En el garaje de Tucker Grady encontraron un Dodge Dart. Se dirigieron al fondo y Jenny buscó el picaporte de la puerta del garaje.
—No funcionará —observó Peg—. Se abre por control remoto.
—Oh, no…
—¿Qué tiene de malo?
—Que hará bastante ruido como para despertar a un muerto… y a la anciana.
—¿Y bien…?
—No cogeremos ninguna delantera si la vieja empieza a chillar, o llama a los polis, o algo por el estilo. Será mejor que subamos y la amordacemos.
—¡Dios mío, Jenny…!
—Vamos, es más vieja que Dios… No puede hacernos daño.
—¿No sería mejor largarnos sin más?
Jenny la contempló fijamente.
—¿Quieres fastidiarlo todo?
—Yo…
—Ocupémonos de esa vieja lechuza. No nos hará nada.
Salieron del garaje y volvieron a la casa por la puerta trasera, Jenny condujo a su madre a través de la cocina hacia un pasillo, tan oscuro que Peg no distinguía a Jenny. Al extender la mano tocó la espalda de su hija y siguió pegada a ella.
—Es aquí —susurró la niña.
Peg abrió una puerta. Jenny se hizo a un lado. La siguió, y su brazo rozó el marco de la puerta.
La habitación estaba inundada de luz. Parpadeando ante la súbita claridad, Peg vio a Jenny con la mano en el interruptor de la pared. En la cama había una anciana sentada, muy erguida, con los ojos abiertos desmesuradamente y los brazos huesudos al frente.
—Diviértanse —dijo con una voz estridente y cascada.
Jenny miró a su alrededor, con expresión atónita.
—Ya sabía que vendríais a ver a Heggie una noche. Lo sentía en mis huesos. No sé qué os ha retrasado.
Jenny anduvo hacia el armario.
—No hay nadie aquí, jovencita. Estoy sola. He estado sola desde los cincuenta y dos, cuando os llevasteis a mi querido Brian.
—¿Y Tucker? —preguntó Jenny.
—¿De quién hablas? Mi Brian, sólo mi Brian. Os lo llevasteis a los Árboles. Oh, Dios mío, os lo llevasteis. Os lo llevasteis a vuestros Árboles.
Jenny llegó al armario y tras abrirlo, sacó una bata acolchada.
—Os lo llevasteis a esos puercos krulls.
Jenny sacó un cinturón de la bata y se dirigió a la cama.
—Sabía que vendríais a por mí —continuó la vieja Heggie, inclinando la cabeza mientras Jenny le ataba las manos—. Os estuve esperando… imaginándolo. Seré un buen bocado para esos salvajes. —Soltó una risita—. Un truco o un bocado, un bocado o un truco… ¿Quieres conocer mi secreto? ¿Prometes callar?
Le guiñó un ojo pálido a Jenny.
—Lo juro sobre mi corazón —afirmó la chiquilla, anudando el cinturón.
—Veneno de serpiente —volvió a reír—. Veneno de serpiente de cascabel. Veneno. ¿Lo entiendes? Estoy llena de veneno. Llena. Me he estado dosificando desde los cincuenta y dos. Sí, señor. Llena de veneno. —Silbó como una serpiente—. Carne envenenada.
Jenny miró a su madre, con miedo en los ojos. Luego, se volvió hacia la anciana.
—Volveremos.
—Para llevarme a los Árboles. Sí, señor. Un buen bocado para los puercos krulls.
Jenny se apresuró a salir del dormitorio. Con una mano temblorosa, se apartó el cabello de la frente. Peg le puso una mano en la espalda.
—Está chiflada, ¿verdad?
—Eso creo —asintió Peg.
—Dios mío…
* * *
La puerta del garaje gruñó, y Peg condujo el Dodge por el camino del patio. Observó que Jenny contemplaba la casa. La imitó. En una de las ventanas estaba encendida la luz. Debía de ser el dormitorio, se dijo.
Jenny arrugó la nariz.
—¿Qué ocurre?
—Los locos. Me ponen nerviosa.
Asintiendo, Peg llevó el coche a la calle.
—Vamos, sube.
—¿De veras crees que lo hizo? ¿Envenenarse con un veneno de serpiente?
Peg se encogió de hombros.
—Es muy raro, ¿verdad? Incluso asusta. —Jenny se abrochó el cinturón de seguridad—. Aunque no es mala idea. Me pregunto dónde guardará las serpientes. No vi ninguna por la casa. —Abrió la guantera—. Aquí no hay nada.
Dejó uno de sus cuchillos, el que había sacado del bolsillo trasero al sentarse en el coche, en la guantera.
—Bueno, guarda éstos —le pidió Peg, sacando también sus dos cuchillos.
—Es mejor que te quedes con uno —le aconsejó Jenny.
—Por ahora no los necesitamos.
—Nunca se sabe.
Peg le dio un cuchillo a su hija y dejó el otro sobre su falda.
—¿Necesitas utilizar las luces? —preguntó Jenny.
Peg las apagó. La calzada estaba a oscuras, pero los faroles de la calle daban bastante luz para que pudiese conducir. Lo hacía lentamente, manteniéndose cerca de los árboles de la Alameda, porque corrían paralelos a la carretera. Paró el coche en el extremo del pueblo. Luego, torció a la izquierda, y se detuvo en la carretera. El restaurante de Terk, en la esquina, estaba cerrado por la noche. Al otro lado de la carretera, el neón azul de «Vacaciones» de la Sunshine Motor Inn. también estaba apagado, pero es porque parpadeaba, encendiéndose y apagándose.
Más abajo de la carretera, aparecieron unas luces. A Peg se le encogió el estómago. Dio media vuelta y el coche corrió hacia atrás, girando la parte posterior del vehículo hacia la cuneta. Pisó el pedal del freno. El coche paró casi en seco, y ella cortó el motor.
—¡Agáchate!
Las dos se agacharon en sus asientos.
Por el ruido del motor, Peg dudó de que el coche que se acercaba fuese un turismo. Más bien parecía un camión. Levantó la cabeza lo bastante para atisbar. Estaba en lo cierto: era un camión con remolque.
Rápidamente, Peg puso en marcha el motor y se situó en la carretera detrás del camión.
—¡Los Ángeles es por allí! —protestó Jenny.
—Ya nos ocuparemos de eso más tarde —replicó Peg—. Ahora nos pegaremos al camión.
Pisó el pedal del gas, tratando de alcanzar el camión, pero éste corría demasiado. Y continuó alejándose. Peg le siguió por una curva, dejando atrás Barlow. Sin las luces de la calle, apenas veía la carretera. Permaneció en el centro de la calzada. No tardó en ir ganando terreno al camión. Si se mantenía lo bastante cerca, podría seguir y sus luces traseras le señalarían el camino.
Se encendieron las luces de freno.
El camión aflojó la marcha. Peg se acercó más.
—¡Está frenando! —avisó Jenny.
—Dios mío ¿qué…?
Maniobrando en el centro de la calzada, Peg divisó unas luces delante del camión. Unos faros. Coches estacionados. Efectuó un giro por detrás del camión.
—Un control —musitó.
Jenny gimió.
Peg pisó el freno. Cuando el coche se detuvo, vio cómo el camión avanzaba lentamente.
—¿Qué haremos? —inquirió Jenny.
Peg meneó la cabeza.
—Supongo que también habrá un control detrás de nosotras.
—Lo sé, lo sé.
—Volvamos a la casa de Grady.
Peg pensó si se atrevería a llamar a Phillips. Igual podía ayudarla… o negarse a ello. Decía que la amaba, pero…
—¡Oh, Dios mío, nos verán…!
Estupefacta, Peg vio un coche que pasaba junto al camión, en dirección contraria, con los faros encendidos, cegándola.
—¡Oh, Dios…!
—¡Da media vuelta!
—Vamos a chocar… —gritó Peg.
Pisó el acelerador y giró el volante, proyectando el coche hacia el que llegaba a su altura. Peg apretó los dientes, esperando el impacto, cuando el impulso del giro en ángulo agudo llevó el vehículo a un lado. Entonces, ella enderezó el volante. Los faros del otro coche se proyectaron en su retrovisor. Peg pisó el acelerador a fondo y el coche tembló y casi dio un salto hacia adelante. Peg vio que las ruedas de la derecha no tocaban el suelo. Luego, torció a la izquierda, y las ruedas volvieron a deslizarse sobre el pavimento.
—¡Sigue acelerando! —gritó Jenny. Había vuelto la cabeza y miraba por la ventanilla trasera—. ¡Casi está pegado a nosotras!
Peg pasó por el centro de la población a toda velocidad. Todas las tiendas cerradas y a oscuras, y la única señal de tráfico parpadeaba en color ámbar. Pasó por debajo de la señal. Delante, un gato asustado dio un salto y corrió a ponerse a salvo.
—¡Para! —gritó Jenny—. ¡Para el coche!
—¿Qué?
—No debemos llegar al otro control.
—Pero…
—Vamos, para.
Peg apartó el pie del acelerador. Lentamente, el auto perdió velocidad. El otro coche no estaba muy lejos.
—Haremos que salgan —explicó Jenny—. Y pase lo que pase, no salgas. Haz lo que te diga. Creo que sólo son dos.
Cuando el coche se detuvo, Jenny abrió la guantera buscando los dos cuchillos. Le dio uno a Peg y escondió el otro dentro de su blusa.
—Métetelo en el sobaco —le ordenó Jenny—, y apriétalo con el brazo.
—Yo…
El otro coche paró junto a ellas. Peg reconoció al que iba sentado en el asiento del pasajero: Timmy Shaw. El muchacho la miró fijamente y después miró a Jenny, con una sonrisa burlona y perversa.
—Hola, Jenny —masculló.
Mientras el coche se detenía, Peg se desabrochó un botón y se metió la mano en el vestido. Colocó el mango del cuchillo bajo su sobaco derecho y bajó el brazo para sujetarlo. Después, desembragó torpemente.
—Déjalo en marcha —susurró su hija.
El otro coche se detuvo frente a ellas, y retrocedió hasta que ambos chocaron. Se abrieron las portezuelas. Jack Shaw salió por el lado del conductor y Timmy por la otra portezuela.
—Bien, bien —murmuró Jenny—. Retrocede, mamá, de prisa, y atropella al padre.
Peg se volvió hacia su hija, asombrada.
—No puedo hacerlo…
—¡Oh, mamá!
—Yo no…
—¡Nos llevarán a los Árboles!
—Pero yo…
Shaw abrió la portezuela del coche, por el lado de Peg.
—Salga, señora Stover…
—Tú también —le ordenó el muchacho a Jenny.
Manteniendo el brazo pegado al costado, Peg saltó fuera del auto. Al ponerse en pie, sintió un movimiento en su falda. ¡El segundo cuchillo! Cayó ruidosamente al suelo.
Shaw lo contempló. Después, sonrió torvamente, sacudiendo la cabeza.
—¡Animal! —la apostrofó, y hundió su puño en el vientre de Peg.
Ella se dobló sobre sí misma. Sus rodillas chocaron con el suelo y cayó de bruces, buscando un aire que no encontraba.
* * *
Jenny, todavía sentada en el coche, vio caer a su madre.
—¡Vamos! —exclamó Timmy, cogiéndola por la hombrera de la blusa.
—¡Suéltame!
Timmy la arrastró fuera del vehículo. Al caer, Jenny se asió a la manija de la portezuela. El cuchillo cayó de su brazo, deslizándose por la manga de la blusa, hasta llegar al suelo. Jenny soltó la portezuela. Y se dejó caer, con la intención de coger el cuchillo.
Pero antes de que pudiese moverse, Timmy la cogió por los brazos. Luego, la arrastró mientras la grava le arañaba la espalda. Por fin, Jenny sintió la suave humedad de la hierba. Forcejeó para librarse. Timmy se dejó caer sobre los brazos extendidos de la muchacha, sus rodillas golpeando como martillos, y clavando a Jenny al suelo. Cuando desapareció el dolor del principio, Jenny sintió las manos de Timmy en sus senos.
—Timmy, ¿qué estás haciendo?
Las manos continuaron frotando y apretando.
—Tráela aquí.
—Dentro de un instante.
—Ahora mismo.
Timmy se inclinó y sus manos se pasearon por el pecho y el vientre de la muchacha, y tiró de su cinturón.
—¡Timmy!
El muchacho desabrochó la cintura de los tejanos. Luego, descorrió la cremallera. De pronto, se sintió levantado y arrojado a un lado.
—¡Maldito obseso! ¡Tenemos trabajo!
—Sólo quería divertirme un poco —se defendió Timmy.
Jenny rodó a un lado y levantó las rodillas.
—Sólo un poco, nada más.
—Vamos a meterla en el coche —ordenó Shaw, enojado.
—¿Por qué no nos las quedamos, papá?
—Ya sabes que es imposible.
—Podríamos llevarlas a algún lugar y violarlas.
—Para que los krulls nos lo hiciesen pagar muy caro, ¿eh? ¿Dónde tienes el cerebro, chico? Bueno, sé muy bien donde lo tienes: te cuelga entre las piernas.
—Nadie lo sabría, papá. Podemos matarlas una vez estemos listos y ocultar sus cuerpos. Me gustaría violar a Jenny, papá. Por favor…
—Olvídalo. Y ahora, échame una mano.
Arrodillándose, hizo rodar a Jenny hasta ponerla boca arriba. La muchacha abrió los ojos. La cara, ancha y torva estaba encima de ella. Con un gruñido, le clavó el cuchillo en un ojo. Luego, le desgarró desde el pómulo a la barbilla.
Shaw gritó. Se llevó una mano a la mejilla y se tambaleó hacia atrás, pero Jenny lo asió por el brazo. Ciegamente, le apuñaló en la cabeza, y la hoja se dobló al tocar el hueso. Jenny volvió a golpear, esta vez la hoja cayó en blando. El hombre chilló y cayó.
Jenny le soltó, dejando que rodase un poco. Contempló un breve instante su rostro y su cuello llenos de sangre, y después miró al muchacho.
Los estupefactos ojos de Timmy miraron a Jenny, y de repente, dio media vuelta y echó a correr. Al llegar a la parte trasera del coche, tropezó y cayó boca abajo.
Jenny vio a su madre tendida en la grava, con un brazo extendido.
* * *
—¡No! —gritó Peg.
Jenny pasó por su lado sin hacerle caso, y saltó sobre Timmy. El cuchillo atacó. El muchacho chilló.
—¡No! ¡Ya basta! ¡No le mates!
El cuchillo volvió a hundirse.
Peg se arrastró hacia adelante, usando sus inútiles piernas, con las esposas en los tobillos arañando el pavimento.
El chico dejó de gritar.
Jenny se incorporó, corrió hacia el cuerpo de Shaw y le registró los bolsillos. Unos momentos más tarde se arrodilló a los pies de Peg.
—Tú… no tenías… que matarlos.
—¿No, verdad? —exclamó Jenny, abriendo las esposas que antes le había colocado el viejo Shaw a su madre.