22

Al despertar, Cordie miró alrededor de la espesura y aguzó el oído, temerosa de moverse.

Mientras corría había oído unas voces y unas risas estrepitosas. Por aquellos sonidos, supuso que por allí cerca había algunos chicos.

Aquella espesura ya no era un refugio, era una trampa.

Tenía que salir, echar a correr…

Claro que tal vez la oirían. La oirían cuando se arrastrase sobre las hojas y las ramitas caídas de los árboles, y la atraparían muy pronto. Atrapada en medio de los arbustos que ahora la rodeaban, de todos modos, se hallaría indefensa. Sería un juego para aquellos chicos.

Un juego con ella.

La atormentarían, la despedazarían, la quemarían…

Escuchó las malvadas carcajadas, los perversos gritos.

Alrededor de su espesura.

Como si supiesen que estaba allí.

Deseaba rodar a un lado y tocar sus pechos con las rodillas, pero no se atrevía. Miró al cielo del amanecer a través de la maraña de hojas y ramas.

Y esperó.

Los chicos discutían con sus voces agudas y cortantes. Alguien rió. Crujieron los matorrales.

El rígido cuerpo de Cordie empezó a temblar. Le dolía el cuello por el envaramiento de sus músculos.

«¡Saben que estoy aquí!».

¿Cómo lo sabían?

Oía los ruidos de alguien que se arrastraba por el interior del matorral. La estaba buscando.

Dejó de respirar y procuró no chillar.

Cesaron los ruidos.

También debían de estar escuchando. Todos escuchaban y esperaban.

Cordie levantó la cabeza. Después, se contempló el cuerpo, los zapatos… De pronto vio aparecer una cara. La cara de una chica. Una chica rubia con diminutas ramitas en el pelo. Una chica con sangre en los labios, en las mejillas, en la barbilla.

Era muy joven. Catorce o quince años. Tenía los bronceados hombros desnudos.

Cuando la muchacha se aproximó más, Cordie tragó saliva, respirando entrecortadamente. Como un perro sufriendo una pesadilla. Al tragar se ahogó y necesitó aire.

La chica se colocó al lado de Cordie. La piel de la espalda estaba llena de arañazos y pellas de tierra. Las nalgas le sangraban por los arañazos de unas uñas semejantes, probablemente, a rastrillos.

Se sentó y cruzó las piernas.

—Soy Lily —se presentó—. ¿Cómo te llamas tú?

Cordie musitó su nombre.

—¿Cómo?

—Cordelia.

—Es un nombre muy raro. —Lily arrugó la nariz—. ¿Qué clase de nombre raro es éste?

—¿Quién eres?

—Soy Lily.

—¿Eres uno de ellos?

—Sí. —Lily se rascó uno de sus pechos—. Llevo con ellos un par de años. Es divertido.

—¿Divertido?

—Sí, caramba. —Lily soltó una risita—. Sin escuela, sin nadie que te diga lo que has de hacer, y jodiendo todo el tiempo. Es formidable. Te gustaría.

Cordie meneó la cabeza.

—Te gustaría, de veras.

—Sois unos asesinos.

—Oh, sí. Es una distracción. Además, tienes que salir…

—¿Para qué?

Lily sonrió y se encogió de hombros.

—No puedes quedarte aquí. —Se inclinó hacia adelante, y apoyó los codos en las rodillas. Susurró—: Si no sales, los chicos entrarán. Y esto no les gusta. Tendrían que arrastrarse. De modo que será mejor que salgas conmigo.

Cordie negó con la cabeza.

—Pues se enfurecerán. Y les estropearás la diversión. Además de perder tu oportunidad.

—¿Qué oportunidad?

—La de unirte a nosotros. Si se enfadan, no te lo permitirán.

—¿Y qué sucederá si me uno a vosotros?

—Entonces, no te mataremos.

—Pero ¿qué sucederá?

—Bueno, una vez hayan terminado los chicos, pasarás por la iniciación. Después, ya serás uno de nosotros, y podrás vivir en el bosque y hacer lo que se te antoje.

Cordie apoyó la cabeza en el suelo. Miró por entre el encaje de ramas y hojas. El cielo estaba claro, sin nubes.

—Si me uno a vosotros, ¿no me matarán?

—No, si les gustas.

—¿Y tengo que… hacer que les guste?

—Exacto.

—¿Y así no me matarán?

—Serás uno de nosotros. Por esto me uní a ellos. Hay muchos que lo han hecho.

—Lo único que tengo que hacer es salir de aquí y… ¿qué quieren hacer, violarme?

—Seguro.

—O sea que me violarán, ¿verdad? ¿Y no me matarán ni me harán daño?

—Eso es. Nada más. Después, te llevaremos al poblado. Allí también tendrás que pasar por lo mismo, pero no es nada. El viejo Grar tiene que decidir tu suerte, ¿entiendes? Pero no has de inquietarte por nada. Vamos…

Cordie no se movió, muy asustada.

«El poblado —pensó—. Me llevarán al poblado». Tal vez allí vería a sus padres…

—¡Vamos, muévete!

¡Dios, no quería salir del matorral!

—Los chicos se cansarán de esperar.

—Está bien —decidió Cordie al fin.

—Tú primero.

Cordie se obligó a moverse. Dio media vuelta y empezó a serpentear, con la cabeza gacha.

¿Y si Lily mentía?

¿Y si pensaban matarla?

Sin embargo, no tenía elección.

Continuó avanzando lentamente.

De repente, les vio: eran tres, unos adolescentes, agachados, desnudos a la luz del sol, delante de unos arbustos, mirándola. Cordie se paró, rígida por el miedo, y miró a Lily.

—Sigue.

Cordie negó con la cabeza.

—¡Adelante!

—¡No!

En medio del ruido del follaje al crujir, asomó la cabeza. Dos de los muchachos, ya se escurrían hacia ella, apartando a su paso los ramajes.

—¡No! —chilló.

Continuó gritando cuando la agarraron por los brazos y la sacaron a rastras del matorral.