29

—¿Qué hora es? —preguntó Neala, mirando hacia la puerta.

Sherri se encogió de hombros.

—Cordelia es la que tenía reloj.

—Supongo que es más de mediodía —intervino Johnny—. Tal vez la una.

—Oscurece hacia las ocho, ¿verdad?

—Sí —afirmó Sherri—. Lo cual nos da siete horas. ¿Es posible morir de sed o de hambre en siete horas?

—Lo dudo —sonrió Johnny.

Neala se secó el rostro.

—Ojalá ya fuese de noche.

—Lo será —le aseguró Johnny.

—Y entonces —añadió Sherri—, empezará la verdadera diversión. —Se tendió de espaldas, cruzó las manos debajo de la nuca y miró al techo—. Jugar al escondite con esos animales.

—No podemos quedarnos aquí —objetó Neala.

—Podríamos quedarnos si hubiese agua.

—Pero no hay.

—Tal vez debería salir uno de nosotros esta noche y traerla. Johnny podría llenar el recipiente del hogar y…

—¿Me conviertes en voluntario? —preguntó Johnny.

—Sí, claro —sonrió ella—. ¿No juegas?

—Pues no. Con el rato que tardaría en traer el agua ya podría estar en mi casa. O sea, que podría largarme sin traer el agua.

—Exacto. ¡Excelente idea! Seguir andando y pedir auxilio. Traer la caballería. Y sacarnos de aquí en helicóptero y mandar esas bestias al infierno.

Johnny calló. Neala se volvió hacia él, alarmada.

—No lo pensarás en serio…

—¿Y bien…?

—¡Maldita seas, Sherri!

—Eh, sólo fue una sugerencia.

—Tiene algún mérito —opinó Johnny.

—¡No!

—Probablemente podría conseguir alguna ayuda. Los de Búsqueda y Rescate de Melville tienen helicóptero. Si pudieran traerlo, aterrizaría fácilmente delante de la cabaña. Claro que tardarían un poco. Yo tendría que ir hasta la carretera y parar un coche. O ir en el mío, si funciona. Y tendría que pasar por Barlow.

—¿Qué problema hay en esto? —quiso saber Sherri.

—¿En Barlow? Todo el mundo me conoce. Si me descubrieran, intentarían detenerme. Claro que Melville sólo está a media hora de Barlow, de modo que podría llegar allí muy de prisa, si no ocurriese nada.

—Sí —rezongó Neala—. Si no ocurriese nada. Y mientras tanto, nosotras estaríamos solas aquí. Sin comida, sin agua, sin saber qué te sucede…

—Oh, aquí estáis a salvo. Más allá de las cabezas seríais vulnerables.

—Como tú.

—Solo, puedo moverme más de prisa. Si lo consiguiera, volvería por la mañana con un helicóptero.

—¿Y si no lo consiguieras?

—No estaríais peor de lo que habéis estado conmigo.

—Es una buena idea —aprobó Sherri.

—Un momento, sólo un momento, maldita sea. Johnny, ¿no dijiste que hay que recorrer treinta kilómetros para salir del dominio de los krulls?

Él asintió.

—Si vas hacia el este.

—¿Cómo si? Anoche nos guiaste hacia el este.

—De ir solo, iría por el oeste.

—¿Por dónde vinimos?

—Trataría de llegar hasta mi coche. Y si lograra que se pusiera en marcha…

—¡Todo el lugar está lleno de krulls!

—Anoche —le recordó Sherri.

—De acuerdo, anoche. ¿Crees que ahora se han desvanecido?

—Están ahí fuera —sonrió tristemente Sherri.

—Exacto —corroboró Johnny—. Están ahí fuera. Debe de haber unos cincuenta que rodean la cabaña. Es decir, cincuenta que no están en el bosque. Si consigo esquivar a los de aquí, el resto del camino sería muy fácil.

—Si es tan fácil —replicó Neala—, ¿por qué no huimos todos juntos?