11

—Siéntate aquí —ordenó Hank.

Peg se dejó caer sobre el sofá, donde Hank la había empujado tras arrastrarla al interior de la vivienda.

Él estaba al otro lado de la habitación, sujetando a Jenny por el cabello. La niña, de rodillas, continuaba sollozando.

—No te muevas en absoluto —advirtió.

Soltó a la niña, cogió el teléfono y marcó un número. Cuando terminó de marcar volvió a cogerla.

—Sí, aquí Hank Stover… Estoy en una situación difícil… ¿Está por ahí el jefe Murdoch?… ¿No?… Bueno, envía a alguno de los muchachos… No, nada semejante… El asunto está asegurado… Lo tengo en mis manos… —Sonrió por el chiste y tiró del cabello de Jenny—. Esto es el ocho, tres, tres de Nussbaum Road… De acuerdo. Te lo agradezco.

Colgó y obligó a Jenny a levantarse.

—Bien, ve a sentarte con tu madre.

La niña se sentó al lado de Peg y se apoyó en ella, sollozando suavemente. Peg la rodeó con un brazo.

—Lo has logrado esta vez —rezongó Hank—. Tú y tu maldito hermano. Haréis que nos maten a todos, ¿lo sabes? —Meneó la cabeza, se recostó en la pared y cruzó los brazos—. Ese individuo lo ha hecho de verdad. No se puede bromear con los krulls. Vendrán a por nosotros, ¿lo sabes, verdad?

—Por esto tenemos que largarnos.

—Sí, largarnos… Ni hablar. Lo que haremos será coger a tu hermano cuando se presente. Esto es lo que haremos. Lo llevaremos a los Árboles. Tal vez con esto tendremos bastante. Vaya hermanito… Querer que nos liquiden a todos por una imbécil…

—¿No deseas salir de aquí?

—Aquí estoy muy bien, gracias. Tengo un buen negocio…

—Seguro. Vender coches de personas muertas…

Hank le apuntó con el dedo.

—¡No hables delante de la niña!

—¿Piensas que no lo sabe? Pues lo sabe. Díselo.

Se volvió hacia su hija.

Jenny sacudió la cabeza.

—¡Díselo! —repitió Peg.

—¡Lo sé! —estalló Jenny.

—¿Qué sabes? —preguntó brutalmente Hank.

—Que coges los coches… de las personas que entregamos a los krulls.

—¿Quién te lo dijo?

—Todo el mundo lo sabe.

Se abalanzó hacia ella y levantó el puño. Jenny se cubrió la cara.

—¡Lois Murdoch! —chilló.

—¿La chica de Charlie?

—Sí. Me dijo que una parte del dinero es para ti y la otra para su padre, y que una tercera parte es para el pueblo.

—Y esto no es ningún secreto —añadió Peg.

—Pues esto es perfectamente justo para mí. Todos tienen su parte. No soy yo el único que se aprovecha de la situación.

—Tú más que los otros.

—¿Sí? Bueno, pues no vi que te quejaras cuando compramos el lavaplatos. O el televisor para el dormitorio. O el…

—Podrías conseguir un empleo digno.

—Seguro. Como el de tu santo hermanito, ese mono sucio de grasa.

—Es un buen mecánico. Y su dinero no está manchado de sangre.

—Ah… Es tan puro como la nieve. Excepto que ha sido un Hombre de Entregas desde los dieciocho años. —Hank soltó una risita—. Un chico realmente perfecto.

—No podía hacer otra cosa.

—Oh, claro. Le pusieron una pistola en la cabeza. No digas idioteces. ¿Sabes por qué es un Hombre de Entregas? Porque le gusta. Esto le da poder.

—No sabes lo que dices…

—¿No? No hay nada que le guste tanto como poner sus garras sobre esas…

Sonó el timbre de la puerta.

—No os mováis —advirtió Hank. Fue a la puerta y la abrió—. Adelante.

Mirando por encima del hombro, Peg vio entrar a Dave Fielding. A los veintitrés años, era el agente más joven del Departamento de Policía de Barlow. Estaba nervioso. Sonrió con inquietud a Peg y a Jenny.

—¿Cuál es el problema, señor Stover?

—John Robbins.

—Ya.

Le costó desabrocharse el bolsillo de la camisa. Sacó una libreta y un bolígrafo. Y cuando Hank continuó, fue tomando notas.

—Robbins es el hermano de mi mujer. Y a ésta la sorprendí tratando de irse esta noche con su hija.

—¿Su hija?

—De un matrimonio anterior.

—Su padre —explicó Peg— …desapareció.

—Ya —repitió Fielding, mirando a Hank—. De modo que usted es el padrastro de la chica.

—Exacto. Y las he sorprendido tratando de largarse. Por lo visto, Robbins ha vuelto esta noche a los Árboles…

—Es un Hombre de Entregas, ¿verdad?

—Sí —asintió Peg.

—Y por lo visto, se ha entusiasmado con una joven esta noche, y ha vuelto a los Árboles para salvarla.

—¡Jesús! —exclamó Fielding.

Miró a Peg y enrojeció.

—Una vez haya salvado a la joven, piensa venir aquí para llevarse a Peg y a la niña y huir todos juntos.

—¡Dios mío!

—Yo creo que lo mejor será cogerle cuando se presente y…

—Y llevarle a los Árboles —concluyó Fielding.

—Exacto.

—¿Cuándo espera que vuelva?

—En cualquier momento. Hace más de una hora que se fue.

—Tal vez no venga.

—Conociendo a Robbins, sé que no tardará.

Fielding meneó la cabeza y se metió la libreta en el bolsillo de la camisa.

—Si viene, necesitaremos ayuda.

—Será mejor que esconda el coche.

—Naturalmente. Y ahora, ¿puedo usar el teléfono?

—Está allí.

Fielding se dirigió al aparato y marcó un número.

Jenny se inclinó al oído de Peg.

—He de ir a…

—¿No puedes esperar?

—No.

—Hank, Jenny necesita ir al cuarto de baño.

—Espera a que termine el agente.

—Aquí Fielding —dijo éste por el teléfono—. Necesito un equipo de apoyo en casa de Stover. —Buscó el número en la libreta—. Nussbaum, ocho, tres, tres… Sí, que vengan Marks y Haycraft. Que se den prisa.

Colgó.

—¿Puedo ir ya? —preguntó Jenny.

—¿Quiere vigilar a mi esposa? —le preguntó Hank a Fielding—. Yo llevaré la niña al lavabo.

—¡No quiero que vengas!

—Tranquila, niña. No quiero que te escapes.

—¡No! ¡Me estarás mirando! —Se volvió hacia Fielding—. Es un pervertido… Siempre me está espiando.

El rostro de Hank se puso de color púrpura.

—¡Maldita mentirosa! ¿Qué intentas hacer?

—¡Es verdad!

Hank apretó los puños, pero retrocedió. Miró a Fielding.

—¿Sabe por qué dice esto? Quiere que usted la acompañe al lavabo. No sé cuál es su juego, pero es muy lista. Siempre está leyendo… Libros de misterio y cosas por el estilo. Piensa que es Nancy Drew.

—¿Quiere que la acompañe? —preguntó Fielding.

Tenía la cara como una amapola.

—Como quiera. Pero vigílela.

Fielding le hizo un gesto a la niña.

—Vamos, pues.

La niña le dedicó a Hank una mueca burlona y se marchó con el policía.

—Hay una ventana —advirtió Hank—. No permita que cierre la puerta.

Jenny cogió la mano de Fielding y le guió al lavabo.

Hank meneó la cabeza y se volvió hacia Peg.

—Está tramando algo, ya lo verás…

* * *

Fielding entró en el cuarto de baño y se dirigió a la ventana de la pared opuesta. Era suficientemente ancha para que pudiera pasar la niña, pero el cristal estaba bien sujeto. Cerró mejor la ventana, pasando el pestillo.

—De acuerdo —murmuró.

—¿Puedo cerrar la puerta? —preguntó Jenny.

—Sí. Pero sólo te doy medio minuto. Después, entraré tanto si has terminado como si no.

—¿Y si atranco la puerta? —le sonrió Jenny.

—Tendré que derribarla.

—Naturalmente.

—Pero no me gustaría.

—Está bien.

Jenny entornó la puerta.

Fielding escuchó por si oía el chasquido de la cerradura, pero no lo oyó. Levantó el brazo derecho. La segundera de su reloj avanzaba lentamente. Al cabo de treinta segundos llamó a la puerta ligeramente.

—Es la hora.

—Casi he terminado.

Resonó el agua de la cisterna. Fielding oyó correr el agua. Después, se abrió la puerta. Jenny le sonrió.

—Es cierto que Hank me vigila… Está mal de la cabeza.

—Vamos, larguémonos de aquí.

—¿Puedo contarle un secreto? —Movió un dedo y miró nerviosamente hacia el pasillo—. He de susurrar…

Fielding se encogió de hombros y se agachó. Los labios de la niña le cosquillearon la oreja.

—¿Sabe qué me hace Hank? —continuó la niña—. Por las noches, entra en mi dormitorio, a veces, y me…

La mano de la niña se movió velozmente. Fielding sintió una quemazón en la garganta. Por un instante, pensó que le había arañado con una uña. Después, la sangre le mojó el rostro. La sangre de Fielding. Empujó a la niña. Intentó mantenerse en pie. Mareado, cayó contra la pared. La sangre manchó la pared.

Se tambaleó y trató de sacar el revólver, pero su mano estaba demasiado entumecida para abrir la funda. De pronto, se encontró mirando al techo. La sangre seguía brotando, llenando sus ojos, y ni siquiera tuvo fuerzas para limpiársela.

* * *

Jenny deslizó la hoja en el bolsillo de su blusa y se arrodilló al lado del policía. Abrió la funda y extrajo el revólver.

Ya de pie, contempló a Fielding. Brotaba sangre de la herida de la garganta, pero no a borbotones.

Se sintió mareada.

Era un joven muy agradable.

Pero habría ayudado a matar a tío John. Y era preciso impedirlo. Había obrado bien. Era lo justo.

De repente se dobló sobre sí misma y vomitó, sintiendo unos terribles espasmos en su interior y los ojos arrasados de lágrimas.

¡He de parar!

¡He de…!

Otra contracción en el vientre, que envió una bocanada de residuos a su boca y su nariz. De pronto, captó un movimiento en el pasillo. Parpadeó para quitarse las lágrimas de los ojos y levantó la cabeza.

Hank corría hacia ella.

Jenny, con ambas manos, levantó el revólver.

—No. —Hank se detuvo en seco—. ¡No dispares! ¡Muy bien hecho! ¡Ahora podemos largarnos!

La primera bala se alojó en una pierna. Jenny le vio caer. Boca abajo, tratando de incorporarse con ayuda de sus brazos.

—¡Jenny, por favor!

La niña apuntó cuidadosamente a su rostro y apretó el gatillo cinco veces seguidas, mirando a través del humo blanquecino y viendo cómo pedazos de cerebro se incrustaban en las paredes.