Tengo poco tiempo para ducharme y vestirme; acabo de llegar de casa de mis padres y he quedado con Cristian en la chocolatería San Ginés, cerca de la Puerta del Sol, allí nos reuniremos con Lorena y unas amigas.

Mientras el agua de la ducha va calentándose voy preparando la ropa para tenerlo todo a punto y no perder el tiempo.

El agua va cayéndome mientras consigo por un instante relajarme con la agradable sensación que me produce la reconfortante ducha. Sé que voy mal de tiempo, pero quiero disfrutar unos instantes del agua caliente recorriendo mi cuerpo.

Por un momento, todo parece detenerse y dejo de percibir el ruido que hace el agua al caer. No puedo abrir los ojos y mi cuerpo parece paralizado.

De pronto todo vuelve a la normalidad, sólo han sido unos segundos pero es como si hubiese pasado horas detenido en el tiempo.

Asustado, salgo de la bañera con un temblor de piernas que apenas me deja tenerme en pie. Me siento en el váter para tratar de tranquilizarme, el calor producido por la ducha logra mantenerme a buena temperatura a pesar de no cubrirme con la toalla. Pero ahí fuera hace frío.

Las gotas resbalan por mi cara hasta caer al suelo, provocando un pequeño charco a mis pies. Tengo miedo.

A los pocos minutos ya me encuentro secándome a conciencia y tratando de ganar en velocidad para irme cuanto antes a la cita con mis amigos.

Como temía, David no viene. Me ha llamado diciendo que tiene que quedarse indefinidamente en la redacción hasta nueva orden, ya le he dicho que más vale que le paguen bien ese esfuerzo que está haciendo.

A pesar de que no me gusta ir al centro de Madrid con el coche, esta vez lo cojo porque no me veo con ganas de meterme en ningún túnel ni nada que se le parezca. La sensación que he vivido en la ducha me ha provocado terror.

Durante el trayecto mi cabeza piensa en todo lo que está ocurriendo, porque estoy convencido de que algo está pasando y algo muy grave. Esta vez no son paranoias mías, de alguna manera estoy notando cosas que jamás había sentido y cada día que pasa se acentúan.

Me ahorro dar vueltas como un tonto y meto el coche en el parking que hay debajo de la Plaza Mayor.

Nada más llegar la veo. Lorena está sentada en una de las mesas del local junto con Marta y Soraya. La última vez que nos vimos fue durante una escapada casi secreta al cine para ver una de esas «americanadas» románticas que tanto inundan las salas de cine últimamente.

Ya estamos todos. Como no podía ser de otra forma, el tema de conversación es la noticia del momento. Ni siquiera en los momentos de relax me libro de pensar y de preocuparme.

Las chicas se muestran muy despreocupadas. Marta y Soraya son amigas de David y compañeras de facultad. Lorena también es amiga común de los tres. Y bueno, se puede decir que amigas nuestras también, ya que hace bastante que nos conocemos.

De una de esas quedadas surgió un algo especial entre Lorena y yo. Primero fueron las miradas, después vinieron las anécdotas y las cosas en común, y por último llegó la chispa que nos dejó atrapados en el tiempo durante unos maravillosos instantes. En esos segundos, ninguno de los dos articuló palabra alguna pero nuestros ojos se quedaron unidos en una misma mirada. Desde entonces, parte de los latidos de mi corazón lo hacen para ella y la sangre que logra bombear es para calmar las ansias de volver a verla.

Soraya trabaja como periodista, pero en una radio local, RadioVallekas, por lo que no tiene demasiadas noticias del tema. Solamente por algún compañero de su promoción que está en el mismo caso que David, encerrado en su oficina sin poder salir. Es la única que sí que muestra algo de sentido común en todo este asunto.

—Sinceramente, creo que estáis exagerando un poquito, y sobre todo tú, Alfonso; no creo que haya motivo de alarma, ni mucho menos —Soraya siempre ha sido bastante escéptica y su comentario era de esperar.

—Pues yo creo que algo pasa y no nos lo están diciendo, como siempre. A lo mejor ha sido un ataque terrorista con algún agente químico o algo así.

—Marta, esa teoría es muy tuya, desde luego. Si fuera un ataque terrorista, ya hubieran salido los cabecillas en algún comunicado como siempre hacen.

—Dejaos de fantasear, lo que aquí sucede es una evidente estrategia de la farmacéutica esa para promocionar su «nuevo virus», como hicieron con la gripe A el año pasado —Lorena lo tiene claro.

—Pues opino lo mismo que tú, Lorena; además, eso mismo se lo dije a mi madre comiendo hoy con ella. Pienso que sacan el virus para luego comercializar los fármacos. Y un día se les va a escapar de las manos, como parece ser el caso ahora.

Ni yo mismo me creo lo que estoy diciendo; prefiero no entrar en discusiones tontas, pero algo dentro de mí me dice que estamos en peligro. Me muestro observador y distante, inmerso en mis pensamientos hasta evadirme de la conversación. Estoy tan concentrado que apenas me doy cuenta de que Lorena trata de sacarme una mirada, como otras tantas veces ha conseguido, y hoy no es capaz.

Su preocupación es evidente porque sabe que mi manera de ser dista bastante de lo que hoy soy. Y se le nota claramente en la cara.

—Creo que todo es una tomadura de pelo, no me creo una palabra de lo que dicen desde Alemania, pero de todas formas pienso que podríamos hablar de otra cosa, ¿no os parece? —dice Cristian mientras coge su jarra de cerveza bien fría.

—Tienes razón, vamos a hablar de otros temas, no sé, contarme cómo os va en el curro —trato de desviar la conversación.

—Pues yo he hecho esta semana un proyecto para mi programa en la radio —explica Soraya cambiándole completamente la cara—. Vamos a hacer un concurso de chavales del barrio que tengan algún proyecto y quieran promocionarlo, de música o de lo que quieran.

—Oh, eso está muy bien, Soraya, y ¿cuándo lo pensáis sacar en antena?

—Pues supongo que la semana que viene, Alfonso, cuando «los de arriba» den luz verde al proyecto. Estoy muy ilusionada y nerviosa.

—Seguro que sale todo bien, Sory. Me parece una idea genial dar oportunidades a la gente que empieza, y si encima son del barrio, mejor que mejor.

—Pues la verdad es que sí. A ver si no nos ponen trabas y empezamos rápido.

Soraya está bastante ilusionada. La verdad es que es ejemplar lo que hace; me gustaría mucho poder hacer algo por los demás alguna vez, pero con mi trabajo rutinario lo veo difícil. Y luego, al llegar el fin de semana, no me apetece hacer nada nuevo salvo quedar con ellos, con Lorena y poco más.

Las grandes radios y televisiones tienes cien mil veces más presupuesto y posibilidades de crear programas para ayudar a los que tratan de hacerse un hueco en estos mundos artísticos, y no lo hacen. Por eso es tan ejemplar e importante la labor que hacen desde esa radio local, que apenas cuenta con unas limosnas de presupuesto para poder volver a salir en antena al día siguiente.

Soraya luchó desde que entró en la empresa para tirar del carro hasta levantarla de lo más profundo. Siempre ha sido así, desde pequeña, desde que era una niña ha tenido que lidiar con la vida para salir adelante. Y nunca aceptó la derrota, no está en su vocabulario, por lo que cada vez que la vida la tiraba al suelo, ella siempre caía de rodillas para volver a levantarse.

Me he dado cuenta de que Lorena trata de sacarme una mirada una vez más, pero hoy no tengo ganas de nada.

Toca la hora de la despedida. Cada uno habla de lo suyo en un corro a la salida del local y, con un gesto, me voy hacia mi coche. Lorena me acompaña.

—Bueno, chicos, nos vemos, nos llamamos, ¿ok?

—Vale, Alfonsito, cuando quieras ya sabes.

—Ok, Cristian. Chao.

Mientras cruzamos hacia la otra acera, ella me mira con cara de circunstancias.

—¿Qué te pasa, Alfonso? Llevas toda la tarde bastante raro.

Creo que lo sabe, pero quiere que se lo diga. Le seré sincero.

—Tengo miedo, Lorena. Algo me dice que esto es más grave de lo que parece, me da miedo que se propague y llegue hasta aquí y nos afecte a nosotros.

Ella trata de quitarle hierro al asunto; hasta ahora no le había dado importancia al tema, no hasta que me ha visto expresarme con esa preocupación que tanto le ha sorprendido.

—No, Alfonso, no te preocupes, no va a pasar nada, y si ocurre, tampoco creo que sea algo tan grave como para que corramos peligro.

La voy a llevar a su casa. Me sorprende su entereza porque, sin dejar de ser fuerte, es una chica bastante sensible y normalmente suelen afectarles las cosas más que a otras personas.

Ya estamos saliendo del centro, me encamino por la Castellana. Siempre me ha encantado esta vía emblemática de Madrid.

—Alfonso, ¿qué te parece si vamos a mi casa a ver una peli en plan tranquilos? Me apetece estar a solas contigo, al final has logrado acojonarme.

Me hace gracia el comentario, pero más me ha gustado la propuesta.

—Claro que sí, vamos mejor a mi casa y nos cogemos unas pizzas. En mi disco duro tengo cientos de películas, puedes elegir la que quieras. Pero avisa a tus padres primero por si llegas muy tarde.

—Soy mayorcita, Alfonso. De todas formas le daré un toque a mi madre.

—Vale, dale recuerdos a Anabel y a José de mi parte, que no se te olvide, ¿eh?

Ya hemos llegado, ella saluda a mis perros mientras yo saco algo de beber.

Enciendo la tele, están echando una película en un canal nuevo de TDT, pero cuando ya estamos sentados en el sofá, un avance informativo corta la emisión. El presidente vuelve a comparecer ante los medios. Una pantalla más pequeña muestra imágenes de Alemania donde sólo se ve caos en la ciudad.

Empieza a hablar:

—Buenas noches a todos. Como ya saben, la situación en Alemania era delicada debido a un incidente en una farmacéutica.

»Pues bien, las noticias que nos han llegado desde allí esta misma noche son bastante más desagradables. Las autoridades pertinentes encargadas de la seguridad de los ciudadanos han ordenado la evacuación total de la población alemana.

»Al parecer, la situación se ha descontrolado de tal manera que no han sido capaces de retener el virus, por lo que se ha decretado el toque de queda.

»Aquí en España hemos decretado el cierre de nuestras fronteras, tanto por tierra como por mar o aire.

»Las consecuencias del virus son más letales de lo que nos habían comentado en un principio. Nuestro embajador ubicado en Alemania ha corroborado las informaciones y en estos momentos se encuentra a salvo en la embajada española.

»Por lo visto, los infectados reaccionan de forma violenta hacia otras personas, atacando a todo lo que les sale al paso.

»A pesar de esta mala noticia, queremos pedir calma a la población, ya que en España no se han dado casos de infección, salvo los médicos que fueron enviados a Alemania para cooperar con los servicios médicos del país. Pero para tranquilidad de todo el mundo, he de añadir que se encuentran debidamente atendidos y aislados en los diversos hospitales de Madrid.

»Desde el gobierno, recomendamos que no salgan de España en los días venideros hasta que todo este incidente haya concluido.

»Ante cualquier eventualidad, serán informados debidamente. Buenas noches.

Y con estas palabras, el presidente abandona los micrófonos, una vez más sin atender a los medios presentes.

Lorena esta vez parece que no sabe qué decir ni qué hacer, ha habido unos minutos de silencio con la mirada perdida en el suelo, por lo que he apagado la tele. No quiero seguir escuchando más.

Inmediatamente, suena el teléfono. Es mi madre, supongo que habrá visto el comunicado.

—Hijo, ¿has visto el parte? Lo sabía, nos van a meter en un lío estos alemanes, te lo dije esta mañana.

Está tan nerviosa que ni la entiendo, está histérica y hasta tartamudea.

—Hijo, vente para casa, por favor, no estoy tranquila si no sé por dónde andas. Además, tú eres el único que tienes coche por si ocurre algo.

—No puedo, mamá, y lo sabes. Creo que ya soy lo suficientemente independiente desde hace mucho tiempo para que tenga que ir allí sólo para que te quedes tranquila.

—Está bien, como quieras, pero si ves alguna cosa rara, o lo que sea, me avisas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, mamá, y tranquilízate. Un beso.

Lorena me abraza para tranquilizarme. No me apetece ni película, ni cena, ni nada. Tengo miedo, se me nota demasiado y estoy cansado de disimularlo, pero supongo que medio país también.

Otra vez el móvil, esta vez es David. Me imagino lo que me va a decir, casi ni me atrevo a descolgar.

—Hola, Alfonso. Oye, lo primero pedirte perdón por daros plantón, pero es que no sabes la que tenemos montada en la redacción.

—No pasa nada, David, ya lo sabía. Tienes que descansar, que te va a dar algo de tanto curro.

—Sí, ya me iba para casa, el jefe nos ha «abierto la reja» para tratar de dormir un poco. ¿Has visto el comunicado?

—Sí, acabo de colgar a mi madre que también lo ha visto. ¿Cómo está la cosa?

—Pues mal, Alfonso. Zapatero no ha dicho ni la mitad, están ocultando información, mucha información. Aún tenemos a gente de los nuestros en Alemania, al cerrar las fronteras se han quedado atrapados entre el caos que reina allí.

—¿Y qué ha ocultado?

—Pues que los infectados sufren convulsiones, fiebre muy alta y delirios, y que al cabo de un tiempo, fallecen.

—Joder, ¿o sea que el virus es letal?

—Más que letal, Alfonso. Tenemos a gente que asegura que, una vez que mueren, son capaces de volver a levantarse y ahí es cuando se vuelven locos, como si hubieran perdido completamente la cabeza.

—¿Cómo? ¿Cómo que vuelven a levantarse? Explícate mejor.

—No sé más, Alfonso, no hemos sido capaces de confirmar ese dato, pero no lo ha dicho sólo una persona, sólo que no tenemos imágenes ni nada parecido, es como si hubieran censurado todas las imágenes de internet. Si lo compruebas, Youtube está clausurado desde hace una hora.

—Uf, pues no me extraña que casi lleves veinticuatro horas en la redacción, pero ahora descansa que seguro que el lunes tienes mucho más lío.

—¿Lunes? Mañana a primera hora tengo que estar ahí, una noticia como esta no se da todos los días.

—Bueno, pues no te entretengo más, acuéstate ya y descansa. Avísame si pasa algo nuevo.

Se me han puesto los pelos de punta, es imposible que pase algo así por una mierda de virus. Sólo espero que, pase lo que pase, se solucione pronto.

Lorena me abraza como si fuera lo último que fuera a hacer en su vida, noto cómo tiembla. No soy el más indicado para tranquilizarla ahora, por lo que su abrazo me reconforta más de lo que imaginaba.

Lo mejor es acostarse porque los ánimos no están para ver ninguna película.

Por lo menos hoy no duermo solo. La noche será larga y espero que el sol salga como cada mañana, aunque sea una sola vez más.