El remolque se detuvo delante de la casa de Robbins, y éste saltó al suelo.
—Tómalo con calma —le aconsejó Shaw, intentando hacerse perdonar su comportamiento anterior.
—Tú también —replicó Robbins.
Timmy estaba sentado en silencio al lado de su padre.
—Da las buenas noches al señor Robbins —le ordenó Shaw.
—… noches —musitó Timmy.
—Sí.
El camión arrancó. Robbins abrió la cancela, atravesó el césped hacia su casa a oscuras, y se sentó en los peldaños del porche. Cruzó los brazos sobre las rodillas y contempló el suelo.
Maldición… había algo respecto a una de las mujeres… la más bajita. Robbins llevaba años realizando entregas, desde los dieciocho, y jamás había experimentado lo de ahora.
Tampoco lo había experimentado nunca por ninguna mujer. Sí, había habido algunas que le gustaron, y hasta algunas habían afirmado amarle. Y podía hacer el amor siempre que tenía la necesidad de manchar las sábanas. Pero nada como esto.
Esta mujer era diferente. Indicada para sentarse muy cerca de ella, para cogerle la mano, para charlar con ella en voz baja durante toda la noche…
Y al amanecer estaría muerta.
Robbins sentía ya aquella pérdida, como un agujero en su pecho.
No volvería a verla.
Si fuese justo consigo mismo volvería allí, tal vez, y si no era demasiado tarde… Sí, podía huir, claro está. Y ellos vendrían en busca de Peggy y de Jenny.
Todos tendrían que huir. Toda la familia.
¿Por qué no? Si lograban atravesar la frontera, estarían a salvo.
Quizá podría llevarse la mujer a Los Ángeles…
«¡Estás soñando con llevártela lejos!».
Poniéndose en pie, cruzó el porche y abrió la puerta de la casa Su mano tocó el interruptor. Casi cegado por la súbita claridad, fue en busca de su arma. Era un Winchester 30-30. Cogió también un cargador y corrió hacia fuera.
Tenía el viejo Pontiac estacionado en la calle. Pasó dos bloques de casas hasta llegar a la de su hermana y corrió hacia la puerta. Llamó fuertemente y entró.
—¡Peggy!
Ella salió de la cocina, con expresión inquieta.
—Por el cielo, John…
—Necesito hablar contigo. Fuera.
Hank apareció en el umbral de la cocina. Miró suspicazmente a Robbins.
—¿Qué pasa? —quiso saber.
—Nada. Sólo quiero decirle una palabra a Peg.
Hank estrechó los ojos.
—Grandes secretos, ¿eh?
—Ella te lo contará.
Robbins cogió a su hermana por el brazo y la llevó hacia fuera.
—Nos largamos de aquí esta noche —le comunicó.
—¿Cómo?
—Nos vamos esta noche. Hay una muchacha… y voy a ir en su busca.
—¡No, Johnny!
—Tengo que hacerlo.
—¡Dios mío! ¡Oh, Dios mío!
—Escucha, tenemos que irnos de aquí. Todos nosotros.
—¡No!
—Volveré lo antes posible. Haz que Jenny y Hank estén listos.
—Hank no querrá irse. Ya lo sabes. No dejaría esto por nada del mundo.
—Bien, ésta es su elección.
—¡John, no puedes hacernos esto!
—¿Deseas pasar aquí el resto de tu vida? ¿De veras, Peg? ¿Quieres que Jenny crezca como nosotros? ¿Quieres convertirla en una asesina como todos nosotros?
La joven lloraba y las lágrimas brillaban en sus ojos y resbalaban por sus mejillas.
—¡No podemos irnos!
—¡Tú sí!
—¿Y Hank?
—Si no quiere acompañarte, al diablo con él. De todos modos, será mejor que te marches sin él.
—Sí, supongo que sí, pero…
—No puede impedir que te marches. —Johnny abrazó a su hermana con ansiedad—. No te preocupes, ¿de acuerdo? Lo conseguiremos.
Ella meneó la cabeza con tristeza.
—No nos hagas esto… ¡Por favor, Johnny, no lo hagas!
—Dentro de media hora —concluyó él, subiendo a su coche.