32

—¡Alguien viene! —dijo Neala.

Johnny corrió hacia la puerta. Cogió su rifle. Dejándose caer sobre una rodilla, apuntó el arma. Vio cómo la joven zigzagueaba por entre las cruces y tropezaba con algunas.

—¿Está bebida? —preguntó Sherri.

—Algo le pasa —respondió Neala.

Johnny bajó el rifle.

—¡Dispara, por Cristo!

—No viene nadie más —replicó Johnny.

—¿Y qué?

—Parece atontada —agregó Neala.

Johnny se puso de pie. Salió al exterior.

—¿Qué haces? —preguntó Sherri.

—Un segundo.

Johnny corrió hacia la esquina de la cabaña y miró a los krulls que había por aquel lado. Nadie se acercaba.

—Johnny, ¿qué…?

El joven corrió hacia la parte de atrás, y miró más allá de la barrera. Luego, regresó a la puerta.

—Todo va bien —anunció—. Ella es la única que se acerca.

—Pero no permitirás que llegue hasta aquí, ¿verdad? ¡Fíjate en su maldita espada!

—Precisamente es lo que estoy mirando —respondió Johnny—. La necesito.

La muchacha tropezó e hizo caer media docena de cruces. Quedó tendida en el suelo. Luego, levantó la cabeza. Se incorporó a gatas. Después, se enderezó, braceando con la espada. Miró hacia atrás, como para calcular la distancia recorrida. Volvió a mirar la cabaña. Entornó los ojos y se secó el sudor de la frente con la mano.

Aquel movimiento atrajo la atención de Johnny hacia sus senos. Eran muy grandes para una chica tan delgada, y brillaban por el sudor. Johnny empezó a notar una primera erección. Bajó la mirada al vientre femenino y al oscuro vello púbico.

—Fijaos —comentó Sherri—. Tiene marcas de un bañador.

Sherri tenía razón. Los pechos y la zona púbica de la muchacha eran más pálidos.

—¡Es Cordelia! —exclamó Neala.

Johnny estudió la cara hinchada y llena de marcas y señales.

—¡Cordelia! —la llamó.

La cabeza de la joven se inclinó ligeramente.

—¡Mierda sagrada! —murmuró Sherri.

Cordelia continuó avanzando. Pisaba las estacas caídas, y al final tuvo que pasar por debajo de los travesaños de las estacas que aún estaban de pie.

—Dios mío, ¿qué le han hecho?

—Creo que sufre un shock —dijo Johnny.

Cordelia volvió a tropezar y cayó de rodillas.

Johnny se colgó el rifle a la espalda y empezó a caminar.

—Johnny, puede ser una trampa.

—Tal vez —admitió él.

Se abrió camino a través de las cruces hasta que llegó al lado de Cordelia. Todavía estaba de rodillas. Le miró, abriendo mucho sus ojos, completamente en blanco.

Johnny le pasó las manos bajo los sobacos y la levantó.

—Todo va bien, no temas —la tranquilizó.

Cordelia levantó la espada.

—¡Johnny! —gritó Neala.

Johnny levantó una mano y cogió el frágil brazo.

—Todo va bien —murmuró.

Con su otro brazo rodeó la espalda de la muchacha, y la atrajo hacia sí. Cogiéndola con fuerza y sin soltarle el brazo, la llevó a través de las cruces caídas.

Delante de la cabaña, Neala cogió la espada. Johnny llevó a Cordelia al interior. La dejó en el suelo. Ella rodó de lado y levantó las piernas hacia el pecho. Luego, empezó a lamerse una rodilla.

—Cordelia.

La joven no respondió.

Johnny se volvió hacia Neala y Sherri.

—Tal vez será mejor que la dejemos un rato a solas.

Se dirigió a la puerta, con Neala al lado.

—Yo me quedaré con ella —se ofreció Sherri—. Tal vez necesite a alguien.

—De acuerdo.

Dejaron a Sherri junto a Cordelia y salieron de la cabaña. Buscaron la sombra en la parte de atrás. Se sentaron muy juntos. Se cogieron de la mano y hablaron en voz baja. Neala se tendió de espaldas y apoyó la cabeza en el regazo de Johnny. Él le acarició el cabello. Cuando Neala bostezó, Johnny le aconsejó que durmiera. Ella lo negó con la cabeza. Sus ojos estaban llenos de tristeza.

—Tenemos tan poco tiempo —gimió.

—Tendremos años —la corrigió él.

Empezó a llorar y Johnny le secó las lágrimas de los ojos.