Robbins se despertó y vio a Neala que dormía a su lado, sobre el camastro de pieles. Levantó la cabeza. Sherri estaba en la pared delantera, vigilando.
Con suavidad, apartó la mano de Neala. Se levantó y fue hacia Sherri.
—¿Qué están haciendo? —quiso saber.
—Siguen ahí…
Él miró también.
—¿Qué diablos esperan?
—Tal vez piensan hacernos morir de hambre. Sin molestarse en nada más.
—Sí.
Johnny se apartó de la pared y se secó el sudor de la cara con su suéter. Después, cogió el rifle. Se dirigió a la puerta y la abrió. El aire exterior no le ofreció ningún alivio… incluso era más caliente que el de la cabaña.
—En realidad —murmuró Sherri—, creo que nos moriremos de sed antes que de hambre.
—No moriremos de ninguna manera.
—¿Qué planea, un suicidio en masa?
—Planeo largarnos de aquí.
—Tonterías…
Johnny salió a la luz del sol. Guiñando los ojos, miró a través de las terribles cruces y sus cabezas.
Debía de haber dos docenas de krulls al otro lado. Sin hacer absolutamente nada… sólo dando vueltas, como en una excursión.
Una excursión.
Johnny sonrió con tristeza.
Varios krulls se detuvieron al verle. Otros le señalaron. Un jovencito corrió hacia adelante y se detuvo al borde de las estacas para arrojar una lanza. Johnny la vio volar, sabiendo que no podría atravesar el campo de estacas. Así fue. Destrozó media cara de una cabeza empalada. El cráneo dio la vuelta, con su cabellera negra ondeando al viento.
Unas voces furiosas rompieron el silencio.
Dos krulls atacaron al muchacho y le arrojaron al suelo, pegándole y pateándole.
¿Por haber arrojado la lanza contra un blanco imposible?
¿O por haber dañado una de las cabezas?
«Tal vez se tratase de una zona sagrada —pensó Johnny—. Esto explicaría por qué los krulls no penetran en ella».
El joven anduvo hasta la esquina de la cabaña. Por aquel lado había más krulls; contó ocho. Y podían recibir refuerzos rápidamente de los que estaban delante de la cabaña.
Fue hacia la parte posterior. Allí había más. Trece o catorce paseándose sin hacer nada, más allá de la barrera de estacas y cabezas.
Captó un ruido a sus espaldas y dio media vuelta, apuntando con el rifle al estómago de Neala.
Por un instante, ella le miró aterrada. Después, sonrió.
—No dispares —murmuró.
—No lo haría. ¿Qué haces levantada?
Ella se encogió de hombros.
—Demasiado calor dentro.
—Pues aquí es peor.
—Pero estás tú. ¿Qué estás haciendo?
—Pensando en la manera de huir.
—¿La has encontrado?
—Todavía no.
Neala miró a través del campo. El húmedo cabello se pegaba a su frente. Tenía la cara bañada en sudor. Las gotitas debajo de sus ojos brillaban al sol. Una gota resbaló hacia la comisura de su boca. La lamió con la lengua y después se secó el rostro con la parte delantera de su blusa. La dejó desabrochada.
—¿Por qué no vienen a por nosotros? —preguntó.
—No estoy seguro. Tal vez estamos en el centro de una zona sagrada o algo parecido. Siempre se detienen al borde de las estacas.
—También yo lo haría si pudiera.
—Es algo peor que la repugnancia. Ha de ser algo más. Esos krulls se dedican a despedazar a sus víctimas. No, han de tener un motivo más fuerte para no avanzar.
—¿Como si esas cabezas fuesen de sus antepasados?
—Sí.
—Lo cual es magnífico para nosotros.
—Excepto…
—Excepto —continuó Neala— que no sabemos cómo salir de aquí.
Se apoyó en la pared y metió los pulgares en los bolsillos del pantalón. La garganta, el pecho y el estómago brillaban de sudor.
—¿No podemos realizar una salida improvisada? —preguntó.
—Creo que tendremos que probarlo. Pero esperaremos a que haya anochecido y entonces trataremos de escurrirnos. Por aquí, supongo. Las cruces no están demasiado juntas por esta parte. Si conseguimos cruzar sin volcar ninguna…
—¿Todo el mundo está visible? —inquirió la voz de Sherri.
Neala se abrochó la blusa rápidamente.
—Sí —gritó.
Sherri apareció por la esquina.
—¿Qué estáis asando?
—A nosotros —fue la respuesta de Neala.
—Tal vez sea esto lo que esperan.
Johnny no sonrió.
—Planeamos largarnos de aquí esta noche.
—¿Y cómo?
Mientras Johnny le explicaba lo que pensaba, Sherri estaba contemplando las cabezas. Parecía perdida en sus pensamientos.
—Sé que no será fácil —añadió Johnny—. No me gusta tener que irnos de este modo, pero tampoco podemos quedarnos aquí toda la vida.
—Creo que yo sí podría… y tal vez nos quedemos por toda la eternidad —dijo Sherri, tratando de reír.
Más que una risa fue un sollozo.
—No sería tan malo —indicó Neala.
—Sería —replicó Sherri— algo horroroso.
—Nos marcharemos tan pronto como oscurezca —propuso Johnny.
—Lo cual nos concede todo un día de descanso —concluyó Sherri.