jenny—. ¡Basta! ¡Maldito, le mataré!

Entonces, una mujer krull, muy gorda, le arrojó una lanza. Se clavó en el tronco, por encima de su cabeza.

Jenny vio aproximarse a los cuatro individuos. Del grupo, sólo uno parecía normal: un muchacho no mayor que ella. Era rubio y estaba desnudo. Por un instante, pensó que era Timmy. Pero recordó que ella misma le había matado, de lo cual se alegraba. Si tenía la oportunidad, haría lo mismo con este muchacho.

Sin embargo, los otros…

La gorda que acababa de arrojarle la lanza era calva y de raza blanca. Su piel blanquecina estaba reluciente y sudorosa. Detrás de ella caminaba otra mujer, que cojeaba y andaba encorvada por la cintura como una veloz patinadora, con un brazo a la espalda. Su rostro juvenil estaba distorsionado como si alguien la empujase a un lado. Sus grandes pechos colgaban y los tocaba con las rodillas cuando las doblaba para caminar.

El último, un hombre de pelo alborotado, se escurría a través de la alta hierba como un lagarto, arrastrando las piernas.

Jenny se retorció cuando oyó gritar a su madre:

—¡No! ¡No!

Entonces, el muchacho llegó junto a ella. Deslizó un cuchillo por el cuello de su blusa y la rasgó de arriba abajo.

—¡Ooooh! —exclamó la gorda.

Empujó al chico a un lado, terminó de separar los dos trozos de la blusa y se apretó contra Jenny. Su piel era resbaladiza, pegajosa. Lamió la boca de Jenny mientras con las manos desabrochaba los pantalones.

Jenny golpeó con una rodilla el vientre abultado. La gorda cayó hacia atrás, jadeando. El muchacho se burló de ella.

De pronto, la mujer encorvada se acercó y restregó su cara en el vientre de Jenny.

Jenny intentó pegarle otro rodillazo, pero el hombre lagarto le sujetó los tobillos.

La mujer encorvada suspiró, lamiendo el vientre de Jenny. Después, lo mordió.

El hombre lagarto le mordió un muslo.

La gorda la besó y le acarició los pechos.

Jenny chilló en la boca de la mujer gorda.