Un gigante perseguía a Cordie. La joven sollozaba mientras corría. Pasaba por un paisaje de dunas, árido, deslumbrante.
¡Oh, si la pillaba…!
La sombra del gigante le impedía ver el sol. Era una sombra helada. Cordie intentó correr más de prisa, pero la arena se pegaba a sus pies, impidiéndoselo.
La sombra alargaba los brazos.
Una mano monstruosa la asió por un hombro. Sus dedos estaban resecos como huesos.
Ella le mordió el dedo meñique.
Rugiendo de dolor, el gigante la soltó. Cordie continuó corriendo, huyendo de la fría sombra, y dejando muy atrás al gigante. Pero estaba perdida y las dunas le resultaban desconocidas. No deseaba estar aquí, después de anochecer.
¿Dónde estaban mamá y papá?
Debían de estar muy cerca. Nunca la dejarían sola en este lugar tan horrible.
Intentó gritar, pero todavía tenía el meñique del gigante en la boca. Se lo sacó.
¡Qué raro! Tenía el tamaño de su propio meñique.
Encajó el dedo del gigante en su muñón. Casaba perfectamente.
Echó a correr otra vez, y el dedo le cayó y desapareció en la arena. Cordie cayó de rodillas y rebuscó en la arena, tratando de encontrarlo.
¡Ah, aquí está!
Tiró del dedo, pero estaba encajado. Tiró más fuerte. Y de la arena salió toda una mano, luego un brazo…
Retrocedió tambaleándose, repentinamente asustada.
¡Alguien enterrado en la arena se estaba levantando!
El cuerpo se sentó, mientras la arena se desprendía de su cuerpo, y le sonrió.
—Hola, Cordie.
—¡Ben! Pensé que habías muerto.
—Yo no —respondió él, quitándose la arena de su cabello.
No, no era arena. Hormigas.
—¡Ben!
Se las quitó con más energía. Su cabeza se desprendió y cayó sobre sus rodillas. Cordie se incorporó, chillando.
Estaba en la cabaña.
Lily se hallaba sentada a su lado.
—¿Una pesadilla? —le preguntó a la muchacha.
Cordie levantó la mano. Estaba envuelta en un trapo ensangrentado. La mano pulsaba de dolor.
—Mi dedo… —exclamó.
—Sí. Bueno, tienes suerte de que sea lo único que has perdido. Grar no se fía mucho de ti.
—Le dije que lo haría. ¿Qué más quiere? ¡Cristo, mi dedo!
—Bueno, tenemos que irnos. Vamos.
Cordie se arrastró detrás de Lily, manteniendo la mano mutilada apartada del suelo. La luz del sol la cegó. Bizqueando, se puso en pie.
Grar avanzó hacia ellas, con la falda de pelo flotando alrededor de sus piernas. Blandía una espada. A Cordie le pareció más bien un sable de una película de la Guerra Civil. Grar se la entregó a Lily y habló en otra lengua.
Lily asintió. Se volvió hacia Cordie.
—Está bien. Por aquí.
* * *
El grupo de los krulls se apartó, y Cordie se enfrentó con el paisaje de estacas y cabezas. Liberó su brazo que tenía cogido Lily.
—Tus amigos están en la cabaña.
Ella sacudió la cabeza. Se sentía entumecida.
—Toma, esto es para ti. —Lily le entregaba el sable, por la empuñadura—. Úsalo con el hombre.
Cordie levantó el brazo. Vio su propia mano en torno a la empuñadura. El peso de la espada la obligó a bajar el brazo como un ancla.
—Adelante —la animó Lily—. Cuanto antes lo hagas, antes podremos largarnos de aquí. —Cordie leyó el temor en los ojos de Lily—. No debemos estar por estos alrededores cuando vuelva él.
Cordie no podía moverse.
Lily la empujó, y ella empezó a andar. Las cabezas parecían balancearse en su visión. Un pájaro revoloteaba por allí. Un pájaro negro. Se encaramó sobre la cabeza más próxima, y picoteó en la frente. La piel se rasgó, pero no manó sangre.
Algo familiar…
Aquella cara…
¡Ben!