28

Cordie tuvo muy pocas oportunidades de ver el poblado antes de verse empujada al interior de una choza de ramajes.

—Quédate aquí —dijo Lily—. Grar ha de verte.

Se quedó sola. Se sentó con las piernas cruzadas en el centro de la choza. El suelo estaba iluminado por la luz del sol, que se filtraba por el tejado. Suspiró. Era agradable haberse librado del cadáver. Pero más tarde…

No quería pensar en más tarde.

Al menos, por el momento, no parecía estar en peligro.

La habían aceptado.

La habían violado a lo bestia. Kigit había intentado matarla. Pero ella se había portado muy bien. Casi era uno de ellos.

Con ambas manos se secó el sudor de la cara, los hombros y el pecho.

Cuando confiasen en ella buscaría la manera de huir. Podía tardar un poco… unos días, una semana…

La piel que cubría la entrada se movió y entró un ser de brazos muy peludos. A Cordie se le cortó la respiración. Se cogió los muslos, clavando las uñas en su húmeda piel, luchando contra la necesidad de huir o chillar.

Aquel ser era un hombre totalmente deforme, sin piernas y como hinchado. Su boca se torció en una sonrisa burlona.

—¿Grar?

El monstruo se acercó.

Cordie apretó más sus muslos, y con las uñas se rasgó la piel. El monstruo se detuvo a unos centímetros de sus rodillas. Sus ojillos recorrieron el cuerpo juvenil.

¡No!

¡No con él!

Mirando aquellos ojos saltones, Cordie comprendió que antes moriría que permitir que la violase. Cruzó los brazos sobre el pecho.

El monstruo gruñó.

La piel de la entrada volvió a moverse y entró otro hombre en la choza. Un hombre viejo y encorvado. Habló y el monstruo se apartó de Cordie.

—Yo soy Grar —se presentó—. Nuestro compañero es Heth. ¿Cómo te llamas?

—Cordelia.

El hombre avanzó a gatas. La choza era demasiado baja de techo para que pudiera estar en pie. Llevaba una falda de pelo, que rozó el suelo cuando se arrastró.

Se sentó delante de Cordie y cruzó las piernas.

—Tú eres la que escapó de los Árboles anoche.

—Sí.

—Creo que quieres convertirte en uno de nosotros.

—Sí.

—¿Por qué?

¿Era una trampa aquella pregunta? No vio ninguna sombra de malicia en los ojos de Grar.

—Para no morir —respondió.

—Unirte a nosotros no es ninguna garantía. Vivimos en medio de peligros que desconoces.

Ella asintió.

—Tienes que darnos hijos —siguió él—. Hijos que reemplacen a los muchos que han caído. Y nos darás sangre fresca para mezclarla con la de nuestros padres. Sin sangre nueva, los hijos se crían débiles y deformes, como Heth. —Señaló al monstruo del rincón—. La sangre de sus padres era mala.

¿Demasiados cruces sanguíneos? se preguntó Cordie. No sabía cómo era posible crear tales deformidades.

—Te entregarás a cualquier hombre hasta que quedes embarazada. Después del primer parto, podrás aceptar a los que quieras y también rechazarlos.

—De acuerdo.

—Y ahora debemos irnos.

El corazón de Cordie le dio un vuelco en el pecho.

—¿Adónde?

—Con tus amigos.

—No sé… ¿quiénes?

—Los que huyeron contigo de los Árboles. Irás con ellos.

—No sé dónde están.

—Se han refugiado en la casa del Diablo. Irás a buscarlos y les sacarás de allí.

La joven le miró, perpleja y asustada.

—Sólo tú, de entre nosotros, puede penetrar en la tierra de la muerte.

—¡Dios mío! Yo no…

—Las mujeres son jóvenes. Y como tú, nos darán muchos hijos. Las necesitamos.

—Pero hay un hombre…

—Lo matarás.

—¿Yo? ¿Matarle?

—Ya has matado antes. Mataste a Kigit.

—Ese hombre tiene un arma.

—Tú eres una mujer…

—Esto no… —Calló. Desafiar a Grar no le haría ningún bien… y tal vez la matasen a ella—. De acuerdo. Haré lo que ordenes.

—Capto el engaño en tu voz.

—No. Lo haré, de veras. Mataré a ese individuo. Le mataré, sí. Después, obligaré a las mujeres a que salgan de allí.

—Si nos traicionas, tu muerte será horrible, peor que las más espantosas pesadillas.

—No os traicionaré —asintió ella con sequedad.

—Heth…

El monstruo avanzó hacia ellos.

—Tu mano, muchacha.

Ella levantó la mano izquierda.

El viejo le cogió ligeramente la muñeca. Guió la mano hacia Heth. De pronto, Cordie apretó el puño.

—Abre la mano.

Los dedos se extendieron.

—Por favor —murmuró ella.

—Debes aprender la lección de la obediencia —replicó Grar.

Acercó el meñique a la boca de Heth. Los resecos labios lo chuparon. Cordie sintió los bordes mellados de los dientes. La lengua acarició todo el dedo.

Después, lo mordió.

Cordie contempló el dedo cortado por entero, sangrando. Vio cómo Heth masticaba. El techo de la choza se inclinó de una manera muy extraña y todo se oscureció.