Neala se despertó. Tenía la cabeza apoyada en la falda de Johnny. Estaban fuera de la cabaña. Johnny estaba sentado con la espalda contra los troncos de la cabaña. Sonrió a Neala. Sus ojos estaban inyectados en sangre. Su cara, oscurecida por la barba de un día, se veía llena de arañazos y manchas de sangre seca. «Este debía de ser el aspecto de los soldados en el frente», pensó ella.
De repente, le tocó la rasposa barbilla.
—Sí, necesito un afeitado —gruñó Johnny.
—Y dormir. ¿Has dormido un poco?
—¿Qué es esto?
Neala le había tuteado inconscientemente y él lo había aceptado con plena normalidad.
Johnny acarició la frente de la joven. Su mano era grande, caliente y consoladora. Neala se llevó aquella mano a los labios y la besó. Después, la deslizó dentro de la blusa. Cerró los ojos cuando la mano se movió con ligereza sobre sus pechos. Él le acarició la piel de su vientre. Y sintió su dureza en la nuca. La mano volvió a sus senos, ahora con menos suavidad, pellizcando y jugando con los rígidos pezones.
Neala apartó la mano y se incorporó. Le dolían los entumecidos músculos y le ardieron cuando se desperezó. Le sonrió a Johnny, que la contemplaba como si supiera qué iba a ocurrir.
Neala se desabrochó la blusa y se la quitó.
—¿Estás segura? —preguntó Johnny—. ¿Aquí?
Ella mantuvo los ojos fijos en él. Si se volvía hacia la extensión de cabezas empaladas, sabía que no podría continuar.
—Éste es el único sitio que tenemos —murmuró.
—Dentro de la cabaña.
—Sherri. —Se desabrochó el cinturón—. Aquí está bien. A la luz del sol.
Se desabrochó los pantalones y los dejó caer. Sacó las piernas de la prenda y se plantó delante de Johnny, llevando solamente unas bragas diminutas. También se despojó de ellas. La brisa del amanecer le acarició la piel. El sol ya calentaba.
* * *
Neala abrió los ojos cuando chirrió la puerta de la cabaña. Apareció Sherri.
—¿Ya estáis listos? —preguntó en tono sarcástico.
—¡Por favor…!
—Oh, no me prestéis la menor atención…
—¡Vete de aquí! ¿Qué es lo que te pasa?
Meneando la cabeza, Sherri miró a lo lejos.
—No me pasa nada. Estaba inquieta por vosotros dos.
—Si entra en la cabaña un minuto —le pidió Johnny—, terminaremos y nos vestiremos.
Hablaba con voz sosegada.
—¿No queréis espectadores?
—¡Maldita sea, Sherri!
—Bueno, habéis tenido unos cuantos. Pensé que os gustaría saberlo.
Neala volvió la cabeza.
—¡Oh, Dios! —gimió.
Se abrazó a Johnny.
—Están ahí desde que empezasteis —agregó Sherri—. Bueno, al principio sólo eran dos. Ahora debe de haber quince o veinte. Supongo que les encanta el espectáculo.
Avanzando de rodillas, Johnny cogió el rifle. Se levantó, se lo echó al hombro y apuntó hacia el diseminado grupo situado más allá de la barrera de las cabezas.
Neala empezó a recoger sus prendas de vestir. Levantó la mirada; Sherri la estaba mirando.
—¡Ayúdame, maldita sea!
Asintiendo, Sherri se agachó y recogió las botas de Johnny, sus calcetines y sus pantalones. Tras esto, no quedó nada. Neala corrió hacia la cabaña.
Sherri se detuvo en el umbral, y miró hacia fuera. Todavía estaba allí cuando Johnny retrocedió a la cabaña.
Dejando caer el montón de ropas, Neala cogió el brazo de Sherri y la arrastró al interior.
—¡Suéltame! —gritó Sherri, dando media vuelta.
—Sherri, por favor, te estás comportando como si…
Sherri asió el cabello de Neala y le echó la cabeza hacia atrás.
—¡Cállate! —silbó entre los dientes—. ¡Cierra tu jodida boca!