24

Desnudaron a Cordelia. Después, dos muchachos la sujetaron en el suelo mientras otro trataba de montarla. Ella se retorcía y pataleaba. El chico le separó las piernas y se colocó entre ellas, cogiéndole los muslos para que se estuviera quieta. La embistió. La cabeza de su erección avanzó, falló, falló otra vez y al final halló la ranura de la vagina y se insertó en ella. Cordelia se sosegó y cerró fuertemente los ojos.

—Mírale —le aconsejó Lily—. No les gusta que cerremos los ojos.

Cordelia los mantuvo cerrados mientras el chico la embestía con empujones rápidos y fuertes.

—Te arrepentirás —continuó Lily—. Cerrar los ojos es un insulto para ellos. ¿Quieres que te maten?

Cordie abrió los ojos. La cara del niño estaba directamente encima de ella. La contemplaba con sus ojos estrechos, sus labios sangrientos abiertos, enseñando los dientes. Gruñía alto a cada empujón, echando un fétido aliento al rostro de su víctima.

Cordelia apartó la cara. Lily estaba en cuclillas a su lado, junto al muchacho que le mantenía un brazo clavado en el suelo. Otra joven, más gorda pero con unos pechos diminutos, estaba a sus espaldas. Tenía el pubis afeitado. Mientras miraba a Cordie, se restregaba con el extremo nudoso de un hueso. El hueso parecía fresco, untuoso. Su extremo desapareció dentro de la joven. Cordie apartó la vista al instante, mirando de nuevo el rostro del muchacho que jadeaba sobre ella, y también la apartó de él.

El chico que le sujetaba la mano izquierda era más joven que los otros. Y la contemplaba con ojos ávidos, salvajes. Detrás de él había una muchacha esbelta, con un muñón en el codo. Una mano pequeña y seca colgaba de su cuello, pendiendo de una correa, con los dedos ennegrecidos curvados como para coger algo.

El muchacho la estaba sacudiendo ahora con más fuerza, a punto de alcanzar el clímax.

Cordie miraba la mano marchita de la muchacha esbelta. Trataba de concentrarse en ella, intentando adivinar si era una mano izquierda o una mano derecha… Tratando de concentrarse en cualquier cosa menos en el muchacho que gruñía y sudaba sobre ella, ensuciando sus entrañas con su puerco falo, con su…

Una mano izquierda.

El brazo izquierdo de la joven tenía el muñón. Por consiguiente…

El horror reseco bailaba entre sus pechos… ¿era su mano cortada?

De pronto, el muchacho empujó con más fuerza, hasta que al final se quedó en su interior, con la cabeza atrás y la boca muy abierta, todo su cuerpo retorciéndose mientras aún palpitaba dentro de ella, Cordie se sentía mareada por la sensación de aquel pene vibrante, por las semillas derramadas. Casi vomitó.

El muchacho salió de ella. Se levantó, enseñando su brillante erección y haciendo un comentario en una lengua que Cordelia no conocía. Después, el chico retrocedió con las manos en las caderas. El chico de la derecha le soltó el brazo a Cordelia. La joven se quejó.

—Esto forma parte de la prueba —murmuró Lily.

Cuando el otro estuvo encima de Cordelia, a punto de entrar en ella, la muchacha apretó el puño.

—Pégale —susurró Lily—, y serás carne muerta.

Por tanto, no se movió, con su brazo libre tenso e inmóvil al costado, mientras él llegaba también al clímax.

Luego, se incorporó. También señaló su goteante falo, dijo algo retrocedió. Se colocó al lado del primer muchacho, y cruzó los brazos.

El de su izquierda le soltó el brazo. Cordie miró a Lily, que estaba arrodillada muy cerca. Lily había enrojecido y respiraba pesadamente. La joven detrás de ella iba girando el hueso que tenía en la mano. La chica de un solo brazo estaba inmóvil, con su piel desnuda luciente de sudor, y sus ojos fijos en los de Cordie.

¿Celosa?

«Sí, está celosa —pensó Cordie—. ¡Celosa de mí!».

El chico se situó encima de ella. Insertó su pequeño pene. Su cara se aplicó a uno de sus pechos. Succionó y mordisqueó el pezón. Con un mohín de dolor, Cordie se agarró a las hierbas. Después, el dolor inundó todo su cuerpo. Entonces, asió el cabello del muchacho y le apartó la cabeza.

El chico gruñó como un perro rabioso.

Cordie oyó una carcajada seca. Miró a la joven del muñón y vio en su cara una sonrisa malvada.

—Van a matarte —murmuró Lily.

Aquellas palabras llenaron a Cordie de un súbito temor. Cogió el rostro del muchacho y lo acercó a su boca. Lo besó. Luego, metió la lengua en la boca del jovenzuelo. Le acarició la espalda. Le pellizcó las nalgas, se las separó y las presionó, apretando su carne fresca para que entrara más profundamente en ella. El muchacho gimió de placer cuando se apartó de la boca de Cordie y volvió a lamer su pecho. Rodeó un pezón con los dientes y lo mordió. Cordie chilló de dolor, pero continuó atrayéndole hacia sí, acariciando sus nalgas hasta que finalmente insertó un dedo en su apretado esfínter. El chico empezó a tener espasmos, a gemir y jadear cuando por fin llegó al orgasmo.

Cuando la dejó, estaba demacrado y muy complacido. Señaló su erección, y pronunció unas palabras en su jerga incomprensible y se reunió con los otros muchachos.

Cordie se incorporó.

Los tres amigos empezaron a hablar. Luego, asintieron, señalándola.

De repente, la joven del muñón gritó. Extrajo su cuchillo de su cinturón de piel y lo arrojó contra el suelo. Escupió unas palabras.

Los muchachos asintieron.

—Malo —masculló Lily.

—¿Qué ocurre?

—Kigit dice que eres una mierda. No quiere que te permitan unirte a nosotros. Dice que eres débil y cobarde. Y quiere pelear contigo.

—¿Pelear conmigo?

Los muchachos estaban asintiendo, de acuerdo con lo que decía Kigit. Ésta los dejó y se aproximó a Cordie.

—Vamos, levántate.

—¿He de pelear con ella?

—Será mejor que lo intentes.

Cordie se puso en pie al acercarse más la joven. Tenía las piernas muy cansadas y débiles. Su interior le dolía a causa de los tres asaltos. Se sentía mojada por dentro, y aquella humedad resbalaba por sus muslos como jarabe.

Retrocedió ante Kigit. Después, pasó junto al matorral, preguntándose si no sería mejor dar media vuelta y echar a correr.

Kigit sonrió de manera extraña, y señaló detrás de Cordie.

La muchacha no miró hacia atrás. No se dejaría engañar, y continuó retrocediendo hasta que su pie descalzo resbaló en un trecho húmedo del suelo. Dio un paso apresurado, tratando de conservar el equilibrio, y tropezó con un obstáculo.

Cayó de espaldas. Se sentó al instante, y se encontró en medio de varias extremidades humanas: todas estaban diseminadas a su alrededor, brazos, piernas, dos torsos maltratados.

Kigit cogió un pedazo de carne suelta y la arrojó en dirección a Cordie. Ésta chilló cuando la carne cayó en su vientre. Después, se puso en pie.

Kigit cogió un brazo cercenado. Lo sostuvo sobre su muñón y lo agitó, en una parodia del brazo que le faltaba.

Dando media vuelta, Cordie echó a correr. Oyó cómo se le iba acercando. Cordie se abalanzó a un lado, saltó por encima de un tronco caído, y pasó por entre unos matorrales que le arañaron la piel. Pero Kigit estaba cada vez más cerca.

¿Dónde estaban los otros? ¿Los chicos? «Si sólo se trata de esa muchacha con un solo brazo…». Cordie se precipitó hacia adelante cuando Kigit la empujó por detrás. Aterrizó boca abajo y las ramitas y los espinos le arañaron la carne. Cuando empezó a levantarse, Kigit le golpeó fuertemente la espalda. Y después, se le subió a horcajadas. El peso de Kigit la hizo caer de nuevo. El brazo de su rival le abrazó la garganta, asfixiándola. Usando ambas manos, Cordie consiguió apartar aquel brazo.

Rodaron las dos, pero Kigit quedó encima. Ahora, a horcajadas sobre el pecho de Cordie, Kigit le dio un violento puñetazo entre los brazos levantados. El puño se abatió como un martillo, aplastando la nariz de Cordelia. Sus brazos cayeron rápidamente. Las rodillas de Kigit los sujetaron al suelo. En el rostro de Cordie hicieron impacto un golpe tras otro. Finalmente, cesaron por completo.

Aunque tenía los ojos abiertos, Cordie estaba demasiado aturdida para luchar. Veía a su atacante encima, sonriendo, e inclinándose hacia adelante hasta que su mano mustia bailoteó sobre su cara. La mano fue descendiendo y los resecos dedos le rozaron la frente.

Cordie gimió al contacto de la mano, semejante a una garra. Sintió el arañazo de sus uñas en la mejilla. Kigit usó su mano viva para guiar la otra hacia la boca de Cordie. Los dedos se engancharon en sus labios. Los desgarraron. Cordie sintió el gusto de la sangre. Y sintió las uñas contra sus dientes delanteros.

Lily se arrodilló a su lado, y Cordie se dio cuenta, de repente, de que los otros las habían alcanzado. Estaban formando un estrecho círculo a su alrededor, contemplando la pelea en silencio.

De pronto, Kigit lanzó la mano muerta al ojo derecho de su contrincante. Cordie apartó la cabeza. Los dedos rascaron aquel lado de la cara. Retorciéndose frenéticamente, Cordie logró sacar el brazo de debajo de la rodilla de Kigit. Entonces, le cogió un pecho y lo retorció.

Kigit chilló y cayó de lado cuando Cordie la empujó. Pero la joven mantuvo su presa. Trepó encima de la muchacha, cuya única mano le aporreó el brazo, intentando liberar el torturado pecho.

Volviéndose, Cordie hundió su codo en la garganta de Kigit. Y apoyó todo su cuerpo en él. Algo crujió, y el codo se hundió más. Kigit saltó, con los ojos desorbitados, la boca abierta, el brazo moviéndose salvajemente. Cordie lo bloqueó. Arrastró el cuerpo convulsionado y se puso de rodillas.

Todos miraron hasta que Kigit murió.

Entonces, un chico, el que había asaltado a Cordie en primer lugar, habló.

Cordie se volvió hacia Lily para pedirle una explicación.

—Dice que eres estupenda, pero que tienes que coger a Kigit y llevarla con nosotros.

—¿Adónde?

—Al poblado.